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Los Rask-hackers

Juan Cameron
9 de septiembre de 2004


El arquitecto porteño Luis Cano me decía que para hincarle el diente a este país había que desayunar con pan duro. Comentábamos el día en el Café Do Brasil, en plena calle Condell, entre otras cosas la muerte y resurrección de nuestro muy querido amigo, el poeta Sergio Badilla; una broma informática, se entiende.

Al no tratarse de un alcance de nombre -con algún fallecido en un supuesto accidente carretero- el autor de esta chanza lo habrá hecho para causar dolor, falsa información entre los pares y, en suma, para pudrir las relaciones de fraternidad dentro del gremio.

De la conversación surgió el asunto de los rask-hakers o hakers criollos que, ante su impotencia técnica, corrompen el discurso literario a través de páginas abiertas en los sitios web; las conocidas "opina el lector". El término se vincula a la definición de hackers, héroes lésbicos del cómic posmoderno que, desde el silencio y el anonimato combaten en pro de una ideología basada por lo general en la fuerza. El mismo origen señala a los autores de los temidos virus informáticos.

Varias páginas literarias que difunden una excelente información sobre el tema cuentan con este tipo de foro público. Una de los más recurridas por los escritores es letras.s5.com. Al abrirla, el ingenuo poeta será salpicado, si tiene la suerte de ser "el laureado de la semana", por una serie de injurias, calumnias, ofensas y agresiones de todo tipo. Nadie se salva; los ataques pueden dirigirse a cualquiera que asome la cabeza a través de los medios de comunicación, trátese de Eduardo Llanos, Damsi Figueroa, José María Memet, Diego Maquieira, José Angel Cuevas o el difunto Armando Rubio (¡muerto hace 23 años!). A cada uno le llega su turno.

Las "críticas" no se refieren, salvo excepción, a la obra; por el contrario, se comienza por la descalificación del señalado, suponiendo que se trata de un individuo éticamente perverso; de un mero pelafustán. Aunque por curiosa coincidencia se eleva a cambio, a la calidad de héroes, obras que bien podrían señalar como pelafustán literario a quien las escribe.

Pareciera inútil analizar la conducta. El sujeto que desde el anonimato no siente pudor de excretar sus ideas al vacío, se convierte en el Onán iletrado, en el sofista de barrio cuya lógica es similar a la de los programas televisivos de entretención popular. Es más bien materia de psiquiatras.

Cuanto sí preocupa es la cantidad de asertos tipificados como delitos que, diariamente, aparecen en estas páginas. Suerte tienen los editores con la paciencia de los artistas. A éstos últimos no les alcanza esa costumbre tan chilena de querellarse ante los tribunales de Justicia. ¿Por qué permiten la edición automática del mensaje sin limpiar la basura, sin indicar la dirección virtual del escribiente? ¿Olvidan los plazos de prescripción establecidos en el Código Penal? Con todo, existe al menos la responsabilidad establecida por el Código Civil -el del poeta Andrés Bello- por la reparación de los daños ocasionados.

Con seguridad ha sido uno de estos "lectores" el gestor (sic!) de la idea. Obtuvo cuanto quería: amargar el día a los miembros de esa fraternal comunidad que, en nuestro país, integran per se los buenos escritores. Pero en su ausencia de las listas, el rask-haker aquel no se percató de cuánto ganaba Badilla a cambio. Lo ubicó en primer plano, gracias a su nefando anonimato, y puso en escena la estimación que todos le tienen al poeta como persona y como autor. Y, además, por si el "bromista" no lo sabe, como boxeador y justiciero pateador de pelafustanes. Que se cuide de comer pan duro, este sujeto.

 

 


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Juan Cameron: Los Rask-hackers
9 de septiembre de 2004.