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Textos poéticos de Hernán Lavín Cerda

Concierto para dos cuerdas



CUANDO LOS HIJOS SE DESPIDEN
(Primer movimiento)

 

Nunca sabremos por qué los padres tienen hijos,
si al fin los hijos desde la cuna
se van, llorando en un abrir
y cerrar de ojos se van, vienen y se van,
al fin se van desde el abismo de la cuna,
se van con asombro y júbilo, tartamudeantes,
más allá del temblor de la luz, se van de sombra en sombra.

Nunca sabremos por qué los hijos tienen hijos,
si al fin los hijos se van, con la sombra y la luz de la cuna
o sin la luz o la sombra de la cuna se van,
desde el abismo de la cuna se van, felices,
de tumba en cuna, de cuna en tumba se van
llorando, se van cantando, y seré
y no seré pero habrá todavía una lámpara, se van bailando.

Nunca sabremos por qué los hijos
de los hijos, otro vaso y me voy,
tienen todavía hijos, si al fin los hijos se van, otro vaso,
tiempo, qué lindo vaso y me voy, tiempo, se van de sombra en sombra.

¿Por qué se van? Un minuto
de alegría y de silencio. ¿Qué sucede? ¡Vayanse al diablo!

Nunca sabremos por qué los hijos de los hijos de los hijos
quieren transfigurarse, quieren volverse padres en un solo día,
si al fin los futuros padres, ohhh locooos, un minuto
de silencio y de locura, también se van, se fueron,
si al fin se van, no dejan de irse,
al fin nos vamos hacia la fosa del amanecer, de cuna
en tumba nos vamos y nos vamos para siempre.

 

 

CONCIERTO PARA VÍRGENES
(Segundo movimiento)

Con púas de concha se toca la cítara,
sólo con púas en triángulo se la toca más allá de las cuerdas
para que cante como las vírgenes de la Antigüedad, aquellas vírgenes
de la primavera con fragancia de cielo,
aquel cielo casi líquido, las vírgenes más hermosas.

Bienaventuradas sean las púas
del pulso vital, del impulso carnal más allá de las cuerdas
donde la cítara se estremece tocándose
y tocándonos, casi loca en su pulsación, aunque sutil y súbita
en la más frágil de las corduras, la cordura más antigua,
la tembladera en la encordadura
que vibra desde el abismo como las lenguas de una serpiente.

Bienaventurada sea la magnífica
bajo el desliz pulsátil de las púas de concha
que han hecho de la cítara una música de arcángeles
en lo profundo de aquel cielo casi líquido, no habrá staccato,
lo celestial se ha vuelto sutileza, magnífico sea el impulso
en el mediodía del Génesis y en la medianoche del Apocalipsis.

De otro modo no hay música, maestro, no habrá música
si la púa mayor desaparece
y al fin es afonía como la lengua
de la más vieja cítara, ese animal sordomudo
entre las lenguas de la serpiente más ambigua.

Con púas de concha, sólo con púas en triángulo
se la toca más allá de la muerte, lejos,
más allá de la resurrección en la cuerdas
para que finalmente cante como las vírgenes.

De otro modo no hay música, maestro, no habrá música
y la cítara será un arcángel extraviándose más allá del mundo,
será una música inaudible para siempre, lejos
de todo, del pulso, sutil y súbita, del impulso, inaudible y lejana.

Música de cítara, el infinito está lleno de ojos,
música de ambigüedad y de cordura,
cada virgen con el soplo de su música, la cítara
tiembla una vez más, cada virgen con su música.

 

 

BEATO DE LIEBANA

Estoy escondido en este monasterio desde el siglo VIII
y todavía no sé cuál es mi verdadero nombre
aunque todos me dicen Beato, monje Beato de Liébana.
Tampoco sé cuál es la verdadera imagen de mi rostro,
pero me alivio al ver las aguas del río Deva
.. .. .. .. .. en el verano:
son del color de aquellos pájaros de ojos muy agudos
que sólo vuelan en círculos concéntricos
desde los Picos de Europa.

Siempre estoy escondido y nunca abandonaré el claustro
donde todavía es posible sobrevivir en calma,
aunque a menudo sueño con ángeles
.. .. .. .. .. y demonios del Apocalipsis.
Por medio de estas láminas policromadas,
combatiré a los herejes que aún dicen o piensan
que Jesucristo es solamente un hijo adoptivo de Dios.
A esos adopcionistas les ofrezco mis caballos
cuyas colas son larguísimas serpientes
con el único propósito de morderlos hasta el fin de los siglos.
Para ellos están destinadas estas bestias
.. .. .. .. .. del cielo y del infierno
con sus cabezas leoninas, sus enormes garras,
sus rabos como ofidios arrastrándose
junto a la sombra de las rocas
que parecen haberse desprendido de los altos
.. .. .. .. .. de Piedrasluengas.
Creo que Elipando, el de Toledo, persistirá en su error.
Y Félix, el obispo de Urgel, no deja de perseguirnos
a Heterio y a mí, porque estamos en contra
del adopcionismo que quisiera expandirse por el mundo.

Aún estoy escondido en este monasterio del siglo VIII
y nadie sabe cuál es la verdadera imagen de mi rostro:
casi nadie me ha visto desde aquel día lunes,
.. .. .. .. .. cuando me escondí para siempre
en una de las celdas de Santo Toribio de Liébana.

Durante la primavera del año pasado,
alguien abandonó en la sacristía
un ejemplar de la novela El nombre de la rosa:
después de leer el libro con cierta inquietud,
me atrevo a decir que Umberto Eco
supo de mi vida un poco tarde, casi en el Apocalipsis.

Sin embargo aquí me tienen,
oculto en algún rincón del monasterio
donde seguiré fabricando nuevas láminas policromadas
en defensa de la bendita imaginación
que hizo del Padre y del Hijo una sola naturaleza.

 

 

¿ALGUIEN HA VISTO A DIOS?

Como fue escrito desde mucho antes
que existiera la Escritura,
"Los últimos
serán eternamente los últimos,
agobiados por el tiempo
de la infernal o santísima crueldad,
o tal vez por la belleza
que aún existe en el aire de tanta belleza".

¿Qué se hizo Dios? ¿Alguien ha visto
a Dios en aquella inocencia tan suya,
el entusiasmo de algunos niños
o la gracia de su impulso,
tan suya desde siempre?

¿Dónde estará todavía, sutil o piadosa
y obstinadamente, si existe incluso aquel todavía
desde donde quién sabe si estuvo alguna vez
o nunca, o nadie, quién sabe si tal vez nunca estuvo, todo
es tal vez, aunque ese tal vez tan suyo y tan nuestro
podría ser nunca
o resucitar de haber nacido
o dejar acaso de ser o no ser nunca, Dios de nada y de todo?

¿Qué se hizo aquel Dios? ¿Alguien lo ha visto
bajo esa lluvia del otoño, iluminado
y enceguegido por la luz intermitente
de su antigua y nueva misericordia?

Como fue escrito desde mucho antes
que existiera la sagrada y ecuménica Escritura,
"Los últimos
serán blasfematoriamente los últimos,
tanto como los primeros, y todos habrán de sobrevivir, abrumados
por el tiempo, a la infernal o santísima barbarie,
y en todos aparecerá el alumbramiento de la belleza
que aún existe en el aire de tanta belleza".

 

 

EL ARTE DE AMAR
(La Danza del Péndulo)

Celestino amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico.

.. .. .. Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no lo crean.

.. .. .. Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia, pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.

Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.

 

 

ULTRATUMBA

Después de tantos años, sólo crees
en la democracia de la vida de ultratumba
donde se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación del hombre por el hombre.

Pasan los años, después de tantos, y la muerta
se subirá al cadáver de su muerto:
emplumada se sube, amorosa o suspicaz, culebreando,
y lo besa en los labios, ya sin miedo, lo besa con júbilo
y de pronto le muerde la lengua, ven a mí, se la muerde
hasta la consumación de los siglos.

—Qué falso es todo, amor mío —solloza la muerta y sonríe
después de quitarse lentamente las medias—:
qué falso, no te abandones, nunca
te dejes morir, no me abandones, qué falso
y hermoso es todo esto.

-Qué final, Dios mío, qué final -suspira el cadáver bajo la lluvia
y va respirando con la inocencia de un mamífero
que recién ha descubierto el amor, aquel amor de siempre,
en la democracia de la vida de ultratumbra
donde se supone que no existirá, tumbas adentro,
la explotación del muerto por el muerto.

 

 

METAMORFOSIS DE ROBERTO BOLAÑO
(1953—2003)

Desnacido y casi en los huesos, fuma
que fuma, se lo fumaba todo, al Mundo
y al Inframundo, incluso a Dios
y al Diablo, cuando yo lo conocí sin conocerlo
nunca, a los veinte años de su edad, más agudo,
socarrón y eléctrico que un colibrí en el aire
de su rabiosa y cruel incertidumbre.

Le gustaba mucho más el crepúsculo vespertino
que la tibieza del esplendor del mediodía:
siempre fue más infra que el Inframundo,
aunque no supiera muy bien dónde estaba el Inframundo.

Contra todo y contra todos, lejos de Dios
y de la Academia no sólo de la Lengua:
como francotirador, tuvo una puntería inconmovible
para disparar contra el ojo único
en la frente del pianista, que era él mismo,
con la más agria belleza de su leche tan suya.

Algún día estuve en Barcelona y no fui a verlo:
me gustan, ¿cómo negarlo?, y no me gustan los poetas más "malditos"
que noctámbulos: ya no hay malditos de verdad
en este Mundo o en aquel Inframundo:
se me enrosca y se me sube en su espiral la pituitaria,
tiembla en lo más profundo de mí el Gran Simpático
y me viene el sueño a lo bestia, un sueño a menudo ingobernable.

Recuerdo que se burlaba de casi todo, bendito sea, y de improviso
podía enterramos, bilosa y fraternalmente, el cuchillo por la espalda:
pobre niño tonto, menos lúcido que tonto, por fortuna,
¿en qué piensa uno cuando dice por fortuna?

¿Cómo, por qué, cuándo? Ni él mismo lo sabía, mientras
iba mordiéndose el hígado a flor de piel, no hay hígado
que no sea de pronto un cadalso, sí, a flor de bilis
y más bilis, con aquella ternura y soberbia
insuperables, como desde un precipicio aún más hondo que la hondura de Dios.

Lo dijo mejor que nadie en "El burro", aquel poema que aparece
y de súbito desaparece de su libro Los perros románticos:

"Me subo a la moto y partimos
Por los caminos del norte, la cabeza y yo,
Extraños tripulantes embarcados en una ruta
Miserable, caminos borrados por el polvo y la lluvia,
Tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos
Y ventiscas de arena, el único teatro concebible
Para nuestra poesía".

Vete al Diablo con tu metamorfosis, Roberto,
aunque el Diablo, como aquel Dios,
seamos nosotros, los que tal vez nunca
te olvidaremos, a pesar de todo.

Descansa en paz o, si lo prefieres, no descanses
en paz o en guerra, y sigue tu camino de animal romántico,
más de romántico que de animal perruno
y hasta la próxima, no te olvides, con dinero
o sin dinero, para decirlo al modo de José Alfredo Jiménez,
quien anda todavía por el Mundo y el Inframundo como tú, detrás de un hígado
de repuesto, la viscera casi inmortal, el higadillo del fervor y el entusiasmo.

Echaremos los hígados a favor tuyo, en tu nombre,
esperando que del manantial aparezca el invisible conejo de luz,
aquel milagro de la resurrección, ¿dónde estuvo la herida?, de una vez y para siempre.

 

 

CADA UNO SE DESPIDE

Cada uno se despide del mundo como puede:
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del envidiable sueño
y de la tierra:

supongamos que gorriones
y pelícanos, luciérnagas, mariposas
o tortugas con sus huevos
del color de la primavera en el hemisferio austral.

Así ha de ser nuestra despedida en esta noche
donde sólo escucharemos el canto
o más bien las lamentaciones de los grillos
como muchachas que se confunden
o gatos recién acostumbrados
a la evolución de su propia sabiduría.

Supongamos que me despido de tus labios
... . que descubrí en 1957,
cuando tú eras casi una niña, mejor dicho un ángel
de ojos inciertos como los de aquel caballo
que todavía nos mira con algo de estupor
... . y de tristeza
desde la profundidad del bosque lleno de nogales.

Cada uno se despide, ahora o nunca,
... . de la otra sombra
que algún día pudimos haber sido
con sus vicios y virtudes, su amor por la lluvia
o su debilidad por la música del cielo
cuyas estrellas desaparecen
... . sin ánimo de perjudicar a nadie
como conejos enloquecidos por la linterna del cazador.

Así ha de ser nuestra despedida, paso a paso:
adiós una vez más, entre robles de altura
muy profunda, nubes de color ámbar, cedros,
araucarias, avellanos y ardillas
... . que se ríen de nosotros
como la abuela Odilia desde su tumba de juguete:

supongamos que alguien cantará en el abismo de esta noche
donde las luciérnagas me dicen
que ya no eres una niña
y los pájaros vuelan en sentido contrario a la memoria
cuando uno se despide del mundo como puede:

me siento muy feliz, muchas gracias, eso era todo,
adiós una vez más, queridos
pájaros del mar, del sueño indomable,
más indomable que la tierra donde algún día nacimos,
tan hermosa, el aire sólo habla del aire, y tan benigna.

 

 

LENTO RESPIRA EL MUNDO

Lento respira el mundo en mi respiración.
Durante la noche, respiro tal vez
..... la noche de la noche.

Inspirar, espirar, respirar:
la fusión de contrarios, el círculo
..... de absoluta conciencia.

Me he sentado, cerca de mí, en el centro
..... del bosque a respirar.
Me he sentado, lejos de mí, en el centro
..... del mundo a respirar.

Lento respira el mundo en el viaje de mi respiración.
Lao Tse abre los ojos, abre y cierra
los ojos, pero no es el que habla.

Tampoco soy yo, con beatitud y asombro,
aunque también soy yo.

Es Antonio Colinas en el amanecer
..... de Brindisi, mientras Virgilio agoniza,
y alguien manda grabar en piedra

un verso suyo, largo, muy largo,
aquella línea del horizonte donde sólo aparece
la eterna respiración, esperando el rumor de la muerte.

 

 

EL ATAÚD AMARILLO

Yo, el ataúd amarillo, estoy muy triste
porque se me murió, dicen
que se me está muriendo el cadáver
y no puedo, dicen, no puedo, dicen
que no podré enterrarlo en mi vientre.

No hay espacio, cómo me duelen los huesos,
.. .. .. no hay espacio:
quisiéramos dormir, no es algo fácil,
vente a dormir aquí conmigo, es mejor que te subas,
y al fin me voy durmiendo poco a poco.

Sueño que aún estoy muy triste
porque no sé a quién corresponde
el cadáver, este cadáver que recién se nos ha muerto
.. .. ..y no sabría cómo resucitarlo en mi vientre:
no hay espacio, el cadáver sonríe, tiembla, sonríe,
se agita en su muerte sin caber en mí, no hay espacio.

Entonces yo, el ataúd amarillo,
.. .. ..escapo a través de la ciudad
y termino en el rincón de un velatorio público
donde me observan dos mujeres de edad indefinida
Una de ellas dice después de un largo silencio:

—Dios mío, este pobre ataúd,
como don Juan Rulfo, no tiene dónde caerse muerto
y le fallan las rodillas, que en paz descanse,
le siguen fallando los huesos y la memoria.
¿No crees que debiéramos morder su lengua
para ver si permanece mudo, si se levanta
o reacciona mandándonos al infierno?

—Claro que sí —responde la otra y muerde al ataúd
en una de las últimas articulaciones
de su cadáver que no tiene dónde resucitar
.. .. ..o caerse muerto.
Amarillo en su espíritu, el ataúd tiembla
y en su propio espectáculo
es capaz de emocionarse hasta las lágrimas:
"Esperé a tenerlo todo. Nos llegaban rumores".

De pronto salgo del sueño y no estoy muy triste
porque ya no me importa saber a quién corresponde
el cadáver que recién se nos ha muerto
y no hay espacio, la resurrección es amarilla,
.. .. ..nunca hay espacio
para sepultar al moribundo
en esta tierra de nadie, junto a los huesos
de Juan Rulfo que todavía nos alumbran, de olvido en olvido.

 

 

CON MÚSICA DE CLAVICORDIO

Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del trueno entre las lilas.

Ahora recuerdo que tú sangrabas
por la nariz como una loca
y yo ejecutaba, sobre el clavicordio de juguete,
la simulación del Vals de los Vampiros.

Ahora recuerdo que al fondo se escuchaba el miedo
de la vaca acercándose a los ojos del toro,
y las abejas, sin colmena, eran como terneros
extraviados en los últimos días
de aquel invierno con poca lluvia.

Ahora recuerdo que yo mordía mis labios,
pero en cada mordedura tú temblabas como una loca
mientras oíamos la música, siempre la música
del Vals de los Vampiros en el clavicordio de juguete.

Y escuchábamos, más allá de la sangre, en el jardín,
la viscosidad del trueno entre las lilas.

 

 

VISIONES DESDE EL SACRÉ-COEUR

Aquí me tienen todavía en el umbral
de la Basilique du Sacré-Coeur, mirando y mirando, viéndome
pasar el Tiempo, eso que aún llaman Tiempo, todo
el zarpazo, la antigüedad y el esplendor del Tiempo
en el desliz vibrátil sobre las alas
de aquellas mariposas que tal vez ya no existen.

Vuelan los cielos de un cielo a otro cielo, más allá de la Tour Eiffel,
con estrellas o sin estrellas:
todas van hilando una red
como un tejido de palpitaciones invisibles.
Se vuelan por encima del aire, sin saber al fin por qué se vuelan.
Sin embargo, el cielo de París es una voladura en equilibrio permanente.

Recuerdo los ojos casi azules de aquel mono blanco
que también veía pasar el Tiempo, eso que aún llaman Tiempo, todo
desde las cumbres del Himalaya:
más que verlo pasar, aquel mono
escuchaba el transcurso del Tiempo bajo las nubes eternas.
Como si fuera un sordo, aquel mono blanco
tenía el privilegio de percibir desde las cumbres,
como a través de un rumor inagotable, el paso del Tiempo.

De pronto, una voz desconocida va dictándome
al oído, desde el punto más alto
de la no muy lejana Tour Eiffel:


"Viví en un callejón donde llegaban
a orinar todo gato y todo perro
de Santiago de Chile.
Era en 1925
Yo me encerraba con la poesía
transportado al Jardín de Albert Samain,
al suntuoso Henri de Regnier,
al abanico azul de Mallarmé.
Nada mejor contra la orina
de millares de perros suburbiales
que un cristal redomado
con pureza esencial, con luz y cielo:
la ventana de Francia, parques fríos
por donde las estatuas impecables
.. .. .-era en 1925-
se intercambiaban camisas de mármol,
patinadas, suavísimas al tacto
de numerosos siglos elegantes.

En aquel callejón yo fui feliz.

Más tarde, años después,
llegué de Embajador a los Jardines.

Ya los poetas se habían ido.

Y las estatuas no me conocían".

¿Quién es el que habla de aquellos siglos elegantes?
¿Será el simbolista Stéphane Mallarmé
desde la espiral de Rubén Darío y el asombro de Pablo Neruda?

Aún me tienen aquí, todavía, en el umbral
de la Basilique du Sacré-Coeur, viendo y viendo, mirándome
pasar aquel fenómeno que dudosamente llaman Tiempo, todo
el arrebato, la ambigüedad y el estupor del Tiempo
en el desliz vibrátil sobre las antiguas y nuevas alas
de aquellas mariposas que tal vez ya no existen.

 

 

ABANDONADO EN SU PALACIO

Al espíritu de Salvador Allende,
con una sonrisa casi invisible.
¿De vuelo en vuelo?

Perdido en su Palacio de Gobierno,
el Capitán General no puede más
con el fantasma del Presidente asesinado
en aquellos días del crimen casi perfecto.

Pero pasan los años y al fin se sabe
que nada es perfecto en este mundo,
cuando los cadáveres suben, bajan, vuelven a subir
por las escalinatas del Palacio de Gobierno
donde el Capitán General es un verdugo con nostalgia
como si fuese el último caballero de la Orden del Terror
derrumbándose del caballo a cada instante, sin mucho estilo.

Abandonado en los rincones del Palacio,
el Capitán General descubre, impasible, que ha perdido la memoria:
ni siquiera sabe cómo se llama, por qué tiemblan sus manos
y no puede más con la ambigüedad o el entusiasmo
del fantasma que lo despierta cuando duerme
y lo hace dormir entre sus víctimas cuando está despierto.

El Capitán General no dispone de los beneficios
que a veces hay en la lucidez de la decrepitud:
simplemente es una víctima de su propio verdugo
y no puede escapar, aunque lo sueñe,
del fantasma del Presidente asesinado
en los días de la conspiración casi perfecta.

Pero pasan los años y al fin se sabe
que no hay nada perfecto en este mundo,
ni siquiera el crimen organizado como una obra de arte.

 

 

AQUÍ NO SE MUERE NADIE,
TAN-TAN, PUTILLA DEL RUBOR HELADO

Al espíritu de Jaime Sabines,
de vuelo en vuelo.

Aquí no se muere nadie
porque así está escrito en el aire del mundo
y así lo soñaste tú: ni nada ni nadie.
Aquí no se nos muere ni la muerte misma
en gloria, mansedumbre, algo de júbilo, pesadumbre y majestad.
Aquí no se muere nadie, carajo, caramba, patibulariamente,
aquí no, siempre no, caray, carajote, aquí
no se nos muere ni la Chirifusca, ni la Putilla
del Rubor Helado, ni la Pelona, ni la Tía de las Muchachas,
ni la Novia Fiel, ni la Huesuda, carámbamelo,
ni la Jedionda, sí, carímbamelo con circo
o sin circo, ¡por la divina y reverenda farándula!

Ni la eternidad se nos morirá nunca
en un ambiente de presunción o de jolgorio:
no por ser eterna sino porque ya no hay espacio
para recibir a todos los muertos que en el mundo han sido
y que sólo quieren resucitar a la vuelta
de la esquina, ¿se dice así?, nadie
lo sabrá nunca, ¿de cuál esquina
me hablas o quién sabe si nos hablan?

Los vivos y los muertos quieren vivir con absoluto entusiasmo
como nadie ha vivido en este mundo todavía:
resucitar a cada instante, sin morir hoy, nunca, ni tal vez mañana,
con los ojos abiertos como aquel Lázaro de Jesús
entre aquellos Lázaros que aún se multiplican
y sollozan sin tregua porque al fin, después de casi todo, envidiable
y eternamente lo sabrán, lo saben, ¿quién habla?, sin duda que lo sabrán Todo.

 

 

LOS ÚLTIMOS DÍAS

Siete días antes de cortarse las venas
con un puñal que llegó de Moscú, Adolf Hitler
ya se había sepultado con sombra y todo
en el asombro y la espesura de su ombligo,
aquella telaraña del infierno que sólo es de Nadie,
aquel Don Nadie tan moribundo como Friedrich Nietzsche
en la más antigua caverna de los dioses.

—Me voy sobre la nieve de Berlín sin verme casi por dentro,
de vena en vena, gota a gota, de sangre en sangre
como en aquellos años del célebre Calígula:
olímpico de mí, se va en el péndulo de mi sueño esta sangre
que únicamente sueña con abandonar el Mundo de führer en führer:
olímpico de mí, se va en el péndulo de mi sueño
esta sangre, el esplendor y la penumbra del Tercer Reich en esta sangre.

Ahora empieza a caer otro poco de nieve
sobre el movimiento pendular de la sangre de Berlín en tinieblas,
y Adolf Hitler sonríe y llora, solloza y se ríe
sin saber por qué llora y sonríe bajo el crepúsculo de su ombligo en llamas.

—Me voy de Mein Kampf en Mein Kampf, todos vienen desde las honduras
y van en mí pudriéndose, me voy de precipicio en precipicio:
se va en mí lo más puro y turbulento de esta sangre
universal, me voy de Nietzsche en Nietzsche.

 

 

AL ESTILO DE LOS CONVULSIONARIOS
EN AQUEL PARÍS DEL SIGLO XVIII

Desde que nací estoy en crisis, le dije a Dionisia Buffon,
cuya conducta fue de pronto como la de los convulsionarios
en aquel París doliente y equívoco del siglo XVIII:
muy supersticiosa, tocada por el impulso
de un espíritu lujurioso, tal vez
clásico, y vorazmente carnívora: polvo y carne y sombra,
desde que nací estoy en crisis,
no somos ¿casi nada?, sombra y carne y polvo.

Desde que nací estamos en el aire, todo es confuso
y convulso como aquella luz invisible que se estremece
en la mirada de Dios: —Estoy en crisis, aún estamos, estoy en crisis,
le dije una vez más a Dionisia Buffon, la reina
de los que van y vienen a través del anillo de su locura.

Ese reino muerto vive todavía en los ojos
de Dionisia, cuya conducta seguirá siendo como la de los convulsionarios
en aquel París equívoco, insufrible y esquivo del siglo XVIII:
muy supersticiosa como si se hubiese descubierto a sí misma
en las profundidades de un libro de piedra.

—No sufras, amor mío, porque no vale la pena y yo también estoy en crisis
desde antes de nacer, desde mucho antes, como la espuma
del mar más antiguo y antes del vuelo sinuoso
del único, aquel mar de siempre, el que viene de muy lejos.
Tú dices que soy vorazmente carnívora en lo diurno
y lo nocturno, y es muy cierto: soy polvo y carne y sombra
desde que vine al Mundo, aún estamos en crisis
y no somos más que sombra, carne y polvo.
Bendita sea la crisis: esta pobre mano, el pie, la pobre vida,
¿dónde está el pie que nunca dejará de pedir su limosna?
Tal vez debamos observar la calma de los dioses a lo lejos, más allá de la espuma.

 

 

VIAJE ALREDEDOR DE LA SEÑAL

Dicen que aún me llamo Jorge Luis Borges,
aunque más bien pertenezco a la estirpe
de Bernardo Soares, aquel antiguo alquimista
del pensamiento como nunca
ha sido, como todavia no es:

-¿Dónde está el hábito que nos ayuda a sentir
que somos inmortales?
¿Dónde están las dudas
que llamamos, no sin alguna vanidad, metafísica?

Estoy llorando mucho, no sé si todo es Dios, no me caben
las lágrimas, sin relación de causa
¿a qué efecto?, con el puño en el pecho
o persignándome, a quienes lo saben
yo les pregunto y sobre el vientre me echo
a sus pies sin pies que pisan sin pausa.

No sé si todo es invisible como el asombro de Dios,
quien levanta el pulgar de la mano derecha con júbilo
y dice desde muy cerca y muy lejos:

--Llevamos una señal en la frente, todo ocurre
por primera vez, y otra señal en la nuca.
A veces nos parece que adelante está el signo de la vida
y atrás el de la muerte.
Pero hay días en que el orden se invierte.
Y hay todavía otros días
en que llevamos adelante y atrás
la misma señal.

Estoy llorando mucho y nadie sabe
si todo es Dios, dicen, no sé si todo, dicen
que todavía estoy llorando mucho:
nadie sabe si por la señal de la frente
o por la milenaria señal de la nuca.

Estoy un poco triste por debajo de la conciencia.
La civilización consiste en ofrecer a algo un nombre
que no le compete, y después soñar sobre el resultado.
Lo cierto es que el nombre falso y el sueño verdadero
han dado origen a una nueva realidad:
el objeto se vuelve realmente otro.
Aún estoy en mi cuarto y soy menos despreciable.
No dejo de escribir palabras como la salvación del alma:
anillo de renuncia en mi dedo evangélico,
joya sin brillo de mi desdén extático.

Dicen que aún me llamo Alberto Caeiro, alias
Bernardo Soares, aunque más bien pertenezco a la estirpe
de Jorge Luis Borges, aquel antiguo alquimista
del pensamiento como nunca
ha sido, como todavía no es:

—¿Dónde están las dudas
que llamamos, no sin alguna vanidad, patafísica?
¿Dónde está el hábito que nos ayuda a sentir
que somos vanidosamente inmortales?

 

 



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