Leonidas Emilfork Tobar, nacido en Santiago, en 1943, y profesor 
            de Literatura, había publicado -hace ya diecisiete años- 
            el ensayo La conquista de México. Desde entonces, conocido 
            
como 
            un poeta virtual que de cuando en vez presentaba algunos textos en 
            revistas diversas, parecía definitivamente silenciado. Ahora 
            sorprende al público lector con un meritorio libro, cuyo género 
            está aún por definirse.
           Bajo la pregunta de ¿Qué lugar ocupan esos textos 
            en el mundo de Hispanoamérica? el poeta Leonidas Emilfork continúa 
            ese diálogo con la escritura, nacido hace ya bastantes años, 
            en las Odas, dirigida por Godofredo Iommi Marini en las prensas 
            de Ediciones Universitarias de Valparaíso. Estamos en 1972 
            y ante un proyecto social que atraviesa Chile y el continente entero, 
            los intelectuales de este lado del país intentan refundar el 
            mito americano. Junto a ellos aportan sus trabajos Virgilio Rodríguez 
            Severin y Adolfo de Nordenflycht Bresky.
            
            Sólo en 1987 reaparece Emilfork con un trabajo sobre la conquista 
            de México, tema que el aparecer le interesa, más allá 
            de la simple historiografía, como una cuestión ontológica. 
            Y Ahora, recién este 2004, y bajo el sello de RIL Ediciones, 
            entrega su Pasaje al Nuevo Mundo para sorprender al lector 
            y postularse dentro de la mejor crónica nacional en los años 
            recientes.
            
            Desde ya el sustantivo pasaje tiene muchas acepciones: el sentido 
            del viaje, por el pasar y el ticket aéreo se equipara al de 
            transcurrir y a la idea de puente entre una época y otra que 
            le son propicias y unificadoras del concepto vital. El individuo se 
            traslada, pasa de un estado a otro y siempre es el mismo. El único 
            registro posible es la escritura. Y desde allí comienza su 
            relato, a veces crónica, a veces libro de viaje o poemario, 
            a ratos simples anotaciones pergueñadas en hoteles de paso.
            Varios son los géneros que arman este diario. El cuaderno de 
            apuntes, bien bautizado como Notas de un distraído, por el 
            Cuzco, sitios mayas, Isla de Pascua y otros lugares, los poemas que 
            le continúan, sus ensayos de traducciones y la rescritura del 
            tormento del judío Luis de Carvajal, mexicano del siglo XVI, 
            le permiten utilizar todos los oficios posibles en un sólo 
            intento estructurado bajo la idea de la escritura como protagonista.
            Presentado como un crítico y preciso observador, su diario 
            de viaje entrega un escenario creíble, vívido, que a 
            ratos se vincula con el narrador de Bajo el volcán por su actitud 
            de antihéroe y suspicaz habitante del mundo. Ameno, claro, 
            profesional, Emilfork nos da una clase de redacción y una charla 
            expresiva a partir del sujeto que todo lo ha vivido y todo lo ha callado, 
            sólo para lanzarlo de golpe con la maestría -dirán 
            los entendidos- de la experiencia y los años.
            Si estuviéramos frente a un personaje de novela, el retrato 
            que de sí mismo hace bastaría para cumplir con ese objetivo. 
            No pasa solamente por describir lugares, sino actitudes, miradas y 
            gestos plenos de intensidad en una bien llevada economía de 
            lenguaje. A través de él vemos y comprendemos la puesta 
            en escena, el transcurso del tiempo y el ir de un lugar a otro, de 
            un instante a otro, en los vehículos puestos a nuestra disposición 
            por el camino.
            No hay pretensión en ese intento; no busca ni con mucho acercarse 
            a una suerte de Canto General. Tal esfuerzo apenas formula, si algún 
            objetivo pretendiera, una razón a su breve paso por la tierra. 
            Cansado de la épica es apenas el relato de un mundo común 
            que, a través de algunos personajes asumidos en primera persona, 
            nos llevan a esa conclusión. 
            Cauto también -y pudoroso- un suave erotismo se trasluce sin 
            dar a aquel más de lo necesario para su comprensión. 
Sus ocho ensayos de traducción, hábilmente elegidos 
para dibujar tal actitud, integran una suerte de Arte poética 
a fin de justificarse ante los demás como lector, calidad superior 
a la cual sólo podrían acceder determinados poetas hacia 
el final de la existencia. La poesía, después de todo, 
no ha sido un ejercicio de lucimiento, sino una formulación 
que traspasa los límites de la literatura y se convierte en 
una norma de conducta y, por obvio que sea decirlo, de vida.
El capítulo final de este ensayo de escritura -no adscrito 
a ningún género en especial, se reitera- da cuenta de 
su oficio. Emilfork se convierte y viste de Luis de Carvajal el mozo. 
Todo el dolor y el sufrimiento de aquel criptojudío mexicano 
del siglo XVI se valida históricamente en cuanto a escritura. 
Tal como Echeverría lo sostiene en Ontología del lenguaje, 
el individuo humano no puede comprenderse sino a través de 
la lengua porque nuestro ser es código, habla, y nada en este 
transcurrir hacia ninguna parte -si no el tiempo- podrá entenderse 
fuera de aquel. El heroísmo de Carvajal radica en su capacidad 
de haber registrado su propio tormento, del mismo modo como Leonidas 
Emilfork justifica ese largo silencio a través de esta magnífica 
            contribución a la crónica de nuestro continente.