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Hernán Lavín Cerda

La Sublime Comedia
(Editorial Praxis, 1ra Edición, 2006)

 

AQUEL SOPLO DEL PRIMER DÍA Y DEL ÚLTIMO
(JUICIOS LIMINARES)



Alguna vez escribí estas líneas : — ¿Quién es Dios? Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro.

¿Ecos de Sócrates? ¿Ecos de San Agustín? ¿Ecos de otros Ecos?
Hoy formulo la misma pregunta, pero con otras palabras:
— ¿Qué es la Poesía? Si no me lo preguntan, lo sé, tal vez lo sé, sospecho que aún lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro. La más antigua razón me dice que siempre, casi siempre, lo ignoro. En el ámbito de la palabra poética, nos conocemos y, como en un impulso vertiginoso, se nos ofrece la oportunidad de desconocernos una vez más, para volver de inmediato al principio: el desliz pendular no se detiene nunca.

Quizá la poesía sea como aquel aire del primer día y del último: un aire, de acuerdo con el instinto, no sólo para respirarlo. El aire más vivo, el oxígeno del milagro permanente. Un aire que se adivina en el acto de la inspiración y la espiración: aquel aire que sólo se adivina respirándolo sin detener su ritmo. Aire o soplo concebido como la obstetricia original. Aquel soplo del principio y del fin: el soplo de la poesía pariéndose a sí misma, soplándose sin desdén, con absoluto entusiasmo como en la última epifanía, la casi postuma.

En un texto fechado el 29 de abril de 1981, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges reflexiona sobre la escritura poética y dice que el mayor desafío consiste en lograr un equilibrio entre los poderes de la vigilia y el sueño: «Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos. Así lo hace Platón en sus diálogos; así lo hace, también, Francis Bacon en su enumeración de los ídolos de la tribu, del mercado, de la caverna y del teatro. El maestro del género es, en mi opinión, Emerson; también lo han ensayado, con diversa felicidad, Browning y Frost, Unamuno y, me aseguran, Paul Valéry».

Recuerdo que hace algunos años tuve la fortuna de establecer un diálogo con el siempre lúcido creador de Poesía vertical, el ya fallecido Roberto Juarroz. A través de la luz y la sombra de otras palabras, y sin tener a Borges en la punta de la lengua, dimos vueltas conceptualmente alrededor del mismo eje: pensamiento sensible. O mejor dicho, necesidad de conseguir un equilibrio entre la vigilia y el sueño, mediante un lenguaje capaz de pensar y de sentir. Juarroz me decía: «La escritura poética ha de ser la transmisión artística de un sentimiento; pero esa nueva dimensión de lo real que es el poema, habrá de ser, asimismo, un fenómeno de lo que llamamos inteligencia».

Creo que La Sublime Comedia intenta ubicarse en el justo medio. Desde ahí oscila en una especie de dinámica pendular: tan pronto se carga hacia la vigilia como hacia el sueño. En el centro habitan el sueño diurno y la vigilia nocturna: todo va tejiéndose de una manera heterodoxa o ecléctica. Escritura coloidal o proteica, politonal, que tiende a retroalimentarse a través de la energía generada por sus propias ramificaciones.

2

Las imágenes de esta obra, así como su fisonomía escritural, mantienen una relación muy profunda con algunos de los primeros poemas que publiqué desde 1962. Alguna vez, el gran poeta en prosa que fue Juan Rulfo, llegó a decir con intuición primitiva, sencillez y clarividencia, que no son más de tres los temas principales en el universo de la literatura: el amor, la vida y la muerte. Creo que dichos temas ocupan un espacio en casi todas las páginas de mis libros. He resuelto configurar este volumen con algunos textos que fueron escritos en la década del 60, los cuales conservan su perfil original. También aparecen varios de factura reciente; otros se han sometido al arte de la transfiguración. Escritura poética en versos más o menos libres y en prosas casi profanas, como ocurre desde el origen: las formas se alimentan entre sí, enriqueciéndose cuando se mestizan. En el ámbito del arte de la palabra, la pureza de sangre está muy cerca de convertirse en anemia perniciosa. Tanto en el plasma verbal como en la arquitectura de las obras, es preferible, así lo pienso, el cruce múltiple de la sangre y del espíritu.

Sospecho que esta obra fue concebida con algo de humor, mucho asombro, desasosiego, embarazo y esplendor en el círculo del asombro, y algo de nostalgia muy sutil o más bien de melancolía —las redes del mito—: misterio y melancolía como en los tiempos antiguos, ¿los buenos tiempos? Todo sucedió y aún sucede a partir del ritmo de nuestra respiración, sin olvidar que el milagro de la respiración puede convertirse en la epifanía múltiple de la transfiguración. Luego de una respiración muy intensa, la figura se transfigura. Alabanza, entonces, de la respiración en el cuerpo y en el alma de los transfigurados. Nuestra mayor o menor intensidad escritural responde a los estímulos de la equívoca, la enigmática, la siempre esquiva realidad cotidiana. Toda respiración, desde el fondo casi inefable de la poesía, puede ser un cántico espiritualmente reflexivo. Filosofía y poesía se unen desde los tiempos más remotos: son umbilicales y consanguíneas, son palpitantes criaturas del pensamiento y del sentimiento. Aquí confluyen las ideas en su música, aquella música más allá del olvido: música en las honduras de la memoria, imágenes y música que al fin se articulan, se desarticulan, con levedad o gravedad, y vuelven a articularse, como si el verbo en su función poética fuese un instrumento que se toca a sí mismo. Una música nunca del todo comenzada y acabada: antigua y nueva respiración de la música en permanente proceso.

A lo largo de estas páginas se reúnen las escrituras que, fecundándose, se alumbran y se deslumhran entre sí desde la otra voz, aquella voz siempre recóndita de la poesía entendida como la voz de la crónica interior y exterior, ese diario más o menos íntimo que ha sido escrito de transfiguración en transfiguración, como en los tiempos más antiguos, con los jardines y las aguas del mar Cantábrico al fondo, entre la luz y la niebla septentrional de España, con el sol cordillerano y el frío de Aconcagua, ya en Chile, y con algunas voces y paisajes mentales y orgánicos: carne, respiración y sangre del México de ayer y de hoy.

Cuando hablo de respiración, me refiero a la que aparece y desaparece, aquella que tiene el poder de alimentar, desde su escondite, a las voces interiores que al fin van configurando las vidas y las muertes, la inquietante y prodigiosa supervivencia de la poesía. Dichas voces son, por supuesto, múltiples y contradictorias. Y son esas voces que parecen venir del fondo de la historia no estrictamente personal, las que pueden provocar los cambios en la estructura sintáctica, así como en la música de las ideas o en el espíritu más enigmático y profundo de la creación poética. Quien pulsa las cuerdas que duermen en el instrumento de la otra voz (el arte de la palabra como un cuerpo autónomo y sensible) es el primero en recibir el impacto de la sorpresa, el juego inaugural, el júbilo, el desconcierto, el juego casi postumo —toda respiración, en el reino de la poesía, es inaugural y postuma, casi postuma—, la comedia, la tragicomedia, el acúfeno de la razón no siempre pura, las epifanías de la más variada índole, el amor en el infinito de su peripecia, el humor libre y la maldita o bendita zozobra. Aún pienso que así fue, así es y seguirá siendo mientras exista el universo imaginario que surge y crece desde aquella interminable ilusión, cuna y tumba, originada por la llama siempre viva del lenguaje.

Uno escribe desde la otra voz: se trata de un ritmo que piensa, un ritmo verbal que se articula y canta mientras va pensando. Creo que mi escritura siempre ha formado parte de la familia de aquellas músicas cuyo mayor placer es pensar o, más bien, provocar el desliz estimulante del pensamiento. Al deslizarse, la respiración vive en el milagro de un organismo universal y cantábile. Ya sabemos que nuestra respiración también es comunitaria como la belleza en su parto y en su desarrollo permanente. Toda respiración, por obviedad divina, es milagrosa. Así es la obviedad del primer soplo.

En las páginas de este libro hay pulsaciones de distinta frecuencia, temperatura y naturaleza, aunque-conectadas, a su modo, un modo visible e invisible, con una región central y unitaria, allí donde respira el espíritu diurno y nocturno de los seres humanos. El instrumento del milagro verbal o soplo primitivo estimula la aparición de múltiples sonoridades o imágenes acústicas. Dicho instrumento se multiplica y nos hace reír, llorar, sonreír, asombrarnos en el temblor del sueño, cantar, sufrir, recordar el vuelo de Dios, todo es posible, y sollozar riéndonos. Todo el humor, sí, todo el amor de la sonrisa por delante.

Las escrituras que se integran en La Sublime Comedia fueron incubándose y articulándose durante varios años, día tras día: una mañana el silencio, una noche el tejido de los signos. Es muy probable que a lo largo de estas páginas todo sea real; frágil certidumbre que, al fin, no significa mucho. Desde las épocas más antiguas, el hombre tuvo la sospecha de su condición ilusoria. Los textos poéticos pueden constituirse en uno de los accidentes menos rutinarios de dicha ilusión. El prodigio de la otra voz, la más antigua y más ambigua, la muy anfibia voz de la Poesía, se convierte al fin en la ciencia del azar, del humor, de la nostalgia, del ritual que se fundamenta en el mito, del cálculo o del arrebato reflexivo, y, sobre todo, del estupor ingobernable y eterno.


HERNÁN LAVÍN CERDA
Abril de 1999, en Santiago de Chile,
y enero de 2003, en ciudad de México

 

* * *

(Selección)

* * *

PRIMERA MIRADA
ELOGIO DE LA SONRISA


Las pausas y los hallazgos de la sonrisa
transcurren con la sencillez de una silla peripatética.

Paráfrasis de JOSÉ LEZAMA LIMA

 

NUEVO ELOGIO DE LA SOMBRA

Hondo, muy hondo, casi todo ser pierde
y gana en la hondura, más allá de aquella luz
que nadie ha visto, pero en lo más profundo del cuerpo
respira la sombra del alma, lo que pudo ser, ¿qué es el alma?,
lo que tal vez nunca dejará de respirar y de ser.

Hondo, de hondura casi total, mucho más hondo aún:
sospecho que nadie se descubre a sí mismo
en el vuelo de aquella luz, tal vez nadie la ha visto nunca,
pero todos saben que el alma existe
y el mundo es mucho más hondo, todavía.

Casi todos saben que la sombra del alma cuelga del aire
como si fuese el cordón umbilical
de una criatura ingrávida
que sube y sube en medio del oxígeno.

Uno escribe como puede, luego el alma existe,
uno escribe como puede en aquella hondura
que sube, se multiplica y sube en medio del oxígeno.

Supongamos que la sombra del alma existe, después de todo,
y al fin todos saben lo que se oculta
y brilla en su interior, antes y después de todo.

Hasta ahora, desde que el mundo
es mundo, no ha nacido un hombre sin alma.

 

 

LA MULTIPLICACIÓN DEL ANTROPÓFAGO

Sólo me interesa lo que no es mío.
Ley del hombre. Ley del antropófago.

OSWALD DE ANDRADE

Anoche di muerte a la que pudo ser mi madre con un golpe
de quijada de burro en la cabeza, junto a las vértebras
del cuello, como Caín a su Abel de sangre todavía pura,
y me la fui comiendo sin rencor en una ceremonia
sublime y amorosa, más de comedia
que de tragedia de principio y fin de mundo,
fui devorándola con una paciencia
de animal tardígrado que siempre vuelve
a la hermosura radiante, contagiosa y compasiva del canibalismo.

A partir de la Edad de las Cavernas, por encima y por debajo
del mundo, yo me multiplico al modo de los trogloditas
y me como la carne de las bestias humanas
desde antes de mi nacimiento en la bóveda amniótica:
la comí por primera vez en la luz de color ámbar
de la leche que gira como una espiral de humo
alrededor del pezón luminoso, y también la comí en el vientre
muy profundo de la que fue mi madre, de la que pudo
................................................................ ser mi madre,
la fui comiendo sin rencor por encima
y por debajo de la piel del mundo, la comí aún tibia
............................................................y palpitando,
poco después del golpe con la quijada de burro en la cabeza.

Por supuesto que no, sin duda, no estoy loco, nadie
respira con locura en la fosa milenaria de mi cerebro,
aunque voy multiplicándome en carne viva,
de carne en carne de bestia humana me voy del mundo
y de pronto aparezco una vez más en carne aún más viva
que la pureza envidiable de la carne viva en cuyo oxígeno
vuelvo a vivir como un antropófago sentimental y más
............................................................humano que nunca.

Por consejo del Dios del Instinto, del Dios del Perpetuo Socorro
en la carne y en la sangre de las bestias humanas,
yo me multiplico más allá del Dios de los Siete Cielos
y voy comiéndome con amor, sutileza y humor a mí mismo,
siendo fiel a la ternura de la carne de hoy y de siempre
que es todavía más fiel a la especie humana,
yo me multiplico sin tregua al comerme a los unos en los otros.

Soy muy feliz cuando cultivo el arte de la antropofagia
............................................................que nos alumbra
y nos deslumhra en este mundo de oscuridad e incertidumbre
donde lo irreal está por verse a partir de la bóveda amniótica
de lo real, aunque lo real es una ilusión óptica en el horizonte,
y dicha ilusión sólo puede volverse real e irreal a través del cultivo
de la antropofagia que aún nos mantiene con vida en carne viva:
todo es carne moribunda, carne en plenitud o carne de
...........................................................la resurrección, todo
es carne de la Madre de Dios y del Hijo de Dios, carne
del Espíritu Santo que ilumina el Universo desde el dolor y
............................................el júbilo de las bestias humanas.

Mañana en la noche daré muerte a la que pudo ser mi abuela
Odilia D'Amico, la mataré de un modo igualmente sutil,
..................................................................con un golpe
de quijada de burro muy lento y muy ecuánime en la cabeza,
junto a las vértebras del cuello, como Caín a su Abel
...........................................................de sangre todavía pura,
y me la iré comiendo sin rencor, piadosamente,
.............................................en una ceremonia
sublime y jubilosa, más de Comedia del Arte
que de tragedia del Génesis y del Apocalipsis,
me iré devorándola por encima y por debajo del mundo
...........................................................con una paciencia
de animal tardígrado que siempre vuelve
a la hermosura contagiosa, radiante y compasiva
....................................................del canibalismo.

No hay nada más estimulante que comer la carne cruda
con pudor o atrevimiento, la carne de los comediantes,
la virtuosa o viciosa carne viva o moribunda
de la concordia y la discordia en las bestias humanas:
dirán que soy bestia. «Qué bestia eres, la vida
comienza a morir por donde más es vida, qué bestia eres»,
pero soy un animal de luz que sólo cultiva el misticismo
de la antropofagia a partir de la Edad de las Cavernas
por encima y por debajo del mundo, y nunca
llegaré a ser tan bestia como las bestias humanas.

Yo no dejo de multiplicarme al modo de los trogloditas
y me como la carne cruda de las bestias profundamente humanas
en su oficio ecuménico de matar por matar, sin altura
y sin hondura, sin luz y sin vértigo, yo no dejo de multiplicarme
en la epifanía de la antropofagia que nos redime y nos consuela.

Caníbal de mí, me voy en la antigüedad de la carne
de los unos respirando, de colmillo en colmillo,
en la carne abismal de los otros,
me voy en la luz del mundo que aparece
y desaparece por encima y por debajo de las carnes
que tiemblan y se deslizan desde la aparición de la bestia humana
en su rotación y su traslación a través del tiempo.

No hay nada más estimulante que comer la carne cruda
de los niños a punto de resucitar de una vez y para siempre,
la carne de las doncellas hundiéndose en el sueño,
la carne cruda de las mujeres muy gordas
o muy delgadas, tiernas o iracundas, muy hermosas o muy feas,
la carne de los recién nacidos o de los ancianos
que poco a poco fueron perdiendo la última esperanza.

Por supuesto que no, sin duda, no estoy loco, nadie
respira con locura en la fosa milenaria de mi cerebro.

Eucaristía en la metamorfosis de la carne
que nunca dejará de respirar por encima y por debajo
de la piel del mundo, el juego pendular, la dicha
en la carne de luz que va, el júbilo
en la carne de sombra que viene,
la multiplicación inagotable del antropófago.

Dame tu sangre pura, todo el amor, solamente
una vez, todo el amor del mundo, dame el brillo y la crudeza
.......................................................................... de tu carne.

Yo te como por debajo, el juego pendular, tú me comes,
yo te como por encima, el juego mandibulario, tú me comes,
yo te como por encima y por debajo, el juego malabar,
.........................................................................tú me comes,
eternamente yo te como cuando la piel del mundo nos alumbra.

 

 

EL ARTE DE AMAR
(LA DANZA DEL PÉNDULO)

Celestino amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico.

Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no lo crean.

Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia, pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.

Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.

 

 

 

SEGUNDA MIRADA
ANTIGUAS Y NUEVAS APARICIONES
(POESÍA EN VERSOS MÁS O MENOS LIBRES
Y EN PROSAS CASI PROFANAS)

 

TODO ES CÁNTICO
EN LA LUZ DEL MEDIODÍA

y seré y no seré
pero habrá todavía una lámpara.

ROSAMEL DEL VALLE

De nuevo el agua, todo es cántico
en la luz del mediodía: una vez más el espíritu
del que pudo ser Dios en el vientre del agua.

Una vez más, sólo una vez
el vacío del que pudo
y la medusa, sí, la medusa, lo vimos:

la medusa del que pudo ser
en el abismo lleno de musgo,
atrás, lo vi, atrás, lo vimos
en el ojo del agua

y lo veremos arder en la medianoche
como el espíritu de un ciego
transfigurado en medusa, sí, la medusa
que sólo tiembla en el vientre del agua.

De nuevo esa vela encendida
en el vientre del que pudo ser Dios
con la medusa en los labios.

Una vez más, sólo una vez
el vacío, aquel vacío en el fuego
que sólo tiembla en el agua, lo vimos
en el ojo del agua, sólo hay luz en el ojo del agua.

Nuevamente lo vi, atrás, atrás, todo es cántico
en la luz del mediodía y de la medianoche,
una vez más el espíritu del que pudo ser Dios
en el vientre del agua.

Una vez más el ojo, sí, aquel vacío en el ojo
del que pudo ser, como la llama
en la vela, como el temblor de la llama en la vela.

 

 

AGUA DE CURIMÓN

Vive en la casa, y la casa permanecerá.
Yo te visitaré en algún siglo.

...la menta silvestre reposaba a nuestros pies
y las aves recorrían la misma ruta que nosotros,
y en el río los peces navegaban a contracorriente,
y en lo alto, el cielo mismo se desdoblaba ante nuestros ojos
mientras el destino seguía nuestros pasos
como un loco con una navaja de afeitar en la mano.

ARSENI TARKOVSKI

1. EL DAMASCO

Al fin se fueron.
La casa ha quedado sola.
Detrás estaba el patio de piedras desiguales,
aquel lugar de tierra gris, rojiza y gris,
que se perdía más allá de la neblina creciente.

—Jamás florecerá el damasco—
había dicho mientras miraba el polvo.

Entre el cielo y los almendros, la neblina
daba la impresión de que el día de ayer
aún estaba suspendido sobre las botellas vacías.

2. LAS UVAS VERDES

Al atardecer descubro las uvas verdes: aire de agua
y tierra de hojas delgadas, hojas de agua.
Flores escurridizas, yo miro flores de agua,
y sorpresivos centros de hierbas dulces,
.. .. .. . .. . .. hierbas de agua.

Y provincias primitivas, y familias, y alamedas,
y haciendas de agua, eternas
como la luz líquida que transcurre, inmóvil,
en el corazón de las uvas verdes.

Aún recuerdo el esplendor del aire
en el agua, aquel aire de agua, como siempre,
junto al éxtasis de la luz líquida, y aquella tierra
de hojas delgadas, hojas de agua.


3. LAS AMAPOLAS

Existe una bandada de pájaros intermitentes
en la eternidad del crepúsculo vespertino.

De ahí se desprende la inquietud del aire
que aún tiembla como un cordero entre lobos.

Recién la vi con dificultad, y apenas
pude distinguirla del movimiento del sol
y de algunas amapolas que todavía me alimentan
como el olvido infalible a la oscuridad de la memoria.

Seguramente ha sido el viento casi nocturno
quien la cubrió con una sombra roja.

Por eso la vi, difícilmente, y extraña,
aún más extraña que el amor imposible.


4. LA PUERTA

Había que llevar el agua
más allá de las piedras.

Una puerta blanca pudo abrirse.
Quería hundir una rosa líquida bajo la tierra.

Establecer algo
que tuviera la permanencia
de la humedad en los rincones.


5. LA SOMBRA

Algunas uvas impedían el paso de la mañana
.............. a través del comedor:
—La ventana no es más que una sombra fija.
A veces cruzábamos la vieja puerta
..........después del mediodía:
esa ventana, el desliz
de esa ventana, esa ventana de luz
no era más que una sombra, la antigua y nueva sombra
..........con algo de luz
que todavía se desliza, paso a paso.


6. LA SANDÍA

Sentada bajo los nogales, la abuela ve pasar el tiempo,
aquel tiempo cuya inmovilidad es eterna.
De sus pies brota el camino que aparece
y desaparece en los pies de una puerta muy larga.

Nadie olvida que esa puerta
fue levantada para ocultar la extensión del trigo:

—Aún existe el potrero abandonado,
y aquel silencio que ocupa el lugar del hombre.

Ella estuvo aquí. Casi todo es olvido. Sólo el silencio
purifica. Ella siempre estuvo aquí.

De pronto me doy vuelta, me descubro
en la lentitud de los ojos del caballo, y aquel niño
que alguna vez me vendió una sandía como la sombra
de la luna llena, aún me observa con algo de asombro
como se queda el aire del mundo cuando viene la lluvia.


7. GORRIONES

El viento se había detenido
con la intensidad de un pájaro sobre la madreselva.

—Tengo miedo. Aún tengo miedo.

El viento del mediodía se oculta
en el corazón de las enredaderas.

Ella tuvo miedo, muy cerca del mes frío.
A veces golpeaba la bugambilia con la escoba.

Cuando esto sucedía, escapaban los gorriones
que anuncian el atardecer, más oscuros y ruidosos.

El enjambre de aquellos gorriones tímidos
y somnolientos, aveces, como ella.


8. EL REGRESO

—Es extraño que él no me haya visto.
Ahora vuelvo como el polvo
a la espiral del agua:
en mi espíritu aparece una luz
algo sombría, que tiene su fin en la soledad.

Yo no quise regresar a tiempo:
más allá de casi todo, más allá del trigo
y de su luz vacilante,
descubrí que sólo estoy destinada al polvo
cuya soledad no reconoce un límite.

Tampoco el regreso podía librarme
de la inmovilidad del tiempo.

Más inmóvil que nunca,
el camino se quedaría donde ahora estaba.


9. LA ABUELA

Aún es el tiempo
en que los pájaros regresan, desconfiados.

Cuando las manzanas de color ámbar se pudren,
aunque el sol todavía está oculto.

Cuando es muy difícil pronosticar hacia dónde
llevará sus aguas el río más nuevo.

Aún es el tiempo en que la abuela va al pueblo
a comprar una silla de paja más fresca.


10. TIUQUES

Antes de todo, fue una destrucción líquida.
.. .. .. . .. El cable de la luz
se disuelve en tiuques, ahora,
y los tiuques son como pequeñas águilas
que nunca se arrepienten, dicen
que todo vuelo es un círculo.

Esto sucede cuando la carreta del abuelo
avanza con lentitud por el camino que desde la antigüedad
fue tocado por la gracia de la luz y de la sombra:
sucede como antes,
.. .. .. .. . antes de todo, cuando en el aire
aparece de perfil, junto a la niebla, el fantasma del ruido.


11. DESTRUCCIONES

Es el invierno el que ha llegado.

Son los meses en que se utiliza la leña
cortada mucho antes
de haber plantado el nogal
en el centro del patio.

Desde esta noche, la presencia
de las ventanas cerradas.

Aquí siempre ha existido la costumbre
de recibir al que no viene, nunca
viene, no viene todavía.

Y aunque la lluvia no es absolutamente nueva,
el agua sólo es conocida en su raíz
por el deslizamiento de algún río.

—Es verdad que sólo vi destrucciones de agua
sobre la piedra oscura.


12. LA VOZ MÁS ANTIGUA

Alguien me ha preguntado, luego de observar
la palpitación de la luz en el Árbol del Miedo:

—¿Todavía crees en el esplendor del suicidio?

Bajo aquella luz de las uvas verdes, junto al agua
del pozo, repetiré lo que aún me dicta
la voz más antigua, esa voz que viene de lejos:

—Después de este largo minuto de silencio,
me atrevo a decir en imágenes puramente humanas,
......... .. que ya casi no queda tiempo
para cambiar de religión, como tal vez hubiera sucedido
en aquella época de las aguas que se incendiaban sin piedad.


13. EL ABUELO AFILA SU NAVAJA

Junto al fulgor del durazno en primavera,
el abuelo afila su navaja, se arrodilla,
extiende los brazos y empieza a cantar
el Salmo Mayor, el Salmo del Fin del Mundo.

—No llores, abuelito—dice Hortensia,
.. .. .. .. .. la nieta de 7 años—.
El caballo sufre si te ve de rodillas
y se pone a llorar, caballo abuelo, pobre caballo abuelo.

—Yo no sufro, hija, te digo que no sufro.
¿No ves que estoy cantando?


Curimón, verano de 1962, recodo de Aconcagua,
con los latidos de aquella luz de otro mundo...

 

 

ALGO SOBRE LA VIDA
E INVOCACIÓN AL DIOS
DE LAS TRANSFIGURACIONES

Dios es el silencio del universo, y el hombre
¿es el grito que da sentido a ese silencio?

Paráfrasis de JOSÉ SARAMAGO

 

1

Al país donde vayas, pregunta cómo viven los locos.
Probablemente es la única pregunta que vale la pena.
Cultiva el arte de la suspicacia y obsérvalos con pulcritud.
Seguramente es la única observación que vale la pena.

2

Vivir es todavía un espectáculo.
Sobrevivir es todavía un escándalo.

Morir es un abuso de confianza.
Sobremorir es un exceso imperdonable.

3

Para algunos especialistas de la vieja Europa, Dios es un huérfano sin estilo propio, aunque siempre está experimentando. Inventó la plenitud de la jirafa, los sueños más o menos elípticos de la mosca, el acúfeno pulsátil del gato, la luz no siempre líquida bajo el agua de la lluvia, el temblor del jabalí, el soplo indomable de la musaraña, el espasmo en los tentáculos del pulpo, la soledad en los ojos de la medusa, la visión corpuscular del murciélago, el júbilo de la pulga, el brinco de los zancudos cristianos con su música de comedia un poco triste, y el asombro de la lombriz inmortal, más astuta y finalmente más hermosa que la jirafa.

Puede ser que Dios sea menos original que yo en más de alguna circunstancia, pero su sentido del humor es más agudo, más tierno y más fino, mucho más estimulante. Dios no pierde el entusiasmo, casi nunca, porque recibe la inspiración de su Padre, quien lo observa desde lejos, abriendo y cerrando los ojos, y también sonríe con la misma felicidad que aparece en la mirada un tanto febril de algunas parturientas.

4

Escribimos en una lengua moribunda,
pero resucitamos a cada instante.

Escribir es casi un pecado.
Escribir en prosa es un pecado mortal.

Durante nuestra vida, más allá del día y de la noche,
hemos intentado escribir con tinta indeleble, aunque invisible.

5

Vivir es casi una orgía.
Morir es una orgía perpetua.

Agonizar es la única
lucidez orgiástica.

No lo digo yo, con júbilo.
Lo dice un filósofo arrepentido.

Creo que no lo digo yo, con júbilo.
Lo repite un filósofo casi arrepentido.

6

¿Qué es la vida?
Si no me lo preguntan, lo sé.
Si me lo preguntan, lo ignoro.

¿Qué es el sueño?
Si no me lo preguntan, lo sé.
Si me lo preguntan, lo ignoro.

¿Qué es la vida después del sueño?
Si no me lo preguntan, lo sé.
Si me lo preguntan, lo adivino

más allá del tiempo
donde todo es tan extraño
que aún la vida es posible.

7

Ayer murió mi madre mientras dormía entre un bostezo y otro, cerca de la Plaza de Armas, y al fin puedo ver desde lejos el dibujo casi imperceptible de aquella sonrisa. No tuvo tiempo, el tiempo lúcido de la vigilia, para esperar su muerte con relativo entusiasmo, como dicen algunos filósofos optimistas. Sospecho que mi madre tampoco tendrá tiempo, como dicen los sabios de verdad, para olvidarse de ella, la solitaria, la sinuosa en su desliz de animal anfibio, la inmortal por dentro y tal vez por fuera, la muerte súbita.

8

—Alárgame un dedo por el ojo de la Cerradura —
dijo Jesucristo con aquella sonrisa de beatitud cómplice.

Yo no abrí la boca, puse mi mano en el aire
y alargué todo el índice a través del ojo solitario.

Jesús tomó entonces el dedo, lo agarró con asombro
y fue jalando hasta que mi cuerpo inició su viaje,
aquel largo viaje por el ojo infinito de la cerradura.

Cuando finalmente vi la luz, Jesucristo me dijo con júbilo:

—Te diste al vuelo de la luz, como una parturienta,
al fin te diste con ayuda de mi dedo en el precipicio
de tu dedo, uña ingrávida con uña grávida,
te diste luz, sonrisa cómplice, te diste al vuelo
con ayuda de mi impulso que también es un viaje,
el más largo de los viajes, y si algún día llegas a viejo,
no te olvides del pulso de aquel ojo, nunca te olvides
y deja que tu oído escuche la respiración de aquella cerradura.

9

Eres el vino y el cuerpo de la penúltima cena.
¿Llegarás, invicto, a la última?

Por ahora transcurre el tiempo
y los testigos dirán que el vino se llena de gusanos
y el cuerpo, lejos del vino original, se avinagra.

Los testigos no dejan de cantar, sin embargo.
Todos cantan la antífona del principio
y del fin de los tiempos,
la antífona de los pájaros que finalmente regresan:
aquel vuelo más antiguo, aquel vuelo del otro mundo.

10

Alguien lo dijo mejor que yo, sonríe Jesucristo
más allá del aire del mundo, a lo lejos,
cada vez más lejos, más allá del túnel
de aquella luz, la luz, la misma luz de siempre,
allí donde la espuma de los ríos vuela
...... .... .. por el espacio interminable.

A veces creo, Dios de las Transfiguraciones,
...... ..... .. .. .. . .. .. . .. . .. . .. que el mal es todo,
sí, mis vírgenes de nunca jamás, y que el bien
es un bello deseo del mal cuyo impulso
se entrelaza en lo alto, a lo lejos, en lo más profundo,
...... ..... .. .. .. . .. .. . .. .. . .. . .. . ... .. .. . .. . ..con los ríos
que aún vuelan más allá del abismo del espacio interminable.

Pero la Eternidad nos protege, sin embargo, y es el recuerdo
de un soplo, el soplo es el recuerdo de un suspiro,
el suspiro es el recuerdo
del primer suspiro y del último.

De soplo en soplo, desaparece al fin el recuerdo
y la Eternidad, suspirando, pasa a mejor vida,
se muere y resucita a cada instante, sin descanso.

Alguien lo dijo mejor que yo, sonríe Jesucristo
más allá del aire del mundo, a lo lejos:
—Saber morir, Dios de las Transfiguraciones,
saber morir en lo más profundo de la luz, ¿cuesta la vida?

11

Ayúdame, Dios mío, Dios de las Transfiguraciones,
a tener el suficiente humor para ayudarte.
Ayúdame a convertir el humor en valor, el valor
en amor sin obstáculos, ayúdame
a cultivar el amor rampante del humor absoluto.

¿Espadas como labios? Ayúdame una vez más
como el olvido a la memoria, ese olvido
mayor, ayúdame, Dios mío, Dios de las Transfiguraciones,
a cultivar el vuelo infinito del humor rampante.

12

Últimas palabras de Buda en el laberinto
de aquella cruz transfigurada en olvido, aquella cruz
volando entre las nubes encendidas, más allá de las nubes
donde el Universo es tan vertiginoso como la cruz
en su espiral ilimitada, todo es ilimitado en el abismo de la cruz:

—Padre mío, Dios de las primeras y últimas Transfiguraciones,
¿es verdad que la vida empieza a morir por donde más es vida?
Padre mío, ¿es verdad que la resurrección de la carne no tendrá fin?
Tal vez todo se encarna nuevamente, y el amor, sí, el amor
que se transfigura desde el juego pendular de su dolor
.. .. .. .. . ... . .. . ....... ... . . ... . . . .. . . .. .. .. . .sin principio
y sin fin, es aún más infinito que la lluvia cósmica.

13

Cómo me aburre, a veces, mi loca y triste figura. Casi siempre estoy lejos de mí. De vez en cuando me busco en mis corbatas, mis ojos de animal montuno, mis zapatos: me persigo y casi nunca me encuentro. Entonces empiezo a buscarme donde habitualmente no estoy y descubro que hay algo de mí en esos lugares. Me aproximo a mi sombra, escucho el tictac de mi corazón y ya casi toco mis párpados, pero todo se esfuma y siempre estoy en otra parte. ¿Tal vez en mis zapatos, mis ojos, mis corbatas? Corro detrás del que nunca ha salido de sí mismo, grito como una bestia herida, pido misericordia, retrocedo y al fin estrello mi cabeza contra las piedras donde sólo hay corbatas, ojos de animal montuno, y aquella loca y triste figura de mis zapatos esperándome.

14

Me canso ganso, dijo el zancudo
que tristemente volar no pudo, volar
volando jamás pudo, soy la fatiga
de un espejo inmóvil, me canso ganso.

Habría que organizar un desorden, ahora
o nunca, y antes que sea demasiado tarde.
Es algo imprescindible como el amor, aquel vuelo
del amor, las transfiguraciones de la sublime comedia.

Me canso ganso, dijo el zancudo
que sorpresivamente volar sí pudo, volar
volando en medio de la fama que no merece nadie,
aún soy la fatiga de un tiempo inmóvil, aunque ya no
... .. .. .. .. .. .. . .. .. . .. .. .. .... .. .. .. .. . .. . me canso ganso.

15

Ánimo, soy yo todavía, ¿no me recuerdan? Yo no soy
... .. .. .. .. .. .. . .. .. . .. .. .. .... .. .... .. .. .. .... ..un fantasma.
Sin duda que habrá pan y peces para todos. Mucho ánimo.
No tengan miedo.

 

 

TERCERA MIRADA
ELOGIO DE LA RISA


Las pausas y los hallazgos de la risa
transcurren con la sencillez de una silla pompeyana.

JOSÉ LEZAMA LIMA

 

SOBREVIVIR EN SOCIEDAD

A Miguel Arteche, desde aquellos días
luminosos y dolientes
de «¡Tan clandestino Dios, tan primogénito!»

Cuando yo sea grande, quisiera ser un poco menos inteligente de lo que soy ahora. Se sufre mucho y duele la cabeza, el corazón es un insecto, cómo duele la cabeza. La incertidumbre moral se multiplica, los sueños se sueñan sutilmente al revés, y el humor, ahhh el humooor, cuando existe, sólo es humor de contrabando.

Creo que la solución es abandonarse al ritmo de aquella sombra que aún somos, como sucede en el mundo de las tortugas, y nunca más posar de criatura inteligente. Se sufre mucho, la lengua es un insecto muy salvaje, y cómo duele la cabeza. Es justo y necesario volver a la inocencia del origen. Aquellos días en que el Dios del Destino, desde la inmortalidad de su gran nube, repetía como un tartamudo envuelto en su propia luz: «Papapá, no se olviden de mí, mamamá», por encima de algunas ancianas y de algunos niños que bailaban completamente desnudos.

2

Nadie es igual a sí mismo, nunca. Eso dicen: nunca. Por la mañana no hay nadie, al mediodía no hay nadie, y por la noche no hay nadie. Sólo en esta circunstancia nos reconocemos. Aunque a veces hay una sombra que cultiva el sonambulismo y al fin se transfigura en un cuerpo múltiple donde la realidad es un túnel sin salida. En ese instante, el acto de reconocimiento se ha vuelto imposible. Nadie es igual a sí mismo, entonces, casi nunca.

Los espíritus ya no desean volver a unirse con sus cuerpos. De este modo, la inmortalidad se mantiene invicta, y nadie puede cambiar el curso de la historia.

3

Qué alegría ver al recién nacido en la cuna de mimbre. Sin embargo, su lengua y sus ojos acabarán alguna vez en las profundidades de la fosa: un poco de polvo y, a menudo, ni siquiera eso. Cuando mucho, una pequeña espiral de humo celeste como en los días del origen. Cualquiera se pregunta cómo es posible, no puede ser, algo no funciona en este vértigo.

4

La vanidad de los dioses no tiene principio ni fin. ¿Por qué se han multiplicado brutalmente, con solemnidad y sin misericordia, cuando sólo era recomendable la lógica del monoteísmo? Me parece que hemos imitado a los dioses en nuestra paranoia demográfica. Nuestro delirio de persecución es universal, y toda criatura que nace es perseguida por otra. En su estilo, la vanidad que nos abruma tampoco tiene principio ni fin.

5

Inutilidad del suicidio por solemne, falsamente místico, y tal vez cursi. Suicidio transfigurado en cinismo: el perfil de una experiencia acumulada. Inutilidad del suicidio por soberbia, falta de humor elegante, y deseos de seguir fastidiando a todo el mundo. Dicho con otras palabras, el suicidio no tiene sentido: su ausencia tampoco tiene mucho sentido. De cualquier modo, lo irreal se vuelve real en un segundo, y el vuelo de la chispa es homicida en la luz de su temblor hierático. Todo ocurre en el abandono de un instante: sucede antes y después del instante, casi fuera del Tiempo.

Ahora empieza a llover con algo de sol entre aquellas nubes de color ámbar que se deslizan, inmóviles, a través del movimiento sinuoso de su propia respiración. Una vez más, aquellas nubes parecen eternas. Al brillar por su presencia o por su ausencia, el suicidio, fantasmagóricamente, se va convirtiendo en un espectáculo sin espectadores.

Quizá uno debiera ser, por último, ¿un poco inverosímil?

6

Sollozo con ganas, tiemblo y sollozo sin ganas. Esto sucede desde el primer día. La luz del aburrimiento es casi absoluta y no puedo reírme o dejar de reírme. Aparentemente se trata de una contradicción, aunque la verdad es otra: en el momento de leer mis reflexiones, los lectores descubrirán que existe una coherencia demasiado evidente, casi perjudicial: un fenómeno profundo y sospechoso, un verdadero peligro. En estas condiciones, cuando escribo no me refiero a nadie, tal vez a nada, y sin embargo esta escritura alcanza la densidad más lúcida del aburrimiento.

La atmósfera que se eleva desde las honduras del pensamiento es casi religiosa.

Se ha vuelto muy difícil precisar quién habla, quién nos dibuja la fábula de este modo. Tal vez no tenga importancia. Para el caso de un romántico y aburrido de nacimiento, lo único trascendente es hablar por hablar. Pero no me crean: ustedes no deberían sufrir o compartir tanta lucidez. El abuelo Basílides lo dijo mejor que nadie: «Hay poetas que no tienen nada que decir, pero lo dicen muy bien, con una elegancia casi metafísica que se puede volver insoportable, justamente por su belleza de espíritu».

Ahora sólo les pido, por piedad individual y colectiva, un minuto de silencio y de paciencia. Y, por supuesto, el esplendor intermitente de una sonrisa.

7

Aún vivo entre moribundos que sollozan, se estremecen, bailan de día y bailan de noche. Así ocurre en esta ciudad donde cada esqueleto se disfraza de filósofo para asistir al Gran Baile de Máscaras en medio del patetismo de una risa general y carnavalesca. Debo decir que los moribundos nunca se tranquilizan y cada esqueleto se convierte en el vértigo de otro esqueleto, bailando de noche y bailando de día, hasta que al fin empieza a caer la lluvia como filamentos de ámbar, la lluvia con el color del ámbar que a menudo aparece en los ojos del Dios del Destino, y el paisaje, sin dejar de moverse en medio de la humedad, vuelve a ser como antes.

No es muy fácil caerse de uno mismo: bastaría con expulsar el aire antes de respirarlo. También se puede utilizar la técnica de pensar los pensamientos al revés, sin que nadie, ni siquiera uno mismo, se dé cuenta. De lo contrario, el intento fracasa y se corre el peligro de respirar el aire antes de expulsarlo. En este sentido, lo más recomendable es que el espíritu no pierda de vista el objetivo final: caerse de uno en uno mismo, sin límite de uno mismo, no puedo más, no puedo, y sin medida.

9

Algunos sabios dicen que soy un especialista en escribir libros que nadie lee. No me atrevería a poner en duda ese juicio que tal vez se apoya en la lógica experimental de alguna ciencia exacta. Sí, escribo libros casi invisibles, de lectura incierta, pero lo hago con un entusiasmo conmovedor y a veces impúdico. ¿Un arrebato conventual, de humor libre y casi místico? De cualquier modo, leo libros que habitualmente son escritos por Nadie, y Nadie ha descubierto que el Arte de la Palabra es más bien un Oficio de Tinieblas. No deja de ser un impulso estimulante. ¿Verdad que sí? Nadie se ha vuelto loco por su afición a leer libros que todavía Nadie ha escrito. ¿Verdad que no?

Aún transcurre el tiempo y me gano la vida como un pensador que se atreve a pensar sus pensamientos en el sentido contrario al de las manecillas del reloj. Es muy probable que yo sea un pensador original e inverosímil, más inverosímil que el movimiento sinuoso de mi sombra un tanto esquiva. Si así es, no será un motivo de vanagloria. Toda originalidad, con frecuencia, se convierte en un túnel sin salida, como pensaban aquellos cristianos en la edad de las catacumbas. Es muy posible que yo no tenga remedio: nunca he dejado de pensar en aquel pensamiento del origen que únicamente se atreve a pensar en sí mismo, más allá del círculo vicioso de su propia tautología. Lo mismo ocurre con aquella locura que cultiva la virtud o el defecto de enloquecerse aún más, a partir del entusiasmo original de la locura. ¿Círculo vicioso o tal vez virtuoso?

Bueno, la inteligencia me acosa nuevamente, lo cual es un peligro privado y público. Descubrirme en su espejo me alumbra, no podría negarlo, aunque al fin me atormenta sin compasión. Desde su tumba en Santiago de Chile, mi padre me pregunta con aquella voz tan débil: «¿No perdonamos ser como somos?»

Aún transcurre el tiempo en el círculo del Tiempo, y yo me gano la vida como un pensador casi inverosímil. No deja de ser un fenómeno estimulante. ¿Verdad que sí? Nunca me olvidaré del abuelo Basílides y de su sombra infinita: «Sólo busco el esplendor en la incertidumbre de las cosas. Y cuando la certidumbre aparece, me muerdo los labios».

10

Durante mucho tiempo, en tu espíritu se repite el sueño de Raskolnikov: alguien cuelga de tu sombra y la sangre se desliza sobre las piedras húmedas. Más allá de todo, bajo esa luna amarilla, un amarillo muy próximo al amarillo de la sangre, se estremecen las hojas de los abedules. El sueño es la causa del temblor en el amarillo de las hojas y en la luna pequeña:

—Sí, yo soy Raskolnikov y sobrevivo en este sótano donde ni siquiera habita mi sombra. Sólo espero el instante preciso y no deseo conversar con nadie. Estoy cubierto de telarañas, mi silla está vacía, y de pronto me siento sobre el vacío de mi silla y vislumbro que no hay nadie. A menudo no hay nadie que sea capaz de demostrarme lo contrario. Debido a ello, tomo la palabra y caigo en contradicciones que no tienen principio ni fin.

Llego a creer que Raskolnikov todavía no existe en el mundo de los vivos, a pesar del movimiento de las telarañas que aún se descuelgan y se extienden por todo el sótano. Pero no, eso no, ¿qué estoy diciendo? Nada. Nadie. Nunca. Después de salir del círculo del vacío alrededor de mi silla, vuelvo a sentarme sobre el vacío de la silla de los acusados, sí, tal vez la silla de los perdonados en un arrebato de misericordia, y al fin descubro que sólo existen las apariciones y desapariciones de una infinita mancha de sangre. Me duele un poco la cabeza y ya no quiero ser útil a la sociedad: la inteligencia es aún más dañina que el círculo de la peste bubónica. Inmóvil, me voy junto a la sombra del Dios del Destino, y ya no quiero ser tan inteligente. Algunos dicen que soy un genio, casi un genio, aunque nadie sabe nada y sólo me atrevo a decir que todo es posible en esta vida. Me duele un poco la cabeza y aprovecho este minuto que se parece cada vez más al silencio: me basta un minuto para confesar que hubiera preferido dedicarme a otra cosa. La vida de un pensador es como la paradoja oculta en un círculo: infinitamente breve y triste, sin duda, muy triste, al estilo de los murciélagos que sollozan en el aire mientras cuelgan de la noche. Acaso debí cultivar con alegría, desde mi juventud, la autohipnosis en la celda del monasterio.

11

«Cuando quieras ver lo invisible, observa con mucha devoción lo visible». Durante su agonía, la sugerencia fue pronunciada en algún lugar del mundo por uno de los gnósticos más antiguos. Esa agonía también es el origen de nuestra iluminación: la luz del arrepentimiento.

—Lo alcanzo a ver, se va en el aire, creo que siempre lo hemos visto —dije con una sonrisa y sin abrir los labios. Hubo siete segundos de silencio en la espiral del aire, y algunas lágrimas.

12

Subo al trolebús y me siento junto a un hombre calvo, de estatura mediana, muy gordo y de una edad indescifrable. Tartamudea como si fuese un andaluz perseguido por el sueño, abre y cierra los ojos del color de las plumas de la perdiz real, y no deja de reírse. Todos lo observan con asombro. Silenciosamente me acerco a él, sonrío sin darme cuenta de que sonrío, y al fin le preguntó por qué se ríe:
—Por nada —responde con una voz de niño travieso—. Siempre me río por nada: sólo me río de la risa que va y viene por el mundo. Nunca me río por algo.
—Esta bien, gracias —digo y levanto el pulgar en señal de ironía, una ironía que sin embargo aprueba su gesto de reír por reír, sin medida. «Lástima que a veces lo imitemos cuando es demasiado tarde», pienso después de sonreír caballerosamente, «aunque no estoy muy seguro; sospecho que su risa pertenece al reino donde sólo existe la ausencia de toda suspicacia, ese mundo del pleonasmo infantil y crónico: después de subir para arriba, entro adentro y descubro que la risa se ríe de sí misma, tal como ocurre con esta sonrisa mía que aparece junto a la urdimbre de mis palabras».

13

El doctor Giuseppe Amara viene llegando de la tierra de Tiresias. Como aquel ciego clarividente, no deja de cultivar el arte de laverdad sospechosa y compasiva: una verdad alumbrada por la temperatura de lo sensible, casi profética. El doctor ha dicho con exactitud, o más bien con relativa certidumbre, que yo también soy un filósofo aullador:
—Tus ideas, si acaso existen, ladran sin piedad y sólo piden misericordia. Tus ideas no explican nada: sólo estallan, primitivamente. En ellas hay equilibrio, sin embargo, un equilibrio casi imperceptible, además de la comedia del remordimiento y la ternura, esa ternura igualmente explosiva.

 


De la contratapa

A la extensa obra literaria de Hernán Lavín Cerda, iniciada en Santiago de Chile en 1962, viene a sumarse un nuevo título, La Sublime Comedia, que se compone de poesía de amplio registro, así como de prosa con intensidad y temperatura profundamente humana, donde también palpita el espíritu poético. Hay un tono de humor paradojal, de suave o perspicaz ironía: un carácter a menudo enigmático a lo largo del libro.

El 7 de diciembre de 1988, Luis Cardoza y Aragón señaló en el prólogo que escribió para la obra panorámica Adiós a las nodrizas o el asombro de vivir (1992): «Lavín Cerda es un escritor de gran sabiduría y de visiones personalísimas. Solamente nos perturba su lucidez. Lo leo paso a paso porque me va cautivando su escritura, la brisa que cruza por sus ramas, en la cual se mezcla el ingenio con el canto. Su poesía pensativa avanza índicamente con asociaciones inesperadas que producen accidentes que son felicidad. En su apariencia de juego, en su juego de apariencias, nunca falta lo insólito y el sobresalto ante el mundo que despertaron mi curiosidad. No sé en dónde arranca esta súbita poesía y menos sé adonde va. Si lo supiera, ¿para qué leerla? Hay irrisión y un elogio de la vida. A veces percibo que se halla dotado para asombrarse con cualquier cosa sin ser por ello infantil. Lo siento colmado de relaciones vitales y librescas: las librescas son también relaciones vitales e invencibles como las relaciones del destino».

Más de veinte años antes de las palabras de Cardoza y Aragón, Julio Cortázar le escribe a Lavín Cerda desde Saignon, en Francia, luego de leer su libro Neuropoemas, publicado en Chile en 1966: «En este tiempo en que más que nunca me dedico a leer poesía, recibir una serie de poemas como los tuyos es una alta recompensa. Soy parco en elogios. Si te digo que tu libro me parece muy bello, tómalo en la más estricta acepción de la palabra. Tienes un acento y un ritmo extraordinariamente personales, que dan a tus poemas ese impulso que los clava para siempre en la memoria. Has evitado la facilidad, ese bichito que se come a tantos... Lo que tienes que decir lo dices siempre alto, y que el que pueda estire el brazo y se coma la manzana; se ve que no estás dispuesto a dársela a la altura de la boca».

En las páginas de La Sublime Comedia respira el espíritu diurno, crepuscular y nocturno de los seres humanos. Aquellos seres de pronto imaginarios, como diría Jorge Luis Borges, que se dejan cautivar por las vibraciones visibles y semiocultas de aquel ritmo que piensa: ese ritmo que se se articula y canta no deja de cantar mientras va pensando. A cada instante, sutilmente, aparece la música misteriosa del pensamiento. Todo sucede por primera vez, ¿pero de un modo infinito?

 


Hernán Lavín Cerda nació en Santiago de Chile en 1939. Es licenciado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, desde 1965. Fue redactor y columnista de varios periódicos y revistas de Chile durante la década del 60 y principios del 70. En 1970 obtuvo el Premio Vicente Huidobro por su texto de narrativa poética La crujidera de la viuda. Durante 1971 fue becario del Taller de Escritores Jóvenes dirigido por Enrique Lihn en la Universidad Católica. Reside en México a partir de octubre de 1973. Desde 1974 es Profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, dentro del área de Letras Hispánicas. De 1975 a 1979 dirigió el Taller de Poesía del Instituto Nacional de Bellas Artes. A partir de 1992 es miembro de la Academia Chilena de la Lengua. Ha publicado más de cincuenta libros de poesía, ensayo y narrativa de ficción. Ha sido traducido al alemán y al inglés. Su obra poética y narrativa aparece en antologías de Latinoamérica, Estados Unidos y España.


 

 

 

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Hernán Lavín Cerda.
La Sublime Comedia.
Editorial Praxis, 1ra Edición, 2006.