Cristián Huneeus

 
 

 


¿CULPA DE BLEST GANA?



en (Hoy, N° 377, semana del 8 al 14 de octubre de 1984, p. 49)


Luego de unas vacaciones de setiembre un tanto alargadas por disposición de las autoridades universitarias, volví a dictar mi curso semanal sobre Blest Gana, el "padre" de la novela chilena. Siempre me ha gustado el campus de la Universidad de Santiago, construido en tiempos de Alessandri por Fernando Castillo Velasco y Asociados. Representa un buen momento del modernismo en arquitectura. Y me han gustado también los jardines, con especies hermosas como gingkos, castaños de la India y tuliperos. Incluso hay por ahí una carica chilensis, papayo silvestre bastante raro a pesar de lo autóctono.

Esta vez me costó ingresar al recinto. Había buses con carabineros frente a todos los accesos, y los "azules" -guardias tan autóctonos como la carica, pero más bien salvajes que silvestres, y por desgracia menos infrecuentes en nuestros establecimientos universitarios- no dejaban entrar ni siquiera a los peatones de aire tranquilo, salvo por una sola y vigilada puerta, obligando a dar largos rodeos por fuera de las rejas para alcanzarla.

Una vez dentro, estudiantes y profesores me pusieron al día. Todo tenía que ver con los 18 alumnos expulsados y los muchos sancionados por su reciente adhesión a las protestas de setiembre. Losjóvenes habían planteado una apelación y se temía, se me dijo, que intentaran, coludidos con elementos extraños, una invasión masiva y violenta del campus para apoyarla. Los jóvenes pretenden "participar" y, según parece, también pretenden que "participen" los académicos: es decir, que se produzca una recuperación de la universidad por y para la gente propiamente universitaria. Indudablemente, éstas son ideas que carecen de vigencia en el mando del país.

Y mientras empezaba a dar mi clase, sobre un tema que dice relación con lo histórico y lo ficticio en la obra de Blest Gana, autor que, por afortunada ignorancia de los responsables, nunca ha sido eliminado del curriculum, me vinieron a la mente unas frases de la conclusión de esa brillante novela que es El ideal de un calavera, donde se cuenta la participación de Abelardo Manríquez, el protagonista, en el levantamiento que acabó con Portales.

No se las leí a mis alumnos y prefiero no citarlas aquí, a fin de que mañana no se diga, si Blest Gana es prohibido, que yo he sido uno de los causantes. Son frases que describen a quienes buscan su grandeza, "en la fuerza y no en el amor de sus pueblos". Y que lo revelan, a nuestro ponderado padre, como uno de los peligrosos culpables de lo que hoy piden los estudiantes.

 

 

EL SEÑOR ARNOUX

 

(Hoy, No 379, semana del 22 al 28 de octubre de 1984, p. 50)


Cierta inolvidable vez, Flaubert dijo: "Madame Bovarv soy yo". Y ocurre que cuando alguien piensa en Flaubert, antes que nada piensa en la pasional e infortunada Ema. Ella es, en efecto, su personaje. Y como tal es, también, una proeza muy infrecuente: la gran heroína mujer creada por un escritor hombre. Como Ana Karenina en Tolstoi o Isabel Archer en Henry James.

Flaubert supo realizar la ambición, perseguida por tanto novelista, de alcanzar la identificación con la sensibilidad femenina. Pero además fue, obviamente, un gran creador de caracteres masculinos.

A menudo éstos no resultan otra cosa que vaciaderos para descargar un sangriento ánimo satírico. Pero no siempre. El señor Arnoux, por ejemplo; Jacques Arnoux, uno de los protagonistas de La educación sentimental, "novela de aprendizaje" y a la vez panorama asombroso y devastador de los acontecimientos revolucionarios de 1848, supera con largueza la condición de mero objeto de la burla. Y lo curioso es la ambigua y compleja base de la simpatía con que su inventor lo mira.

Arnoux, un comerciante en arte ("su inteligencia no era lo suficientemente alta para llegar al arte, ni lo bástame burguesa tampoco para apuntar exclusivamente al beneficio") no es dechado alguno de perfecciones. Pero en contraste con Moreau, el personaje central de La educación, espectador que nunca se compromete y jamás actúa, que viene a representar la situación distante y contemplativa del artista, el "ideal" flaubertiano de conducta no contaminada por los rigores y vulgaridades de la participación y la competencia, Arnoux es portador de la virtud de la acción, indicio de los deseos contenidos de Moreau y, por lo mismo, su alter ego. "Debido, sin duda, a profundas similitudes", Moreau "se sentía atraído por su persona". A tal punto esto es así que se enamora de las dos mujeres de Arnoux, su esposa y su amante, y toda la novela discurre en torno a su relación con ambas.

Arnoux es un hombre que engaña, adultera, falsifica y especula con toda espontaneidad y sin que se le pase por la mente que podría obrar de otro modo. Un empresario que fracasa así como pudo haber triunfado, y que en una maraña de requisitorias, demandas, embargos y órdenes de prisión, escapa de París a un modesto y cómodo escondite.



LIHN Y SU LIBRO

 

(Hoy, No 382, semana del 12 al 18 de noviembre de 1984, p. 54)


El libro más reciente de Enrique Lihn, publicado en Ediciones del Norte en Estados Unidos, acaba de llegar a Chile. Es un poemario erótico, Al bello aparecer de este lucero, y viene a continuación de El Paseo Ahumada, un poemario político, publicado en Santiago hace unos; once meses. Lihn, un poeta mayor, no siempre reconocido como tal por nuestros parroquianos (quizá, como alguna vez oí comentar, porque es hombre que "no sabe dar puntada con hilo"); Lihn, digo, ha trabajado constantemente las dos vertientes, la erótica y la política, vincualadas en su obra por la oposición entre el deseo o la voluntad y algo que si no siempre
es "la realidad", con frecuencia es un demonio, quizá el demonio de "la realidad", que se apodera del hablante. "Atraes el vacío a los lugares en que te detienes a vivir" o "No me mueve el interés personal, sino el afán de la bancarrota, la obsesión de la quiebra, en una palabra el miedo por el que empieza la barbarie". (La musiquilla de las pobres esferas).

Al bello aparecer opera, como sus libros inmediatamente anteriores, en especial las novelas La orquesta de cristal y El arte de la palabra, en el mundo de la "alta" cultura. Son múltiples las referencias al arte y la poesía enhebradas en este texto brillante y conmovedor, uno de los más logrados en la extensa y admirable trayectoria de Lihn, que cuenta las miserias del buey viejo cuando se entusiasma, como dicen los campesinos, con el pasto tierno. Hay no obstante un cambio. Porque en las novelas, el habla coloquial, decisiva en Lihn, es absorbida por el laberinto de las tradiciones europeas y el poeta asume, con deliberada exacerbación, el punto de vista cómico del meteco: ese ejemplar netamente americano que frente a la cultura no tiene otra opción -no la tuvo Darío ni la tuvo Huidobro- que la de comportarse como un nuevo rico. Aparece entonces una estética de la indigestión, la indigestión como resultado del exceso, asumido en cuanto riqueza y pobreza a la vez.

Aquella explosiva coctelera de ismos que es la prosa de Lihn encuentra un sosiego raro en Al bello aparecer, el de un diario (como han solido ser sus libros) donde se registran la experiencia y el pensamiento en torno a la experiencia, paso a paso, recorriendo de comienzo a fin un violento romance ruptural. Es el sosiego de una nueva voluntad de comunicación.

 



LA AMISTAD DE NICANOR

 

(Hoy, Nº 384, semana del 26 de noviembre al 2 de diciembre de 1984, p. 48).


Uno siempre disfruta de la amistad con los mayores. Y por mucho que el paso del tiempo incline hacia la amistad con los menores, en esto no se cambia.

Me figuro que la cosa viene del deseo que impulsa al joven a lograr la madurez, al viejo a recuperar la juventud: de la conciencia de que la propia generación no es sino una generación: pero, en el fondo, de la certidumbre, tal vez oculta, de que juventud, madurez, vejez, no tienen tanto que ver con años y sí dependende aquello en teoría intemporal que es el espíritu.

"Para ser joven", Parra me dijo cierta vez, "hay que haber vivido su buen poco". Era 1974. Salíamos de su Taller de Poesía en el Departamento de Estudios Humanísticos, donde más de un principiante había leído versos con líneas como "sacudió el yugo indigno" o "el perverso proceder de tu artificio", "del verde bosque con pesadumbre te alejas" y "de la lira esa música divina". Tenían esas líneas su tonito de 1840, más que espontaneidad juvenil
parecían revelar hallazgos de anticuario.

"Escribir hoy así no es permisible", agregó Nicanor. "No es factible. No es aceptable. No es operable. Tampoco es amable. Ni menos amigable. Ni siquiera posible. Dime tú. Nada que termine en 'ble'".

Y anotó algo en su cuaderno (infaltable). Luego me leyó el artefacto que sigue: "Esto es, muchacho, un palacio en medio de una población callampa". Era, sin duda, lo que resultaba Estudios Humanísticos en el ambiente universitario de ese período. Era, también, lo que
parecía la casa de República, paradójicamente hoy ocupada por la CNI, donde entonces funcionaba aquel Departamento.

La palabra clave en el lenguaje de Nicanor es la palabra hoy. Y, sin embargo, su sentido de lo contemporáneo tiene una raíz profunda en la tradición. Aquel Taller, por ejemplo, se transformó en un curso de Poesía Popular, al que Nicanor llegaba de guitarra y, como un falte, con maleta cargada de mercadería: libros y libros de décimas rurales, antologías, recopilaciones. Nos enseñó a todos a escribir décimas glosadas. Yel tema de cada una era, siempre, lo que nos pasa a diario, lo que nos toca y nos afecta a cada rato. Cada vez que puedo, subo a La Reina o voy a Conchalí o viajo a Isla Negra, a oír a Nicanor, reírme, entusiasmarme, reconciliarme.

 



PERTINENCIA DEL IMPERTINENTE

 

(Hoy, N° 386, semana del 10 al 16 de diciembre de 1984, p. 44)


Es probable -y deseable-que Enrique Lafourcade haya vuelto a Chile esta semana y haya retomado su impertinente actividad de comentarista de lo cotidiano. Si aún no lo hace, esperamos que lo haga pronto, por el sentido y el valor social de una gestión como la suya.

Para muchos, entre los que me cuento, la impertinencia -aquello que el diccionario define como "importunidad molesta y enfadosa"- es algo vital, sobre todo en un país donde hasta su más entusiasta defensor debiera convenir en que su vida de hoy no es la que mejor lo caracteriza. El impertinente, con su petición de cosas "que son fuera de propósito", debiera compararse al excéntrico, ese "alguien que está fuera del centro" o "que tiene un centro diferente".

El excéntrico es individuo típicamente inglés más bien que chileno, y en Inglaterra abunda. Pero tanto se ha dicho que Chile es la Inglaterra de América del Sur, que debiéramos también hallarlo aquí. Lo buscamos, sin embargo, por todas nuestras épocas, desde los ásperos y desiertos tiempos de Almagro hasta los deprimentes y discutibles desencantos presentes. Y no lo encontramos, ésa es la triste verdad. Salvo en alguien como Lafourcade, disfrazado de anciano conde francés para manifestar cariños y preferencias; volcado en cambio, cuando emplea su propio nombre, solamente a la burla de ídolos y sacerdotes de la masa, del poder, de la élite intelectual. Todos recordamos a Lafourcade contra Don Francisco y Raquel Argandoña. Algunos lo recuerdan contra Roberto Humeres. Contra Neruda. Contra Vicente Huidobro. (Yo lo recuerdo, sin la menor mala sangre, contra el director de Palotes). Otros contra el curioso Waldo Roth, emigrado a las Antillas. A partir de estos días, muchos lo recordarán contra el rabioso general Bachelard y el implacable Potro Aguayo.

Es decir, más allá de la máscara del conde de La Fourchette, que nunca deja de disfrutar lo que recuerda o desea, aparece, bajo el nombre de Lafourcade, un individuo similar a españoles como Baroja o Unamuno, que, desde una amarga oposición a todo lo que se impone, sostienen un hermoso principio de la existencia: el de la lucha por lo que no triunfa todavía.





Artículos de Prensa (1969 - 1985)
Cristián Huneeus.

Recopilación de daniela Huneeus y Manuel Vicuña
Dibam/Lom Ediciones,

Santiago, 2001. 158 páginas


 

 
 

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