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Mi vecino Arthur Miller

Por Javier Campos
En El Mostrador, 16 de mayo de 2005


Hasta un año atrás no supe que el dramaturgo norteamericano Arthur Miller (1915-2005) vivía a 15 minutos de nuestra casa. O mejor, que yo por casualidad había llegado a vivir cerca del dramaturgo, el que había escrito -la comenzó a escribir en 1947 y fue representada en 1949- la famosa obra “La muerte de un vendedor viajero”. Arthur Miller escribió esa obra en ese lugar, a 15 minutos de donde vivimos en Connecticut, en el pueblito que se llama Roxbury. Nosotros vivimos en Southbury, al lado de Roxbury.

Es una región ubicada en centro del estado de Connecticut que se caracteriza por un paisaje rural que es como volver a la vida del siglo XIX de esa región llamada Nueva Inglaterra. Sus casas aún se conservan manteniendo el modelo que trajeron los pioneros a esa zona. Una región en la que no se permite (por la organización municipal) que se levanten como callampas ninguno de esos edificios de comida rápida como “Mac Donald’s”, “Burger King”, “Taco Loco”, etc. Allí sería impensable que apareciera de la noche a la mañana, entre esa casas, esos campos bucólicos, alguno de los controversiales almacenes “Wall-mart” donde todos sus productos (desde cámaras digitales a palas para sembrar) son hechos “made in China”.

Resulta interesante como Arhur Miller se encerró en los años 40 en su entonces reciente casa de Roxbury que era (y es) un lugar de 300 acres, alejado de la gran urbe de entonces y de ahora –Manhattan- para escribir una obra profundamente urbana. Allí entre árboles (los mismos que aún rodean su propiedad), entre un paisaje que parece aún intocado por la tecnología ultramoderna, por la arquitectura comercial, por el consumo típico norteamericano, Miller escribió un drama enfocándose en un vendedor fracasado que deseaba reconstruir su vida. Al querer matarse a sí mismo lo hace para dejar que su hijo cobre su seguro de vida.

El personaje principal es realmente trágico como uno de los de Dostoievsky pero viene a ser quizás el personaje que anuncia la creciente vida urbana del capitalismo de post-guerra y lo que luego será tema para otros grandes dramaturgos y escritores. Es lo que dentro del arte, la literatura, el cine, el drama, etc, del siglo XX vendrá a ser un tema dominante: la alienación humana bajo la vida urbana y moderna.

Hace un año vi a Arthur Miller por Southbury. Era la primavera. Lo vi entrar a una ferretería a comprar algún fertlizante para su huerta (eso pensé pues estaba en el lugar de los fertilizantes) o algo parecido. Yo iba a algo semejante pues comenzaba también a tener mi primera huerta de verduras. Lo reconocí inmediatamente por su rostro y por su elevada estatura. Claro que no me interesaba hablarle pues soy poco dado a ese tipo de encuentros. Mejor me interesa ver a esos personajes que han creado alguna obra importante desde la cotidianidad o desde otra perspectiva. Como el encuentro en la ferretería con Miller comprando cosas para una huerta por ejemplo. Yo lo iba seguiendo discretamente por la ferretería de Southbury.

Se detuvo a mirar unas herramientas que luego yo me puse a mirar también: tijeras para podar de varios tamaños. Y caminaba ese hombre tranquilamente y yo no podía de dejar de pensar en Marylin Monroe quien había sido su esposa en uno de los mejores momentos (y de hermosura) de aquella actriz. También pensaba en el poema que Ernesto Cardenal escribió para ella (o sobre ella) cuando Monroe se suicidó.

¿Conocería Miller el poema de Ernesto Cardenal? ¿Y si me acerco y le hablo y luego le pregunto si conoce el poema de Ernesto Cardenal, poeta trapense de Nicaragua, ex -ministro de Cultura del gobierno Sandinista, y Ud. ha estado en Nicaragua, le preguntaría después para saltar a Cuba donde, le diría, leí un excelente reportaje de Ud. cuando visitó esa isla, especialmente el retrato que hizo de Fidel Castro?

Ninguna de esas cosas hice, pero sí estuvimos juntos al mismo tiempo en el mesón para pagar nuestras respectivas compras. La única palabra o frase que me dijo fue “Oh, sorry”, pues sin darnos cuenta habíamos chocado levemente nuestros cuerpos en la caja de pagar. Yo respondí también, como si con eso comenzara un diálogo breve de alguna obra suya, melodramática, que comenzaría en una ferretería de un pueblito bucólico de Nueva Inglaterra. Y le dije: “That it is ok”. Luego Miller salió con una herramienta para cortar algo. Me lo imaginé podando sus árboles de su casa de Roxbury. Allí donde en 1947, en la soledad campestre más absoluta comenzara a escribir un drama que nada tenía que ver con un campesino sino con un vendedor que en sí mismo resumía toda la tragedia de la vida moderna.

Desde entonces nunca más lo vi por Southbury pero pasé varias veces por el bello pueblo de Roxbury y por su propiedad de 300 acres. Sabía que pasaba la mayor parte del tiempo –y de su vida- en esa casa donde escribió casi la mayor parte de toda su obra dramática. A lo mejor ese día podaba las ramas de sus árboles.

Arthur Miller murió en febrero pasado en su casa de Roxbury y lo supe leyendo el diario del pueblo de Southbury, muy cerca de su casa. Sentí mucho la muerte de mi vecino a quien sólo una vez lo vi en una ferretería donde por mera casualidad quedó allí, entre ambos, un dialogo cotidiano entre un chileno desconocido y ese gran dramaturgo que escribía sobre el mundo moderno, o postmoderno, desde una escondida región rural de Estados Unidos que aún mantiene una apacible vida rural del siglo XVII.

 

 

*Javier Campos. Escritor, poeta, académico. Es profesor de literatura y estudios latinoamericanos en la Universidad jesuita de Fairfield, Connecticut, Estados Unidos.

 

 


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Javier Campos: Mi vecino Arthur Miller.
En El Mostrador
16 de mayo de 2005.