«La belleza de pensar que la palabra "perro" no muerde» Hernán Lavín Cerda, México, D. F.: Ediciones Eón (Narrativa) / Facultad de Filosofía y Letras [UNAM]. 2009
Hoy amanecí hablándome en argentino, como si nada, mientras la sombra de Carlos Gardel, colgando de la cruz de madera oscura, me decía entre la niebla de Buenos Aires:
—Nunca olvides que un hombre se propone la tarea de dibujar el Mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara. Somos el dolor, el júbilo, la voz y de improviso el humor de aquellas líneas. Ahora y en la hora, recuérdalo.
Estuve a punto de pronunciar tres palabras, sólo tres, pero la imagen de Gardel colgando de aquella noche oscura en la cruz, desapareció más allá del aire. De cualquier modo, no había noche, nunca hubo noche: únicamente niebla en aquel puerto de Buenos Aires alumbrado por una lámpara invisible.
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Para este Mundo rabiosamente Inmundo, la comunidad de los cómicos equivale a la cofradía de los santos.
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Primavera de 1973. Descubrimiento de aquel país oculto, más oculto que nunca. Desde lejos me dicen que algo se llama Chile, todavía. Y su epitafio, de sombra en sombra en sombra, no es más que la sangrienta luna.
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De otros diluvios, apenas, alcanzo a oír las palpitaciones de una paloma cuyo plumaje es de color paloma. Para decirlo en castellano antiguo, solitariamente, una paloma de plumas crepusculares, ubicua en el nombre de Dios, y nada más. Fuera del tiempo. Una paloma de ojos casi amarillos donde no habita nadie: sólo el rumor de ella misma.
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Al mediodía del jueves te compraste aquel zapato izquierdo en la Casa Filippo D'Alessandri, porque estaba muy bien, muy zapato de muchísima alcurnia, y muy de oferta. Qué linajudo el brillo en la curva del empeine: un estilo aristotélico donde sólo reina el esplendor, la pureza y el equilibrio. Es imposible olvidar el júbilo de tus ojos, cuando el larguísimo pie de tu pierna izquierda fue penetrando en la bóveda de aquel zapato del lado del corazón.
Saliste a la luz débil de la calle Huérfanos, en Santiago de Chile, con el izquierdo en el túnel de tu zapato de piel de vacuno elegante, la más pura piel de España, y con el derecho en el aire de la primavera, sin zapato y más desnudo que nunca. Transcurrieron casi treinta días, veintisiete, para mayor exactitud, y en la Casa Filippo D'Alessandri nadie responde aún por tu zapato derecho, o más bien por la desventura de tu paciente y larguísimo pie desnudo, que no puede penetrar en la bóveda de aquel zapato del otro lado del corazón.
Así como van las cosas, tu destino es sobrevivir en la orfandad: el notabilísimo pie izquierdo en la atmósfera clásica de su zapato izquierdo, ahí donde palpita el corazón, y el pie derecho en el destierro de aquel zapato que probablemente no llegará nunca, aunque el nunca no viene solo: siempre, casi siempre es nunca jamás.
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Como Giuseppe Ungaretti a principios del siglo XX, yo también busco el esplendor, la sutileza y el entusiasmo de un país inocente.
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Con olor a zapato de cuero de animal vacuno, como se decía antes, emerge este rugoso papel donde voy escribiendo el fenómeno que aún llaman vida, nuestra vida que no sólo es escritura. Olor a maniquí de cuero de animal vacuno, y a zapato, sí, olor a zapato de animal vacuno en este papel de color invierno donde me escribo, apenas, me voy en luz, de sombra y de luz, a falta de las antiguas y sagradas escrituras.
Se me aparece, entonces, la temperatura en aquel vuelo de Roque Dalton situado en Praga, y todavía es el 7 de septiembre de 1966. Muy blanca es la pequeña pata del conejo, casi una miniatura que cuelga junto a la luz monástica del gran reloj. Hemos penetrado más allá del umbral de la taberna U Fleku: cerveza, rubias de ojos inmóviles, ojos que sólo sonríen, y humo en el aire donde ya no brilla el aire. Humo del color del oro más antiguo, el oro viejo de la cerveza, y más y más cerveza abrumada por la espiral del humo.
Dalton no sólo es, no sólo fue poesía. También es suspicacia, entusiasmo, crisis, humor de cirujano plástico, nervio, hipérbole, más nervio, hiperestesia, vaivén siempre lúdico y visiones que aún se fragmentan. En él ya aparecen el acoso, la penumbra y la tragicomedia de un tanque soviético. Nadie sabe lo que sabe, la nieve de Moscú se ilumina como la sangre de Rasputín, y el estupor puede ser muy lúcido o muy estúpido como la soberbia de los tanques enviados desde la Unión Soviética, allí donde sólo respira el cadáver de Fiodor Dostoyevski.
"Tener fe es la mejor audacia, y la audacia es bellísima". O bien: "No hay héroes posibles cuando la tempestad ocurre en un oscuro mar de mierda". O bien: "En este instante, alguien está muriendo por tu causa. ¿Habría que rezar? ¿No crees? El amor es una cuestión de lubricantes". O bien: "Así como la blasfemia es la ratificación de Dios, el anarquismo es la ratificación de un orden que se muere de risa. Escoger entre los mundos posibles: he ahí el castigo divino".
Me iré cuando se pueda, mañana mismo, ahora o nunca -dice Roque Dalton bajo su impermeable del color de la cerveza—. Praga es una ciudad bellísima, premonitoria, con muchos ángeles que aún vienen de la Edad Media. Pero no es lo mío. Yo soy un latinoamericano de tierra caliente: necesito vivir junto al desliz trepador del quetzal, con su cresta de plumas verdes y su larga cola, así como entre los granos del café al aire libre, y no muy lejos del perfume de los naranjos en flor. Por si fuera poco, en la lengua de Praga no abundan las vocales a la luz del día, y no podré sobrevivir durante mucho tiempo en un mar de consonantes. Más allá del idioma, presiento que algo muy grave sucederá en esta zona del Mundo. Estoy a punto de concluir un largo texto poético, "La taberna", donde a través de un montaje integrado por voces múltiples, se revelan algunas cosas. La seducción de Praga es evidente, sin duda, como el ritmo elegante
de los cisnes en el gran espejo de aguas que respiran, de siglo en siglo, en alguno de los palacios. De cualquier modo, me iré de aquí el lunes de la próxima semana, sí, antes que sea demasiado tarde. ¿En qué piensas cuando digo lo que acabo de decir?
—Tal vez en nada —sonreí sin darme cuenta—. Nunca podré olvidarme del corazón del U Fleku. En ese umbral, todo sube al cielo por primera vez: el humo en sus espirales, con lentitud de paquidermo, y la cerveza del color del oro más antiguo. Tal vez en nada, mi querido Roque, sólo pienso en nada. No es algo fácil, aunque todo se alumbra. No es fácil, pero al fin sucede.
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Hernán Lavín Cerda, México, D. F.: Ediciones Eón (Narrativa) / Facultad de Filosofía y Letras [UNAM].
2009.
[FRAGMENTO]