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Don Washington Elphidio Cucurto
Hatuchay


Por Juan Cameron
5 de septiembre 2005

Con un discurso bastante más amplio que el registrado en la antología Zur Dos, el argentino Washington Cucurto se postula para las grandes ligas continentales de poesía. Amplia respiración, ritmo permanente y un fuerte juego semántico completan los veinte poemas -para nada de corte atolondrado como afirma el autor- de Hatuchay (Ediciones El Billar de Lucrecia, México, 2005).

Don Washington Elphidio Cucurto, según lo llama Sergio Valero, prologuista de la obra, nació en Quilmes, Gran Buenos Aires, en 1973. Ha publicado con anterioridad Zelarayán (1997) y La máquina de hacer paraguayitos (1999). Ha mediados del 2003 comenzó a adquirir notoriedad en el cono sur por ser el promotor de la original editorial Eloísa Cartonera. Sus producciones eran libros fotocopiados, corcheteados y encuadernados en envases de cartón. El título va pintado con témpera y el precio del libro era, por entonces, de tres pesos argentinos. Este proyecto social permitía vender libros a muy bajo precio, en un sector bastante popular del Gran Buenos Aires y, además, pagar a los recolectores $ 1.50 por kilo de cartón, a diferencia de los treinta centavos obtenidos por sus compradores. Así vieron la luz poemarios de "los argentinos César Aira, Ricardo Piglia y Osvaldo Lamborghini, el brasileño Haroldo de Campos, los chilenos Gonzalo Millán, Sergio Parra y muchos más... Son todas obras inéditas y exclusivas que no se encuentran en ningún lado" cuenta Cucurto a Matías Sánchez en entrevista publicada en la revista chilena The Clinic (Nº117, Santiago, 22.11.03, pág. 36).

En su país era conocido hace ya un rato. Un grupo de moralistas quemó su primer libro frente a la biblioteca de Santa Fé y el Ministerio de Educación de esa provincia lo calificó de "denigrante, xenófobo y pornográfico". Hoy trabaja en la Casa de la Poesía de Buenos Aires y antes fue vendedor ambulante y reponedor en un supermercado.

Nació, con el nombre de Santiago Vega, en la localidad de Quilmes, al sur de la Capital Federal, en 1973. Recientemente fue antologado por Yanko González y Pedro Araya en Zur Dos/ Última Poesía Latinoamericana (Paradiso ediciones, Buenos Aires, 2004). Su trabajo ha logrado gran popularidad en un sector informado (valga el oxímoron) de la poesía continental, aunque su mejor producción es sin duda la más reciente Hatuchay. Allí da cuenta de un logrado desarrollo, a diferencia de su contribución a los antologadores chilenos con textos de menor armonía y respiración a los de la publicación mexicana.

La Cumbiela y la estética callejera

Hatuchay rescata esa estética proletaria, comercial, latinoamericana y marginal de las capitales del continente, donde confluyen los exiliados del interior y del exterior en un solo escenario. Su idioma es uno solo; está conformado por signos sobrantes del posmodernismo globalizador y aquellos propios al principio Auschwitz, todos ellos dictados por los medios de comunicación. Su mundo es la otredad; el espacio negado e ignorado por quienes poseen el poder político y económico. Se trata del rastrojo del Estado: "Los Ídolos mueren, los millonarios mueren,/ los patrones mueren, pero los puestos callejeros/ del Once no morirán jamás".

Cucurto pertenece al Once. La popular plaza donde se ubica la estación ferroviaria destinada al oeste de Buenos Aires -Moreno, Luján- lleva por nombre Once de Septiembre, fecha relacionada con Domingo Faustino Sarmiento y no con nosotros; ni con aquellos. Allí se concentra una población judía y, pronto en la historia, paraguaya, chilena, boliviana, peruana, también del interior y centroeuropea; allí se instala el mercado de la sobrevivencia y la música popular -esa cumbiamba o cumbiela- que recoge sus códigos y los textura.

Pero Cucurto es poeta más allá de esos límites y de cualquier otro. Es lector; está informado de la cuestión y sabe. Su discurso resulta literario, rítmico y la imaginería construye una historia a la que los parámetros formales le otorgan veracidad: "Al caer los inspectores la tarde se cae a pedazos como cascarones/ de pintura seca de una pared vieja; todo se desvanece en la calle de las Pisadas/ Desesperadas./ Usted no sabe, usted es turista en su propio país, a usted no lo intimida/ verlos desaparecer por la calle de las Pisadas Desesperadas." Es esta condición y ninguna otro la que lo reconoce como poeta.

En ese transcurso hace guiños a la mejor literatura. Ciertos remates rinden homenaje, con generoso e insolente humor, a nuestros grandes. Como muestra, Svenja 2000 finaliza con un magnífico "Svenja Petresca, tu tacita de helado cala en lo más hondo ¡Y cómo duele!", que cita el verso final de Confesiones de un Itabarino, de Carlos Drummond de Andrade; y "Hoy hincho por el Sporting Cristal" lo hace con el determinante "¡Yo nací para alentar al Sporting Cristal!", referido al verso postrero del Segundo canto de amor a Stalingrado, de Pablo Neruda.

Santiago Vega, vulgo conocido como don Washington Cucurto, es un poeta al cual más bien conviene observar. A esa "infinita alegría de yirear sin rumbo" pertenece una poesía necesaria, en desarrollo y de alto sentido profesional. Un producto que debemos comprar; aunque aparezca ofertado en el mercado informal, como se dice.

 
 

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