El título de este comentario lo he tomado -con una leve variación- de “Retrato de un artista
adolescente”, de James Joyce, quien describe las peripecias de un joven literato en Dublín a
principios del siglo pasado. En este caso invierto la mirada y sitúo al artista en su vejez; se
trata ahora de un cantor, como veremos, quien nos narra el drama de envejecer haciendo
arte en Chile.
En esta novela, “El viejo que subió un peldaño”, Jorge Calvo (Santiago, 1952), reeditada
después de diez años, nos retrata una época convulsa. En el prólogo Jorge Coulón, uno de
los miembros fundadores de Inti Illimani, nos ubica temporalmente en el relato. “Los
tiempos de la narración son breves, medidos en tiempos de la historia; no abarcan más de
medio siglo, sin embargo, tres países, tres realidades aparecen marcadas por dos fechas
que preceden la subida de ese peldaño: el 11 de septiembre de 1973 y el 5 de octubre de
1988. Tres etapas; la esperanza, el horror y la desilusión parecen acompañar la historia
de El Polaco y su búsqueda de sí mismo y de sus compañeros de canción” p. 12.

Jorge Calvo
La temática de la obra es, aparentemente, sencilla y acotada, por lo visto. Veamos. Sucede
que invitan al grupo musical chileno Aymará, ya disuelto, a participar en un acto de
homenaje en el Museo de la Memoria, en noviembre del año 2013, junto a todos los
cantores que lucharon por recuperar la añorada democracia. “El acto en la Plaza de la
Memoria conmemoraría la actividad de los cantantes populares durante los años de la
dictadura” p. 89. Esta invitación se materializa a través de una llamada telefónica que recibe
El Polaco (Genaro Prieto en la vida real) en su autoexilio rural en las cercanías de Talca. A
partir de ese contacto se desata una serie hechos, partiendo por el regreso de El Polaco a
Santiago y el reencuentro con sus antiguos compañeros del conjunto, a la fecha ya disuelto
hace un par de décadas. Entre ellos se suscitan una serie de preguntas filosóficas y
existenciales sobre la vigencia del canto popular en una democracia a la chilena traicionada
y distorsionada en sus paradigmas esenciales; mancillada en su tradición republicana,
demócrata, humanista, y visiblemente humillada en su convivencia donde se venía
valorando progresivamente a los trabajadores de la cultura, a los creadores de belleza, a los
cantores, hasta que “un día todo estaba ardiendo”.
En lo concreto, El Polaco viaja a Santiago a contactarse con los vetustos integrantes del
otrora Aymará, lleno de incertidumbres y cuestionamientos. Retorna a una ciudad que ya
no reconoce en su desarrollo urbano acelerado y deshumanizador; no están los barrios
bohemios, ni los vecinos, ni los amigos y sus gestos fraternos que hacían de la vida un
compartir sincero, profundo, trascendente. Finalmente, luego de mutuas recriminaciones,
cuestionamientos sobre sus condiciones anímicas, pero principalmente físicas -los años no
pasan en vano- acceden uno a uno a la idea de cantar por última vez. Tras arduos ensayos y
crueles comprobaciones de que el tiempo había transcurrido inexorablemente, como el agua
bajo los puentes del Mapocho, de un día para otro llega la hora de tan mentado homenaje;
el grupo está nervioso, hasta que se deciden dar el primer paso rumbo al escenario, y “el
viejo que subió un peldaño” regresa a la verdad de todo artista, el reencuentro con el
público. La novela nos deja en su mayor clímax o suspenso, con los pies en el aire, en un
epílogo abierto, induciendo al lector a cerrar la historia según sean sus convicciones y su
capacidad de ensueño, como dijera Bachelard. Un recurso cinematográfico, sin duda, que
Calvo domina como el avezado maestro de la emoción intensa que en él reconocemos.
Jorge Calvo, en un tono melancólico y con un temple más bien escéptico, nos describe
como un cronista de guerra esas tres épocas mencionadas tan acertadamente por Coulón -la
esperanza, el horror y la desilusión-, separadas por el golpe de Estado de 1973 y por el
triunfo del No en 1988, etapas que se sobreponen a una velocidad insospechada, en un
tramo corto de tiempo, aproximadamente 50 años, constantemente yuxtapuestas con el
diestro uso del racconto y el flashback, remontándose hasta el origen de la tragedia golpista,
a los años de ascenso del movimiento popular chileno, que culmina con el triunfo de la
Unidad Popular, y, de paso, entra a evocar con una prosa poética de lo cotidiano, lo íntimo,
lo esencial, la vida casi provinciana de Santiago en los años 60, con la certeza de un relato
breve que con dos o tres trazos nos describe sicológicamente personajes anónimos plenos
de una extraña dignidad llamada decencia, como también ambientes o rincones
patrimoniales perfectamente ignorados por los nerviosos peatones de la posmodernidad,
poética del espacio, repito, que callada nos espera para reflexionar sobre cuestiones
existenciales profundas, al amparo de barrios decadentes donde, sin embargo, aún humea
una tetera, un café y la grata conversación sobre poesía lárica, la generación del roneo, la
muerte estoica de Héctor Noguera, y, por qué no, las próximas elecciones presidenciales.
Inevitable no pensar en Poe, Maupassant, Quiroga, Rulfo, González Vera, Cortázar,
Monterroso, Chéjov o Carver, por nombrar sólo algunos maestros de este género literario
que requiere destrezas específicas, como la frase precisa, exacta, similar a un buen verso o a
una sentencia sapiencial. Calvo en la presente entrega muestra seguridad, oficio y
templanza cuando asume la escritura.
En el párrafo anterior terminábamos haciendo mención a la templanza. Temple de ánimo
imprescindible para narrar el dolor de un pueblo, de sus poetas y cantores traicionados;
porque, tanto o más que la derrota del movimiento popular y su gobierno en 1973, volvió a
escocer la traición de las supuestas fuerzas democráticas concertacionistas que negociaron
y pactaron el regreso a la vida republicana en contra del pueblo y sus luchas sociales,
protestas, caceroleos, apagones, jornadas de desobediencia civil, soportando largos exilios,
exonerados, saqueo económico, destrucción de la civilidad, mártires, caídos, torturados,
desaparecidos… Cuando El Polaco regresa de Talca a Santiago, por esa única y última
ocasión, todos los paradigmas y utopías humanistas se habían esfumado.
Novela intercalada con textos de canciones de protesta de la Nueva Canción y del posterior
Canto Nuevo; o sea, intertextos poéticos certeros, al hueso, que nos obligan a meditar sobre
la misión del arte y los artistas en la sociedad postmoderna. Gustavo Adolfo Becerra, el
notable poeta carahuino autor de “Tolo Nei”, nos aporta la siguiente reflexión: “En la
realidad-real, me atrevo a decir -con cierta dosis de ingenuidad y certeza- que ningún
artista que luchó contra la dictadura, desde el arte, asumió esa tarea para recibir a
cambio, más temprano que tarde, prebendas, cargos o reconocimientos, pero es innegable
que merecen un reconocimiento social mucho mayor al simple reconocimiento de una
institución que intenta dedicarle un atardecer a los músicos para homenajearlos. Sin
decirlo, ni siquiera insinuarlo, Calvo establece que, a estas alturas de la vida, los músicos
agradecidos no requieren ese tipo de homenajes por bien intencionados que parezcan, sino
sillas de ruedas, pensiones dignas, medicamentos, salud pública. No hay mayor diferencia
que se sepa entre vida y literatura”.
Pareciera que la vida cultural del país no considerase el diario vivir de los creadores; como
si las obras de arte se hicieran con una varita de virtud, sin la participación abnegada y
constante de los artistas, sean estos músicos, poetas, fotógrafos, pintores, bailarines,
escultores, actores, en fin. El sistema necroliberal imperante no respeta los más mínimos
derechos de los trabajadores, y así dadas las cosas los obreros y artesanos de la hermosura,
los trabajadores de la belleza, los artistas, son a su vez maltratados y vilipendiados como
todo asalariado que debe subsistir con sueldos de hambre. Ni hablemos del destino de los
creadores cuando envejecen, enferman y quedan minusválidos. Este es el estado de cosas
en el Chile actual, y por lo visto podría ser peor.
Esta breve novela nos hace reflexionar sobre estos y otros cuestionamientos a la hora de
plantearnos la orientación que debería tomar un ministerio de Cultura, en “esta fértil
provincia y señalada” que pareciera sentirse cómoda en plagiar modas o multicopiar
cánones del quehacer estético de otras latitudes, especialmente del hemisferio norte, antes
que potenciar su propia identidad fortaleciendo las condiciones de vida de sus genuinos
artistas. ¿Es mucho pedir? Que la cultura de una buena vez sea un derecho, y no un bien de
consumo.
“El viejo que subió un peldaño” se inserta así dentro de las novelas históricas ineludibles a
la hora de justipreciar el aporte de los músicos populares en la construcción del ser humano
integral latinoamericano -el hombre nuevo, concepto tan vilipendiado- después de las
dictaduras y el Plan Cóndor en nuestro continente. Novela audaz que apuesta a lo lacónico,
a lo nimio de los gestos esenciales donde, con apenas un par de retazos, nos retrata
personajes entrañables, como una anciana sirvienta o un funcionario rancio -y, por lo
mismo, humano- de la administración de turno, sus angustias, sus achaques; como
asimismo los conventillos, las plazas de barrio, la transformación brutal de la capital de
reino en un hormiguero insufrible, salvo por la memoria, el canto y la poesía que todo lo
hace posible. Así Jorge Calvo, sin proponérselo, bordea la maestría en esta novela al
momento de capturar lo esencial de una época y de un oficio que se contraponen y luchan a
muerte por la avaricia y el arribismo, unos, y por la dignidad y la decencia de la poesía,
otros. Las voces de los protagonistas en esta narración, músicos en su mayoría, llenas de
cargas semánticas, portadoras de una innegable sabiduría popular acostumbrada a
comunicarse en las catacumbas de las oprobiosas tiranías de la hacienda, la mina o la
fábrica, resuenan hoy más que nunca en el fondo de los barrancos de nuestra conciencia y
nos interpela a repensar la historia, la filosofía, la religión, el arte, la vida en suma, desde
una perspectiva social, valórica, holística, que en estos días brilla por su ausencia en los
paradigmas del panorama cultural chileno. Casi crónica, casi ficción; “mezcla rara” diría
Piazzola, esta obra que se alza como imprescindible en la literatura chilena actual.
Talca, noviembre de 2025.