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«Donde los Ángeles Temen Pisar»
Poesía Mística de Ignacio Muñoz Cristi

Prólogo de Carlos Jesús Castillejos

Poeta Maya y Maestro Cultor de la Toltequidad


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“Todo está en silencio y oscuridad, vacía la extensión del cielo, la mar en calma, las más y
los más antiguos pensamientos tomaron acuerdo

y surgió la palabra de la serpiente emplumada”

Parafraseos de la cosmogénesis maya del Popol Vuh

Busca las flores que no se marchitan y en todo lo que brota y se marchita, abraza. Así insinuaba la antigua tolteca al joven tolteca, y así quisiera iniciar la palabra. Pero no sé lo qué es una palabra, y aún así, hay un pensar con voz que va escribiendo. Una poesía que sugiere lo indescriptible y una prosa que se arriesga a describir lo imposible. Entre ellos, un puente, un autor sin nombre, pero cuyo nombre —Ignacio Muñoz Cristi— puede dar albergue a tan diversos nombres.

La poesía como “una forma de vida, ni oficio, ni arte” —nos dice, sin embargo, cuanto oficio y arte se despliega y se repliega por cada vereda del poema. Si, el poeta es un chamán que se teje en el silencio, se hace palabra, se hace sintaxis enraizada en lo ancestral, savia vital, frutos y flores del árbol de la vida que por conocer el mito saborea entre el placer y el dolor el elixir de lo atemporal.

 

Ignacio Muñoz Cristi

 

Así va surgiendo el tolteca, en cualquier tiempo y espacio, delimitado por un contexto amoroso de la comunidad y sin límites al florecer en gratitud por todas las percepciones y en todo lo que llamamos ciencia, filosofía, arte, misticismo y praxis. Por ahí va transitando el caminar del autor.

Sí, celebro el imaginal prefacio de don Humberto Maturana, como una manera de ofrendar tributo a sucesos memorables, a encuentros en el camino que por sino del destino catalizan el sentipensar, en sus divergencias ineludibles, pues cada florecer del ser implica una respuesta al infinito nunca dada, y tan familiar a todas las respuestas dadas, a lo largo y ancho del tiempo-espacio.

Antes de ser pregunta, antes de ser respuesta, antes de ser poema, el poeta ya era la poesía y después también. Los viejos y viejas maestras y maestros del canto y la flor que florecieron y florecen en lo qué ahora se conoce por México, los más viejos y viejas chamanes toltecas han visto el caminar y el hacerse camino del joven aprendiz de la infinitud, su nombre finito: Ignacio, ha muerto tantas veces como instantes y renacido tantas veces como la eternidad. 

La semilla que habita en cada corazón humano —para brotar— atraviesa diversos colapsos: diluvio de emociones, incendio de pasiones, huracanes de pensamientos, temblores que desestructuran la forma humana aprendida de percibir, y quizá un devenir humanidad en plenitud de respeto, reciprocidad, gratitud y simplicidad.

Ignacio ha sido guiado por esos linajes toltecas de mano dura y tiránica por momentos y también ha sido guiado con mano suave y benefactora, por momentos. Así va surgiendo el tolteca, de tal manera que entre los tiranos y benefactores se avive el fuego de la consciencia, el fuego donde la vida es el escenario donde se nace y se muere, el sitio de la rebeldía libertaria y del amor incontenible, el lugar de poder donde la empatía radical regocija al corazón, la batalla que entre espinas y el fragor del cemento no puede ocultar la belleza de la flor, más bien, por contraste, la hace resaltar.

Así va surgiendo el tolteca que más allá de un lugar geográfico es más un aquí y ahora, qué más allá de un nombre es un verbo como puente entre lo inasible y el tocarnos de todos los días, es un volver a casa sin nunca haber salido de ella.

Así va surgiendo el azul Mapuche de los bosque húmedos y fríos, de la estrella de la mañana, de la rogativa que en el kultrun del corazón amanece. “El silencio, cordón umbilical al útero del infinito”, nos dice. Seguramente, “si en su camino debiera enfrentar a Dios, este saldría herido”. Uno se siente tocado y vuelve a ser cierto, una palabra y hay sanación y la existencia se hace medicina; pareciera el resonar de un poeta palestino crucificado y aún así amante hasta en la muerte.

Así también va revelando a la brevedad posible —y por si fuera poco— en cada haiku, el relámpago de la intuición, aquello que azora al imperialismo de la razón, aquello que desnuda las vestiduras dejándolas intactas. 


Cae la lluvia
Resuena en el corazón
la mente acalla

Es aquí y ahora
confiar organísmico
o será nunca


Alumbrando, su propio renacer, el ave fénix tiene cóndores en las letras, serpientes que se deslizan en las frases, jaguares que se asientan sobre significados momentáneos, colibríes que se deleitan con la miel en la flor de cada página, venados que se ofrendan con su tinta roja y negra para regalarnos lo que detrás de la imagen subyace, lo que detrás del libro se insinúa y se evoca: Tú eres el cantor embriagado, la vida decantada en el elixir de la palabra, el silencio.

Así el mito ancestral maya, que por cierto invita a la insurgencia cotidiana, al ritual, a la danza de la convivencia en el vivir sabroso, a la sobrevivencia de la belleza, y en donde parece que no la hay, inventarla desde ti mismo, desde el corazón del silencio y en el consenso de la palabra, ninguna ficción excluida, la verdad incluye nuestras mentirijillas de percepción humana. Pero podemos ser un mundo donde quepan todos los mundos, y le hago un guiño al EZLN, donde uno de sus multiplicadores en territorio del sur se intenta MPL encendiendo el Fuego de la Revolución continuamente, cantando en el vientre de la tierra no por ideología —aunque incluya cualquier ideología— sino por el compromiso natural del amor en libertad por sus raíces en nuestros pueblos originarios que nos siguen recordando un nosotros, nativos de la tierra y de la inmensidad celeste, nativos todos, comunes e inevitablemente interconectados.

Por un momento las flores que no se marchitan se encarnan y la palabra camina, vuela, es decir; devienen humanas, devienen poetas, devienen toltecas, devienen infinitas. Por un momento ¿por qué no?; degusta el sabor a cacao, a maíz, a peyote, a hongo, a la infinitud que da cuenta de lo finito y se inclina, y a lo finito que da cuenta de la infinitud y se muerde la lengua mientras lo saborea.

¿Por qué no?, por un momento en la tierra nos agradecemos. Gracias amigo del camino, gracias Ignacio Muñoz Cristi y a seguir inspirando y exhalando libros, palabras, rezos, cantos, danzas de acciones solidarias, siendo la raíz verdadera, sus frutos no pueden engañarnos. “Ambos sintieron -entonces- que su iluminación, al fin, estaba madura”.





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