Proyecto Patrimonio - 2025 | index |
Hernán Rivera Letelier | Autores |












Concentración de personas en la Plaza Montt que iban en dirección a la
Escuela Santa María de Iquique el 21 de diciembre de 1907


Matanza de la Escuela Santa María de Iquique
21 de diciembre de 1907


Tweet ... . . . . . . . . . .. .. .. .. ..

Eran las tres y cuarenta y ocho minutos de la tarde del sábado 21 de diciembre —el viento del mar aún no comenzaba a correr en Iquique—, cuando el general Roberto Silva Renard, desde lo alto de su cabalgadura blanca, bajó el brazo dando la orden de fuego.

Al instante, el piquete del O'Higgins hizo su primera descarga hacia la azotea de la escuela en donde, de pie frente a la plaza, rodeados de banderas y estandartes, con la actitud serena de los que saben que luchan por algo justo, permanecían unos treinta dirigentes del Comité Central. A la descarga de la fusilería varios de ellos cayeron sobre el tumulto que cubría la puerta y las rejas del patio exterior. Acto seguido, el general ordenó al piquete de la marinería sitiada en la esquina de la calle Latorre, que disparara justamente hacia el frontis del local en donde se amontonaba el grueso de los huelguistas más arrebatados y bulliciosos. Era tal la confianza nuestra y la de toda la gente respecto de que el ejército chileno jamás cometería el crimen de disparar sus armas sobre compatriotas indefensos, que mientras los de adelante, muchos con el cigarrillo humeante en los labios, caían perforados por los tiros de los fusileros, los de más atrás gritaban a voz en cuello, convencidos sinceramente de sus palabras, que no había de que asustarse, hermanitos, que sólo eran balas de fogueo. Sin embargo, los que vimos caer acribillados junto a nosotros a los primeros compañeros de trabajo, a los amigos de toda la vida o a nuestros propios familiares, y que espantados por la visión tratamos de desbandarnos en oleadas hacia las calles laterales, fuimos obligados por la tropa que rodeaba el lugar, a punta de lanza y disparos de fusiles, a volver al centro de la plaza en donde la confusión era infernal. Pero las descargas de los fusileros eran sólo el prefacio, el preludio de la sinfonía terrible que las ametralladoras, con puntería fija hacia el balcón del Comité Central, comenzaron a entonar enseguida en el anfiteatro de la plaza Montt. Al barrido de su martilleo tronante, otros tantos cuerpos de dirigentes cayeron sobre la multitud produciendo un arremolinamiento tal que, de pronto, sin tener hacia donde correr, nos vimos empujados en torrente hacia el lugar mismo en donde estaban emplazados esos armatostes del demonio vomitando sus sonámbulos fogonazos de muerte. Luego de una segunda barrida hacia el balcón central, las ametralladoras modificaron su alza, bajaron sus bocas de fuego en dirección a la masa de gente que rebasaba el frontis de la escuela y, sin ninguna conmiseración por niños y mujeres, comenzaron a rugir su balacera mortal. Una carnicería inconcebible comenzó entonces a producirse entre los huelguistas y la gente que se había quedado a ver en qué terminaba ese frangollo de los pampinos y las vendedoras ambulantes que, seguras como todo el mundo de que nunca se llegaría a disparar, se quedaron instaladas tranquilamente en la plaza ofreciendo su mercancía. La sangre de las primeras decenas de muertos cercenados por la metralla comenzó a formar rojos charcos humeantes que se sumían oscuramente en la tierra e impregnaban el aire de un denso olor ardiente. Como ya no cupo ninguna duda de que se trataba de una matanza sin cuartel, la gente comenzó a gritar afligida que izaran banderas blancas, hermanitos; que alzaran banderas blancas, carajo. Y varias decenas de trapos, pañuelos y cotonas de trabajo, algunas ya manchadas de sangre, emergieron entre la multitud, agitadas desesperadamente como señales de rendición. Pero en el fragor y la confusión de la masacre nadie hizo caso de ellas y las ametralladoras siguieron vomitando su mortífero fuego implacable. Ante las oleadas de muerte, seguramente el general se había sumido en esa especie de fascinación que se produce al contemplar el flamear de las llamas de una fogata. Y en tanto el martilleo ensordecedor de las ametralladoras seguía resonando como dentro de la caja de nuestros propios cráneos, la fusilería no dejaba de disparar fuego graneado en dirección a la gente arranchada en la carpa del circo y sobre los que tratábamos de huir de la línea de fuego. La ardua luz del día y el polvo levantado por el torbellino de la multitud enloquecida hacían aparecer todo el cuadro como una alucinante escena de horror. Envueltos en una confusión espantosa, sin hallar por donde ni para donde huir de las balas, nos replegamos de nuevo hacia las puertas de la escuela en donde se produjo un impresionante remolino humano, pues al mismo tiempo los miles de huelguistas apiñados en el primer patio trataban de escapar en bocanada de la ratonera mortal en que éste se había convertido.

 

Santa María de las flores negras, de Hernán Rivera Letelier

 



 


 

 


8.-Para qué ocuparse de una masacre.

Para qué ocuparse de una masacre. No hay ya muerte suficiente en la realidad para que los libros deban también empaparse de ella. No corrió bastante sangre en los patios, aulas y pasillos de la escuela Domingo Santa María y en todas las calles del mundo para que vengamos a manchar también de rojo los escritos. No sería mejor narrar la historia de la belleza: la historia de la pintura o de la música o de las mujeres. Y todo esto no por un afán mal intencionado de ocultar u olvidar sino por un sano espíritu de compensación: defenderse de la fealdad de las cosas con la belleza de los libros. En definitiva, para qué masoquiarse con más muerte. Hagamos mejor la historiografía de la vida y del amor. Otros más lanzados irán todavía más allá: no hagamos historiografía en absoluto, hagamos el amor y la vida simplemente, no sublimemos en la mente lo que debemos llevar a cabo en las cosas.

Bueno lectores, difícil sería no estar grosso modo de acuerdo con todo eso. Pero tampoco se olviden que el 21 de diciembre de 1907 en Iquique se escribió en pequeño, con un pantógrafo defectuoso, lo que aparecería impreso, en grandes letras que horrorizarían al mundo, en este largo y angosto lienzo, la mañana del 11 de septiembre de 1973. Más o menos los mismos contendientes, más o menos el mismo resultado, más o menos las mismas muertes, más o menos la misma vergüenza, pero ahora todo a escala gigantesca.

Extracto del Prólogo a "Los que van a morir te saludan: Historia de una masacre.
Escuela Santa María, Iquique, 1907.
Eduardo Devés Valdés. Ediciones Documentas, 1988.

 

 

 




 


. .








Proyecto Patrimonio Año 2025
A Página Principal
 |  A Archivo Hernán Rivera Letelier  | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
21 de diciembre de 1907. Matanza de la Escuela Santa María de Iquique. "Santa María de las flores negras", de Hernán Rivera Letelier.
"Los que van a morir te saludan: Historia de una masacre. Escuela Santa María, Iquique, 1907", de Eduardo Devés Valdés.