Cristián Huneeus

 
 

 


¿QUÉ FUE DE LOS BUENOS MUCHACHOS?



Por Cristián Huneeus
(en revista Hoy, Nº 17, semana del 21 al 27 de septiembre de 1977, p. 41)




No es el atractivo de la nostalgia lo que me impulsa: no sé si la tenga acerca de esto ni sé si uno pueda, realmente, tenerla acerca de nada. The past is dead and gone, como dice (sin entera convicción) la balada norteamericana. El caso es que a veces me pregunto qué fue de los buenos muchachos de hace 20 años: los que publicaban en las editoriales chilenas, asistían a los encuentros y talleres de la Universidad de Concepción, y protagonizaban las páginas culturales de una prensa polémica. O los que hacían, como yo mismo, sus primeras armas en las revistas y antologías universitarias de la época.

No siempre se les leía. Solían ser francamente majaderos. Pero integraban un visible y audible inventario humano. Lo exaltaban o condenaban todo, sin argumentos demasiado racionales ni ideas particularmente luminosas. Formaban y rompían alineamientos extraños, máquinas montadas para quedar bien con Dios y con el diablo. Unos se decían de izquierda y otros se calificaban de independientes. "La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas", como ha dicho Parra. Pero se veía venir una sorda disensión interna: ya en 1958 Allende estuvo a las puertas de la Presidencia. Pero no las cruzó esa vez, prolongando la tregua por otros doce años, y la división de las aguas políticas continuó marcándose en un plano que, referido a la experiencia concreta de quienes empezábamos, resultaba fantasmal, el de la Guerra Civil Española. Y uno, sin saber que participaba en los aprontes de nuestra dolorosa reedición americana de aquella crisis, debía reconocerse republicano o franquista. No era difícil, porque implicaba poco. Y nadie se iba a las manos por algo tan ajeno.

Así la vida literaria continuó por algo más de unos diez años, tal vez hasta el 71 ó 72, con la pintoresca ramplonería, que es de la esencia del Reino de Chile, palpable, sin duda, hasta en el enconado sectarismo de sus pataleos finales, pero también con el entusiasmo de los escritores, compartido por un público igualmente capaz de no comprender nada como de acogerlo todo, pero decididamente allí. El escenario social de nuestra cultura no era el de París ni el de Nueva York. Tampoco el de Buenos Aires. Pero era un escenario. Invitaba a la provocación y estimulaba la producción de acontecimientos que lo superaban.

1954 fue el año de los Poemas y antipoemas. La década fue de la Generación del 50.

¿Qué ha sido de los buenos muchachos? Algunos, comoJodorowsky o Donoso, emigraron el 55 y el 65 respectivamente, según parece para siempre, y con éxito brillante en el extranjero. Otros escriben y publican en Chile. Son más de los que se piensa. Pero han sido drásticamente reducidos por la muerte, el abandono de las letras, el silencio y el exilio voluntario o forzado, y nos penan desde la terrible galería de las presencias ausentes.

En los años 60 murieron Luis Alberto Heiremans, el dramaturgo del Teatro de Ensayo; Alfonso Echeverría (La vacilación del tiempo); Carlos de Rohka; Jaime Laso (El cepo);]osé Chesta (Las redes del mar), y Juan Agustín Palazuelos (Muy temprano para Santiago). Claudio Giaconi (La difícil juventud) se fue a Roma, hoy está con una agencia de noticias en Nueva York y no ha escrito más. Tampoco Herbert Müller (Sin gestos, sin palabras, sin llanto), que por el 69 trabajaba en Buenos Aires con una firma asesora de inversionistas norteamericanos. Ni Mario Espinosa (Un retrato de David), que vive desde la misma época en California. Ni Juan Lanza. José Manuel Vergara (Daniel y los leones dorados) trasladó su Editorial Pomaire a Barcelona hacia el 64 y también dejó de escribir.

Jorge Guzmán (Job-Boj) y Alberto Rubio (La greda vasija) trabajan en Chile. Ambos escriben, pero ninguno publica.

Luis Domínguez (Citroneta blues), Óscar Hahn (Arte de morir), Pedro Lastra (Y éramos inmortales), Carlos Cortínez (Opus cero), Patricio Lerzundi (Aquí estoy}, Jaime Valdivieso (El muchacho), Mercedes Valdivieso (La brecha) empezaron en la misma década del 60 a tomar sus primeros contratos en universidades norteamericanas y se han ido quedando. Divididos entre la academia y la literatura, algunos, como Hahn, han sacado libros significativos. Mauricio Wacquez (Excesos) pasó por Chile el 71-72 y regresó a Europa, donde ya residía. Escribe y ha ganado una Beca Guggenheim para 1977. Efraín Barquero (Los vientos del reino), Antonio Avaria (Primera muerte} viven asimismo afuera. Antonio Skármeta (Desnudo en el tejado) trabaja en Berlín; Bernardo Subercaseaux (El trompo), en Harvard; Poli Délano (Amaneció nublado), en México; Waldo Rojas (Príncipe de Naipes), en París; Hernán Valdés (Zoom), en Londres; Armando Cassigoli (Angeles bajo la lluvia), en México; Federico Schopf (Desplazamientos), en Munich; Hernán Lavín Cerda (Neuropoemas), en México.

Es improbable que la diáspora chilena se reintegre del todo a Chile. Se empieza a constituir en un momento en que la literatura latinoamericana se internacionaliza, como fueron los años 60, donde en lugares como Francia, Estados Unidos o España se abren mayores oportunidades para su práctica y difusión que en cualquier capital de América. Representa, en esa etapa, el deseo de superar por fuera las limitaciones del medio ambiente local. Quizá, además, un deseo de alejarse del enfrentamiento que todo el mundo presiente como inevitable si Allende gana la Presidencia. Posteriormente, los hechos se desencadenan del modo que conocemos, se instaura el receso político y se reducen los recursos financieros para la cultura. La diáspora acrecienta su tamaño.

Muchos ausentes querrían regresar. Otros no tienen interés o posibilidades de hacerlo. ¿Qué rasgo asumirá sin ellos y en la presente dificultad el nuevo escenario cultural que busca reconstituirse en el país?



 

 

 

 
 


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