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Retrato de un artista senescente
“El viejo que subió un peldaño” Novela de Jorge Calvo
Segunda Edición. Editorial Signo, Sello Lagar, Santiago, 2025, 96 páginas.

Por Bernardo González Koppmann


“Y puedo revivir algo ya muerto
con sólo entonar una canción”
(Miguel Ángel Morelli)


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El título de este comentario lo he tomado -con una leve variación- de “Retrato de un artista adolescente”, de James Joyce, quien describe las peripecias de un joven literato en Dublín a principios del siglo pasado. En este caso invierto la mirada y sitúo al artista en su vejez; se trata ahora de un cantor, como veremos, quien nos narra el drama de envejecer haciendo arte en Chile.

En esta novela, “El viejo que subió un peldaño”, Jorge Calvo (Santiago, 1952), reeditada después de diez años, nos retrata una época convulsa. En el prólogo Jorge Coulón, uno de los miembros fundadores de Inti Illimani, nos ubica temporalmente en el relato. “Los tiempos de la narración son breves, medidos en tiempos de la historia; no abarcan más de medio siglo, sin embargo, tres países, tres realidades aparecen marcadas por dos fechas que preceden la subida de ese peldaño: el 11 de septiembre de 1973 y el 5 de octubre de 1988. Tres etapas; la esperanza, el horror y la desilusión parecen acompañar la historia de El Polaco y su búsqueda de sí mismo y de sus compañeros de canción” p. 12.

 

Jorge Calvo

La temática de la obra es, aparentemente, sencilla y acotada, por lo visto. Veamos. Sucede que invitan al grupo musical chileno Aymará, ya disuelto, a participar en un acto de homenaje en el Museo de la Memoria, en noviembre del año 2013, junto a todos los cantores que lucharon por recuperar la añorada democracia. “El acto en la Plaza de la Memoria conmemoraría la actividad de los cantantes populares durante los años de la dictadura” p. 89. Esta invitación se materializa a través de una llamada telefónica que recibe El Polaco (Genaro Prieto en la vida real) en su autoexilio rural en las cercanías de Talca. A partir de ese contacto se desata una serie hechos, partiendo por el regreso de El Polaco a Santiago y el reencuentro con sus antiguos compañeros del conjunto, a la fecha ya disuelto hace un par de décadas. Entre ellos se suscitan una serie de preguntas filosóficas y existenciales sobre la vigencia del canto popular en una democracia a la chilena traicionada y distorsionada en sus paradigmas esenciales; mancillada en su tradición republicana, demócrata, humanista, y visiblemente humillada en su convivencia donde se venía valorando progresivamente a los trabajadores de la cultura, a los creadores de belleza, a los cantores, hasta que “un día todo estaba ardiendo”.

En lo concreto, El Polaco viaja a Santiago a contactarse con los vetustos integrantes del otrora Aymará, lleno de incertidumbres y cuestionamientos. Retorna a una ciudad que ya no reconoce en su desarrollo urbano acelerado y deshumanizador; no están los barrios bohemios, ni los vecinos, ni los amigos y sus gestos fraternos que hacían de la vida un compartir sincero, profundo, trascendente. Finalmente, luego de mutuas recriminaciones, cuestionamientos sobre sus condiciones anímicas, pero principalmente físicas -los años no pasan en vano- acceden uno a uno a la idea de cantar por última vez. Tras arduos ensayos y crueles comprobaciones de que el tiempo había transcurrido inexorablemente, como el agua bajo los puentes del Mapocho, de un día para otro llega la hora de tan mentado homenaje; el grupo está nervioso, hasta que se deciden dar el primer paso rumbo al escenario, y “el viejo que subió un peldaño” regresa a la verdad de todo artista, el reencuentro con el público. La novela nos deja en su mayor clímax o suspenso, con los pies en el aire, en un epílogo abierto, induciendo al lector a cerrar la historia según sean sus convicciones y su capacidad de ensueño, como dijera Bachelard. Un recurso cinematográfico, sin duda, que Calvo domina como el avezado maestro de la emoción intensa que en él reconocemos.

Jorge Calvo, en un tono melancólico y con un temple más bien escéptico, nos describe como un cronista de guerra esas tres épocas mencionadas tan acertadamente por Coulón -la esperanza, el horror y la desilusión-, separadas por el golpe de Estado de 1973 y por el triunfo del No en 1988, etapas que se sobreponen a una velocidad insospechada, en un tramo corto de tiempo, aproximadamente 50 años, constantemente yuxtapuestas con el diestro uso del racconto y el flashback, remontándose hasta el origen de la tragedia golpista, a los años de ascenso del movimiento popular chileno, que culmina con el triunfo de la Unidad Popular, y, de paso, entra a evocar con una prosa poética de lo cotidiano, lo íntimo, lo esencial, la vida casi provinciana de Santiago en los años 60, con la certeza de un relato breve que con dos o tres trazos nos describe sicológicamente personajes anónimos plenos de una extraña dignidad llamada decencia, como también ambientes o rincones patrimoniales perfectamente ignorados por los nerviosos peatones de la posmodernidad, poética del espacio, repito, que callada nos espera para reflexionar sobre cuestiones existenciales profundas, al amparo de barrios decadentes donde, sin embargo, aún humea una tetera, un café y la grata conversación sobre poesía lárica, la generación del roneo, la muerte estoica de Héctor Noguera, y, por qué no, las próximas elecciones presidenciales. Inevitable no pensar en Poe, Maupassant, Quiroga, Rulfo, González Vera, Cortázar, Monterroso, Chéjov o Carver, por nombrar sólo algunos maestros de este género literario que requiere destrezas específicas, como la frase precisa, exacta, similar a un buen verso o a una sentencia sapiencial. Calvo en la presente entrega muestra seguridad, oficio y templanza cuando asume la escritura.

En el párrafo anterior terminábamos haciendo mención a la templanza. Temple de ánimo imprescindible para narrar el dolor de un pueblo, de sus poetas y cantores traicionados; porque, tanto o más que la derrota del movimiento popular y su gobierno en 1973, volvió a escocer la traición de las supuestas fuerzas democráticas concertacionistas que negociaron y pactaron el regreso a la vida republicana en contra del pueblo y sus luchas sociales, protestas, caceroleos, apagones, jornadas de desobediencia civil, soportando largos exilios, exonerados, saqueo económico, destrucción de la civilidad, mártires, caídos, torturados, desaparecidos… Cuando El Polaco regresa de Talca a Santiago, por esa única y última ocasión, todos los paradigmas y utopías humanistas se habían esfumado.

Novela intercalada con textos de canciones de protesta de la Nueva Canción y del posterior Canto Nuevo; o sea, intertextos poéticos certeros, al hueso, que nos obligan a meditar sobre la misión del arte y los artistas en la sociedad postmoderna. Gustavo Adolfo Becerra, el notable poeta carahuino autor de “Tolo Nei”, nos aporta la siguiente reflexión: “En la realidad-real, me atrevo a decir -con cierta dosis de ingenuidad y certeza- que ningún artista que luchó contra la dictadura, desde el arte, asumió esa tarea para recibir a cambio, más temprano que tarde, prebendas, cargos o reconocimientos, pero es innegable que merecen un reconocimiento social mucho mayor al simple reconocimiento de una institución que intenta dedicarle un atardecer a los músicos para homenajearlos. Sin decirlo, ni siquiera insinuarlo, Calvo establece que, a estas alturas de la vida, los músicos agradecidos no requieren ese tipo de homenajes por bien intencionados que parezcan, sino sillas de ruedas, pensiones dignas, medicamentos, salud pública. No hay mayor diferencia que se sepa entre vida y literatura”.

Pareciera que la vida cultural del país no considerase el diario vivir de los creadores; como si las obras de arte se hicieran con una varita de virtud, sin la participación abnegada y constante de los artistas, sean estos músicos, poetas, fotógrafos, pintores, bailarines, escultores, actores, en fin. El sistema necroliberal imperante no respeta los más mínimos derechos de los trabajadores, y así dadas las cosas los obreros y artesanos de la hermosura, los trabajadores de la belleza, los artistas, son a su vez maltratados y vilipendiados como todo asalariado que debe subsistir con sueldos de hambre. Ni hablemos del destino de los creadores cuando envejecen, enferman y quedan minusválidos. Este es el estado de cosas en el Chile actual, y por lo visto podría ser peor.

Esta breve novela nos hace reflexionar sobre estos y otros cuestionamientos a la hora de plantearnos la orientación que debería tomar un ministerio de Cultura, en “esta fértil provincia y señalada” que pareciera sentirse cómoda en plagiar modas o multicopiar cánones del quehacer estético de otras latitudes, especialmente del hemisferio norte, antes que potenciar su propia identidad fortaleciendo las condiciones de vida de sus genuinos artistas. ¿Es mucho pedir? Que la cultura de una buena vez sea un derecho, y no un bien de consumo.

“El viejo que subió un peldaño” se inserta así dentro de las novelas históricas ineludibles a la hora de justipreciar el aporte de los músicos populares en la construcción del ser humano integral latinoamericano -el hombre nuevo, concepto tan vilipendiado- después de las dictaduras y el Plan Cóndor en nuestro continente. Novela audaz que apuesta a lo lacónico, a lo nimio de los gestos esenciales donde, con apenas un par de retazos, nos retrata personajes entrañables, como una anciana sirvienta o un funcionario rancio -y, por lo mismo, humano- de la administración de turno, sus angustias, sus achaques; como asimismo los conventillos, las plazas de barrio, la transformación brutal de la capital de reino en un hormiguero insufrible, salvo por la memoria, el canto y la poesía que todo lo hace posible. Así Jorge Calvo, sin proponérselo, bordea la maestría en esta novela al momento de capturar lo esencial de una época y de un oficio que se contraponen y luchan a muerte por la avaricia y el arribismo, unos, y por la dignidad y la decencia de la poesía, otros. Las voces de los protagonistas en esta narración, músicos en su mayoría, llenas de cargas semánticas, portadoras de una innegable sabiduría popular acostumbrada a comunicarse en las catacumbas de las oprobiosas tiranías de la hacienda, la mina o la fábrica, resuenan hoy más que nunca en el fondo de los barrancos de nuestra conciencia y nos interpela a repensar la historia, la filosofía, la religión, el arte, la vida en suma, desde una perspectiva social, valórica, holística, que en estos días brilla por su ausencia en los paradigmas del panorama cultural chileno. Casi crónica, casi ficción; “mezcla rara” diría Piazzola, esta obra que se alza como imprescindible en la literatura chilena actual.

Talca, noviembre de 2025.




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“El viejo que subió un peldaño” Novela de Jorge Calvo
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