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Poesía

Javier Bello



Quiénes son estas personas,
alimento de quién, ojos en trance,
carne acostumbrada a vestiduras negras.
Suya es la falsedad, ropajes y caballos
se desfondan en la encarnación del jardín,
roen los dedos de la noche y le hablan, le hablan,
luz donde acuñar monedas.

Poco es lo que hay, apenas un murmullo
entre los que visitan al Oro en la casa de los vientos
y rezan con un vaso en la mano,
un vaso con un ojo que se ríe del fin.

Cae la red sobre el ojo en tinieblas
y los rostros que resisten la luz, no la revelan.
Atrapados los que están atrapados
en las ruinas abren la boca para pedir silencio.

 


El poema navegable sobre la luz del oro
lianas de ardiente catedral, glande que irradia en los mosaicos
juventud que se echa a morir en el follaje de un naranjo cortado

redes entre las piernas de la tripulación y algas
entre los dedos de los pies, la luz cuando pernocta
junto a la comisura no hace preguntas
a medio quemar la cáscara se esfuma

temblor en el fruto de lluvia, en el cuerpo que gruñe
al oído de un fusil enterrado, orina
ante sí mismo un espejo, mira la conmoción
un lenguaje de vidrio

semillas resplandecientes alrededor del cuello, cerrojos que hablan
fuerte antes del amanecer, en voz alta se trizan
a la hora en que la luz pasea por la cuerda
con los labios atados

oh gruñe, sol, gorgojo
poema sin luz sobre la luz del oro

 


Sol de palabras menores y mayores
ruido de fondo ante la mortalidad de los álamos
la niebla nos devora con su hospital tardío
con su boca pintada donde perros y trenes vagan sin sentido
las hogueras no mienten, el lenguaraz murmullo
del día que se estira para seguir hablando
la enfermedad pasea con patas afiladas
saliva por los parques, animal influyente
con los brazos abiertos, como un herido a bala
reconoce la espesa cerradura, bajo la cruz el filo
que mide la altitud del día con su muerte
el espécimen blanco en la torre de escombros
ejercicio vacío, roedor del espejo




Dejo la piedra en el cielo,
temperatura que tuvo final,
un plumaje que ardió de la bodega, cerca de los descubrimientos.
Lejos se va, tras su mano que se despide, tras su agujero el día.
Vamos a darle tregua a la noche, arena descalza, partida en dos.
Seré tu fuego y tu sombra a la vez, seré tu calavera,
una flor que se pudre en la mano, la lluvia, el filamento,
mi cuerpo que se dedica al oro, a la raíz del pájaro.
Sígueme, si quieres. No encontraremos nada.
Dejo la piedra tibia, su peso de cadáver.



Usaste la máscara sin ojos
para asustar al viento,
la fauce secreta y su espejo al final de la nube que cierra la puerta.
La máscara de contar y procrear, te pusiste los dedos
como un reloj que recuerda la tachadura exacta de tus manos.
Los cepos también se acuerdan de tus manos, la cruz en las muñecas,
la piedad del caballo que acorta el camino y se bebe los techos
y devora tus pasos que insisten en perforar la nieve
encerrada detrás de la lápida como humo en un cerco.
Si entras al armario nocturno y abres el portón
y caminas muy lento hasta el bosque y en un claro te pones a pensar
en tus hijos y en las altas paredes y entonas una canción misteriosa
el mar no tendrá tiempo para recordarte.
Podrá decir tu nombre y silbar todo el invierno como loco
pero no te tentará con la fruta aguda de los acantilados.
Anda tranquilo, hunde la mano a través de la ventana:
en la otra orilla hay unos árboles inmensos.

......................................... ..................... ante la tumba de Jorge Torres




El viento mueve las hojas de la muerte
y yo escribo, escribo en servicio siniestro
sobre la pared donde los labios piden ayuda a quien sea
y quien sea borra la palabra amor de las cartas
la cama negra y en el dedal del miedo las almohadas
el duelo entre el viento y el pliego del alma que se desmorona
mientras tú escribes por mí me trizo sobre el hielo
y celebro el teatro de las muecas, el color de las botas
casacas de hombres de cuero
el piso falso donde nunca podré contravenir las normas del espejo
en mí la celda anda sin miedo
estoy pensando que todos se van a morir en la costa
con un gatillo de carne entre los dientes
el viento arrastra una paloma enferma
y ya no puedo comunicar más que noche
el tabú de las piedras que sonríen diezmadas
mientras escribes por mí levanta mi genital punta de miedo
yo pulsaré una cuerda que me haga morir
un poema que no debe revelarse sino al ganglio de fieltro
voy a dejar que el anciano ponga huevos en el esternón de las moscas
y un río absurdo y rojo empiece a nacer en los campos

 

 
 

 

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