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Tal vez un poco de eternidad: la infinitud de la palabra
Lavín Cerda, Hernán, Tal vez un poco de eternidad. México: Editorial Praxis, 2004.


Por Silvia Pratt

 

 

 

I

Desde el primer momento en que el hombre escudriñó el firmamento o desde el instante en que sus manos acariciaron una flor marchita, surgieron las interrogantes: ¿acaso existe lo inmortal, lo perdurable, lo eterno?, ¿cómo no extraviarse en ese interminable camino de siglos y edades pasadas o por venir? ¿Qué es el tiempo? Y pleno de asombro, el ser humano lo contemplaba en el transcurrir de las nubes y en la revelación de las sombras sin poder atraparlo. Se percató, por un lado, de lo inasible de un filamento de segundo, del parpadeo de un instante, de lo fugaz de la voz y, por otro, se hundía en lo inconmensurable, en lo infinito del universo; por eso y para dejar un testimonio de lo efímero o de la duración de las cosas, creó un artefacto que evidenciara nuestro paso por el mundo. Así, surgieron los relojes, que con su pulso darían fe de nuestro transitar por la existencia: de agua, de arena, de sol, de mar, de campana, de música, de péndola, en fin, un sinnúmero de formas, aunque un solo objetivo: el de asir el presente, desentrañar el pasado, vislumbrar el futuro. Péndulo sin tregua, su movimiento albergaría una dualidad inexorable: lo perpetuo y lo perecedero. Dualidad presente en el vaivén del mar, en el susurro que pervive en la entraña de las caracolas.

En todas las épocas, el individuo se ha cuestionado: ¿qué es la eternidad? Y se descubre inmerso en la otredad, en el misterio; acaso también para conjurar la finitud, para soportar el peso del cosmos, para visualizar la vida por los siglos de los siglos, para perpetrar la certidumbre de las cosas, surge la avidez de la presencia de los dioses, la urgencia de lo perenne. En Las Enéadas, Plotino sustenta lo eterno corno una vida que persiste en su identidad siempre presente en sí misma de manera total. Dante, en el "Paraíso", se refiere al punto en el que convergen todos los tiempos. Jean Chevalier y Alain Gheerbrant conciben la eternidad como la existencia que se afirma en la negación del tiempo. Por su raigambre tradicionalmente mítica también sostienen que Irlanda, como cualquier otro pueblo, era incapaz de hacer que la mentalidad del hombre comprendiera este concepto, por lo que de manera simbólica yuxtapuso el tiempo humano, que es fijo, inmutable, de regularidad cíclica, al tiempo divino que posee límites elásticos. Estos autores arguyen que la eternidad "es la perfecta integración del ser en su principio; es la intensidad absoluta y permanente de k vida, que escapa a todas las vicisitudes de los cambios y, en particular a las del tiempo [...] La eternidad no está tanto en el inmovilismo como en el torbellino; está en la intensidad del acto".

II

Hernán Lavín Cerda no es ajeno a estas cuestiones, lo cual se manifiesta en su reciente poemario Tal vez un poco de eternidad. El título lleva en sí una fuerte carga semántica, que se confirma en el epígrafe del propio autor, quien revela su pensamiento ante lo imperecedero: "Sospecho que cuando descubrimos, asombrados, aquel entusiasmo en el viaje de nuestra sombra a través del tiempo, y somos capaces de sonreír con más gloria que pena, sólo entonces hemos tocado la orilla de la eternidad, tal vez un poco de eternidad que seguirá respirando a media luz, a media sombra". Una constante que se advierte a lo largo de la obra es la preocupación tenaz por el tiempo, lo que se advierte en el uso de palabras, ya sean sustantivos, adjetivos o adverbios, que aluden a dicho referente. Encontramos un vaivén entre el ayer, el hoy y el porvenir; así, el antiguo Génesis puede aparecer de un momento a otro en este mundo, o bien, el Apocalipsis ya estuvo antes, incluso es previo a la Nada, o más aún, lo milenario regresa sin ruidos con la música de un soplo que seguirá vibrando en el aire del Mundo. El poeta canta que únicamente podrá vivir, vivirse o sobrevivirse a imagen y semejanza del Tiempo, remembrando aquella época de Heráclito, cuando todo lapso era impalpable, abstracto, y no existía fuera de los labios: en la total ausencia de mediciones y relojes; o puede encontrarse, también, en el umbral de la Basilique su Sacré-Coeur viendo y viendo, mirándome/ pasar aquel fenómeno que dudosamente llaman tiempo. El autor se interroga: ¿Existe alguna fecha de caducidad? Y a través del poemario nos encontramos con el nunca jamás, con el jamás nunca, con el nunca nunca, con el tal vez nunca, con el casi nunca, con el siempre nunca, que se van infiltrando en ese desliz pendular del Mundo. Todo es tal vez y ese tal vez podría ser nunca.

Lavín Cerda es diestro en el manejo de la intertextualidad, recurso que utiliza con vigor, otorgando vida a los personajes a quienes alude. Nuestro autor no los toma del pasado y los vuelve a dejar ahí sin que nada suceda, sino que recurre a ellos y los adapta a la realidad del momento confiriéndoles una re-significación. El manejo intertextual no es producto de un afán libresco sin ton ni son; está trabajado con frescura. De este modo, encontramos a dos amantes entre Demócrito y el vacío; a Boris Pasternak monologando, muy lejos del Mundo/ y sin envidia, como el inocente/ que sólo puede creer/ en la vida de ultratumba; a una mujer que podría ¿por qué no? ser el reflejo vivo de Cleopatra; a Enotea, la diosa de Petronio y de Federico Fellini; a Friedrich Nietzsche y su abismal mirada; a Siddharta Gautama, el Buda, en los ojos de los corderos del Himalaya; a Borges en el cementerio de Ginebra; a Sócrates enceguecido por la ceguera mundial; a una mujer con espinazo erguido como Penélope, pero jamás gorda.

Muchos personajes más deambulan por el libro. Sin embargo, destaca con su presencia Lavín Cerdus, alias el Lobo Sapiens, alias el Zaratustra de los Humildes; sí, Lavín Cerdus, aquel prominente y esquivo animal presocrático, ese aprendiz de taumaturgo/ que aún cultiva una amistad errática y deslumbrante con el ambiguo Heráclito de Éfeso; el Lavín Cerdus atormentado por la monarquía absoluta/ de los pies derechos en los zapatos derechos,/ así como de los zapatos izquierdos en los pies izquierdos; o la sombra de Lavín Cerdus, transfigurada en Woody Alien como Leonard Zelig. Hernán transita de la antigüedad grecolatkia al presente aludiendo, ora a Sócrates y a contemporáneos nuestros como Eduardo Lizalde o Hugo Gutiérrez Vega, ora al Imperio Romano y a la internet.

¿Dónde está Dios o los dioses?, se pregunta Hernán. Y descubrimos a un Dios inmóvil, mudo y sordo, cuyo asombro le es negado a nuestra vista; o dioses invisibles que jamás aparecen; o divinidades anónimas y neuróticas; o la presencia de ángeles que se han extraviado para siempre; Dios podría dejar de ser o no ser nunca: Dios de nada y de todo. El poeta expresa: No basta con un solo Dios,/ un Dios/ sin Dios/y cada vez más solitario./ Habría que multiplicarlo/ de Dios en Dios en Dios,/ con júbilo, eterna/ y suspicazmente.

También nos dice que ya nada es sacro; en un ludibrio afortunado, refiere: ya nada ni nadie en el vértigo del Inmundo. ¿Es posible algo sagrado en un mundo esperpéntico como el siglo XX? ¿Es posible algo sacramentísimo cuando todo es inverosímil?

III

Lavín Cerda le responde a la realidad a través de una escritura sutilmente irónica, incisiva, plena de "agudeza contestataria" sin dejar a un lado lo esencial. Carlos López, en la cuarta de forros, afirma: "entre la solemnidad y el drama, lo lúdico". Comparto su opinión. Hernán va de lo serio a lo terrible transitando entre el humor y el sarcasmo. Pienso que en la doble vertiente de lo trascendental y el divertimento hay una especie de imbricación nebulosa en la que no puede distinguirse una línea divisoria, hay una especie de fusión o transferencia que indefectiblemente nos lleva a reflexionar sobre el asunto que aborda el poeta, ya sea el vacío, la muerte o, simplemente, algo trivial. Octavio Paz habla de "ocurrencias poéticas"; maestro del ingenio, Hernán Lavín Cerda, en un estilo natural, no forzado, seguramente porque proviene de una afortunada tradición vanguardista sudamericana colmada de hallazgos asumidos por su naturaleza lírica, da testimonio de sus experiencias lúdico-poéticas, pero lo importante es que contrae un compromiso con la escritura.

Lavín Cerda nos ofrece una propuesta estética. Escribe de manera directa, aunque también recurre a imágenes reveladoras; a veces, el verso es breve, otras más el verso es de arte mayor, incluso recurre al versículo. Algunos poemas, como "La espiral de Cristóbal", "Aquel viaje del agua", "La multiplicación de los peces", o "Una canción para los discípulos", tienen grandes silencios y son muy visuales. Utiliza el verso libre, pero en algún momento, como en el poema "Viaje alrededor de la señal", en la tercera estrofa, trabaja la rima. Es notorio el aliento que Hernán plasma en diversas estrofas, en las que el ritmo no se detiene sino hasta el punto final; así, advertimos en "La sonrisa de los enanos" cómo en las tres estrofas, a modo de quintillas, no hay un solo punto. Otra característica interesante es la circularidad de varios textos; Hernán retoma al final del poema lo que escribió al principio de éste, sin embargo, de pronto da un giro en la expresión, algo altera, invierte ciertos referentes, hace un cambio de palabras mas no de estructura y cierra redondeando la idea inicial. Además, hace juegos de palabras; inventa vocablos como cuando une muerte y vida y propone "muervida", o hace del sustantivo ataúd una forma verbal y escribe "ataudándolo"; cambia dichos populares o frases hechas, por ejemplo, cuando se expresa: Descansa en paz o, si lo prefieres, no descanses/ en paz o en guerra; además, los títulos utilizados son perspicaces.

Quiero destacar dos poemas que en especial llamaron mi atención. Uno es "Apología del olvido", donde el autor entreteje con destreza el ámbito verbal y el conceptual, expresando su idea de principio y finitud de la existencia. Nótese el juego de palabras entre circo y círculo. Cito un fragmento:

desde aquel cementerio de Ginebra
donde lo real es abrumadoramente un círculo,
dentro y fuera del Circo Mayor, aquel círculo de la muerte
deslizándose por la vida mientras la vida va penetrando en la muerte, aquel circo
de la muervida, el único indomable, y nadie ignora que todo círculo, además de ser una trampa,
es ilusorio y eterno como la sabiduría de Macedonio Fernández.


El otro es "Fecha de caducidad". Ahí la figura que destaca es Jesucristo, además de que una fecha vuela en valles y montañas, en el aire y en la noche; se advierte la soledad y la reverberación del tiempo, así como el implícito homenaje que el autor hace a la poesía mística de san Juan de la Cruz. En este poema se palpa la circularidad que mencioné anteriormente; cito la estrofa inicial y k última para marcar algunas variantes:

¿Existe alguna fecha de caducidad en el perfil de la hostia
que cuelga y seguirá colgando del aire
y por los siglos, todo es luz, de los siglos, hasta que el Sol y la Luna
no sean más que un enjambre de hostias que aún vuelan
silenciosamente a través del esplendor de la Vía Láctea?
. ... ..... . .. .. . .. . .. . . .... .. •••
¿Existe alguna fecha de caducidad en el perfil de la hostia
que cuelga quién sabe de dónde
y seguirá colgando por los siglos, casi todo
es luz, de los siglos, hasta que el Sol y la Luna
no sean más que un enjambre de sombra y de luz en aquel vuelo
donde el fin es el principio y todo transcurre
en el espacio de una eternidad cada vez más solitaria?

En "Eternamente", por ejemplo, nos remite a lo que yo denominaría "poema lúdico adverbial", es decir, 14 líneas en las que el autor juega con adverbios de modo, de afirmación, de tiempo, de negación, de duda, en su muy particular estilo: Si te dicen que sí, por supuesto, que sí,/ que sí, que siempre/ si, que nunca no, que sí que no, que no/ que sí, por supuesto, sin duda, que siempre/ no: si te dicen que tal vez/ sí, puede ser, todo es posible/ si te dicen que tal vez no, que sí/ que sí, que nunca nunca, por supuesto. Y prosigue: Aún me maravilla que otros se maravillen/ del sin embargo, del sí que no, del puede/ que sí, del puede que tal vez, del puede que sin embargo:/ me maravillo del nunca/ jamás, del jamás nunca, cordial/ y ceremoniosamente del nunca nunca. Todos estos versos para arremeter al final del poema: ¿No que sí? No digas que todo es posible. ¿No que no?

Habría mucho más que decir sobre el poemario Tal vez un poco de eternidad de Hernán Lavín Cerda, ya que ofrece diversas lecturas por su riqueza poética y semántica, por su vivacidad lingüística, por sus entramados conceptuales, por las preocupaciones del poeta en cuanto a lo inmortal y lo efímero, y por esa herencia cultural en la que se enmarca su obra, pero llegó el momento de decir sefini, así, literalmente, como lo utiliza Lavín Cerda tomando homófonamente el vocablo del francés, en sentido lúdico; sefiní, esto se acabó, aunque sabemos que no todo termina aquí, que habrá más, que en un futuro Hernán nos deleitará con más poesía. Por mientras, bástenos con vivir, como dice el poeta: con una sonrisa/ en los labios, no sólo en los labios,/ mejor dicho en la punta de la lengua:/ tal vez un poco de eternidad/ entre los labios.

 

 

 

 

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