Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Jesús Ortega Heller  | Juan 
            Cameron | Autores |.. 
            
           
           
             
          Mi amigo Jesús 
            Ortega 
          
            Por Juan Cameron 
             
           
            
          Una tarde a comienzos de otoño, en 1987, me topé con 
            Jesús Ortega en el Två Krögare, de Malmö. 
            Andaba yo, seguramente, en grupo junto a Gastón Candia y Pancho 
            Pérez, quienes vivían en la Ciudad Vieja -Gamlastad- 
            al otro lado del canal, el escritor nortino Rubén Aguilera, 
            que aún reside en Lund, Pepe Viñoles, mi amigo de  Liberación y Jorge Calvo, quien me había cedido el departamento de su 
            novia, en Zenithgatan. 
             
            El restaurant aquel estaba en una calle paralela a Regementsgatan, 
            la avenida del canal, y hacía casi esquina a la peatonal que 
            va a dar al Triangeln, en pleno centro de la ciudad. Iban allí 
            varios intelectuales y gente de teatro y, además de comer, 
            se bebía la stora stark, cerveza fuerte en buenos y 
            saludables jarros. 
             
            Ortega entró con un grupo y me fue presentado. Gentil, me había 
            llamado a comienzos de año al departamento de Sergio Badilla, 
            en Estocolmo, a poco de bajarme del avión. Allí le conté 
            un hecho que es cierto pero, como los mejores rumores, hasta el día 
            de hoy se encarga en divulgarlo. Ocurre que en los tiempos de la Unidad 
            Popular, con Juan Luis Martínez y Raúl Zurita leíamos, 
            en el Café Cinema de Viña del Mar, Las pizarras del 
              mundo, su primer libro, editado cuando era un artista conocido 
            más bien como mimo, una suerte de Chaplin, en la incipiente 
            televisión chilena. Y lo leíamos, justo es reconocerlo, 
            con el mismo interés que a los beatniks, los surrealistas y 
            todos nuestros héroes contemporáneos. 
             
            Con el paso de los años y de los viajes, algún buen 
            amigo limpió aquel ejemplar de mis estanterías. Textos 
            como El indolente, Leonídas en Sudamérica 
            o El ángel derribado puedo rescatarlos hoy desde su 
            esperada antología, De este mundo y el otro, publicada 
            en Suecia, en castellano, por Brutus Östlings Bokförlag 
            Symposion. Ortega me la envió junto con un paquete de ejemplares 
            para mis amigos poetas de Valparaíso. Allí venía 
            su más reciente poemario, Modestísima proposición/ 
            Ett anspråkslöst förslag, traducido por Lasse 
            Södeberg, quien ahora dirige, en compañía de Viñoles, 
            el sello Aura Latina. 
             
            Pocos meses después de aquel primer encuentro, Ortega entregó 
            su segundo libro, Serpentímetra. Habían transcurrido 
            casi veinte años y sus lectores se encargaban de reclamar por 
            tal ausencia. El volumen, bilingüe, con las primeras traducciones 
            de Söderberg, fue editado por el mismo sello. dirigido entonces 
            por Pérez Santiago y Aguilera. La presentación tuvo 
            lugar el sábado 26 de septiembre en el Fredman -en Regemetsgatan 
            4- y contó con la música de Manolo de Utrera y su grupo, 
            flamenco y tango.  
             
            Varios de los textos aparecidos en esta edición ya los habíamos 
            leído en su anterior libro. Sin embargo piezas como Para 
              hablar con las musas y Recuerdo a Carmona -esta última 
            una verdadera joyita para la lírica nacional- se destacaron 
            de inmediato.  
             
            Carmona -si se refiere a nuestro Ramón Carmona, como creo que 
            es efectivo- es un poeta que ya se fue; pero sigue bicicleteando en 
            el texto de Ortega:  
           
           
             
               
                Es él y su Volvo idolatrado 
                  Es él llegando a mi casa 
                  Por la tarde 
                  Es él y yo y la Chabe tomando vino caliente con naranja 
                  En el jardín de mi casa 
                  En el jardín lleno de rosas de mi casa 
                  Es mi casa 
                  a 13.000 kilómetros de su calle 
                  La que pasa.  
                 
               
             
           
          Ritmo, cadencia y repetición construyen este nostálgico 
            texto. Aunque en la versión original le agregaba un largo Chile 
            más -7.000 kilómetros- de distancia. 
             
            El escritor se toma su tiempo. Luego de ocho años, en 1995, 
            entrega, en versiones e idiomas distintos, La vidriera irrespetuosa. 
            La gente empieza a comentar que Ortega escribe poco, que está 
            en deuda con la poesía. El poeta se defiende: no escribo 
            poco,/ emborrono centenares de cuartillas,/ pero quemo mucho./ (El 
            fuego inmola)/ y debiera echar a la fogata/ la mitad de aquello que 
            no quemo, alega años después en un poema dedicado 
            a mí y que no incluye en ninguna de sus entregas. 
             
            Su visión apocalíptica (a la entrada de la isla/ 
            De Manhattan/ Circe levanta su antorcha encendida), esos cuerpos 
            prestados al amor y las verdaderas causas de los monstruos que allí 
            nos explica, muestran el desarrollo logrado en la reiteración 
            de sus temas. Aunque su verdadero conflicto -entre la desesperación 
            por el decir y la concentración de la técnica- se expresa 
            en estas páginas como una oposición bastante absoluta. 
             
            Jesús Ortega es poeta del descubrimiento, la inteligencia iluminada 
            y el juego permanente. No estamos ante un simple continuador de Nicanor 
            Parra -bien podría serlo también de Gonzalo Rojas- ni 
            frente a un antipoeta declarado. La poesía de Jesús 
            Ortega pertenece a la promoción del 65 por temática 
            y vinculación. Se trata de una aparición tardía 
            en las letras nacionales. Si bien por el dato cronológico de 
            su nacimiento debiéramos ubicarlo en la promoción del 
            50, junto a Armando Uribe Arce o Alberto Rubio, su trabajo pertenece 
            a esa línea de producción dada por la revista Trilce 
            y otras publicaciones universitarias antes del 73. Aquella era un 
            canto al mundo nuevo y esperanzador que proclamaba la paz universal, 
            la solidaridad y el amor. Los años no fueron mezquinos para 
            dispersar dicho movimiento. Ortega, víctima y testigo, vive 
            desde entonces en Suecia, país al cual ama a pesar de negarse 
            a su idioma y el cual, lo ha declarado, le ha entregado posibilidades 
            de desarrollo como artista. Y en tanto sujeto histórico ha 
            permanecido siempre en la memoria y el registro literario nacional, 
            aunque su ausencia a ratos sea causa de un desconocimiento marcado 
            y ocasionalmente odioso. 
             
            "Jesús Ortega puede recordarnos a su paisano Nicanor Parra, 
            que en Chile fue el primero en mostrar con sus brillantes poemas, 
            ya en los años 40, un escape de la poderosa pero a veces asfixiante 
            influencia de Neruda. Pero las ironías de Jesús Ortega 
            son menos venenosas, más cálidas, menos intelectuales", 
            dice Söderberg en el prólogo. 
             
            El empleo de variados recursos literarios y el uso de lo cotidiano 
            para tales fines, el humor, la elegancia y la pulcritud la palabra, 
            nos indica que estamos ante un artista cuyo silencio (y ausencia en 
            las antologías nacionales) no se debe precisamente a su humildad, 
            sino más bien a la lejanía y a la dedicación 
            a las tablas más que a las letras. 
             
            Entonces resulta lógico que la actitud lúdica de Ortega 
            consiga, en su último libro, momentos de intensidad y placer 
            estético. El poema Iluminaciones, más allá 
            de citar a poetas de diversas épocas, en en sí un objeto 
            valioso. La contracción semántica del verso 9 -Y 
            Ungaretti d'inmenso- resulta un recado para golosos, una reflexión 
            inversa, tal vez la única posible frente al espectacular verso 
            del vate italiano. Es decir, una iluminación. 
             
            Lo mismo ocurre en Se acabó la fiesta. Allí, 
            como en la mayor parte de sus trabajos, la cuestión política, 
            la denuncia y el necesario yo acuso están presentes con su 
            lenguaje directo, indirecto, transversal o cotidiano. Ortega ensambla 
            una serie de lugares comunes, imágenes recurridas, pastiches 
            de nuestra cultura occidental, para mostrarlas al desnudo en una nueva 
            armatoste, lírica, rítmica y absoluta. Como diría 
            un argentino, "se pudrió todo":  
           
           
             
              
                Hemos roto la guitarra contra el piso 
                  Hemos incendiado el piano.  
                  Estrangulado el arpa (...) The end. 
                  Cierren y vámonos a casa. 
                  Desde la poltrona veremos 
                  Pelícanos fritos en aceite. 
                 
               
             
           
          De este mundo y el otro se cierra con un cuadernillo reciente 
            bautizado como De par en par. El mérito de esta antología 
            reside en poner de manifiesto su poética válida e interesante, 
            como una expresión más de la poesía chilena, 
            esta vez generada en el extranjero. Una poesía que, por lo 
            demás, responde a la línea formulada por su autor desde 
            sus inicios y que se adscribe al modernismo humanista de fines del 
            Siglo XX. En ella se manifiesta una clara búsqueda de lo inteligente, 
            lo sagaz y lo acertivo -así como de la perfección formal- 
            encaminada a la denuncia y a la liberación frente al dominio 
            opresivo del mal. Pero esta búsqueda, en todo caso romántica, 
            muchas veces deberá sacrificar la obtención de ese instante 
            perfecto en beneficio de la realidad. De allí que el título 
            elegido por Jesús Ortega Heller sea del todo preciso. 
             
            De Chile guarda buenos recuerdos. Su amistad con Lihn, con Jodorowsky, 
            con Palacios es uno de ellos. Del gran poeta afirma: Yo sé 
            lo que hundió a Lihn, me parece. Yo creo que fue una mujercita 
            sencilla y tonta. Las mujeres más "lolitas" liquidan 
            un trasatlántico. Yo creo que fue "la paloma tonta". 
            Y Teillier quedo hecho... Estoy seguro que esas tragedias de los grandes 
            escritores, que pasan por ser agonías literarias y artísticas, 
            son dolores ocasionados por mujeres, nada más.  
          Jesús Ortega (Caracas, Venezuela,1932). Este poeta chileno 
            es, además, pintor, mimo, actor de teatro y se ha desempeñado 
            en diferentes oficios. Ha publicado Las pizarras del mundo 
            (1968), Serpentímetra (1987), La vidriera irrespetuosa 
            (1995), Una modestñisima proposición (2005) y 
            la antología De este mundo y del otro (2005)  
            
            
            
            
            
          Poesía 
            de Jesús Ortega 
          
          
            
              |  
                   
                Del poemario La vidriera irrespetuosa  
                 
                 
                  CUERPOS 
                  PRESTADOS DEL AMOR  
                
                Cuerpos prestados del amor, 
                  formas que pasan, labios 
                  cuyos besos permenecen. 
                  Ojos como luces 
                  de una estrella muerta que nos llega. 
                Cuerpos prestados del amor que queda. 
                  Cuerpos que pasan, como si el amor 
                  cambiara de vestido. 
                  Pero el amor es uno, 
                  lo que ocurre es que cambia sus paisajes 
                  y el paisaje se quiebra para que haya puentes. 
                Porque el amor es un puente 
                  y es un salón de espejos enfrentados, 
                  donde unos cuerpos bailan o juegan 
                  o parten 
                  y olvidan un zapato con el taco roto. 
                Agua que arrastra unas flores. 
                  Pechos que resbalan sobre un pecho. 
                  Cuerpos  
                .......... afluentes del amor 
                  que pasan.  
                
                 
                 
                 
                  TU Y YO  
                
                Tú y yo somos 
                  dos fragmentos de un espejo roto 
                  cuyos bordes coinciden en una herida exacta.  
                
                
                  
                 
                  ENTRE 
                  EL AMOR Y LA MUERTE  
                   
                  "Qué 
                  es esa luz que sube de tus muertos" 
                  Juan Gelman  
                Ella, la indivisa 
                  se lo traga todo, 
                  no discierne, borra de uno en uno, 
                  odia el dos, no la conmueve 
                  la orfandad del tres, 
                  no perdona palote 
                  su almohadilla blanca. 
                  Ahoga el tú y el yo de los amantes, 
                  restituye, vuelve luz compacta 
                  el espejo partido. 
                Pero Dios se cansa de su infinitivo, 
                  La sosegada luz 
                  que no mueve una erre, 
                  y con un golpe de puño 
                  desbarata la calma que le sube la muerte, 
                  instaura de nuevo los gerundios 
                  y con ellos 
                  el archipiélago de los pronombres,  
                  esas islas viajando por la sangre. 
                
                
                 
                 
                 
                  EL SOMBRERO 
                  DE GESSLER 
                «Hay 
                  que rendir los mismos honores a este sombrero que a su propia 
                  persona» 
                  (Guillermo Tell) J.V. Schiller  
                Los sombreros pasan de moda 
                  pero Gessler no pasa jamás.  
                Vedlo de chistera en los salones. 
                  Con un sombrero Stetson llega 
                  a la Convención Electoral. 
                  De boina o corona aparece  
                  en las portadas del París Match. 
                  Asiste de casco a las maniobras. 
                  De capelo bendice las armas, 
                  o adornado con la enjoyada tiara 
                  saluda a la muchedumbre 
                  desde su balcón. 
                
                
                 
                 
                 
                  CON TINTA 
                  SANGRE  
                
                Cada mañana abre las ventanas 
                  del periódico de par en par 
                  y se va por ellas a revisar el mundo, 
                  a buscar desastres por el orbe herido. 
                  Con alas de papel planea 
                  sobre inundaciones, 
                  registra las bajas de una guerra, 
                  las del hambre atroz, 
                  las de la peste. 
                  Visita hospitales de campaña, 
                  pueblos arrasados por el huracán, 
                  atormentados en la tierra seca. 
                  Sigue sigiloso los pasos de un crimen 
                  o le estalla una bomba 
                  en medio de la cara. 
                  De tantas catástrofes retorna 
                  con el alma enfangada, 
                  salpicado de sangre en los ojos,  
                  el ánimo deshecho, agujereado por las balas, 
                  con los brazos en cruz 
                  desangrándose en medio de la plana. 
                  Pero siempre regresa. 
                  En paracaídas lento desciende hasta su taza de café 
                  que lo espera frío todas las mañanas.  
                  Luego se baña, se adereza, 
                  entra en sus zapatos y en su norma, 
                  empuña un portafolios como un arma 
                  y sale a las calles de su tranquilida ciudad, 
                  a los amables combates de la usura 
                  dejando tras de sí las ventanas y las puertas bien cerradas.                 
                
                  
                 
                  EL PUENTE 
                  DE BROOKLYN  
                
                El puente de Brooklin no es una versión 
                  del Arco-Iris, como tantos creen. 
                  No está sustentado por cables umbilicales 
                  ni aparece y desaparece con toda naturalidad. 
                  (Habilidad encantadora que los puentes no tienen 
                  y que muy bien simulan en días de niebla cerrada.)  
                Los expertos saben que los siete colores del Arco-Iris 
                  son tres, lo que no han descubierto 
                  o esconden en sus carpetas de polietileno 
                  es que los tres colores se disuelven en uno, 
                  lo que hace a menudo que el Arco se vuelva invisible 
                  para el distraído transeúnte que deambula por 
                  él. 
                 
                  Por otra parte, que los Generales de aire, mar y tierra 
                  que cruzan el puente de Brooklyn 
                  en blindadas limousinas verdes 
                  ostenten áureos pentagramas en su frente se debe a una 
                  errata largamente sostenida 
                  y a que las metáforas de tripa artificial 
                  se cortan siempre por la parte más delgada.  
                                | 
             
           
             
                |