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Octavio Paz
La reconciliación / liberación de la escritura

Por Jessica Atal
Publicado en La Panera, N°105, junio de 2019


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Está en India. Está en Cambridge. Tiene tiempo para escribir y para leer: paraíso del escritor. Octavio Paz (Ciudad de México, 1914-1998) escribe «El mono gramático» en 1970, oscilando entre dos espacios físicos y mentales. Los tiempos y lugares son intercambiables. Todo puede ser una cosa y otra a la vez.

Prácticamente la obra completa del Premio Nobel de Literatura fue magistral, pero ésta es única en su estilo; diferente, difícil de encasillar, voluble, sensible, viva sobre todo. Es un mono, un borrador, un ensayo de escribir y borrar, de decir y desdecir; es una configuración desde lo primitivo y humano hasta la configuración o manifiesto sobre el lenguaje. Es una reflexión filosófica sobre ideas que lo apasionaron y lo persiguieron: el misticismo, el tiempo, el “otro”, la realidad del lenguaje y la realidad de la existencia, la percepción de la poesía como fuente de conocimiento; es una experiencia del proceso de creación; es, a fin de cuentas, un poema en prosa que enmarca una reflexión profunda sobre lo que es y no es el lenguaje en sus múltiples manifestaciones. Un recorrido hacia la “semilla semántica”, un viaje como la vida.

“lo mejor será escoger el camino de Galta, recorrerlo de nuevo (inventarlo a medida que lo recorro) y sin darme cuenta, casi insensiblemente, ir hasta el fin –sin preocuparme qué quiere decir ‘ir hasta el fin’ ni qué es lo que yo he querido decir al escribir esa frase”.

Así comienza, con minúscula, este mono gramático. Sin intención. Sin pensamiento previo. Sin trazo. Sin camino conocido, porque Paz prefiere inventarlo a medida que lo recorre, que avanza. Este es un artista que se da permiso para explorar e internarse en la selva tupida del pensamiento y la lengua, de los símbolos y los nombres y las cosas que tienen nombre o, viceversa, los nombres que dan vida a las cosas.

No tiene definido el camino. Tampoco sabe si tendrá un fin (¿y qué es el fin, después de todo, y acaso existe un fin?). Sólo sabe que tiene que partir, que ir, que dejar lugares para encontrar y estar en otros. Tiene que crear. Tiene que reinventar. Todo lo visto, lo conocido, lo experimentado queda atrás. El camino también es cuestionable. Es algo que “desaparece mientras lo pienso”. El camino se llena de recuerdos e imágenes, sensaciones, visiones, pensamientos o “semipensamientos” que aparecen y desaparecen. El camino acaso es irreal.

Acaso él es irreal también, el mismo autor. El hombre o el que escribe. Roland Barthes escribió un ensayo de la muerte del autor donde dice: “Siempre ha sido así, sin duda: en cuanto un hecho pasa a ser relatado, con fines intransitivos y no con la finalidad de actuar directamente sobre lo real, es decir, en definitiva, sin más función que el propio ejercicio del símbolo, se produce esa ruptura, la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura”.

Octavio Paz está en la India cumpliendo labores de diplomático con su primera esposa, Elena Garro, gran escritora ella misma, pionera del Realismo Mágico. Poco conocida y reconocida, tal vez porque algo se oculta, quizás la mala relación (y hasta el maltrato, al parecer) que tuvo con Paz durante los más de veinte años de matrimonio. Después de separarse, conoce, dos años más tarde y en la misma India, a la que sería su segunda esposa: Marie-José Tramini, una francesa artista y escritora también, de “mente afilada y poética”, nacida en 1932 que, ni más ni menos, fue su musa hasta el día de su muerte. Es hermosa la anécdota que relata cuando están en un avión llenando un formulario de inmigración y ella le pregunta a Paz sobre su profesión: ¿Qué escribo? Musa, le contesta. Se casaron en 1962, cuando él era embajador en Nueva Dehli. Todo lo concerniente al erotismo que encontramos en «El mono gramático», me atrevo a decir que proviene sobre todo de la inmensa pasión que sintió Paz por su segunda mujer. Hay ciertos pasajes que revelan una intimidad a la vez mística y salvaje. Ese amor, ese cuerpo de mujer, se transforma en otro camino por recorrer, en un juego de “reconciliación/ liberación”, en fusión y dispersión al mismo tiempo.

El viaje hacia Galta, un pueblo cercano a Nueva Dehli, es un camino que tiene varios niveles: en lo terrenal, es una travesía hacia lo más profundo de la Naturaleza: la “feroz tenacidad” vegetal, animal; los declives y cimas del paisaje, las aglomeraciones de ruinas donde aparecen registros de la presencia de comunidades de monos y familias de parias, “especialistas del polvo” y la inmundicia frente a cielos imperturbables. El viaje, como hemos dicho, también tiene relación con una ruta hacia el centro de lo humano, a la condición sublime del espíritu y a la condición primitiva del sexo, aspectos que confluyen en una existencia siempre impredecible y sorprendente.

Last but not least, el viaje es también una inmersión a la esencia del lenguaje, una búsqueda de aquella primera palabra. El misterio del origen lingüístico. Y en esta indagación, Paz despliega una prosa magnífica, absolutamente poética, incandescente, convulsa, trágica. Este camino es una metáfora de la misma creación. Y la creación es, a su vez, una forma real de conocimiento; de autoconocimiento también. Hay un momento en que se siente (o se sabe) perdido; lejos de sí mismo; alejado del otro; de otro que está dentro del sí mismo. Este otro, estos otros lo llenan, lo desbordan, pero lo vacían a la vez.

En este mono gramático resuenan, así, todos los rincones de la existencia, del universo infinito. Las luces y sombras y los pliegues de cada claroscuro. El narrador se detiene en cada metamorfosis, en las mínimas alteraciones de la temperatura o el sonido. En todo busca esa sabiduría superior, esencial, escurridiza. “La sabiduría no está ni en la fijeza ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos. Constante ir y venir: la sabiduría está en lo instantáneo”. Es decir, la sabiduría tampoco se encuentra en el tránsito, en el devenir, porque hasta eso se desvanece.

Más allá de la conciencia

Tiene que reencontrarse. O encontrar algo diferente. Octavio Paz está en el punto más alto de su creación y se da la libertad necesaria para hacerla. Ya ha recorrido (y se los sabe de memoria) el Modernismo, el Surrealismo, incluso el Estructuralismo, y todos ellos le sirven de plataforma para dar el salto hacia una nueva forma de expresión que incluso la niega. La poesía moderna es aquella que se niega a sí misma, que se anula, que critica y sospecha del lenguaje. Pero acaso para que este último –el lenguaje, la palabra, la poesía– aparezca más puro y enaltecido. Brillando por sí mismo en todo lo que no logra ser o expresar.

La experiencia de vida en la India es la que abre las puertas hacia una búsqueda más trascendental. Convergen aquí el misticismo oriental y el budismo tántrico en cuanto modos de experiencia de lo absoluto. La poesía es otra de estas experiencias místicas y por eso Paz busca someter al lenguaje a un “régimen de pan y agua”. Lo quiere purificar como quiere ejercer un acto de autopurificación. Hay un pasaje muy revelador sobre Esplendor, una mujer que debe entregarse en diez partes a los dioses para salvar su vida. Este sacrificio, explica Paz, corresponde a una secuencia litúrgica, que termina siendo un Poema y este poema no es otro que la misma Esplendor, la mujer. Entre paréntesis, la cita es de una de las obras clásicas indias que Paz estudia en esos días.

¿Con qué nos quedamos finalmente? O, mejor dicho: ¿dónde llegamos al final del viaje? Escribe Paz: “Al final de la búsqueda el sentido se disipa y nos revela una realidad propiamente insensata. ¿Qué queda? Queda el doble movimiento de la escritura: camino hacia el sentido, disipación del sentido”. Los caminos se disipan también. Como el sentido, se deshace. “Nunca llego ni llegaré al fin”. Algo similar tiene la conclusión de esta obra con el último capítulo del «Altazor» de Vicente Huidobro, que termina en un balbuceo ininteligible. Las palabras y los símbolos trazan su propio camino, más allá de la conciencia. Hay un país más allá de “ojos cerrados”. Un universo que no dimensionamos.

Nos quedan los olores, las ondulaciones, los destellos. “El camino es escritura y la escritura es cuerpo y el cuerpo es cuerpos (arboleda)”. No sabemos más. El autor había intentado trazar un camino de escritura al inicio de estas páginas. Al final, se da cuenta de las mil y una veces que se desvía, que la obra gira sobre sí misma, que no hay principio ni final. El texto se desdobla en otro, en otros. “Ahora me doy cuenta –escribe Paz– de que mi texto no iba a ninguna parte, salvo al encuentro de sí mismo”. Y qué otra cosa más fantástica puede suceder en literatura que eso exactamente.

 

 

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Poemas (1935-1975), de Octavio Paz.
Editorial Seix Barral S.A.
Barcelona, 1981. 719 páginas.

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Foto superior: Imagen del poeta y escritor mexicano Octavio Paz (L), Premio Nobel de Literatura 1990, conversando a través del espejo con el novelista y periodista franco argentino Héctor Bianciotti en la editorial Gallimard, París, 1980.
AFP PHOTO / MICHELE BANCILHON



 

 

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