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Hernán Rivera Letelier

EL SOLITARIO DE LA PAMPA


Por Marcela Escobar Quintana
Revista El Sábado, 10 de julio 2004


A Hernán Rivera Letelier no le agrada Santiago. Nunca le gustó, ni siquiera cuando patiperreaba por Chile a principios de los setenta mientras las hacía de hippie en un viaje sin destino. Recorrió el país de norte a sur y al revés, pero acá no tuvo escala. Esta mañana son las 11 y media y Rivera está evidentemente resfriado. Carga en el cuerpo tres días en Santiago y le quedan dos más antes de regresar a Antofagasta. Esta vez no pudo hacerle el quite a la ciudad: es aquí donde un escritor best seller como él debe presentar su última novela, Canción para caminar sobre las aguas, que a dos semanas de su lanzamiento ya está primera en las ventas. Es la novela hippie de Rivera Letelier. La novela que cita, dice, su propio viaje iniciático. La novela que hace una escala imaginaria en el Santiago de 1973.

-En la vida real no tuve temporada hippie en Santiago- dice, sin apurarse al hablar porque Hernán Rivera es levemente tartamudo-. Siempre le hacía un by pass, porque a mí me gustaban los pueblos chicos. Me crié en un campamento minero de tres calles, entonces una ciudad muy grande se volvía monstruosa. Ahora tampoco me gusta el ruido, el tráfago, la gente apurada, neurótica en las calles. Yo camino con pachorra, lentamente, con las manos atrás o en los bolsillos. Como se camina en los pueblos chicos. Aquí no puedo hacerlo. Aquí me empujan, me pegan codazos.

- ¿Y usted empuja de vuelta?
-No. Yo soy manso- dice Rivera, y parece molesto. Puede que sea el resfrío o los tres días de empujones o la metafórica urticaria que dice sufrir en los aeropuertos y en los hoteles. De la vida de escritor best seller. Rivera detesta estos lugares. -Ya no los soporto. Aunque sean de cinco estrellas y media. Cuando te quedas solo en tu cuarto, la soledad te pone una pata encima y es la misma soledad en un hotel de lujo. En esos momentos agarro el teléfono y llamo a mi mujer, a mis hijos, a mis nietos. Es una soledad extraña. Porque piensas que en este mismo instante hay montones de gente que están leyendo mi libro. Y yo estoy solo.

Son las 11 y media y Hernán Rivera está sentado en el lobby de un céntrico hotel santiaguino. Alrededor suyo hay ejecutivos en plan de negocios. Nadie lo saluda, nadie lo reconoce. Rivera parece sentirse solo.


EL EVANGELIO SEGÚN RIVERA

La crianza evangélica que hubo en su familia se le quedó pegada a Hernán Rivera Letelier aunque él diga que la vivió sólo hasta que pudo soltarse de la mano de sus padres. Y se le cuela cuando habla de la amistad, por ejemplo, a la que eleva a categorías sagradas. Uno de los personajes de su última novela se llama Cristo Pérez, un tipo que fabrica pitos con las páginas del Apocalipsis. Y en una suerte de santísima trinidad de su proceso creativo. Rivera proclama que en él vive una tríada del oficio literario, porque luego de ser escritor se convierte en el lector privilegiado y después en el corrector severo de todas sus novelas.

Hasta para explicar la versión chilena de la revolución de las flores. Rivera saca de la manga una cita sagrada: "Hay una frase bíblica que dice 'Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos'. Creo que en Chile el hippismo se puso de moda, y un 90 por ciento de los seudohippies era eso, seguidores de la moda y nada más. Ponerse pantalones pata de elefante, camisa floreada e irse al Coppelia no es de hippie, es una moda. Los verdaderos fueron muy pocos y lo siguen siendo aunque no se vistan como tales. Se los reconoce por su modo de ser, por su forma de pensar".

Entonces, Rivera vendría siendo uno de esos hippies de verdad. Lejos de la moda que se ha apoderado de las tiendas y de las teleseries. Si uno la mira bien, la tan citada chaqueta de cuero negra que Rivera usa siempre podría ser una reminiscencia de esos días hippies, pero está impecable y tal vez sea cierto que la mandó a hacer a Argentina.

"Yo sigo siendo hippie de alma. En cada ser humano bien nacido hay un hippie dentro", dice él, y ese ser humano bien nacido es el que sueña con la paz, el amor y la libertad mundial. La trilogía imposible.

A los 18 años, cuando Rivera Letelier no era el escritor que es ahora porque no había terminado la escuela y trabajaba en una mina en plena pampa, supo de la revolución hippie. Hacía tiempo que se mandaba solo. Su madre había muerto cuando él tenía nueve años, a los 11 comenzó a trabajar vendiendo diarios y a los 15 ya era minero, como su padre. Dice que no encontró mejor cosa que irse de viaje y proclamar el amor libre. Que quería vivir la prolongación de los sesenta, porque está convencido de que la década revolucionaria tuvo en Chile un bonus track: los tres años del gobierno de Salvador Allende.

"Fue un fracaso para el país, pero para los que anhelábamos la libertad, fue una batalla perdida, no más. No perdimos la guerra. Con el golpe nos llevaron todo, pero no pudieron llevarse la música, que es lo que nos mantiene vivos", dice Rivera con ese lenguaje suyo lleno de metáforas. Tiene algunas que son inclasificables. "Más serio que perro en bote", por ejemplo. Y siguiendo con lo de la música, el escritor cree que en la melodía del Chile post golpe recién se están afinando los instrumentos.

-En todos estos años que llevamos de democracia, aún no volvemos a la música de entonces. Todavía se siente la bulla de las marchas militares y se escucha por ahí a Los Huasos Quincheros. Todavía no recuperamos esa música verdadera, de libertad. Lo que pasó en esa época es que se juntaron todos los sueños y se formó un gran sueño entre los jóvenes. Algunos dicen que esa revolución fue un fracaso. A lo mejor. Pero hacerla fue hermoso. Por lo menos nos cambiamos a nosotros mismos.

Eso es cambiar el mundo, según Rivera.



MÚSICA PARA LAS MASAS

El fin de su viaje coincidió con la muerte de su padre, víctima de la silicosis. El papá de Rivera quería que el hippie se buscara un trabajo. No tenía idea de que su hijo había empezado a escribir poesía. Murió sin saber que era padre de un escritor.

Igual que Brando Taberna, su alter ego en Canción para caminar sobre las aguas, Rivera se encontró con el escritor en sus días de nómade. Partió de Antofagasta como minero y regresó como poeta.

-A lo mejor fue un despertar, a lo mejor siempre fui así y no lo había descubierto no más. A lo mejor siempre fui un tipo audaz, aunque era muy tímido. Todos esos sentimientos, esas sensaciones, se despertaron con estas andanzas. En este viaje me conocí a mí mismo, eso fue lo primordial. Fue un poco el viaje iniciático, un poco como el viaje de Peter Fonda. Salí a buscar mi destino, y lo encontré. Encontré que era escritor, descubrí que era poeta. Quién te dice que sin ese viaje, a esta hora estaría todavía en la pampa. Y sería un jefe de turno.

Pero no es el jefe de turno, sino uno de los escritores chilenos más premiados y que más vende. Al que definen, para bien y para mal, como un autodidacta. Rivera ha colaborado con eso: ha contado que aprendió a leer a los 7 años, pero que pronto abandonó la escuela; que después fue ayudante de gasfiter, de carpintero, de mecánico; que a los 27 años, mientras trabajaba en la mina, se matriculó en una escuela para adultos donde consiguió aprobar séptimo y octavo, y que la enseñanza media la cursó en el Inacap.

Hay quienes no le creen sus historias, sospechan que Rivera ha construido un personaje que exalta el mito del sobreviviente y no les calza ese tipo de anécdotas con la prolífica producción literaria en la que se anotan La Reina Isabel cantaba rancheras, Himno del ángel parado en una pata, Fatamorgana de amor con banda de música, Los trenes se van al purgatorio, Santa María de las flores negras. Y ésta, la novela hippie.

A diferencia de las ventas, las críticas para Canción para caminar sobre las aguas no han sido buenas. Rivera parece no complicarse: "Siempre digo que hay que distinguir entre las malas críticas y las críticas malas, y en Chile, lamentablemente, son casi todas críticas malas. Se responden solas, se caen solas. Ya estoy acostumbrado a ellas. El día en que estos tipos comiencen a hallarme alguna cosa buena, tendré que comenzar a preocuparme, algo estaré haciendo mal".

En el ambiente literario se ha llegado a decir que lo del Rivera pampino es una estrategia de marketing. Al Rivera escritor ese comentario le hace gracia y jura que la suya es una coraza que resiste lo que le lancen desde cualquier punto. Que por eso prefiere marginarse de las reuniones de escritores.

-Me margino no porque me sienta menos que ellos o porque me sienta cohibido. Me margino porque no me gusta este mundillo, porque no lo soporto, porque siempre he sido un francotirador, un lobo estepario. Y además tengo una piel blindada contra toda esa envidia y esa cizaña. A mí me han tirado mierda desde los cuatro puntos. ¿Sabes por qué? Porque tengo algo que ellos quisieran. El cariño de la gente. Porque no escribo para las élites, sino que para la gente como yo.

Nunca conoció a Julio Cortázar, pero de tanto leerlo dice que sentía que eran amigos. Que cuando Cortázar murió, él se tiró sobre un sofá, a llorar. Nunca se vieron, pero Rivera habría vestido luto por el argentino. Ese cariño, asegura, es lo que la gente siente por él. "Y eso es impagable. Ya con eso no quiero más".

No quiere más, pero tiene más. Pese a mantenerse al margen del mundo literario, él ha conseguido mantener algunos lazos, más concretos que el que tuvo con Cortázar. Rivera dice tener amigos escritores pero no da nombres, excepto el de su coterráneo Patricio Jara, escritor a quien le ha dado a leer sus dos últimas novelas y por quien apuesta. "La amistad puede surgir en lo más adverso. Tengo un par de amigos y amigas escritores que están entre mis mejores amigos. Sé que es una amistad eterna. Están involucrados, además, los sueños. Leímos los mismos libros, nuestras raíces se juntan también en otro plano, somos amigos en la vida real, pero además soñamos lo mismo, construimos lo mismo, ficcionamos lo mismo en esta ilusión que es el arte de escribir. Por supuesto que hay amigos entre los escritores. Como hay hijos de puta, también".

A Rivera le cambia la cara cuando habla de Roberto Bolaño. El novelista que murió hace un año no tuvo empacho en lanzarle dardos en su libro El gaucho insufrible. Allí, Bolaño escribió: "Dios bendiga a Hernán Rivera Letelier. Dios bendiga su cursilería, su sentimentalismo, sus posiciones políticamente correctas, sus torpes trampas formales, pues yo he contribuido a ello". Una cosa poca, porque Bolaño despotricó contra todos los que llamó escritores de folletón. Y Rivera, que lo admiraba, ya se lo había topado en Santiago en la presentación de un libro y ahí Bolaño le dedicó un débil apretón de manos y lo dejó para reunirse con periodistas. "Conocerlo fue muy triste", habla Rivera. "Yo lo quería mucho y lo admiraba mucho, era un chileno que estaba triunfando en España y mis libros recién llegaban a ese país. Cuando me lo presentaron fue muy triste. El tipo sin conocerme ya me tenía tirria. Qué más se puede decir. Está muerto, lo siento mucho, me dolió mucho su muerte".

-¿Falta generosidad, entonces, para admirar el talento ajeno?
-Se da poco entre los escritores. Para admirar hay que ser grande de espíritu. Falta generosidad, exacto. Cuando Jorge Edwards ganó el Cervantes, en España le preguntaron por Rivera Letelier. Dijo que no lo conocía. Mi nombre no le sonaba para nada. Esa es la diferencia. Pero no me importa. He logrado hacerme un cuero de una dureza prehistórica.

Con esa misma dureza prehistórica que lo tiene sentado en el lobby de su hotel. Rivera no desconoce que le gustan los premios. Que ya se lo habían preguntado antes, en El Mercurio de Antofagasta, y que el periodista tituló la nota así: "Mi sueño es ganar el Nobel". "La respuesta fue la siguiente: todo artista que diga que no le interesa el premio nacional o el premio Nobel es un farsante, un mentiroso. La diferencia es que el verdadero artista no escribe para eso. Yo no escribo para ganarme ningún premio, pero si llegan, bienvenidos sean. De alguna manera están considerando tu obra, que es lo importante. He tenido mucha suerte porque me han dado muchos. Bienvenidos. Yo no escribo mejor por eso. Si estoy escribiendo cada vez un poco mejor, es porque me saco la cresta trabajando y punto. Con premio o sin premio, voy a seguir trabajando igual".

Y trabaja mucho. Sin método. Dice que puede demorarse tres meses en escribir una novela, pero que gasta año y medio en corregirla. De lo que no se preocupa es de las traducciones, las que no revisa. "Que se las arregle el traductor, qué voy a revisar yo si apenas hablo el español", ironiza y claro, tendría que hablar francés, italiano, alemán, griego, portugués.

Hernán Rivera ha dicho que lo que más agradece es el cariño de la gente. Que en Antofagasta las mujeres le gritan "te amo", que los adolescentes lo tutean, que los taxistas le dicen "maestro". Hay que hacer un acto de fe en sus palabras porque es posible que los antofagastinos sean gente cariñosa que prodiga todo tipo de mimos a su escritor más famoso. Pero este viernes lluvioso de nuestra entrevista, cuando Rivera camina a paso lento por la calle Londres, un hombre se le acerca sonriendo y estrecha su mano con fuerza. Le palmetea la espalda, lo felicita y le da las gracias. Como debe ocurrir a diario en Antofagasta, probablemente.

A Rivera, el gesto lo deja más contento. "Me dijo que a su mujer le encantaban mis novelas", dice. Hay algo picaro en el nuevo y animado rostro del escritor. Con otra voz, larga: "En las presentaciones de mis libros llegan hombres que me dicen que sus esposas están enamoradas de mí. Hasta me muestran fotos. A veces son mujeres bien lindas. No sé por qué no van ellas en vez de enviar al marido". Se ríe. Levanta la cabeza y su paso lento se hace más decidido. El escritor que odia Santiago -porque aquí lo empujan- sigue su camino luego de que un hombre le palmetea la espalda. Y recién ahora parece sentirse menos solo.



Imagen: Dig. sobre fot. de Juan Eduardo López


 

 


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Hernán Rivera Letelier: El solitario de la pampa,
por Marcela Escobar Quintana,
Fuente: Revista El Sábado,
10 de julio de 2004.