Este año el premio anual de poesía "Pablo Neruda", 
            concedido a un poeta que no pase los 40 años de edad, lo obtuvo 
            Víctor Hugo Díaz (1965). En el año 1987 
            yo regresé sólo por un mes de visita a Chile luego de 
            diez vividos fuera. Era plena dictadura y el que llegaba después 
            de una larga  ausencia, 
            percibía un ambiente vigilado por alguien. Desde aquel año 
            es que conozco al poeta laureado con justa razón este 2004.
ausencia, 
            percibía un ambiente vigilado por alguien. Desde aquel año 
            es que conozco al poeta laureado con justa razón este 2004. 
          
           
           Ese 1987 Víctor Hugo Díaz publicaba su primer libro. 
            Tenía 22 años y lo tituló "La comarca de 
            los senos caídos". Nos conocimos no se por qué 
            -quizás hubiera sido en la Sociedad de Escritores de Chile 
            o en alguna lectura de poesía de las tantas que había 
            continuamente en Santiago-. Allí me regaló su primera 
            publicación (realmente una autoedición). En abril de 
            ese mismo año había llegado el Papa a Chile y el ambiente 
            se puso caldeado porque la gente, junto con expresar su respeto al 
            "Santo Padre", lo usó también para que directa 
            o indirectamente el sumo pontífice supiera que Pinochet era 
            un lobo con disfraz de oveja (vestida de militar, claro). Dice un 
            artículo de esa época: "Además la inventiva 
            chilena fue infinita, en ese lugar había muchos carteles puestos 
            en polaco donde se le decía al Papa, en Chile se tortura, 
            en Chile hemos pasado hambre, en Chile se violan los derechos humanos. 
            El Papa entendía y sabía que estaba en un mundo que 
            no lo había pasado bien el último tiempo."
           
          El año anterior, el 2 de julio de 1986, había ocurrido 
            otro horror entre los tantos que impunemente acaecían bajo 
            la dictadura. Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas eran quemados 
            vivos por una patrulla militar el día en que comenzaba una 
            huelga nacional. "Los militares los rociaron con kerosén 
            y les prendieron fuego, para luego abandonarlos en un sector alejado. 
            Ambos se las arreglaron para encontrar ayuda. Antes de morir, cuatro 
            días más tarde, Rojas atestiguó frente a un juez 
            civil. Quintana con el 60 por ciento de su cuerpo quemado quedaba 
            permanentemente desfigurada." (ver Derechos Humanos en Chile, 
            cronología). 
           
          Pero hay un testimonio muy impresionante, escrito por Alberto Etchegaray, 
            cuando Carmen Gloria Quintana se encontró con el Papa en julio 
            de 1986: "En el Hogar de Cristo, el Papa se encuentra con Carmen 
            Gloria que tenía un lugar especial para que lo pudiera saludar. 
            Ella,  frente 
            al Papa le dice: a mí me quemaron, a mí me pasó 
            esto, míreme la cara. La tenía desfigurada. El Papa 
            la escucha y la bendice. La escucha con atención, pero no hace 
            ningún comentario y sigue caminando porque tenía dos 
            personas que estaban en silla de ruedas con las cuales terminaba la 
            fila. Carmen Gloria Quintana gira y empieza a conversar con una tía 
            que la había acompañado, que estaba atrás para 
            decirle que ya había saludado al Papa. Él retorna para 
            entrar a la sala donde estaban los enfermos y la toca en la espalda. 
            Ella gira y el Papa , sin decirle absolutamente nada, la abraza y 
            esta mujer se derrumbó, esta chiquilla se puso a llorar y el 
            Papa solamente la acunaba. Ella le empieza a decir a Monseñor 
            Piñera y a mí que hacía mucho tiempo que nadie 
            me abrazaba, que nadie me acunaba, yo me sentí muy querida. 
            Pero no bastó eso, al terminar la visita, el Papa que tenía 
            que salir por ese pasillo a tomar el auto, ve a esta muchacha y va 
            de nuevo derecho hacia ella, y con los dedos le empieza a seguir todas 
            las cicatrices que tenía en la cara. Él quiso decir 
            a esta muchacha que había sido víctima de una situación 
            de tensión extrema de una sociedad y que no se merece lo que 
            le había pasado. Carmen Gloria Quintana quedó tan tocada 
            que había pensado ir al Estadio Nacional, a Concepción 
            y no fue a ninguna parte más."
frente 
            al Papa le dice: a mí me quemaron, a mí me pasó 
            esto, míreme la cara. La tenía desfigurada. El Papa 
            la escucha y la bendice. La escucha con atención, pero no hace 
            ningún comentario y sigue caminando porque tenía dos 
            personas que estaban en silla de ruedas con las cuales terminaba la 
            fila. Carmen Gloria Quintana gira y empieza a conversar con una tía 
            que la había acompañado, que estaba atrás para 
            decirle que ya había saludado al Papa. Él retorna para 
            entrar a la sala donde estaban los enfermos y la toca en la espalda. 
            Ella gira y el Papa , sin decirle absolutamente nada, la abraza y 
            esta mujer se derrumbó, esta chiquilla se puso a llorar y el 
            Papa solamente la acunaba. Ella le empieza a decir a Monseñor 
            Piñera y a mí que hacía mucho tiempo que nadie 
            me abrazaba, que nadie me acunaba, yo me sentí muy querida. 
            Pero no bastó eso, al terminar la visita, el Papa que tenía 
            que salir por ese pasillo a tomar el auto, ve a esta muchacha y va 
            de nuevo derecho hacia ella, y con los dedos le empieza a seguir todas 
            las cicatrices que tenía en la cara. Él quiso decir 
            a esta muchacha que había sido víctima de una situación 
            de tensión extrema de una sociedad y que no se merece lo que 
            le había pasado. Carmen Gloria Quintana quedó tan tocada 
            que había pensado ir al Estadio Nacional, a Concepción 
            y no fue a ninguna parte más."
           
          Me acuerdo que algo hablamos de esos sucesos con Víctor Hugo 
            Díaz, y otros poetas jóvenes, mientras me regalaba su 
            primer libro y por casualidad nos enterábamos por la televisión 
            que la nueva Miss Universo 1987 era la chilena Cecilia Bolocco. La 
            nueva Miss se sacó fotos con Pinochet al llegar a Chile. El 
            dictador, el día de la elección, y haciendo alarde de 
            una pomposa siutiquería, tipo caballero medieval, le enviaba 
            muy presto un telegrama de parte del gobierno chileno. Pero ha sido 
            el escritor, músico y periodista argentino, Abel Gilber, en 
            su libro La divina Cecilia (Bolocco, claro), con el subtítulo 
            "Una interpretación del infierno" (2001), quien mejor 
            ha conectado la ex - Miss Universo y la dictadura chilena.
          El libro de Gilber se inicia a partir de la visita del Papa (1 de 
            abril de 1987) y la conexión con la elección de Miss 
            Universo el 27 de mayo de ese mismo año. Dice Gilber: "Para 
            algunos chilenos estaba en juego más que un cetro. La belleza 
            podría funcionar como escudo y espada frente al descrédito 
            (de la dictadura chilena). La justicia norteamericana había 
            condenado a ochenta y cuatro meses de cárcel al ex-oficial 
            de Ejército, Armando Fernández Larios por su participación 
            en el asesinato de Orlando Letelier en Washington". Pinochet 
            envió ese día un telegrama a Singapur para la Bolocco, 
            redactado por él mismo: "En nombre propio y del gobierno 
            que presido le hago llegar mis más sinceras felicitaciones 
            por el título de Miss Universo obtenido tan lucidamente por 
            usted, como fiel representante de la belleza y la simpatía 
            de la mujer chilena". El canciller Jaime del Valle no se quedó 
            corto para declarar que eran horas de ecuménica concordia en 
            el país con tal trono: " Esta es una buena noticia para 
            las personas de cualquier edad y cualquier ideología"."
          La fotógrafa chilena Paz Errázuriz, continua Gilber, 
            al enterarse de la coronación fue corriendo a presenciarla, 
            y dijo: "Me interesó la posibilidad de contraponer aquella 
            coronación de Bolocco al único baluarte de Pinochet. 
            Fue un trabajo fuerte con el que traté de interrogar críticamente 
            el estatuto de la belleza y los manejos que de esos valores hacia 
            la dictadura". Paz Errázuriz realizó inmediatamente 
            un trabajo fotográfico al respecto en el concurso de belleza 
            del club de ancianos de San Bernardo, uno de los barrios más 
            populares de Santiago. El concurso en San Bernardo se realizó 
            casi al mismo tiempo con el de Miss Universo de Singapur. La reina, 
            en la foto de Paz Errázurriz, era una anciana de cien años, 
            rodeada por su corte de mujeres de la misma o menos edad que la reina 
            anciana. Dice la fotógrafa: "cuando veo las fotos, trece 
            años después (en 1990), me doy cuenta de toda la carga 
            que contienen. Una densidad insoportable en medio de la censura y 
            la fiesta. Ellas (las ancianas) en cambio, se sintieron de lo más 
            orgullosas por el hecho de volver a ser parte del retrato oficial." 
          
          Todo un complejo contexto bajo la dictadura militar rodeaba nuestra 
            conversación entre Víctor Hugo Díaz y yo aquel 
            mayo de 1987. Con los años fui conociendo la poesía 
            de Díaz. De alguna manera recibía sus libros o yo en 
            otro viaje a Chile los adquiría en librerías. Una cosa 
            creo que es cierta en este poeta premiado, es que jamás se 
            ha movido de Chile. Quizás sea el único poeta (incluiría 
            a José Ángel Cuevas que debió merecer también 
            en alguno momento el premio Pablo Neruda ) que no ha tenido la oportunidad 
            de conocer otras partes del planeta. Es el poeta que ha visto el inicio 
            de la dictadura y todo el proceso, entre surreal y horrendo, o la 
            parte más oscura de la dictadura, hasta el lado "maravilloso" 
            del neoliberalismo global con que termina el regimen y empieza otro. 
            Pero todo aquello desde la mirada del marginado y no del integrado.
          Lo anterior -especialmente esa mirada mencionada- lo ha dicho muy 
            bien la académica chilena Carmen Foxley en algunos ensayos 
            dedicados a la poesía de Víctor Hugo Díaz. Ahora 
            en relación a esa mirada cínica de la "modernidad 
            neoliberal", yo escribí hace muy poco señalando 
            la percepción imaginaria del poeta Díaz respecto a la 
            transformación de los espacios urbanos durante el aceleramiento 
            del modelo neoliberal chileno e inserción en la globalización 
            durante los 90. 
          En la producción poética de Díaz hay dos fases. 
            La primera, un espacio que se hace marginal a la vista del poeta -principalmente 
            a fines de los 70 y comienzos de los 80-. La segunda fase es el  mismo 
            espacio -hacia los fines de los 90- que se transforma (físicamente) 
            en lugares requeridos por la vida que exige la globalización. 
            Los poetas que dicen muy bien aquello, entre otros y otras, son Sergio 
            Parra (1963) y Víctor Hugo Díaz (1965), nacidos a mediados 
            de los 60 y que comienzan a publicar su primer libro en la mitad exacta 
            de los 80. Es decir, poetas que no sólo vivieron su adolescencia 
            durante la dictadura sino que crecieron también en los inicios 
            del nuevo modelo ya mencionado. Incluida la súper- aceleración 
            moderna del país en nuevas pautas de conducta masiva, o reorganización 
            de los espacios urbanos en espacios atractivos tanto para la recreación 
            como para el consumo que ha impuesto la globalización planetaria. 
            Es muy curioso que ambos poetas o hablantes líricos -o el marginado 
            de aquel modelo para decirlo directamente- adopten siempre la mirada 
            del voyerista.
mismo 
            espacio -hacia los fines de los 90- que se transforma (físicamente) 
            en lugares requeridos por la vida que exige la globalización. 
            Los poetas que dicen muy bien aquello, entre otros y otras, son Sergio 
            Parra (1963) y Víctor Hugo Díaz (1965), nacidos a mediados 
            de los 60 y que comienzan a publicar su primer libro en la mitad exacta 
            de los 80. Es decir, poetas que no sólo vivieron su adolescencia 
            durante la dictadura sino que crecieron también en los inicios 
            del nuevo modelo ya mencionado. Incluida la súper- aceleración 
            moderna del país en nuevas pautas de conducta masiva, o reorganización 
            de los espacios urbanos en espacios atractivos tanto para la recreación 
            como para el consumo que ha impuesto la globalización planetaria. 
            Es muy curioso que ambos poetas o hablantes líricos -o el marginado 
            de aquel modelo para decirlo directamente- adopten siempre la mirada 
            del voyerista.
          Ambos poetas se pasearon (y aún se pasean supongo) por las 
            áreas marginales de la ciudad convertidas en ruinas en algún 
            momento de la historia de los 80. Y luego las vieron renacer en paisajes 
            artificiales -a mediados de los 90 y comienzos del Tercer Milenio- 
            en avenidas, en edificios posmodernos, o en gigantescos Malls. La 
            verdad es que sus hablantes poéticos parecen extra- terrestres 
            nostálgicos en los nuevos espacios "globales".
          El conflicto de estos hablantes (y quizás de muchos artistas 
            ahora) es no querer desprenderse de aquel otro espacio o modo de vivir 
            que realmente desapareció físicamente de sus ojos. Lo 
            invisible -especialmente en la poesía del laureado Víctor 
            Hugo Díaz- se ha transformado ahora en pura nostalgia puesto 
            que esos espacios amenos ya no no existe más ante sus ojos. 
            Aún asi, la poesía de Díaz es un valioso testimonio 
            del artista chileno post 1987 que todavía vive en una imaginación 
            condicionada y que no desea incorporarse emocionalmente a ninguna 
            modernidad globalizante. ¿Será ése uno de los 
            caminos -entre otros más distintos por los que van otros artistas- 
            que seguirá una parte de la poesía chilena actual?