Argentina es una especie de enclave europeo en Latinoamérica. Desde el siglo XIX existió una
voluntad política, institucional, cultural de convertir al país en una especie de país europeo en
América. Los líderes unitarios del siglo XIX despreciaron lo americano y pretendieron convertir
a Argentina en un país similar a Inglaterra o Francia, cumbres del progreso decimonónico.
Desde ese momento existe una cultura de valorar lo europeo y menoscabar lo autóctono, lo
americano. ¿Dónde podemos ver esa actitud en la literatura? En el Facundo de Sarmiento o en
El matadero de Echeverría.
Sarmiento, Alberdi, Echeverría vieron que la modernidad capitalista, europea, se
evidenciaba en un reducto cosmopolita, diferenciado de lo natural, de la campaña, de lo
bárbaro: la ciudad. En lo urbano yacía la racionalidad, el orden, la lógica de la modernidad. En
la aldea, en el campo, en lo rural, predominaba el desorden, la anarquía, el atraso. Buenos
Aires cosmopolita y el Interior de la tradición rural.
Esta actitud fundacional cargaba también rasgos de racismo porque postulaba también un
cambio genético en los individuos que conformaban la nación. Se consideraba que la
constitución racial de lo español, del mestizaje y del aborigen, mostraba una incapacidad
natural para construir una nación que asumiera rasgos de desarrollo europeo. Desde la
segunda parte del siglo XIX, sus gobernantes asumieron la necesidad de promover oleadas
migratorias desde los espacios geográficos europeos que presentaban una primacía en el nivel
de desarrollo y de “civilización”. “Gobernar es poblar”, postulaba Alberdi. Se pensó poblar el
país con individuos de países nórdicos, pero no ocurrió tal cosa. Arribaron, mayormente,
europeos del sur (italianos, españoles) y turcos y judíos.
La constitución argentina mantiene aún, de una manera más indirecta, esos rasgos raciales
discriminatorios. El artículo 25 postula:
El Gobierno Federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar
con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por
objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes.
Si lo analizamos objetivamente advertimos que hay allí un acto discriminatorio. Se fomenta
principalmente, como lo quería Sarmiento y su doctrina unitaria, la inmigración europea y no de
otros lados del planeta. No se niega la llegada de inmigrantes de otros lados del planeta, es
verdad, pero se prefiere un determinado tipo de inmigrantes. Es decir, dentro de los términos
antinómicos de civilización y barbarie, queda claro que Argentina se organizó, principalmente,
en torno a lo que representaba simbólicamente el término "civilización".
La poesía gauchesca, desde sus orígenes, a principios del siglo XIX, rescata las formas de
vida que comienzan a ser rechazadas. Todas esas formas precapitalistas de vida y
organización, rechazadas o vistas despectivamente desde las urbes nacientes, son rescatadas
por la literatura gauchesca: la vida y las costumbres del campo, las relaciones vecinales, el
contacto directo entre los individuos, antiguas formas comunitarias de intercambio y
comunicación, es decir, todo ese mundo que la elite ilustrada de las ciudades asocia al atraso y
a la vida de los personajes sociales de aquel tiempo: criollos, mestizos, indios, negros, zambos,
pardos y mulatos.
José Hernández configura abiertamente una postura de oposición a las nuevas formas de
organización de la nación y su protagonista es un héroe épico de la barbarie campesina: el
gaucho Martín Fierro. El Martín Fierro (sobre todo su primera parte) nació como un panfleto
político contrario a los postulados de Sarmiento, y luego, después de su publicación, asumió
sus rasgos de mito argentino. Al diluirse su rasgo reivindicativo, confirmó su rol de símbolo de la
identidad argentina. Ricardo Rojas, Martínez Estrada y Jorge Luis Borges corroboraron esa
desviación significativa del libro.
La poesía de Teillier reniega de esa lógica capitalista de las urbes y postula una
recuperación mental de las formas de vida tradicional, provinciana, ligada a la tierra y a
relaciones de cotidianidad sin impurezas. Sin ser una poesía política (Teillier reniega de esa
reducción funcional) asume, indirectamente, la función de recuperación de una forma de vida
que se extingue. Esta visión nostálgica de pérdida, tal como ocurrió con la literatura gauchesca,
conlleva un proceso de recuperación y de oposición a nuevas formas de organización,
racionalidad y organización política que asume Chile en la segunda mitad del siglo XX.
La ciudad del modelo económico social burgués chileno de la segunda parte del siglo XX,
adquiere las mismas connotaciones que la ciudad decimonónica argentina para los autores de
la literatura gauchesca. Es el reflejo de nuevas formas de vida y relaciones, espacios
precursores de un nuevo sentido de sociedad. La dicotomía civilización- barbarie se traslada a
la oposición de lo urbano y lo rural.
Teillier (1965) lo grafica así:
No basta para explicarla, creemos, el origen provinciano de la mayoría de los poetas, que
atacados de la nostalgia, el mal poético por excelencia, vuelven a la infancia y a la provincia,
sino algo más, un rechazo a veces inconsciente a las ciudades, estas megápolis que desalojan
el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo. En la ciudad el yo
está pulverizado y perdido como dice Gottfried Benn, que sueña -intelectual fatigado- a volver a
ser- “el antepasado de sus antepasados, una masa de musgo en un tibio pantano”. [1]
En el ambiente politizado de la literatura chilena de mediados del siglo XX, el larismo es
visto como una poesía meramente contemplativa, evasiva, decadente. Zurita y Lihn
relativizaron su importancia en el ambiente literario chileno. Pero el larismo no se detenía en un
regreso nostálgico al “paraíso perdido” de la infancia: criticaba sin la diatriba del panfleto todo
un sistema de organización social y manifestación cultural que aislaba y cosificaba al ser
humano.
Veo que la poesía lárica, sin proponérselo doctrinariamente, encuadraba una reacción en
contra de la modernidad capitalista similar a la que pregonaban y exigían para Argentina los
unitarios argentinos del siglo XIX. Teillier y los poetas de los lares asumirían, sin proponérselo,
repito, una reacción en contra de esa modernidad avasallante, deshumanizadora, que deja en
el camino esas formas tradicionales de organización. El poeta sureño experimenta esa
modernidad en su exilio interno. Deja Lautaro (su aldea de la niñez) y se va a Santiago a
desarrollar su oficio literario. El larismo se vincularía así con la reacción de la poesía gauchesca
argentina en contra de esa modernidad que relegaba las formas tradicionales de la vida
campesina, rural, por formas capitalistas que persiguen la eficacia productiva y el lucro.
En esta supuesta encrucijada histórica y cultural yo ubico a Teillier en la defensa de lo
propio, de lo autóctono, de lo americano, de lo salvaje, de lo natural, frente a la embestida de la
civilidad de la ciudad y del progreso. Teillier, en esta supuesta reiteración histórica y literaria,
formaría parte de las hordas de Facundo Quiroga, el caudillo riojano argentino, que Sarmiento,
en su libro Facundo Quiroga, civilización y barbarie, (pdf) sitúa como la fuente del mal argentino. La
poesía de los lares tiene también, tal vez sin proponérselo, una matriz política, como bien lo
reconoce Antonio Rioseco (2024):
La aldea pierde su familiaridad y se hace extraña para quien enfrenta la memoria con la
realidad. El pasado que es producido, reconstruido y mantenido socialmente necesita de una
intervención consciente del cuestionamiento crítico, en razón de poner en juicio los valores de
la cultura burguesa dominante que desplaza un mundo en extinción. Esto, en la estética de la
memoria que representa el larismo, se da de un modo pesimista e, incluso, desesperanzador.
En el texto citado, hay un claro pesar por una realidad que desplaza una memoria y que genera
una distancia que se vuelve ironía, una mezcla entre desdén y desdicha. [2]
Teillier advierte que el mundo inocente, doméstico, auténtico, relacional de la infancia se
deshace, se corrompe en un mundo urbano que lo descalifica. Lo mismo sucede con la realidad
del gaucho en José Hernández, quien advierte que hay un mundo rural con sus tiempos, sus
costumbres, sus formas de relaciones que es sobrepasado por una modernidad
deshumanizante que, para colmo, es azuzada por una autoridad gobernante.
La poesía de los lares y la literatura gauchesca ejercen una función de rescate histórico y lo
materializan mostrando una realidad idealizada, un tiempo inmóvil, cargado de utopía y
representaciones del pasado. En esa realidad mítica, los individuos se sienten cobijados por un
sistema de relaciones que los acogen y los protegen, y esas relaciones, al ser rescatadas por la
memoria, se convierten, quizás indirectamente, en una fuente reaccionaria de imágenes
opuestas a nuevas formas de relaciones y producción.
La poesía de protesta propone un cambio revolucionario direccionado hacia el futuro. Es un
cambio esperanzador, un cambio que se alimenta de ilusión. El cambio que propone el larismo
se hace desde la desesperanza. Sabe que el mundo rescatado en la memoria no tendrá una
realización práctica. Es justamente ese fracaso de la recuperación de una vida auténtica
perdida lo que enriquece su sustancia poética.
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Por Jorge Carrasco