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Tedio y vértigo

Jorge Calvo
En El Emisario Secreto, Cuentos. Foro Nórdico, Oct. 2004






"Parecía que la figura borrosa de detrás
sacudiera el dibujo, como si quisiera salir... "
"El papel de pared amarillo "

Charlotte Perkins G.

Está claro, ya es día, los rayos del sol atraviesan la persiana y dibujan rayas luminosas sobre la sábana. El calor se vuelve más intenso, se introduce bajo la piel, la invade como una fiebre y prácticamente no existe nada más en el mundo que la inquietud que la sofoca; ¿iría al encuentro del portugués de mierda? Ni dudarlo. Lleva a Toñito al colegio, pasa a dejar a Daniela y queda libre. Podría visitar a la Maca, su amiga del alma que le ha telefoneado como tres veces, para contarle algo urgente. Que lata. También podría irse de compras, pero sabe que la station wagón, de todos modos, acabará conduciéndose sólita para Plaza Brasil. Despertó empapada de sudor, ansiosa y potente, con el vientre lleno de mariposas. Brinca fuera de la cama, va al baño y se mete a la ducha. Se jabona los brazos, el ombligo, las rodillas. Ya olvidó cuando fue la última vez que se sintió así, como conectada a una batería de alto voltaje. Sale de la tina, chorreando aguas, baja la cabeza y se mira el cuerpo, como si estuviera en un pedestal, piernas largas, senos empinados. A sus treinta y siete los hombres todavía se voltean en la calle a mirarla. Coge la toalla, tiene prisa, la hora corre y ni siquiera alcanzará a encremarse. Baja la tapa de la taza y se sienta a secarse los pies, molesta con Antonio que sale primero y nunca baja la tapa. De casualidad se lleva la mano a la nariz y percibe huellas de la tarde anterior, el aroma acre, a substancias marinas, impregnado a la yema de los dedos. Mientras se seca puede verse a sí misma; yace en la penumbra, abierta y ardiendo, ofrecida a la hambrienta boca, a la lengua que le circunda los pezones, al tiempo que la palma de la mano se desliza sobre su suave vientre como si acariciara el lomo de un gato y los gráciles dedos vuelven a subir hasta la cumbre de sus senos, y bajan, le andan por los muslos y regresan al vientre, los dedos del portugués se aproximan al elástico de su diminuto y transparente calzón y lo levantan, luego -como expedicionarios ciegos- le recorren la ingle, se trepan a la prominencia de su pubis, se enredan a la pelambre, dibujan el contorno del triángulo, le amasan despacio los labios y audaces se internan y palpan sus pliegues y cavidades, hundiéndola a una dulce embriaguez que la deshace. Envuelta en la toalla regresa al dormitorio. Desde la cocina llegan las voces de los niños alegando que el yogur se acabó. No se pondrá medias, ni sostén, con el calor que hace. Sólo las bragas negras. Abre la puerta del closet, nunca tiene qué ponerse. Mami apúrate que ya son las ocho grita Daniela. Todavía no la ha visto con el vestido lila. "Ya voy" responde. Mirándose al espejo ¿Qué haces? Acaso no podía simplemente dejarse ir. Así, está bien, luce entre inocente y pícara. El muy maldito quedará sin habla. Prefería mil veces este resplandor iluminándole los rincones ocultos del alma. Apurada va a la cocina, recoge las tazas del desayuno y las mete en el lava platos. Toñito con el bolsón colgando del hombro la espera con expresión airada junto a la puerta. Los niños no entienden que ahora es ella la acelerada. El portugués la hace sentirse distinta. Como si un extraño ser hubiera atravesado un desierto dentro de ella y sediento le pidiera agua. O estará volviéndose loca A veces escucha la voz interior que porfiadamente la recrimina: "mírate, mírate... un dia te vas a marchitar". Y nada es lo que parece. Sus mismos deseos ¿en qué momento se petrificaron? Los anhelos que estremecían su espíritu en los años universitarios ahora se alzan como ruinas fosilizadas en el remoto planeta de lo que iba a ser. Al cerrar la ventana de la cocina, se deja distraer por la visión del apacible jardín, el césped brillante, los rosales y petunias, su pequeño paraíso. Y más allá del cerco distingue los arbustos y pastizales mojados por el rocío de la madrugada y los cerezos a punto de florecer. La brisa tibia anuncia la cercanía de la primavera. El Sol sale más temprano, los pájaros trinan, la naturaleza inicia un nuevo ciclo, y la vida vuelve a repetirse en su eterno carrusel. Divisa un conejo escabulléndose ladera arriba, o será un guarén. En algún momento comenzó la indiferencia y terminó la pasión. Andaba mustia, inventándose entretenciones, abatida por la certeza de haber llegado al final. Pero, al final de qué. Además tuvo aquel sueño: iba de pasajera de un tren y, contemplando el paisaje radiante y colorido, se dejaba adormecer por el agradable bamboleo. De pronto asustada despertaba dentro del sueño, la mano del conductor la sacudía por el hombro y decía con voz fría "última parada". Ella bajaba con sus maletas a un andén vacío, era noche cerrada y con paso vacilante se adentraba en las polvorientas callejuelas de un pueblo fantasma con la certeza de que ese no era su lugar. Las lágrimas se le caen solas. Tenía que venir el maldito portugués a desordenarle el armario, y ponerla a mirar las piltrafas que guardaba como tesoro. El muy bruto; lo odia y no halla la hora de verlo. Para colmo la nana hoy pidió el día libre, asi que lavará las tazas después, cuando vuelva a preparar el almuerzo. ¿A qué hora...?, ah, como a las cuatro... Qué importa. Abnegarse.. correr... cumplir... cuando todo aquello que un día irradiaba más vitalidad que cachorro de tigre, se encuentra ahora en peor estado que aquellas momias egipcias -anémicas- que de la mano de Antonio contemplara en el Museo Británico durante la última estadía en Londres. Ocurrió en las vacaciones, mientras deambulaban por las acaracoladas callejuelas de una ciudad milenaria, al llegar a una plazoleta de adoquines anaranjados, extenuada de mirar arquitecturas medievales, descubrió que no lograba desprenderse del hastío, era como caminar dentro de un catálogo. Sintiéndose culposa de hacer un viaje sin asunto.

Sin embargo los ojos del portugués, incluso en el recuerdo la incendian. Deberían estar prohibidas ciertas formas de mirar. El reloj de la pared marca las ocho en punto. Antonio se fue al laboratorio, absorto siempre en sus investigaciones. La noche anterior, durante la cena, algo comentó sobre un nuevo compuesto que acelera el flujo de las neuronas. La hora le pisa los talones, deberá volar, primero dejar a Toñito en el Latín School luego conducir a Daniela a sus clases de danza o volverían a llegar atrasadas y la regañaría: mamá que te preocupas puro de tus cosas. Si... el tiempo, siempre el tiempo, el implacable, el que pasó... escurriéndose entre los dedos... Ingresa al baño y rápido se cepilla la larga y ondulante cabellera, durante algunos segundos se deja atrapar por la visión de su propio rostro reflejado en el espejo. Es hermosa, pero se nota distinta, como si fuera otra. Cada día detecta nuevas e imperceptibles arrugas, ya no luce la fresca lozanía de antaño. De pronto se le forma un nudo en la garganta y debe atajar los deseos de llorar. Se mira a los ojos; ¿qué le sucede?, por qué no logra saciar el hambre infernal que le devora las entrañas.

Mamá. Estamos listos mira que se hace tarde, gritonea Toñito, haciendo pucheros desde la puerta. Lo mira con ternura, le pasa una mano por la cabeza, acogiéndolo en una caricia destinada a contagiarle tranquilidad. Así es, siempre tiene que estar ahí, confortándolos. Al fín y al cabo ella es el alma del hogar. Abróchate ese botón, dice con voz suave, ya nos vamos. ¿Y quién la satisface a ella? Coge la cartera, las llaves y sale a la vereda. Daniela con expresión sombría espera junto al vehículo.

- Ya tí... ¿qué te pasa?
- Pues que te olvidaste de comprar mis panties mama las necesitaba para hoy...
- Si
, responde fastidiada, sin alzar el tono; es que ayer la abuela se agravó y la tuve que llevar al médico.
Miente... Le miente a su hija.
- Qué lindo, reclama Daniela, y a mí, siempre me postergas...

Antes de subir a la camioneta envía una mirada a la puerta principal preguntándose si dejaría todo bien cerrado; anda en la Luna, un par de días atrás olvidó las llaves y el celular. He allí la casa, azul y con tejas; limpia, acogedora, rodeada de impecables jardines, debería bastar para su felicidad. Es una madre cariñosa. Y hambrienta. Montados en la station wagón, ella al volante, en el asiento vecino Toñito con el bolsón sobre las rodillas, Daniela en el posterior y, con los cinturones de seguridad bien abrochados, bajan por Vitacura en pos de Isidora Goyenechea. A esa hora el tráfico arrecia, una interminable caravana de automóviles se desplaza dificultosa hacia el Centro y la eterna capa de nubes venenosas cubre el cielo. Dos cuadras más abajo un Toyota rojo la adelanta por la izquierda obligándola a disminuir la velocidad para esquivar un choque. Imprudentes, locos, murmura. Detenida ante el semáforo de Kennedy, esperando el cambio de luces, se da cuenta que no logra apartar de la mente al portugués, ni siquiera trata. Lo recuerda cubierto por esa aura de cachorro desvalido que la hizo temblar, engendrándole una imperiosa necesidad de cobijarlo entre los brazos y aturdirlo a caricias. Toñito inquieto da golpes de puño contra el vidrio, ella se inclina y lo besa en la mejilla, Ya, ya cálmate. .. no desesperes. Es que estoy aburrido, alega el niño y sin esperar respuesta inquiere ¿Tu nunca te aburres mami? La luz roja cambia a verde y le viene un repentino impulso por hundir el pie en el acelerador y dejarse llevar por el vértigo de la velocidad sin embargo se limita a seguir el lento ritmo de la columna motorizada.

Y la noche anterior, mientras miraban en el dormitorio las noticias de la tele, sobre el violento terremoto que acababa de sacudir el norte de África dejando cientos de muertos, Antonio pareció emerger del estado de catatonia en que lo mantiene la permanente preocupación por el flujo de las neuronas y, vaya una a saber a raíz de qué, le reprochó que últimamente llegas tarde y no pasas casi nunca en casa... Ella, algo molesta y con su voz más suave contestó, que era por esas traducciones urgentes, se comprometió a entregarlas a tiempo y por eso trabaja hasta tan tarde, para cumplir en la fecha pactada... No en vano había recibido una esmerada educación en idiomas... ¿Qué se creía? -irritada- ella no perdía el tiempo y su dinero también valía. Antonio, apoyando la cabeza en la almohada, antes de dormirse y empezar a roncar, dijo que él cumplía con su parte y esperaba que ella hiciera lo mismo. Enternecida de verlo celoso, se acomodó para dormir. A ella jamás se le había ocurrido ver la relación como un trato y no obstante no conseguía sentirse culpable. Quizás en otra época. Pero ahora no. De ese modo la vida se volvía más leve. En los primeros años de recién casados, Antonio era mágico, la hacía vibrar y ella deliraba por dormir pegada a su piel, empapada a su aroma a fármacos, era capaz de cualquier cosa por complacerlo y reía con cada palabra que dijera. Nunca había deseado a un hombre de forma tan completa. Pero cierta mañana, mientras desayunaban juntos, el mismo Antonio le hizo notar que apenas él empezaba a hablar de barbitúricos y células ella sufría repentinos e incontrolables ataques de bostezos. Era sin querer. Antonio, un biólogo de prestigio, jefe del departamento de investigación de un sólido laboratorio, percibía un elevado ingreso que les permitía enviar a los hijos a exclusivos colegios, vacacionar en Europa o el Caribe y mantener un standar envidiable. Qué se le podría reprochar. Pero ella también hacía lo suyo, dedicaba escaso tiempo a las traducciones. La mayor parte del día la destinaba a su labor primordial: ser el bastión afectivo de su familia. Pero era inevitable, cada vez que se ausentaba el paraíso languidecía. Se durmió preguntándose si Antonio padecería el mismo desgano. O tal vez su mente abocada al estudio de fármacos no le dejaba tiempo para otras inquietudes. Y ella enloquecía por aspirar la violenta brisa del mar.

Se detuvieron en el frontis del Latín School justo al toque del timbre, ocho y media clavadas, Toñito la despidió con un beso, y que no olvidara, hoy salía una hora antes, a las tres en punto, que no lo dejara plantado. Daniela se pasó adelante y continuaron por Apoquindo rumbo a la Academia de Danzas. Ella conducía absorta en sus cavilaciones, y se sorprendió cuando la hija con voz entre alegre y picara dijo:

- Ah te pusiste ese vestido.
- Cuál vestido
, inquirió mirando de costado los ojos chispeantes de la muchacha.
- Éste pues, el de las grandes ocasiones. No estarás tratando de impresionar al portugués mami.
- Las ideas raras que se te ocurren...

- Hmmm, siglos que no te veía tan arreglada

Sucedió el mismo día en que fue con Antonio al Parque del Recuerdo -habían recibido un prospecto de una hermosa cripta a un irrisorio valor de promoción- pasaron la mañana visitando mausoleos, disimulados bajo apacibles y verdes prados, y como había que preocuparse del futuro, eligieron el que parecía más conveniente. Firmaron un cheque por el pie, y se fueron, Antonio al laboratorio y ella al Tavelli de Manuel Montt, a encontrarse por primera vez con el portugués. Se presentó como ingeniero y en un español cantadito y divertido le contó que una secretaria de la gerencia la había recomendado. Llevaba apenas una semana en el país y venía a enseñar el manejo de unos sistemas a una empresa de informática y necesi:aba traducir urgente unos manuales. Trabajarían juntos, y qué mejor ella viniera a su oficina en la Plaza Brasil. Los sensuales ademanes y la voz apasionada y cálida del portugués la cautivaron de inmediato. Hablaba como si estuviera recitando una samba. Acordaron un precio pero en verdad lo habría hecho gratis, nada más por el placer de estar a su lado. Cada vez que la miraba a ella le andaban hormigas por el cuerpo, se le cerraban los párpados y a lo lejos creia oir un sonar de tambores, gruñidos incítantes, un ligero aroma a selva. Además su aspecto de hombre desaliñado la conquistó para siempre.

Empezó a visitarlo.

Estacionar la station wagón en aquel barrio no le agrada, teme que puedan romper un vidrio y robarle la radio, pero en cuanto atraviesa el umbral de la vieja casona remodelada olvida las inquietudes. Sube corriendo las escalas, resoplando y sorprendida. Preguntándose ¿ésta soy yo?. Al inicio venía por las tardes, y luego decidió llegar en las mañanas. Permanecían hasta muy entrada la noche discutiendo términos y revisando diccionarios. La oficina del portugués resultó ser también su departamento de vivir. Un loft amplio con ventanales que miraban a la arboleda de la plaza. La traducción avanzaba sin contratiempos y ellos se entendían como si se leyeran el pensamiento. Ella sonreía y se olvidaba de todo.

Al finalizar cada jornada compartían un emparedado o un plato ligero, bebían unas copas de vino y la acariciante voz del portugués susurrándole palabras dulces y tiernas, como vai voce, mi mozhiña... acabaron de empujarla al abismo... No pasaron tres días cuando soñó que las manos del portugués le quitaban la ropa y la dejaban completamente pilucha. Y trabajando codo a codo percibía su olor, carraspeaba, imaginaba su sabor, deseaba que la besara. Y no es que tuviera costumbre de hacer esas cosas. Simplemente dejaría la puerta abierta para salir a jugar. En el loft con vista a la plaza Brasil vivió momentos de prodigiosa intensidad. Volvió a contemplar un horizonte amarillo y sintió la brisa del mar ingresando por cada uno de sus poros. El portugués era un cataclismo que la arrancaba de su centro, lanzándola por los cielos con fuerza desvastadora. El maldito, susurrándole al oído, mañana tan linda mañana, la hacía nacer de nuevo. Los últimos días casi no trabajaban. Terminó de traducir el manual antes de lo previsto. Y nada más ingresa al departamento dispuesta a desnudarse, húmeda y feliz, lista para un buen amor, y sabiendo que si por cualquier motivo él no estuviera de ánimo y la rechazara, se revolcaría de dolor por el suelo como la más desdichada de las mujeres.. Allí, en el departamento junto a la Plaza Brasil, había abierto las compuertas y experimentado estallidos insospechados.

- Me gustaría saber qué piensas, dice Daniela a su lado cuando se detienen delante de la Academia, y por favor no te olvides de mis panties, mira que las necesito para la presentación del sábado.
- Claro... claro... quédate tranquila, sabes bien que jamás te he fallado.
- Te ves muy bonita mamá, se despide Daniela, con un beso. Observa a la hija descender del vehículo, cruzar la calzada y subir corriendo las escalinatas de la Academia. Entonces se quita la argolla y se pone un anillo con una piedra verde, suspira, y apartando el vehículo de la vereda enfila hacia el centro. Las manos le tiemblan imperceptiblemente sobre el volante y el corazón da tumbos locos en el pecho, sabe que en breve los suaves dedos del portugués se deslizarán sobre su piel y ningún poder sobre la Tierra la podría detener, ni un misil, ni un tanque, ni siquiera una horda de cosacos furiosos.

Anochece sobre la ciudad, y las calles son un caos de bocinazos, chirridos de neumáticos e interjecciones. Ella conduce por la Alameda congestionada de vehículos. El tiempo una vez más se hizo nada, y ella simplemente no pasó a recoger a Toñito. Se olvidó, supuso que regresaría por sus propios medios a casa, ya está crecidito. La melodía de strangers in paradise se dejó oir seis o siete veces en el celular y ella lo escuchó sonar sin siquiera mirar la cartera. Se encontraba perdida en una tórrida humedad, entre gruñidos y caricias, entregada a la boca del portugués, que le besaba las caderas, le mordisqueaba el musgo del pubis y la lengua minuciosa circundaba su diminuto clítoris, engendrando violentas sacudidas y poderosos espasmos a lo largo de su cuerpo. Se revolcaba entre las sábanas y gemía como una loba en celo. Había olvidado que pudieran existir orgasmos tan divinos, que la hicieran llorar y que abrieran ante sus ojos un cielo puro, sobre una estepa dorada, donde una paz soberana ensanchaba su alma. Si alguna vez soñó con momentos como aquel, ya no conserva recuerdos. Al coger la costanera, presiona a fondo el acelerador, lleva la ventanilla entreabierta, el aire nocturno golpeándole el rostro, limpiándola de los aromas salinos. En un instante sin darse cuenta, en el delirio de la entrega, le dijo te amo. Ella había dicho...te amo... Mentía, sabía que mentía y le produjo un enorme placer comprobar que podía mentir encontrándose desnuda sobre las sábanas. Eso era el vértigo. En un momento el portugués tendido a su lado, aspirando el humo del cigarrillo, anunció que apenas terminara su labor partía a Sao Paulo, y dijo que le gustaría si ella venía con él. Recién entonces saltó a su mente la idea de que el portugués no solo era una voz melodiosa y manos cálidas, sino que además tenía sentimientos y que esa mirada desvalida se parecía demasiado al amor. Enternecida depositó un suave beso en sus labios, y acariciándole las mejillas dijo: Gracias, me gustaría mucho, pero mejor no. Que lo dejaran así. Era el fín. Corriendo paralela al Río Mapocho, rumbo al hogar, piensa en su familia: Antonio, Daniela y Toñito. De pronto, escasos metros adelante, un taxi se detiene bruscamente. Ella apenas alcanza a hundir el pie en el freno. La camioneta chirría, se desliza unos milímetros, describe un giro y se detiene. Estuvo a un pelo de enterrarse en el otro vehículo. Durante unos segundos tirita aferrada al volante, sintiendo en el cuerpo la sensación del impacto. Alrededor continúa el incesante tráfico. Respira aliviada y vuelve a ponerse en movimiento. El portugués se marcha y ella qué puede hacer. ¿Separarse? Jamás, ni soñarlo. Posee una bella casa, sólida y acogedora, le ha dedicado los quince mejores años de su vida. Además dispone de una armonía y quietud que no podría conseguir en ningún otro sitio del mundo, y hacia allá se dirige a más de cien kilómetros por hora. A fín de cuentas el trato dice "hasta que la muerte los separe". Y ellos acaban de reservar un encantador nicho en el campo santo.

 

 


El Emisario Secreto
Cuentos
Jorge Calvo
Foro Nórdico - Aura Latina
Octubre 2004

Un egresado de contabilidad que, a pesar de considerar su apariencia física abominable, se dedica a la cacería de solitarias y atractivas muchachas en los cafetines de la ciudad. Una esposa encadenada al tedio que acelera a fondo buscando salvarse en el efímero vértigo de la sensualidad clandestina. Un invencible ajedrecista, obsesionado por la belleza de la Dama, que entre mate y mate encuentra tiempo para acostarse con la princesa Margarita, su hermana y su prima. Un casual encuentro en un tren que nada tiene de casual. En el escenario de nuestra independencia, un mensajero secreto se topa con una súbdita agreste del Imperio Británico otorgando al trasfondo de su apremiante misión una significación lúbrica. Son historias del deseo, donde el erotismo latente en las situaciones y seres que deambulan por las callejuelas de la gran urbe santiaguina subyace como fuerza y sentido de vida.

El tiempo del cuento y el espacio del cuento deben estar como condensados, pedía Cortázar, para quien la intensidad y tensión que alcanza un texto determina el poder de fascinación que ejerce sobre el lector. En este sentido la crítica ha señalado de los cuentos de Calvo:

"historias intensas... donde las acotadas pasiones del individuo bullen bajo las ceremonias de la superficie" (Vicente Montañés, La Nación)

"...posee el atributo inconfundible de la fuerza" (Ignacio Valente, El Mercurio).

"El talento mayor de Calvo reside en la nitidez con que retrata la realidad sin mediar apellidos..." (Marco Antonio Coloma, El Periodista)



 



Jorge Calvo
(1952), nacido en Chile, cuentista y novelista, destaca como escritor desde sus años estudiantiles, obteniendo diversos galardones literarios. Sus cuentos han sido incorporados a numerosas antologías tanto en el país como en el extranjero. Ha publicado:

- No queda tiempo, cuentos (1985).
- La partida, novela (1991). Ambos libros traducidos en Suecia, donde obtuvo la Beca literaria de la fundación Klas de Vylder para autores extranjeros.

En el año 2003 Ediciones Foro Nórdico publicó el volumen de cuentos Fin de la Inocencia (Premio Municipal de Santiago de Chile, 2004).



 

 

 

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Jorge Calvo: Tedio y vértigo.
De "El Emisario Secreto".
Cuentos. Foro Nórdico, Octubre 2004.