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Mi amigo Jesús Ortega

Por Juan Cameron

 

Una tarde a comienzos de otoño, en 1987, me topé con Jesús Ortega en el Två Krögare, de Malmö. Andaba yo, seguramente, en grupo junto a Gastón Candia y Pancho Pérez, quienes vivían en la Ciudad Vieja -Gamlastad- al otro lado del canal, el escritor nortino Rubén Aguilera, que aún reside en Lund, Pepe Viñoles, mi amigo de Liberación y Jorge Calvo, quien me había cedido el departamento de su novia, en Zenithgatan.

El restaurant aquel estaba en una calle paralela a Regementsgatan, la avenida del canal, y hacía casi esquina a la peatonal que va a dar al Triangeln, en pleno centro de la ciudad. Iban allí varios intelectuales y gente de teatro y, además de comer, se bebía la stora stark, cerveza fuerte en buenos y saludables jarros.

Ortega entró con un grupo y me fue presentado. Gentil, me había llamado a comienzos de año al departamento de Sergio Badilla, en Estocolmo, a poco de bajarme del avión. Allí le conté un hecho que es cierto pero, como los mejores rumores, hasta el día de hoy se encarga en divulgarlo. Ocurre que en los tiempos de la Unidad Popular, con Juan Luis Martínez y Raúl Zurita leíamos, en el Café Cinema de Viña del Mar, Las pizarras del mundo, su primer libro, editado cuando era un artista conocido más bien como mimo, una suerte de Chaplin, en la incipiente televisión chilena. Y lo leíamos, justo es reconocerlo, con el mismo interés que a los beatniks, los surrealistas y todos nuestros héroes contemporáneos.

Con el paso de los años y de los viajes, algún buen amigo limpió aquel ejemplar de mis estanterías. Textos como El indolente, Leonídas en Sudamérica o El ángel derribado puedo rescatarlos hoy desde su esperada antología, De este mundo y el otro, publicada en Suecia, en castellano, por Brutus Östlings Bokförlag Symposion. Ortega me la envió junto con un paquete de ejemplares para mis amigos poetas de Valparaíso. Allí venía su más reciente poemario, Modestísima proposición/ Ett anspråkslöst förslag, traducido por Lasse Södeberg, quien ahora dirige, en compañía de Viñoles, el sello Aura Latina.

Pocos meses después de aquel primer encuentro, Ortega entregó su segundo libro, Serpentímetra. Habían transcurrido casi veinte años y sus lectores se encargaban de reclamar por tal ausencia. El volumen, bilingüe, con las primeras traducciones de Söderberg, fue editado por el mismo sello. dirigido entonces por Pérez Santiago y Aguilera. La presentación tuvo lugar el sábado 26 de septiembre en el Fredman -en Regemetsgatan 4- y contó con la música de Manolo de Utrera y su grupo, flamenco y tango.

Varios de los textos aparecidos en esta edición ya los habíamos leído en su anterior libro. Sin embargo piezas como Para hablar con las musas y Recuerdo a Carmona -esta última una verdadera joyita para la lírica nacional- se destacaron de inmediato.

Carmona -si se refiere a nuestro Ramón Carmona, como creo que es efectivo- es un poeta que ya se fue; pero sigue bicicleteando en el texto de Ortega:

Es él y su Volvo idolatrado
Es él llegando a mi casa
Por la tarde
Es él y yo y la Chabe tomando vino caliente con naranja
En el jardín de mi casa
En el jardín lleno de rosas de mi casa
Es mi casa
a 13.000 kilómetros de su calle
La que pasa.

Ritmo, cadencia y repetición construyen este nostálgico texto. Aunque en la versión original le agregaba un largo Chile más -7.000 kilómetros- de distancia.

El escritor se toma su tiempo. Luego de ocho años, en 1995, entrega, en versiones e idiomas distintos, La vidriera irrespetuosa. La gente empieza a comentar que Ortega escribe poco, que está en deuda con la poesía. El poeta se defiende: no escribo poco,/ emborrono centenares de cuartillas,/ pero quemo mucho./ (El fuego inmola)/ y debiera echar a la fogata/ la mitad de aquello que no quemo, alega años después en un poema dedicado a mí y que no incluye en ninguna de sus entregas.

Su visión apocalíptica (a la entrada de la isla/ De Manhattan/ Circe levanta su antorcha encendida), esos cuerpos prestados al amor y las verdaderas causas de los monstruos que allí nos explica, muestran el desarrollo logrado en la reiteración de sus temas. Aunque su verdadero conflicto -entre la desesperación por el decir y la concentración de la técnica- se expresa en estas páginas como una oposición bastante absoluta.

Jesús Ortega es poeta del descubrimiento, la inteligencia iluminada y el juego permanente. No estamos ante un simple continuador de Nicanor Parra -bien podría serlo también de Gonzalo Rojas- ni frente a un antipoeta declarado. La poesía de Jesús Ortega pertenece a la promoción del 65 por temática y vinculación. Se trata de una aparición tardía en las letras nacionales. Si bien por el dato cronológico de su nacimiento debiéramos ubicarlo en la promoción del 50, junto a Armando Uribe Arce o Alberto Rubio, su trabajo pertenece a esa línea de producción dada por la revista Trilce y otras publicaciones universitarias antes del 73. Aquella era un canto al mundo nuevo y esperanzador que proclamaba la paz universal, la solidaridad y el amor. Los años no fueron mezquinos para dispersar dicho movimiento. Ortega, víctima y testigo, vive desde entonces en Suecia, país al cual ama a pesar de negarse a su idioma y el cual, lo ha declarado, le ha entregado posibilidades de desarrollo como artista. Y en tanto sujeto histórico ha permanecido siempre en la memoria y el registro literario nacional, aunque su ausencia a ratos sea causa de un desconocimiento marcado y ocasionalmente odioso.

"Jesús Ortega puede recordarnos a su paisano Nicanor Parra, que en Chile fue el primero en mostrar con sus brillantes poemas, ya en los años 40, un escape de la poderosa pero a veces asfixiante influencia de Neruda. Pero las ironías de Jesús Ortega son menos venenosas, más cálidas, menos intelectuales", dice Söderberg en el prólogo.

El empleo de variados recursos literarios y el uso de lo cotidiano para tales fines, el humor, la elegancia y la pulcritud la palabra, nos indica que estamos ante un artista cuyo silencio (y ausencia en las antologías nacionales) no se debe precisamente a su humildad, sino más bien a la lejanía y a la dedicación a las tablas más que a las letras.

Entonces resulta lógico que la actitud lúdica de Ortega consiga, en su último libro, momentos de intensidad y placer estético. El poema Iluminaciones, más allá de citar a poetas de diversas épocas, en en sí un objeto valioso. La contracción semántica del verso 9 -Y Ungaretti d'inmenso- resulta un recado para golosos, una reflexión inversa, tal vez la única posible frente al espectacular verso del vate italiano. Es decir, una iluminación.

Lo mismo ocurre en Se acabó la fiesta. Allí, como en la mayor parte de sus trabajos, la cuestión política, la denuncia y el necesario yo acuso están presentes con su lenguaje directo, indirecto, transversal o cotidiano. Ortega ensambla una serie de lugares comunes, imágenes recurridas, pastiches de nuestra cultura occidental, para mostrarlas al desnudo en una nueva armatoste, lírica, rítmica y absoluta. Como diría un argentino, "se pudrió todo":

Hemos roto la guitarra contra el piso
Hemos incendiado el piano.
Estrangulado el arpa (...) The end.
Cierren y vámonos a casa.
Desde la poltrona veremos
Pelícanos fritos en aceite.

De este mundo y el otro se cierra con un cuadernillo reciente bautizado como De par en par. El mérito de esta antología reside en poner de manifiesto su poética válida e interesante, como una expresión más de la poesía chilena, esta vez generada en el extranjero. Una poesía que, por lo demás, responde a la línea formulada por su autor desde sus inicios y que se adscribe al modernismo humanista de fines del Siglo XX. En ella se manifiesta una clara búsqueda de lo inteligente, lo sagaz y lo acertivo -así como de la perfección formal- encaminada a la denuncia y a la liberación frente al dominio opresivo del mal. Pero esta búsqueda, en todo caso romántica, muchas veces deberá sacrificar la obtención de ese instante perfecto en beneficio de la realidad. De allí que el título elegido por Jesús Ortega Heller sea del todo preciso.

De Chile guarda buenos recuerdos. Su amistad con Lihn, con Jodorowsky, con Palacios es uno de ellos. Del gran poeta afirma: Yo sé lo que hundió a Lihn, me parece. Yo creo que fue una mujercita sencilla y tonta. Las mujeres más "lolitas" liquidan un trasatlántico. Yo creo que fue "la paloma tonta". Y Teillier quedo hecho... Estoy seguro que esas tragedias de los grandes escritores, que pasan por ser agonías literarias y artísticas, son dolores ocasionados por mujeres, nada más.

Jesús Ortega (Caracas, Venezuela,1932). Este poeta chileno es, además, pintor, mimo, actor de teatro y se ha desempeñado en diferentes oficios. Ha publicado Las pizarras del mundo (1968), Serpentímetra (1987), La vidriera irrespetuosa (1995), Una modestñisima proposición (2005) y la antología De este mundo y del otro (2005)

 

 

 

 

Poesía de Jesús Ortega

Del poemario La vidriera irrespetuosa


CUERPOS PRESTADOS DEL AMOR

Cuerpos prestados del amor,
formas que pasan, labios
cuyos besos permenecen.
Ojos como luces
de una estrella muerta que nos llega.

Cuerpos prestados del amor que queda.
Cuerpos que pasan, como si el amor
cambiara de vestido.
Pero el amor es uno,
lo que ocurre es que cambia sus paisajes
y el paisaje se quiebra para que haya puentes.

Porque el amor es un puente
y es un salón de espejos enfrentados,
donde unos cuerpos bailan o juegan
o parten
y olvidan un zapato con el taco roto.

Agua que arrastra unas flores.
Pechos que resbalan sobre un pecho.
Cuerpos

.......... afluentes del amor
que pasan.



TU Y YO

Tú y yo somos
dos fragmentos de un espejo roto
cuyos bordes coinciden en una herida exacta.

 


ENTRE EL AMOR Y LA MUERTE

"Qué es esa luz que sube de tus muertos"
Juan Gelman

Ella, la indivisa
se lo traga todo,
no discierne, borra de uno en uno,
odia el dos, no la conmueve
la orfandad del tres,
no perdona palote
su almohadilla blanca.
Ahoga el tú y el yo de los amantes,
restituye, vuelve luz compacta
el espejo partido.

Pero Dios se cansa de su infinitivo,
La sosegada luz
que no mueve una erre,
y con un golpe de puño
desbarata la calma que le sube la muerte,
instaura de nuevo los gerundios
y con ellos
el archipiélago de los pronombres,
esas islas viajando por la sangre.



EL SOMBRERO DE GESSLER

«Hay que rendir los mismos honores a este sombrero que a su propia persona»
(Guillermo Tell) J.V. Schiller

Los sombreros pasan de moda
pero Gessler no pasa jamás.

Vedlo de chistera en los salones.
Con un sombrero Stetson llega
a la Convención Electoral.
De boina o corona aparece
en las portadas del París Match.
Asiste de casco a las maniobras.
De capelo bendice las armas,
o adornado con la enjoyada tiara
saluda a la muchedumbre
desde su balcón.



CON TINTA SANGRE

Cada mañana abre las ventanas
del periódico de par en par
y se va por ellas a revisar el mundo,
a buscar desastres por el orbe herido.
Con alas de papel planea
sobre inundaciones,
registra las bajas de una guerra,
las del hambre atroz,
las de la peste.
Visita hospitales de campaña,
pueblos arrasados por el huracán,
atormentados en la tierra seca.
Sigue sigiloso los pasos de un crimen
o le estalla una bomba
en medio de la cara.
De tantas catástrofes retorna
con el alma enfangada,
salpicado de sangre en los ojos,
el ánimo deshecho, agujereado por las balas,
con los brazos en cruz
desangrándose en medio de la plana.
Pero siempre regresa.
En paracaídas lento desciende hasta su taza de café
que lo espera frío todas las mañanas.
Luego se baña, se adereza,
entra en sus zapatos y en su norma,
empuña un portafolios como un arma
y sale a las calles de su tranquilida ciudad,
a los amables combates de la usura
dejando tras de sí las ventanas y las puertas bien cerradas.

 


EL PUENTE DE BROOKLYN

El puente de Brooklin no es una versión
del Arco-Iris, como tantos creen.
No está sustentado por cables umbilicales
ni aparece y desaparece con toda naturalidad.
(Habilidad encantadora que los puentes no tienen
y que muy bien simulan en días de niebla cerrada.)

Los expertos saben que los siete colores del Arco-Iris
son tres, lo que no han descubierto
o esconden en sus carpetas de polietileno
es que los tres colores se disuelven en uno,
lo que hace a menudo que el Arco se vuelva invisible
para el distraído transeúnte que deambula por él.


Por otra parte, que los Generales de aire, mar y tierra
que cruzan el puente de Brooklyn
en blindadas limousinas verdes
ostenten áureos pentagramas en su frente se debe a una errata largamente sostenida
y a que las metáforas de tripa artificial
se cortan siempre por la parte más delgada.


 

 

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