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“Dasein” de Isabel Gómez: Después de la primaria realidad

Por Rubén González L.




«Dasein» es una palabra alemana que, por difícilmente traducible, se
suele transcribir en todos los idiomas. Significa «ser-ahí», y, en definitiva,
se refiere al hombre como «arrojado a la existencia».

Al revisar críticamente el texto que nos preocupa, fue un desafío definir el enfoque precisamente para una lectura que se justifique en su propia pretensión: exégesis, percepción y algunas afirmaciones a riesgo de lo arbitrario.

¿Quién o qué permite lo anterior?

Únicamente el propio texto, su despliegue en cada página, los espacios para tomar aire, la exhibición de los referentes visibles como umbrales de algo que está más allá del texto . . . y de la lectura que podría hacerse de él.

Veamos, entonces, algunos de los constructor que la lírica de Isabel Gómez entrega, sin aspavientos y -sobre todo- sin concesiones. Ambos importantes detalles para resguardarse (y resguardar al lector) de la salida fácil.

La palabra como envoltorio. Es una primera impresión surgida de –a su vez- una lectura inicial de Dasein- lo que nos permite observar de manera progresiva el protagonismo de la palabra en la idea del mundo poético establecido en este libro. Perdón, de un espacio poético sugerido desde la ausencia de ese mismo territorio al cual se alude. Porque

“La escritura se aleja
Amó la ausencia de historias en su lecho
El abandono de sus pasos

Ahora nos sonríe
y cansada duerme en el lugar
donde antes estuvieron las palabras”.

Es una impresión sobre la cual el texto regresa cual tirabuzón para extraer su propia corporeidad.

El lenguaje como instalación de la materia poetizada. Aspecto fundamental para aprehender el texto y su contexto escritural -el desafío de decir las cosas con irrestricto respeto por las leyes poéticas, sin desviarse ni un milímetro de tal exigencia- es lo que se observa a lo largo del texto, lo que explica en gran medida la perseverancia del hablante para no traicionarse con caminos cómodos, por el contrario, es una actitud consecuente desde la tarea literaria: escribir literatura. Valga lo obvio de tal afirmación que –por obvia- puede darse por sentada. En este caso podemos confirmar la actitud a lo largo de todo el libro.

Pues, como decía, es el propio texto el que se sacude para echar fuera su propia corporeidad, tal como leemos cuando se afirma que

“Es demasiado tarde
para llevar mi historia a otro lugar
Tendré que esperar que amanezca
y exponer mi cuerpo a la muda palabra de la violencia”

El ocultamiento del alma. Es una característica fundamental –por ello estructurante- en la profundidad del territorio textual. Ocultamiento que sin ser expuesto de manera obvia, se desarrolla cual soporte de contenido, o sea es un continente lírico surgido desde el interior del yo lírico pero que en este caso nos permite observar una suerte de cara y sello: interioridad y exterioridad simultáneamente. Es un ánima que debe desplazarse buscando puntos de apoyo en el territorio des-almado. Esa es su tragedia y su grandeza y –al mismo tiempo- la oportunidad de la poeta. Oportunidad de la que hace uso al mismo tiempo que hace gala de nadar en la profundidad tomándonos de la cabeza para desafiarnos a que veamos lo que está allá abajo, en el fondo.

“Me canso lejos de mi cuerpo
me canso”

La vivencia a través del vocabulario. Este proceso se desarrolla como estado permanente. . . e invisible. Esa es la primera conclusión desde una lectura cómplice. Pues dentro del mundo lírico solamente se puede ser salvado o -más difícil- buscar la salida si se descubren, dominan y aplican las claves (el código) del mundo sin alma. Por ello, toda conducta (vivencia) emitida o percibida y por ello condicionante del quehacer humano, podrá transmitirse por una suerte de correa transportadora sostenida en la palabra. Es allí, en la palabra, que se alinean las opciones sustantivas . . . para adjetivar el propio pensamiento poético.

Son por ello, las palabras que se nos aparecen cual protagonistas de la vivencia y, perspectiva mayúscula en manos de la poeta, constituyen la otra cara del silencio como ausencia de palabra, ausencia de voz y como contraste de la ausencia de vida. De otra forma no se explican versos como el siguiente:

“Alguien escribirá mi biografía
y conducirá mis pasos por países de post-guerra
¿Habré abierto las ventanas para que entre la luz
la cansada luz de las palabras?
Tal vez aún me espere lo que no dije
Tal vez me espere en la escritura de otros”.

La inmensa soledad. Lo enorme de la carencia de afectos, la expulsión de los sentimientos mayores y menores. En ese sentido se debe destacar el manejo acertado de los espacios necesarios y funcionales al tempo del poema. Particularmente se eleva como logro indudable la respiración de los versos, su cadencia que permite al lector construir las reiteradas zonas de ausencias y orfandad presentes a lo largo del texto. Este aspecto es -tal vez- el más destacado de la obra, porque tales elementos configuran el mundo y actúan dentro de él como carga de profundidad y –lo que resulta más admirable- con efecto retardado. Ello explica el magistral cierre del libro

“Tal vez podamos volver
cuando nadie pregunte
nuestros nombres”.




 

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