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SOBRE LA POESÍA DE RUBÉN JACOB[1]

Por Juan Cameron
Publicado en Anales de Literatura Chilena, N°28, Diciembre de 2017



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Esta nota, dedicada a la recientemente aparecida Poesía completa de Rubén Jacob (1939-2010), quiere ser una llamada de atención sobre un poeta cuya singular producción es casi desconocida para los lectores y estudiosos del país.

The Boston Evening transcript[2], primer libro de Jacob, editado en 1993, acoge desde su título la sugestión poética de T.S. Eliot, quien lo había usado en uno de sus textos: los poemas de Jacob se proponen como un diálogo intertextual bajo la especie de “Variaciones sobre un poema de T.S. Eliot”: las veintitrés variaciones así enunciadas se cierran con otra recurrencia intertextual, que ahora es El Aleph: “Coda sobre un texto de J.L. Borges”. Esta estructura del libro conforma y procura las claves de la poética de Jacob.

El tiempo y su transcurso resumen este ejercicio. El procedimiento entrega una visión a ratos lárica donde la nostalgia da protagonismo al hablante. Y sin embargo la necesaria distancia, ciertos caracteres antipoéticos y la objetividad en el registro vital alejan el extenso poema de Jacob de la fútil melancolía o del abuso lírico explotado tan en demasía en nuestro género. Este distanciamiento está implícito en varias imágenes las cuales cargan, también, la brevedad temporal y la desolación asumida frente a ella: “a medida que la hora transcurre/ y el final del partido se acerca/ Provocando en algunos espectadores el éxtasis (...) yo abandono el estadio” (V); o “Antes de desaparecer en la multitud/ te contestara (como si la multitud fuera el tiempo/ y el tiempo fuera el mar/ y el mar fuera la noche y la lluvia)/ y la noche fuere el existir/ y también el tiempo y la muerte” (XIV).

Frente a la pesada carga de la nostalgia producida por estos elementos el autor requiere del registro de la lejanía (la “transcripción”) para tomar distancia de lo sensible. La sensibilidad es producto de su lectura y no de una intención, pareciera aclararnos. Más cercano a Parra que a Neruda, recurre a la antipoesía para establecer la diferencia: “Yo me acerco a las puertas de los sindicatos/ a las entradas de los bares míseros/ y a las directivas de las academias” (XI). Enrique Lihn tampoco se percibe, al menos en el The Boston.... El discurso de Rubén Jacob no pasa por el tratamiento intelectual del sentimiento, sino apunta más bien al sentido y al montaje de los hechos y lugares. De ese paisaje emerge el desaliento.

Sin duda se trata de las noticias de la tarde -en medio del camino de la vida como reportero de su singular existencia. Es un observador a la manera de Joyce y nos da cuenta de los hechos y sus días al tiempo de matizar con una extraña pátina la situación del desamparo vital que siempre acompaña a esta existencia.

Llave de sol[3] reúne veinticuatro textos repartidos en cuarenta y cuatro páginas. No estamos ante un homenaje a la música en tanto disciplina humana, sino ante su utilización como motivo o tema para expresar la gran cuestión ontológica. Tal forma retrata al poeta en sus personales aflicciones y percepciones: “Y sus cálidas voces/ me retrotraen a un tiempo otro/ tristemente otro/ A las mañanas de un domingo/ Cuando languidecían/ En el primer piso de mi casa/ las canciones sin palabras” (Canciones sin palabras). Las citas de piezas u obras, de grandes creadores, instrumentos, géneros musicales u objetos de reproducción (discos, long play, etc) cumplen con la función elegida por el autor. “Los indecisos sueños (...) Que vienen a atraparme/ Cumpliendo mi tradicional ceremonia (...) Que aparecería con su propio Stradivarius/ A interpretar algo para mí/ en la gastada y vencida fiesta de navidad” (Concerto Grosso). La soledad esencial como individuo, como ser pensante, el transcurso del tiempo y el deterioro del espacio en tanto contorno y camino hacia el final, se reafirman entonces como sus motivos.

La nostalgia de un tiempo ya perdido e irremediablemente ausente y muerto, por usar una notoria tautología, queda grabada en la lectura de Llave de sol del mismo modo como lo hace en su anterior producción. Estado de ánimo que se rescata desde el tono y el ritmo como de un sistema similar a la silva (no siempre de hepta y endecasílabos) y no del significado mismo: “¿Por qué no quisiste escuchar Septiembre?/ ¿Por qué no escuchaste conmigo/ en la costa sola a esta soprano (...) Los días incólumes/ Que transitan en sigilo/ ya llueve sobre el paisaje/ y sobre mi vida” (“Septiembre”). Aquí ya evidencia al maestro escondido, al gran Oscar Lubicz Milosz.

Por cierto se trata del eje paradigmático, no de la innegable muerte. Allí reside la ética del poeta. En Canciones sin palabras dice: “Recuerdo que tercamente perseguí/ Estas breves miniaturas pianísticas/ De Félix Mendelsson Bartholdy/ En las disquerías y quioscos/ De las ferias pobres”, idea que repite en Lieder: “Después de oír el conjuro de sus canciones/ Concluiremos en que todo fue ausencia/ En que el álbum para la juventud está destruido/ Que el reloj se detuvo en lo oscuro/ y ya nadie cantará nunca más”.

Granjerías infames[4] es su tercer y último libro. El título no escapa a la tentación del término jurídico y sus mundanas connotaciones. Por granjerías infames se entiende a una causal de desheredamiento contemplada en el artículo 1207 del Código Civil chileno; una de las injurias graves contra el testador a nivel de la demencia, la comisión de un delito merecedor de pena efectiva o la adquisición de vicios notorios. El título acusa, en su visión autobiográfica, una actitud culposa o desafiante para enfrentarse al mundo o a sí mismo. Es sin duda una revisión del camino. El poeta al parecer ha seleccionado los textos con apuro ante la cercanía o la intuición de su muerte. Estamos hacia fines del año 2009 y su deceso se produciría a comienzos de agosto próximo. La edición aparece bajo el auspicio de la Corporación Cultural de Viña del Mar.

Granjerías resulta un libro profundamente nostálgico. La imagen del hermano ya ido, el amigo muerto, la insurrección general como metáfora de lo nunca realizado son signos de un balance general. Basta fijar un hecho pretérito y deslizar el discurso a partir de allí para lograr su efecto: “Cuando aprendí la teoría de los comurientes/ O las palomas que vuelven al palomar/ Éramos tan jóvenes/ Tan dolorosamente jóvenes/ Creíamos que todo el mundo era nuestro” (“Los brandenburgueses”). La vida ha sido corta, extensa y absurdamente significativa. El poema final de este libro, In memoriam Malcolm Lowry, es su despedida: “Llorad por mí/ Calles húmedas de Angol/ Veredas húmedas de Limache (...) ¡Despobladas calles lluviosas/ Polvorientas calles del estío!/ Llorad por mí/ Llorad por mí”.

SOBRE SU ESCRITURA

Jacob tiene un estilo propio, sin lugar a dudas. Asume como tropos usual la enumeración caótica, la metonimia, el montaje. Por un lado suma en la conciencia del lector, al modo de un collage, los posibles significados aportados por la imagen. Tal como ocurre con el recuerdo, en esta escritura interlineada habrá de buscarse el exacto sentido de la existencia. Es el viejo recurso de Voltaire -que llevó a prisión a Francisco María Arouet- de mencionar su medio a través de matices o enunciados diversos, pero formalmente iguales para grabar tal sensación en el ojo del lector. A esta observación, que hice en septiembre de 1993[5], agrego: más allá del contenido yace en la forma la verdadera causa de fenómeno. ¿Por ello resulta tan agradable al oído la lectura de su poesía?

Es curioso, pues su escritura transita en un tono absolutamente bajo. Frente a la voz clara, anunciadora de un Gonzalo Rojas, o más aún de Neruda, su lectura nos lleva por el camino de Jorge Teillier en esa voz oscura (de color oscuro), tranquila, nacida más bien de la reflexión que de la descripción, pero que sin embargo vibra como las llantas de aquel viejo Ford al aplastar la gravilla en los campos del sur. Y tras del gran poeta lárico se ilumina tenuemente el discurrir de La Extranjera, el texto ya clásico del viejo Milosz recordado en la traducción de Augusto D’Halmar: “Yo nada sé de tu pasado/ Has debido soñarlo./ Sí, has debido soñarlo, de seguro. /Solo vislumbro tu rostro en la irisación grisácea de la lluvia./ Noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida./ Nada sé y nada quiero saber de tu pasado”. Teillier, junto a las ediciones bonaerenses de Milosz, ha sido el vehículo conductor del lituano a nuestra poesía.

Visto así pareciera que el poeta carecía de una respiración más amplia, una eufonía natural. Reemplaza su ausencia con el sonido repetitivo y con la enumeración, operación lograda de modo certero. Anota una situación y la extiende verso a verso en unidades independientes cuya idea constituye el núcleo central. Sus primeros versos determinan cuanto viene: “Los habitantes de la ciudad susurran”, “Los editores de colecciones literarias eróticas”, “Los suscriptores del Daily Evening Transcript”, “Los compositores oyentes e intérpretes de la música” (cantos I a IV del The Boston...) El mismo procedimiento se aprecia en Llave de sol aunque esta vez ha incorporado el verbo como eje principal de la enunciación: “¿Quién eres remoto violoncello” (“Piezas de concierto”); “¿Cómo puedo yo ahora” (“Cuerdas”); “¿Qué pieza elegir este fin de semana” (“Adagio assai”). E irá desarrollándolo, como recurso mayor en Granjerías infames.

La incorporación de diversos planos, en consecuencia, contribuye a una imagen de atemporalidad puesto que el tiempo, lo más importante en su discurso, vuelve la memoria hacia momentos necesarios de revisar. Y en esa revisión del camino está su postulado ético. Lo más importante -no lo dice- fue el camino y no el fin. Nunca hubo un fin: “Habríamos continuado bebiendo incansablemente/ Pensando meditabundos/ En cuan bella fue la vida/ Y cuán inútil/ En quien no fue vecino/ Y ausente a la vez?”. El trazo de Rubén Jacob queda también tañendo en tanto se refiere al transcurso del tiempo. Ocurre en The Boston, donde a ratos semeja las notas tomadas en cubierta por un turista desapegado; a veces a la bitácora que un encuadernado capitán llena página a página para registrar un paisaje siempre distinto al anterior. Una suerte de saudade invade siempre sus días.

 

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Notas

[1] Rubén Jacob. Poesía completa. Prólogo de Marcelo Pellegrini. Epílogo de Jorge Polanco. Entrevista de Eduardo Jeria Garay. Ilustraciones de Salvador Amenábar. Incluye una carta de R. Jacob a Juan Luis Martínez. Valparaíso: Editorial UV de la Universidad de Valparaíso, 2017. 201 p.
[2] The Boston Evening Transcript. Valparaíso: Ed. Carpe Diem, 1993. Segunda edición: Viña del Mar, Ediciones Altazor, 2004
[3] Llave de sol. Viña del Mar: Ediciones Altazor, 1996.
[4] Granjerías infames. Viña del Mar: Ediciones Altazor, 2009.
[5] Mis notas sobre Rubén Jacob aparecieron en el semanario Liberación, de Malmö, Suecia, y son las siguientes: “Rubén Jacob/ un poeta en Valparaíso”, 24 de septiembre de 1993; “Llave de sol”, 2 de agosto de 1996; “The Boston Evening Transcript en su edición vespertina”, 17 de diciembre de 2004.



 

 

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