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La encarnación de los iluminados

Por César Arístides
Revista Los Universitarios
Universidad Nacional Autónoma de México, N°16, Enero de 2002


Recientemente, el poeta y narrador chileno Hernán Lavín Cerda publicó la novela Los sueños de la Ninfálida, suma de sus obsesiones en donde mezcla con su peculiar estilo elementos poéticos, argumentaciones oníricas y rigor expresivo. Los Universitarios platicó con el también catedrático universitario de la UNAM sobre esta obra, sus preocupaciones literarias, afectos artísticos y hallazgos.


- Novela del delirio y la nostalgia, etérea, alegórica... ¿dónde surgen las ideas para escribir este documento narrativo ambicioso y lúdico?
- Tengo la sospecha, casi la certidumbre, de que el disparador que dio origen a esta novela fue la presencia de algunos personajes que acompañaron mi infancia en Santiago de Chile; vagabundos, podríamos decir locos proféticos o locos sagrados, como se les llamaba antiguamente, en especial en la antigua Rusia antes de la revolución de octubre que dio como origen el nacimiento de la Unión Soviética; individuos trabajados en la literatura por escritores como Dostoyevsky, Gógol, Chéjov, Andréiev —en él se da mucho la aparición de este tipo de personajes. Estas personalidades eran muy cuidadas, protegidas en la antigua Rusia, se les escuchaba atentamente, dentro de su delirio había verdades que la población tomaba en cuenta pues seguía con interés algunas de sus visiones; en cierto modo ellos eran como iluminados adelantados un poco a su tiempo, veían más de lo que ocurría en ese instante, predecían cosas, sucesos que posteriormente transformaban las ciudades. En el caso de Chile, los personajes que yo conocí tal vez no eran tan visionarios pero conformaban el germen de una visión asombrosa. Uno de ellos era conocido popularmente con el nombre de "El gloria a Dios", este personaje de origen humilde se la pasaba brincando en una calle del centro de Santiago de Chile al tiempo que gritaba: "¡Gloria a Dios, gloria a Dios, gloria a Dios!". Era un hombre fuerte, musculoso, pues hacía mucho ejercicio: se la pasaba saltando todo el tiempo. En 1991, cuando volví a Chile después de 18 años de exilio, pregunté por él, me llamó la atención no encontrarlo y pensé que tal vez habría muerto, pero algunos periodistas y amigos me dijeron que estaba enfermo; también me enteré que algunas personas se ocupaban de él y de otros como él, pues existe el proyecto de hacer un libro sobre estos personajes de la ciudad y "El gloria a Dios" sería un personaje central. También existía otro hombre al que llamaban "El loco Marín", este individuo tenía una visión de las cosas demasiado compleja, realizó un organigrama para tratar de reordenar el mundo, pues pensaba que las Naciones Unidas ya habían cumplido su etapa y debían pasar a una fase superior, los dirigentes y discursos de este organismo eran demasiado terrenales a su juicio y necesitaban una dimensión ideológica más amplia con respecto al desarrollo de la humanidad. Así las cosas, planteaba un humanismo delirante pero contenido y en esto encuentro también planteamientos visionarios de "El loco Marín". Nuestro hombre sentía que los dirigentes de Naciones Unidas eran demasiado pragmáticos, él seguía sus discursos y analizaba todo, siempre estaba ocupado en esos temas, diseñaba la creación de un gobierno universal con seres más sabios, con ello expresaba entonces una locura vidente, más aún: clarividente.

Un día vi pasar por una calle de Santiago a un personaje vestido de blanco, como un fantasma; no hablaba pero llevaba un cartel con la leyenda: "El mundo necesita un gobierno de sabios, cuanto antes". El hombre tenía una barba blanca muy larga y paseaba por las calles de Santiago, todo mundo lo miraba como diciendo: "¿Quién será este pájaro un poco insólito?". Esas cosas quedaron dentro de mí; luego, quizá en 1985, en una muestra internacional de cine en la Cineteca Nacional de México, la cual señalo como mi segunda patria —esta afirmación la tengo en alguno de mis poemas, un poco con humor pero con algo de verdad, yo me pasaba mucho tiempo en la antigua Cineteca, que desgraciadamente se incendió, y ahora en la nueva; el cine es muy importante en mi obra poética y narrativa y en la novela de la Ninfálida no es una excepción—, en dicho lugar descubro una película, Nostalgia, la penúltima que hizo este gran poeta del cine —considerado así por Ingmar Bergman—, me refiero al ruso Andréi Tarkovsky, hijo del gran poeta simbolista ruso Arseni Tarkovsky. Este director ruso se despide del mundo con dos películas: Nostalgia y El sacrificio, en la primera hay un pasaje donde Doménico, un actor encarnado espléndidamente por Erland Josephson, es también una especie de loco sagrado, visionario de ascendencia italiana, que sube a una estatua ecuestre, un caballo de bronce, y lanza al mundo un discurso para posteriormente incendiarse y morir a la manera de un bonzo en llamas, como aquellos que proliferaron en el conflicto armado de Vietnam y que protestaban así por la guerra. Estos casos también se dieron en Chile, en la ciudad de Concepción, durante la dictadura militar; hubo un individuo llamado Sebastián Acevedo que también se incendió en la plaza pública. Existe un poema muy impactante de Gonzalo Rojas sobre este tema, yo tengo también una composición sobre el personaje. La escena de Tarkovsky me conmocionó, yo salí de la película temblando, recuerdo que estaba el crítico de cine Miguel Barbachano y me dijo: "¿Qué te pasa?, te ves muy descompuesto". Pero él se veía igual, los dos estábamos afectados pero al mismo tiempo admirados por la profundidad expresada por Tarkovsky en esa película; al parecer señalaba lo que estaba ocurriendo por aquellos años en Chile —debemos recordar que eran los últimos de la dictadura castrense. Tiempo más tarde, en 1991 y nuevamente en Chile, mi esposa y yo hicimos un viaje en autobús por la cordillera hacia Argentina; en Buenos Aires fuimos a pasear a un parque muy grande llamado Palermo, algo así como el bosque de Chapultepec. Mientras caminábamos por el parque nos encontramos de pronto a un hombre que salía de una camioneta, era un tipo alto, algo robusto, con una pequeña barba —creo que se llamaba Angelo pero no recuerdo el apellido, en mi novela se convierte en Alexandro García Pequenino—; tras él descendieron varios perros, ocho si no recuerdo mal —y esto puede alimentar más la ficción, pero creo que eran perras, no estoy seguro. Nos acercamos al hombre, quien de inmediato inició la conversación; platicaba locuazmente con nosotros, entre otras cosas nos dijo que el mundo está en peligro evidente a causa de la contaminación por ruido, actualmente esto es un lugar común en cualquier zona del planeta pero en sus palabras se apreciaba diferente, luego añadió señalando la avenida:

Todos esos hombres que pasan en sus coches, en las camionetas, hacen un ruido infernal, esa gente realmente está enferma del cerebro, algunos me dicen que yo soy un personaje insólito, quizá loco, pero los trastornados son ellos, no le permiten a uno conversar, pierden el arte de la conversación, de la concentración, se dispersan, por eso yo vengo a este lugar con mis perros, en este sitio encuentro la paz, bajo estos árboles, pues afuera enloquecería con tanto ruido, dicen que estoy loco, pero yo digo que son ellos pues contaminan al bosque, a la ciudad, con tanto ruido, con todo su aceleramiento, van tan rápido y no sé adónde, ni ellos mismos lo saben; por otra parte, y lo más grave, empiezan a contaminar la música de las esferas, la relación entre los astros, la armonía de las estrellas.

Este personaje nos habló del concierto estelar que nosotros no escuchamos por los ruidos que, de manera bestial, producimos; después conversó sobre la naturaleza y el crecimiento de las plantas, decía que las flores emiten aparte de perfume una suerte de sonido, de música, mientras se desarrollan; cuando terminamos la charla nos fuimos al hotel y me puse a escribir todas estas ideas transmitidas por el hombre, anoté lo más detalladamente posible esta experiencia en una libreta, a manera de apuntes; pasó el tiempo y de pronto todo se organizó, encontró su forma, primero en mi espíritu y luego en la necesidad de llevarlo a la escritura. En buena medida esto es el detonante de Los sueños de la Ninfálida.

- Estamos hablando del poder de la locura o de la supuesta locura, para ser más exactos, del poder de los seres iluminados, esto en cuanto a experiencias reales; pero del otro lado ¿qué hay dentro de las referencias literarias?
- Puedo mencionarte algunas referencias que han citado críticos literarios y colegas míos; por ejemplo hay nexos, tal vez lejanos, con la búsqueda del padre en Pedro Páramo, con el viaje constante hacia el interior y el exterior en esas regiones de los Altos de Jalisco que dan origen a la extraordinaria novela de Juan Rulfo. También se ha señalado que hay puntos de contacto más o menos evidentes con dos escritores sudamericanos: Felisberto Hernández, que también era pianista y se ganaba la vida como músico, y Leopoldo Marechal, autor de Adán Buenosayres-, de hecho ambos han comentado la relación y me hacen muy feliz, me siento demasiado honrado si existen analogías con estos grandes escritores. Se habla también de Macedonio Fernández, uno de los maestros de Jorge Luis Borges, y también de ciertas atmósferas que aparecen en algunos pasajes de Juan Carlos Onetti, y si esto se produce es porque fueron autores que yo leí y continúo leyendo. Y si debo hablar del orden estilístico, en mi lenguaje se advierte claramente el manejo del idioma en su función poética; pensado así, el abanico de vínculos se abre increíblemente. Pienso en Alejo Carpentier, Severo Sarduy, Lezama Lima, Carlos Fuentes y Fernando del Paso, en la obra de este último hay un punto esencial en el trabajo con el humor, sobre todo en pasajes de Palinuro de México; Fernando del Paso estudió medicina y en Palinuro está muy presente esta cuestión. En Los sueños de la Ninfálida también vemos esta inquietud científica, es una gran preocupación y, aunque yo no estudié medicina, te declaro una cosa: yo no estudié medicina porque en aquel tiempo la exigencia era muy alta para ingresar a la facultad de medicina en la Universidad de Chile y yo no tenía ese nivel al terminar la preparatoria, pero era otra de mis vocaciones y aparece de algún modo en mi escritura, tanto en la poesía como en la narrativa.

Pero hay otras revelaciones, por ejemplo Franz Kafka, algunas estampas de Woody Allen, de pronto cierta potencia expresionista y, sin duda, la pintura de Orozco; Luis Cardoza y Aragón, uno de mis grandes maestros, me hizo ver muchas cosas de este pintor. José Clemente Orozco tiende generalmente a lo dramático, pero tiene otras facetas que pueden apreciarse en sus dibujos hechos para periódicos, algunas colaboraciones muy combativas de gran crítica social y una parte tragicómica, tocada por un humor muy negro, sarcástico; algunos de estos elementos también están en mi escritura. Además puedo afirmar que en mi trabajo se encuentra un elemento sensorial, uno puede pensar en la influencia de uno de los clásicos fundadores de esta tendencia: Marcel Proust, pues cuando uno lo lee se filtran las emociones y la contemplación. Debo citar la antipoesía, el caso de Nicanor Parra es muy importante; cuando éramos jóvenes, en los sesenta, la obra de Parra era fundamental, esa especie de descolocación, arranque y arrebato surrealista o "surreachilista" o "surrealatinoamericanista", que no es el fermento del surrealismo literatoso a la manera francesa en cuanto a escuela o escolástica. No. Es expresión artística de América que se ocupa de nuestra cultura popular; hay algo chaplinesco de pronto, una necesidaden la que yo insisto mucho: la física y la metafísica, la payasada física y la payasada metafísica, ¿esa expresión, vendrá directamente del cronopio mayor, de otro gran antipoeta y antinovelista que es Julio Cortázar? Todos estos creadores me han marcado y otros más que en este momento olvido; el otro día por ejemplo, tomé un libro de Gabriel Miró, uno de los grandes estilistas de la literatura española, al leerlo noté que también había algo de lo mío, pues lo leía mucho y lo tenía olvidado. También descubrí un texto de Azorín muy divertido, con mucho humor, pues aunque tenemos la sensación de que Azorín era un hombre muy seco y de mucha economía verbal, es interesante poner atención en su forma de mirar, en este caso se trata de una mirada excéntrica, ocupada, casi de manera neurótica, en los detalles, los tics y otras cuestiones que no siempre advertimos. Pero en esto no inauguro nada, yo soy uno más de los miles que siguen diciendo estas cosas desde Aristófanes, que era otro de los grandes antipoetas, él ponía el mundo patas arriba en su momento; ese fermento de ver lo otro me ha atraído siempre, si no hay una búsqueda medio loca de lo visionario, lo que está más allá no me interesa mayormente; si no hay algo más allá de la realidad para qué calcarla. Pienso en Huidobro, él está también en mi escritura, y el cocodrilo mayor, Efraín Huerta, y poderosos espíritus presentes como Pérez Prado, Resortes, Cantinflas y Tin Tan en sus mejores momentos, los veo como grandes artistas aunque a veces los separamos porque no están en la academia, pero todo está unido allí, vamos todos juntos en este juego, finalmente se trata de dar más libertad, de enaltecer el atrevimiento: la creación es agregar algo más, para qué repetir la rosa, debemos hacerla florecer en el poema, debemos decir el árbol es azul sin dar explicaciones y provocar el salto en la capacidad de creación. Cuando tuve la oportunidad de leer un texto en prosa sobre la Coyolxauhqui de otro de mis grandes maestros, Rubén Bonifaz Ñuño, me quedé temblando, y cuando pude verla en el Templo Mayor me sucedió lo mismo, me pareció una obra impresionante, que concentra lo más antiguo y al mismo tiempo lo más moderno —por utilizar un término—, lo posmoderno, se acomoda absolutamente en la vanguardia si así lo deseas; fue realizada siglos antes de que se pensara en el surrealismo y sus creadores ya lo eran, todas estas visiones y conceptos que he mencionado tienen que ver profundamente en mi escritura.

- ¿Qué nos puede decir con respecto a la Ninfálida, este personaje memorable, enigmático y sensual?
- Te puedo responder con un lugar común: la Ninfálida soy yo, llevo mucho de este personaje dentro, además, esto no es del otro mundo. Hace poco estuvo en este país José Saramago y entre otras verdades dijo: "el personaje narrador, el personaje principal y el personaje secundario, finalmente son el propio autor, en última instancia todos son Saramago" y esto es cierto, uno se vale de esas distinciones para ayudarse como cuando trabajas dando clases y hablas del narrador omnisciente, del personaje principal, del protagonista y del personaje secundario, esto ayuda un poco a los críticos literarios para desarrollar sus esquemas. En el caso de Los sueños de la Ninfálida se buscó rescatar puntos esenciales de feminidad que todo ser humano lleva dentro; existe una atractiva sensibilidad en esta mujer, es una sensualidad refinada, no es totalmente abierta y al mismo tiempo hay una forma de comportamiento, una actitud de relacionarse con quienes la rodean que resulta muy sugerente. Hay momentos de escarceos amorosos que van in crescendo hasta el final de la novela, de repente ella rescata el texto y surge, con su joven enamorado —Luis Ambrosio—, una conversación del usted y el tú; en este pasaje se revelan aspectos determinantes sobre la manera de relacionarse entre estos dos seres, primero a través del lenguaje oral y después a través del lenguaje del cuerpo; la condición de duda que tiene esta mujer sobre la supuesta realidad real y sus anhelos afectivos contagia a su vez a los otros personajes con el deseo de saber más, hay una piedra allí, sí, pero qué más; eso también lo vemos a lo largo del libro. Está el mar, de acuerdo, pero qué más: "una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar..." —dice el compositor de música popular José Alfredo Jiménez— y así es, una piedra en el camino ofrece un trasfondo; en este sentido las frases encierran una gran verdad, gracias a este poeta popular en el ejercicio de la piedra en el camino hay también un movimiento metafórico, el lenguaje está puesto en esta dimensión y así la novela se sitúa todo el tiempo en una dimensión metafórica, desde la raíz griega metafero —que significa ir más allá—, no sólo en el sentido meramente literal del término sino también en su sentido esencial, pues la novela pretende ser un viaje infinito, una especie de travesía que no termina nunca y quiere ir siempre más allá, más allá, más allá...

- ¿En este sentido el "más allá" deviene en una orientación mágica y metafísica, pero díganos, cuál sería la propuesta?
- Yo le dejo al lector el libro para que lo interprete, entonces la obra se ubica, ¿dónde? más allá de la punta de tu nariz, más allá de tus ojos, más allá de tu corazón, más allá de tus sentimientos, más allá de tu vida, de los plazos que te marcas, más allá de esta encarnación que tienes hoy, más allá de este sentido de la vida y de la muerte que tienes hoy, más allá del más allá, finalmente esto representa el exceso de necesidad espiritual, finalmente es una novela que tiene un amplio contexto de espiritualidad; los personajes tienen hambre de encontrar toda esa riqueza y buscan, finalmente algunos se dan cuenta de que más que estar afuera aquello que necesitan, lo descubren en su interior pues lo llevan en el alma y en sus deseos, todos ellos. De allí puedo afirmar sin falsa modestia —no tengo por qué pecar en eso, lo digo muy tranquilo— que en este sentido, de la búsqueda del ser y la elocuencia de los personajes, la novela es universal, en eso di en el clavo, así como tantos colegas del oficio han dado en el clavo en nuestro idioma y en otros idiomas. Los sueños de la Ninfálida cubre esta hambre y la sed de justicia, los anhelos de la imaginación, hambre y sed de espíritu, insisto, hambre y sed de lo que está más allá de la punta de nuestra nariz. Piensa en todos los mitos y las leyendas, están en todos los seres humanos de todas las regiones del mundo, piensa en los orígenes, en los fundamentos de las religiones, en la necesidad de creer; en la novela hay muchos planteamientos esenciales del hombre que proviene de países como los nuestros, que tienen bases judeocristianas, por eso aparecen también personajes que tienen que ver con Cristo, con la Santísima Trinidad; el Espíritu Santo aparece algunas veces en la novela, el asunto está en qué circunstancias surge, obviamente no aparece en situaciones normales como un oficio religioso. Aunque con buena o mala fe, el lector encontrará cosas que yo ni siquiera sospecho, por eso cada lector es un coautor, es alguien que está creando el libro a su modo cuando lo lee, hace su propia versión, eso es lo maravilloso de este oficio.

- Existen referencias poéticas, por ejemplo Rubén Darío y Gustavo Adolfo Bécquer, y, en éstas, anotaciones biográficas: Fernando Pessoa y Pablo Neruda, ¿qué nos puede decir de esta identificación o predilección?
- Estas cosas surgieron sobre la marcha, pidieron su espacio para entrar en el juego de la novela; si pensamos en lecturas e inclinaciones sabrás que estos poetas siempre me acompañan —y muchos otros—, éstos son, puedo decir, los que tengo más presentes, pero están otros, quizá con la misma importancia, como ángeles de la guarda, que me llevaban de la mano mientras escribía la novela. Mencionaste el caso de Rubén Darío, en efecto, sale a bailar desde la primera página y reaparece en más de una ocasión; para hablar de la cercanía con Darío puedo decirte que se remonta al tiempo de las clases, yo di un seminario completo sobre Darío en la UNAM, estudié toda su poesía y lo confieso, leí completa toda la poesía en verso para poder preparar este seminario en la Universidad y puedo afirmarte, aunque aparezca de nuevo el lugar común, que en buena medida Darío es nuestro padre o nuestro abuelo literario, para torcerle el cuello al cisne de Darío —empleando como referencia la alusión poética de González Martínez—, para alabar a Darío o para lo que sea, Darío es una de nuestras piedras de fundación y yo no hago más que repetirlo en la novela: todos los poetas nos pasamos la estafeta, nadie puede decir que el homenaje es una revelación, un descubrimiento de su obra, afirmar esto sería una estupidez, Darío es uno de nuestros padres que abrieron las puertas para el gran lenguaje, este lenguaje maravilloso que tiene como base el español peninsular pero que se transformó totalmente en América. Con respecto a Pessoa, lo descubrí en 1961, lo leí por primera vez gracias a Enrique Lihn —este importante escritor chileno, entonces mi maestro en un seminario de escritores jóvenes—, él nos sugirió la lectura del poeta portugués, en aquel tiempo llegaron sus primeras traducciones de Argentina a Chile, y las encontrabas en la librería Fausto, ahí conocí a Fernando Pessoa; empecé a leerlo y desde el comienzo me deslumbró, años después, en México, la fascinación continuó; actualmente hay muchos escritores que lo han estudiado, han escrito ensayos sobre él. En Pessoa hay un punto fundamental, el asunto de quién es el que escribe, quién es el que habla, soy yo o no lo soy, esos desdoblamientos infinitos que conocemos como los heterónimos, y son mucho más de los siete u ocho, de los conocidos, pero se calculan más de setenta, ¡es una locura! pero esos desdobles de visión, de percepción del mundo, de conducta y de personalidad, me parecen fascinantes. Mi escritura tiene algo de eso, también hay constantes desdobles, mis personajes se llaman de un modo y son los mismos y se llaman de otro, esto viene desde hace tiempo, no lo pensé, surgió como una necesidad y después encontré que había otro gran maestro —es el caso de Pessoa— que lo hizo hace mucho tiempo y muy bien. Pessoa siempre está presente en mi obra y en este caso su aparición, como la de otros poetas, es un homenaje, y esto pasa mucho en las novelas, el escritor mete mucho a sus seres queridos y estas celebridades literarias son seres muy queridos para mí. Con respecto a Neruda, era muy difícil que no estuviese por lo que significa para mí, es otro de los grandes navegantes que ensancharon las aguas de nuestra lengua; recordando a Darío, nunca olvido el discurso al alimón entre Neruda y García Lorca allá por 1933, donde ambos coinciden al decir "nuestro padre es Rubén Darío", es importante esta aseveración porque viene de un gran poeta de España con otro de los grandes poetas, surgido de América; ambos coinciden, en un punto de intersección, en lo siguiente: "nuestra fe de bautismo viene de Darío". Además, Neruda surge en la novela gracias a una relación de amor y distancia, pues entre otras cosas yo seré un eterno agradecido de algunos detalles generosos que Neruda tuvo conmigo, él hizo publicar mis primeros poemas en una revista cultural chilena llamada Ultramar en el año 61, allí publiqué mis primeros trabajos. Hay una larga historia de cómo nos conocimos, fue en un cementerio y cuando digo amor y distancia es porque nuestra relación coincidió con una época de mucha convulsión social y política en Chile. También por aquellos años escribí un artículo crítico sobre Neruda, creo que en 1967; yo era muy joven, tal vez anoté algunos comentarios arriesgados y eso causó una distancia por poco tiempo, después, cuando Pablo Neruda obtuvo el premio Nobel, volví a escribir sobre él y nos reconciliamos un poco, aunque no nos veíamos demasiado, quizá coincidimos sólo unas cuatro ocasiones pues él viajaba mucho, pasaba gran parte del tiempo fuera de Chile.

- Sabemos de la importancia de Carlos García del Postigo, personaje fundamental de esta novela, mítico navegante y padre de Luis Ambrosio. ¿Por qué sublimar el amor de la Ninfálida con el hijo y no con el padre?, ¿tiene algún sentido o surgió de manera fortuita?
- Voy a decir una locura, se me ocurrió en este momento, esto es una chifladura, me pregunto: ¿no habrá aquí un problema del padre, el hijo y el espíritu santo?, ¿no será la Ninfálida un supuesto espíritu santo y la relación como tal tendría que darse con el hijo que era el intermediario, un puente para el padre? Te confieso que por primera vez lo estoy pensando con base en tu pregunta, pero prefiero dejar esta especulación mística como una puerta abierta, ¿no habrá algo de eso allí? Yo estudié con los padres agustinos, no estuve a punto de ser sacerdote, nada de eso, pero de pronto estas cosas surgen, flotan por ahí, pudiera ser algo de esto, pero lo dejo como un campo especulativo. En otro sentido, ya bajando a tierra, podría ser que las cosas se dieran solas, pues al iniciar la novela, físicamente al menos, el capitán García del Postigo se muere y la historia podía haberse quedado allí, pero el relato sería muy corto, tal vez 30 ó 40 páginas, y qué iba a hacer con todos los otros fantasmas de carne y hueso que pedían su espacio para hablar de su mundo y actuar en él, qué haría con sus sueños y actitudes, tal vez eso me llevó al surgimiento del capitán en una segunda potencia: su hijo, la descendencia directa, como diciendo "me muero pero tú continúas", ahora lo curioso del asunto es cómo diablos, por esta maravilla del azar, la mujer que había sido novia del capitán, la Ninfálida, se relaciona profundamente con el hijo, esta mujer que fue muy importante para el padre pero no la única amada, pues en el transcurso de la novela se abren unas cajas chinas originarias de Lisboa y luego aparecen unas cartas de amor que nos hablan de la estancia del capitán en Veracruz y surgen así otros personajes femeninos y la novela comienza a crecer; insisto, mucho es por este sistema de cajas chinas, pero, retomando, el capitán Carlos García del Postigo, Luis Ambrosio —su hijo— y la Ninfálida arman un eje de tres puntas, lo curioso es que esta mujer pasa por encima del tiempo y del espacio, pasan los años y la dama, que había sido novia del capitán ahora se ve muy lozana, joven y hermosa, encarna a un personaje lleno de misterio gracias a su tersura y lozanía, por ella el tiempo no pasa, queda detenido; allí está otra cualidad literaria que también se da en el libro: el tiempo intemporal, inespacial, se funden el tiempo, el espacio y las épocas. No en todas mis novelas se da esta situación, la alteración de la temporalidad, por ejemplo en Historia de aquel verano en Valparaíso se encuentran algunos de estos elementos, también en Memorias casi postumas del Cadáver Valdivia encontramos algo de ello, puedo decirte que venía en proceso este trabajo de jugar con el tiempo y el espacio.

- Para concluir, ¿esta novela, cierra algún ciclo?
- No. Esta novela es la segunda parte de un ciclo de tres obras, aunque tengo la sensación de que el ciclo podría ser de cuatro; pensé en una trilogía pero ahora tengo la sospecha de que se puede armar una tetralogía conformada por Historia de aquel verano en Valparaíso y Los sueños de la Ninfálida —ambas publicadas—, otra pudiera ser La rinconada de la Luna —en la cual estoy trabajando—, y hay posibilidades de agregar una novela más, cada una con su mundo independiente pero todas alimentadas por puntos de conexión, vasos comunicantes; la última novela, si tengo fuerzas, o como se dice en México "primero Dios", sería El peluquero de la familia, ahí cerraría el ciclo, por lo pronto ya tengo avanzadas estas novelas.

 

 


 

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La encarnación de los iluminados.
Por César Arístides.
Revista Los Universitarios. Universidad Nacional Autónoma de México, N°16.
Enero de 2002.