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SEMINARIO DE REFLEXIÓN POÉTICA:
Notas y reflexiones sobre una experiencia de trabajo

Ismael Gavilán M.  
Valparaíso, invierno de 2008


En marzo de 2004 –hace poco más de cuatro años atrás- junto al poeta Sergio Muñoz Arriagada, cursamos una invitación a un puñado de poetas, cronológicamente “jóvenes”, para que integraran con nosotros una experiencia de trabajo que titulamos –con un dejo de humor e ironía- “Seminario de Reflexión Poética”. Entre los convocados estaban varios poetas que habían participado durante años anteriores en alguna versión del Taller de Poesía que la Fundación Pablo Neruda hasta hoy mantiene en el Centro Cultural La Sebastiana, como asimismo varios otros con los que teníamos –y tenemos- un diálogo permanente en el pequeño, pero animado escenario que, a veces, resulta ser la sociabilidad literaria que se da en Valparaíso y alrededores.

En una primera instancia tal convocatoria se originaba en querer otorgar una especie de continuidad o seguimiento a la labor que el Taller de Poesía de la Fundación llevaba acabo: después de un año de trabajo, algunos de los más dotados poetas participantes entraban al ruedo cotidiano de los estudios, la rutina laboral o a actividades un tanto más informales, perdiendo varios, el contacto con antiguos conocidos y lo que es más importante: la vieja y necesaria costumbre de conversar animadamente acerca de algunas obsesiones comunes, como puede serlo la poesía. Sin embargo, por pertinentes que fueran esas razones, fue tal vez el centenario del nacimiento de Neruda lo que nos motivó con mayor fuerza a  realizar esta iniciativa. Se trataba de un pretexto bastante adecuado para juntarnos y dialogar sobre lo que creíamos y creemos era relevante y que las celebraciones centenarias, imbuidas en su propia espectacularidad, no habían recogido ni por ensalmo: las preguntas siempre acuciantes acerca y sobre la poesía, su razón de ser, su estado entre nosotros, el cuestionamiento de las prácticas sociales que usando su nombre terminaban siempre en otra cosa, la necesidad de leer y releer a nuestros poetas de ayer y de hoy, traducirlos, comentarlos, discutirlos, admirarlos, la urgencia de establecer una especie de “masa crítica” en torno a nuestra propia escritura, indagar la posibilidad de efectuar proyectos colectivos e individuales y la siempre tan humana curiosidad que se traducía por dialogar con otros similares a nosotros en sus obsesiones y que jueves a jueves subían a Cerro Bellavista con sólo el fin de leer, conversar y beber un café entre una nube de humo de cigarrillos y una avalancha de preguntas y opiniones.

Ahora es posible vislumbrar que también nos animaba otra cosa: la invención de un espacio o más certeramente, la ocupación de un espacio, dadas las siempre precarias o escasas posibilidades de hallar un lugar –que no fuera sólo pretexto para nuestras pasiones etílicas- que considerásemos como punto de encuentro de nuestras humanidades dispersas, azoradas o simplemente cansadas del tráfago cotidiano. Ocupar un espacio es otorgarle sentido, pertinencia, adecuación y calibrar, sin ningún halo de ingenuidad, que siempre será un acto de legitimación. Esto último quiere decir sencillamente lo siguiente:  no se trataba que, como poetas, un espacio como el otorgado por la Fundación Neruda nos legitimase en nuestros afanes bajo el alero de una institucionalidad que a algunos les parece sospechosa y criticable –cada cual es libre de pensar lo que desee al respecto-, sino más bien se trataba –y se sigue tratando- que nosotros con nuestro accionar somos quienes legitimamos ese espacio, a esa salita con mesa redonda y un par de modestos termos con café, como la posibilidad más certera de no rehuir de lo que, a cualquiera, puede incomodar –coqueteos con un poder más ficticio que real, pero no menos simbólico- y que significa que, a través de nosotros y por nosotros, la validez de hablar sobre o acerca de la poesía, se convierte en una trama que sigue abriendo una brecha respecto de inventar o posibilitar una instancia para aproximarnos entre nosotros con el mismo cariz que hace del pensamiento y la poesía un acto: el preguntar sin la necesidad de aguardar una respuesta y como indagación de una posible poética múltiple, contradictoria y diversa, como las que se pretenden articular, vislumbrar o reconocer en quienes participamos de aquel encuentro.

Desde el principio el Seminario se ha constituido como una circulación de libre acceso: no existe ninguna obligatoriedad de asistencia, ni se paga por ello, ni se posesiona uno en “algo”, existe más bien una entrada y salida de participantes, algunos con mayor presencia simplemente por asistir con más premura y otros de menor presencia, sólo por no poder ir. Esa circulación le ha dado al Seminario probablemente una de sus fortalezas, al no querer constituirse en sí mismo como un colectivo, grupo o tribu –los que participamos somos demasiado disímiles y en algunos casos bastante individualistas para articular una eventual política poética- y planteando desde el inicio que cualquiera de nosotros es libre para leer, criticar o proponer algo según mejor le plazca.

En el Seminario se ha tenido la fortuna de congregarse y enriquecerse distintas iniciativas de varios de sus participantes, cuyos resultados, por supuesto, no son atribuibles ni pertenecen a él, pero que sin duda, sin su existencia o sin su permanente exposición y crítica, tal vez habrían otorgado resultados diferentes. Antologías como Carta de ajuste y El mapa no es el territorio, lecturas en lugares tan disímiles como universidades, pubs, bares, colegios y otros variados sitios, la revista de poesía Antítesis y la visita continua de poetas de todas las zonas del país para sólo conversar o leer con nosotros, son acontecimientos que permiten pensar que la gravitación o peso del Seminario como referente de una actividad reflexiva y creativa permanente es relevante, en primer lugar para nosotros mismos y por supuesto para todo aquel que piense la poesía como una posibilidad siempre abierta de tolerancia y diálogo, como espacio de creación y crítica y como una manera más de vernos las caras y poder charlar con inteligencia, ingenio y, por qué no, humor. Por otro lado, conscientes e irónicos de que la poesía chilena actual no pasa por nosotros, -ni pretendemos que pase- en el Seminario se han aglutinado una serie de interesantes propuestas individuales que devienen necesarias al concierto contemporáneo de autores y tendencias y que ha cristalizado en los libros de Eduardo Jeria (Jardín Japonés), Claudio Gaete (El cementerio de los disidentes), Alberto Cecereu (Noticias sobre la inmanencia), Rodrigo Arroyo (Chilean Poetry), Marcela Parra (Silabario, mancha), como asimismo en diversos proyectos hasta ahora inéditos y que aguardan el momento propicio de su publicación como pueden ser los proyectos escriturales de Carolina Celis, Francisco Vergara, Jorge Polanco, Gonzalo Gálvez, Antonio Rioseco, Cristian Geisse, Enrique Winter y varios y varias más.

Después de estos cuatro años y medio, el Seminario de Reflexión Poética se reinventa una y otra vez, siguiendo con su propio ritmo los avatares de la poesía que se hace en Valparaíso. Jueves a jueves, la reunión nos espera y aunque alguno falle, siempre estará el otro para dar inicio a una lectura, motivar una conversación o simplemente proponer la visita de alguien. Por el momento es nuestro espacio, tal vez frágil como todo lo que se propone en el transcurrir del tiempo, pero nuestro al fin para ser fieles de ese modo con la poesía y su eterno aprendizaje de entendimiento.


 


 

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