Hugo Vera Miranda, 
              el tigre de la memoria
              Buenos Aires, Natales y otros 
              lugares
              
              
              Por Juan Cameron.
              Liberación, 
              30 de Septiembre de 2005
          
          El sello La Calabaza del Diablo, dedicada al rescate de la buena 
            poesía en Chile, acaba de entregar El Tigre de la Memoria, 
            primera publicación de Hugo Vera Miranda. Vera, pasados 
            los cincuenta años de su edad, recoge un trabajo escrito en 
            distintos lugares del continente. Años atrás 
había 
            aparecido en las revistas La Gota Pura, de Santiago, y El 
            Último Reino, de Buenos Aires.
          Ramón Díaz Eterovic, quien lo presenta en la contraportada, 
            sostiene que el autor es de aquellos que viven la poesía a 
            flor de piel como una manera lúcida de enfrentar la vida. Con 
            estos textos, anuncia, su trabajo se instala rotundamente en la actual 
            poesía chilena.
          Una buena muestra de su producción apareció en 1998, 
            en Antología Insurgente/ La nueva poesía magallánica, 
            de Pavel Oyarzún y Juan Magal. En dicha recopilación 
            Vera Miranda colabora con siete poemas, uno de los cuales (Bitácora) 
            no aparece entre los cuarenta y seis de El Tigre de la Memoria. 
            Ligeras modificaciones de puntuación se observa entre ambas 
            versiones; y el logrado texto eludido en su edición, escrito 
            a los 35 años de edad, sufrió los rigores de la atemporalidad. 
            A la declaración de entonces, de no haber tenido hijos, se 
            opone la brillante dedicatoria de su reciente libro: "A mi hijo 
            Hugo Vera Parra que cuando grande quiere ser mago para hacerme desaparecer". 
            La citada antología incorporaba, además, los textos 
            El tigre de la memoria, Una mañana en Puerto Natales, Toda 
            plegaria acumulada, Los jinetes del Apocalipsis, Nos habíamos 
            amado tanto y Un poema para Ariadna.
          Hugo Vera canta a la derrota, no se toma en serio, se ríe 
            de sus circunstancias. Este rasgo de inteligencia agrada a la lectura 
            y lo ubica dentro de los límites de la promoción de 
            los ochenta, con ese humor cargado de fatalidad y más cercano 
            al cine mudo que al comic de lo inhumano y virtual. Su propio autorretrato, 
            en un trabajo que lleva su nombre, se convierte en un epitafio: "nunca 
            tuvo tres dedos de frente,/ fue un atorrante casi toda su vida,/ complicó 
            la vida de numerosas personas/ y siempre sacó a bailar a la 
            más fea (...) hoy descansa en paz en un cementerio del sur,/ 
            olvidado y vuelto a olvidar, eso es bueno.../ él también 
            a olvidado y vuelto a olvidar".
          Esa derrota, la caída destinada a determinar cada uno de los 
            actos del individuo, es un reflejo de lo colectivo y generacional. 
            Como resultado del fracaso de un proyecto político liberador 
            y necesario, el poeta vuelve la mirada hacia sí mismo y se 
            atribuye la culpa por la inmanencia: "ya todo va pasando lenta 
            pero definitivamente/ todo va pasando la pena el dolor la angustia" 
            y más adelante, "en mi trinchera me hago el fuerte y nada 
            malo (...) nada malo puede pasarme, los viejos hechiceros/ de la tribu 
            con sus redobles de tambores no me alcanzan".
          Hugo Vera Miranda nació en Puerto Natales, en 1951. Durante 
            largo tiempo vivió en Buenos Aires, ciudad donde estudió 
            psicología y trabajó como librero. Allí también 
            editó la revista de poesía El Trauko. Actualmente 
            edita en Internet la revista Inmaculada 
            Decepción. Algunos de sus poemas han sido traducidos 
            en los Estados Unidos. Los bares, las mujeres, el vino, la lejanía 
            son tópicos comunes y constituyen los signos para representar 
            la pérdida, cualquiera que esta sea. Algo quedó en el 
            camino y el poeta intenta rescatarlo a través de la palabra.
          Si bien buena parte de la obra del poeta natalino se refiere al sentimiento 
            amatorio, este se expresa -se sostiene en el prólogo de Antología 
            Insurgente- desde una perspectiva más profunda en lo íntimo, 
            en su vinculación con el mundo y el tiempo vivido o padecido 
            intensamente: "no pienses que es fácil olvidarte,/ pasarán 
            los trenes, las lluvias, las estaciones,/ llegarán los barcos 
            repletos de turistas/ y una gaviota quemará sus alas al sol". 
            Esta voluntad de alejamiento del yo lírico, observa también 
            Pavel Oyarzún, es la que permite a Vera contribuir a la renovación 
            de la poesía de Puerto Natales, junto con el narrador Jorge 
            Díaz Bustamante y el poeta Pedro Paredes. Sus iniciativas en 
            el Taller Literario de Última Esperanza y en el grupo Cornamusa 
            aportan al desarrollo de una poesía condenada a servir a lo 
            costumbrista, al bolero del desamor y a la tarjetita postal.
          El tigre de la memoria recoge, con la necesaria distancia 
            del buen lector, la mejor influencia de la poesía chilena desde 
            Parra a Lihn, con algo de Teillier y de los más odiosos habitantes 
            del gremio. Es una poesía que ofende a la estupidez y la denuncia, 
            a la vez de aportar a lo iconoclasta: "pero te diré que 
            prefiero a tom waits un coro de ángeles,/ a él más 
            que a madonna, cristo o la madre teresa,/ mucho más a él 
            que a tu encantador último novio". Es una poesía 
            cargada de recursos, de mensajes y vasos comunicantes.
          Abusando un poco de su natural humor, el poeta nos regala, en Inmaculada 
            Decepción, con algunas supuestas opiniones en torno a su reciente 
            producción: "Ahora cualquiera escribe un librito de 60 
            paginitas y ya se cree poeta" (un familiar cercano al poeta); 
            "no me gusta salir mezclada en un poema con un tipo como Tom 
            Waits. Iniciaré acciones legales" (la Madre Teresa); "ez 
            uno de los mejores de su jenerazion" (Sergio Bitar, ministro 
            de Educación).