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Canción para caminar sobre las aguas de Hernán Rivera Letelier


El vagabundo traicionado


por
Vicente Montañés
Nación Domingo, 27 de junio 2004


No hace mucho afirmó que si una mujer muy bella admiraba a Dostoievski, esa afición la hacía, para él, aún más deseable, pero que ocurría lo contrario si ella era lectora de Marcela Serrano o Paulo Coelho.

Interesante paradoja, pues Rivera está mucho más próximo, en su propia narrativa, de estos dos autores que del epiléptico ruso. Quizás sea un truco para eludir el narcisismo, pero lo cierto es que este parentesco literario resulta evidente en , su última novela.

En este relato, donde se narra la amistad itinerante de tres hippies a lo largo del norte chileno y en pleno año 1973 -son los últimos días del gobierno de Allende-, el autor intenta una loable, y literariamente fracasada, fusión entre la picaresca y la novela “on the road”.

Lo hace con su habitual soltura de pluma, pero sucumbe ante los demonios del estereotipo y la superficialidad.

Si los manejos dudosos de un político progresista socavan su autoridad moral para enarbolar el tantas veces traicionado banderín de la justicia social, así también, en el terreno estético, una mala novela, al hablar de los luctuosos sucesos del golpe de Estado del ’73, caricaturiza penosamente el escenario en que esa tragedia tuvo lugar. No tiene importancia, podría decir alguien, si no es más que una novela. Y tendrá razón, pues el daño no es “moral” sino, precisamente, novelístico.

En otras palabras, el tema se chacrea, y podría cundir el desánimo en escritores más solventes que se apresten a novelar los acontecimientos de aquel año crucial.

Tal vez Canción para caminar sobre las aguas no sea, en rigor, una novela sobre el golpe militar, pero el hecho es que sus tres protagonistas -Jerónima Monroe (muchacha excitable y entrada en carnes, admiradora de la Marilyn cuyo apellido adopta), Brando Taberna (poeta y seductor callejero) y Cristo Pérez (un iluminado moralista y anoréxico)- recorren el norte chileno durante los meses finales de la Unidad Popular y su aventura común termina, justamente, con la violenta instalación de la dictadura militar en el país.

La historia de estos tres amigos se inicia en las playas de Arica, adonde han llegado, cada uno por su cuenta, impulsados por las ganas de conocer el mundo más allá de cualquier atadura familiar, lo que suena acorde con la época y, en el caso de Jerónima, no es poco decir: ella afirma provenir de una familia “burguesa”, aunque su padre -un señor Hasbún emparentado con el célebre cura- no parece interesarse en su hija.

Brando es una suerte de romántico vividor y, en el fondo, el verdadero protagonista de la novela, mientras que Cristo Pérez, algo mayor, camufla un pasado más misterioso bajo sus arranques moralistas y su exacerbada (¿mentirosa?) aversión a la lujuria de sus dos compañeros (Brando no le hace ascos al ratón que la joven acoge entre sus pechos). Un trío aparentemente colorido, pero que a poco andar destiñe.

Tanto la subcultura de los hippies como -es el telón de fondo- la fallida revolución de los desposeídos con empanada y vino tinto (y la crueldad final de los milicos), o incluso las relaciones personales de los tres, se diluyen en la prosa altisonante del narrador.

Aunque fumen innumerables pitos de marihuana, y por más que Brando y Jerónima copulen cuando se les frunce, no hay tensión trasgresora -conflicto dramático-, y cualquier posible erotismo brilla por su ausencia.

Propensos a ejercer, a la menor provocación, una verborreica filosofía de bajo precio, estos “simpáticos” vagabundos son poco más que caricaturas delineadas a punta de pintoresquismo, sin profundidad y despojados de toda verosimilitud, que no es sino la capacidad que tiene un personaje de parecer real -en la ficción-, aunque sea un marciano con antenas retráctiles.

Siempre al filo de la pobreza total, pero rescatados gracias al “ingenio” o por obra del azar, Brando, Jerónima y Cristo Pérez acaban sus andanzas en un Santiago tomado por los golpistas.

En el camino quedó un sinfín de anécdotas que, desarrolladas con mayor inteligencia y menos frivolidad narrativa, habrían podido -quién sabe- recrear con humanidad la condición marginal de los que optan por el eterno desarraigo, y a la vez explorar el doble fondo de los afectos, pues no en vano la amistad se triza aquí apenas la violencia política muestra la cara. Y es que en el siempre vivo fantasma de la traición estaba el genuino filón de esta historia; por desgracia, al autor se le apareció demasiado tarde.

Canción para caminar sobre las aguas
Hernán Rivera Letelier
Editorial Planeta, 2004.
237 páginas.

 
 

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Hernán Rivera Letelier: El vagabundo traicionado.
Canción para caminar sobre las aguas de Hernán Rivera Letelier, por Vicente Montañés, Fuente: Nación Domingo,
27 de junio de 2004.