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Este libro se llama como el que yo una vez escribí

de Héctor Hernández Montecinos
(Contrabando del bando en contra, 2002)


Este libro se llama como el que yo una vez comenté


Por Felipe Ruiz V.
Publicado en Extremoccidente nº2

 

Hay que confesarlo: este libro resulta un parto de ballenas para un lector no iniciado. Con más de ciento cincuenta páginas de grueso calibre y de una escritura singularmente barroca y naif a la vez, cualquiera que intente aproximarse al universo de Hernández debe estar dispuesto a abandonarse a las condiciones internas que el texto exige, y que están a años luz de las convenciones poéticas habituales. Pero la gratificación de esta escritura es un aliciente irresistible, y nadie quedará con la sensación de haber sido embaucado otra vez por el efectismo sin contenido sino que, por el contrario, sabrá que el esfuerzo valió con creces la pena. Este libro se llama como el que yo una vez escribí debe ser, sin duda, la obra poética más profunda y sincera que se ha escrito en los últimos diez años, y si no fuera porque la poesía ha sido excluida de las artes populares de este país, su impacto puede ser comparado con otras joyas como son La Nueva Novela, de Martínez o Purgatorio, de Zurita. Quien crea que exagero, debe considerar que sólo la segunda obra -dada las condiciones históricas de la época- fue considerada de inmediato un impacto para la poesía, mientras que la obra de Martínez es un manjar que hace muy poco comenzamos a disfrutar. Pero estos tiempos no son para la poesía y eso se siente en la poca relevancia pública que éste y otros libros tiene en la actualidad. Si las cosas mejoran a futuro, estoy seguro de que el libro de Hernández se inscribirá en los anales de la poesía chilena, como el desde y el hasta de una generación. En efecto, si los 80 fueron una generación náufraga, y los noventa la poesía estuvo marcada por el individualismo, Hernández indica el camino que está asumiendo la generación de menos de 25 años para el futuro de la literatura. Su poesía reúne una cantidad innumerable de influencias tan notables (desde la antipoesía, pasando por el barroco y hasta el romanticismo más puro), que al ser amalgamadas producen un extraño efecto de dulzura y rabia, de ternura y crudeza. Nos encontramos con poemas de un discurso directo y combativo como D.S.E (porque nuestras bocas no hablaron/ alguien abre nuestros ojos a las esferas celestes del pescado) hasta la calidez naif, incluso lárica, de Nuevos contribuyentes a la vacilación. Antes que un arte de estilo de la "voz propia", el texto de Hernández es una búsqueda de contrastes, una muy posmoderna combinación de voces y recursos trabajados inteligentemente y que desde luego desesperará a quienes busquen una lectura unidireccional (reaccionaria), o la voz ética del verdadero sujeto tras las palabras.

Y es precisamente porque la voz de Hernández es colectiva que Este libro... es ante todo una olla común de la nueva poesía, una búsqueda solidaria de conexión con el mundo poético que lo circunda e inspira. En su anterior libro, NO! (Ediciones del Temple, 2001), Hernández ya daba indicios de esa búsqueda, al incluir en su trabajo "individual" las voces e imágenes de sus compañeros poetas, y al incluir un poema célebre y decididoramente "generacional" como lo es No a las respetables putas de la belleza. Pero en este libro sin duda esa búsqueda se resuelve vía poesía y no resulta tan introducida a la fuerza como en el texto anterior, que posee una impronta mucho más proselitista y juvenil. Aquí, por el contrario, nos encontramos ante un trabajo más maduro, y cuya pulsión en la búsqueda de una voz colectiva va más allá de la simple necesidad de compañía en las soledades y competencias mercantiles del nuevo milenio, sino que apunta hacia un fin más profundo. Lo que Foucault llamaría, la muerte del autor.

Hernández quiere desaparecer en una voz colectiva que lo supera. Quiere fundirse - en un acto que puede ser tan irónico, cobarde como solidario - con la "tradición" y formar parte del susurro de la misma. Pero esa actitud, tan "posmoderna", dirán algunos, no revela más que la necesidad de vínculo con el Otro, el deseo (incluso la dependencia) de pertenecer a algo mayor, en definitiva a un proyecto, tan ausente en la generación de los 90. Ese anonimato poético queda expresado, sin duda alguna, en el último y quizá más logrado en la trilogía última de poemas del libro: Todo puente se llama ficción, Cuando hay signos de que la obra podría desaparecer y Cuando la obra ha desaparecido para siempre. En el primero, Hernández asume la alineación de la otredad y el precario vínculo con sus congéneres como una suerte de miedo al prójimo, muy propia de nuestros tiempos (Entre tú y yo hay un abismo que a los dos nos aterra, que se parece al Vuestro tiempo y vuestro espacio, no son ni mi espacio ni mi tiempo, de Huidobro), y proclama la ficción como el inútil refugio ante dicho estado (No soy yo quien escribe porque escribir es desaparecer). Mientras en el segundo vuelve hacia sí mismo desaparecido, en una suerte de sujeto desdoblado al que llama, irónicamente, Homónimo. Homónimo, o sea, del mismo nombre (empieza con H, como Hernández), es una suerte de muñeco grotesco del hablante ventrílocuo que lo sustituye en la escritura y la propiedad del libro. Homónimo es la voz ausente de toda una generación y la vez es la voz hueca, vacía, que genera esa ausencia. De este modo, mientras Homónimo lucha esquizofrénicamente con Hernández por la propiedad de la obra, es la obra misma la que se va desarrollando, a la manera como Fellini filmó Ocho y Medio o como Proust escribió En busca del tiempo perdido: escritura barroca que busca la disolución del hablante en la historia misma, pero que en Hernández no es más que la disolución en la voz colectiva.

Así, finalmente, el gran susurro de la tradición, o sea, Homónimo, es el que vence. Hernández, el "autor" del libro, no es más que un personaje más en la trama de la poesía nacional y de su generación. Hernández sólo puede decir que el libro escrito por Homónimo se llama "como el que yo una vez escribí" pero que, irónicamente, no recuerda.

Para quienes creían que la poesía se terminó con la Dictadura, aquí hay una noticia: Existe sabia nueva alimentando el árbol. Hace mucho tiempo que no teníamos oportunidad de leer una obra que transmitiera tanto sentido de solidaridad generacional de manera no panfletaria ni "quejumbrosa", sino recurriendo a la mejor arma que la poesía jamás podrá tener: la palabra.

 

 


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