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José Domingo Gómez Rojas | Autores |











La muerte de Gómez Rojas

De "Aprendiz de Hombre", de J. S. González Vera

Publicado en "El Espectador", V-Región, 16 de abril de 2004

 

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Una noche el telégrafo trajo una noticia para mí: la muerte de José Domingo Gómez Rojas. Escribí media página poco menos que llorando. Lo vi en Santiago quince días antes del asalto e ignoré que estaba preso.

Servía un pequeño cargo en la Municipalidad, era estudiante de castellano y derecho, con intermitencias. En el momento de verle, apasionábanle las carreras de caballo. Sus pasiones eran absorbentes y pasajeras. Sabía la ascendencia de corceles famosos y no quería hablar de otra cosa.

¿Qué delito lo llevó a la cárcel? Ninguno. Pero era anarquista. En la prisión hizo anotaciones que trasuntan su admiración por Gabriel d'Annunzío. Proponíase escribir obras de relieve cuando saliera de allí. A ratos debió sobrevenirle el temor de morir en su celda, porque estampa: "No he de morir en vano", o "aquí muere la libertad de los hombres, pero nace la libertad del pueblo". Está incomunicado en el mismo calabozo en que estuvo, años pasados, el ácrata Julio Valiente, y descubre una inscripción hecha por éste: "Estar preso por la libertad del pueblo no es un delito: es una satisfacción".

El magistrado Astorquiza ve fumar al poeta durante una visita a la prisión y le da una bofetada. Enseguida ordena le pongan esposas. Gómez Rojas se desvela, no dispone de libros, come mal, no ve a su madre que adora. Le mojan la celda. Es presa de horribles obsesiones y termina por enajenarse. No obstante, en horas de resplandor, escribe poemas en que habla con su madre o profetiza "el cercano día de la gran libertad sobre la tierra grande". La libertad sigue prófuga de casi todos los lugares conocidos.

Un loco que habita la celda paredaña golpea, sin cesar, el catre, treinta, sesenta horas. Gómez Rojas lleva la cuenta hasta los diez mil golpes, y comienza a sufrir terrores y grita. Le conducen a la Casa de Orates y ahí muere, a las diez y media de la mañana, el veintinueve de septiembre de mil novecientos veinte.

A su entierro acude una masa inmensa. Como siempre, ha sido menester la sangre para despertar la conciencia de la gente.

 

 

 

 

“…Yo canto porque siento, yo canto porque lucho,
yo canto porque amo, yo canto porque vibro
y porque se sufrir;
mi canto es para el fuerte, mi canto es optimista
y es para los que creen en la futura aurora
que habrá de redimir.

Por todos los que sufren, por todos los que gimen
mis cantos son protestas, y gestas formidables
y ayes de rebelión;
por todos los que esperan, por todos los que piensan,
por todos los que bregan, por todos los que creen
en la gran Redención.”

 

 

 

 

 

Y hoy son polvo en la Tierra

Por Óscar Waiss
Publicado en La Nación, 12 de diciembre de 1972

 

Que la justicia chilena esta en un lado de las barricadas no es precisamente una novedad. Lo que si resulta sorprendente es el extremo hasta donde puede llegar para proteger a los "suyos". La sentencia de la Corte Marcial, en el caso Schneider, redactada por el Ministro Enrique Paillás, sobrepasa todo lo concebible y limita, casi, con el absurdo kafkiano. Un asesinato que no fue asesinato, sino secuestro. Y un secuestro en que la muerte no es un daño a la persona. Y una víctima que era, nada menos, Comandante en Jefe del Ejercito. Fallo alucinante como una pesadilla. Tortuoso como el alma de Judas.

Por allá en los años 20 una juventud generosa se alzaba ya contra los caducos esquemas de nuestra sociedad de clases. El Club de la Federación de Estudiantes fue asaltado por los abuelos de estos mismos hampones que ultimaron al General Schneider. Cayeron a la cárcel muchos dirigentes universitarios, empapados de su ideal libertario, y entre ellos un joven poeta tuberculoso que se llamaba José Domingo Gómez Rojas. Un Ministro de la Corte se ensañó con el muchacho y terminó con el en la tumba. Era el Ministro Astorquiza, cuyo recuerdo se va desvaneciendo entre las sombras de un pasado tenebroso y sucio. Muy pocos saben de su sádica persecución al poeta. El nombre del poeta, en cambio, es una bandera de nuestra revolución, sublimado en los pliegues de todas las banderas que se agitan al viento de la historia.

José Domingo Gómez Rojas escribió, en la prisión, sus "Protestas de piedad" que constituyen la más grave acusación contra la justicia de clase. Esos versos quiero reproducirlos integros, porque ellos hablan por si mismos, con la fuerza insuperable de la sangre.

 

I

En esta cárcel donde los hombres me trajeron,
en donde la injusticia de una ley nos encierra,
he pensado en las tumbas donde se pudrieron
magistrados y jueces que hoy son polvo en la tierra.
Magistrados y jueces y verdugos serviles
que imitando, simiescos, la Justicia Suprema
castraron sus instintos y sus signos viriles
por lugar al axioma, a la norma, al dilema.
Quisieron sobre el polvo que pisaron, villanos,
ayudar al demonio que sanciona a los muertos
por mandato divino y en vez de ser humanos
enredaron la urdimbre de todos los entuertos.
Creyeron ser la mano de Dios sobre la tierra,
la ira santa, la hoguera y el látigo encendido,
hoy duermen olvidados bajo el sopor que aterra,
silencio, polvo, sombra, ¡olvido! ¡olvido! ¡olvido!

II

Y pienso que algún día sobre la faz del mundo
una justicia nueva romperá viejas normas,
y un futuro inefable, justiciero y profundo
imprimirá a la vida nuevas rutas y formas.
Desde esta cárcel sueño con el vasto futuro,
con el tierno sollozo que aún palpita en las cunas,
con las voces divinas que vibran en el puro
cielo bajo la luz de las vírgenes lunas.
Sueño con los efebos que vendrán en cien años
cantando himnos de gloria resonantes al viento;
en las futuras madres cuyos vientres extraños
darán a luz infantes de puros pensamientos.
Sueño con las auroras, con cantos infantiles,
con alborozos vírgenes, con bautismos lucientes:
que los astros coronan a las testas viriles
y su claror de seda es un chorro en las frentes

III

Desde aquí sueño, Madre, con el sol bondadoso
que viste de oro diáfano al mendigo harapiento,
con las vastas llanuras, con el cielo glorioso,
con las aves errantes, con las aguas y el viento.
La libertad del niño que juega sobre el prado,
del ave que las brisas riza con grácil vuelo;
del arroyo que canta, corriendo alborozado,
del astro pensativo bajo infinito cielo.
La libertad que canta con las aves y es trino,
con los niños, es juego; con la flor, es fragancia;
con el agua, canción, con el viento divino
véspero, errante aroma de lejana distancia.
Todo es nostalgia, Madre, y en esta cárcel fría
mi amor de humanidad , prisionero, se expande
y piensa y sueña y canta por el cercano día
de la gran libertad sobre la tierra grande.


Nadie recuerda hoy al Ministro Astorquiza, servidor de la oligarquia e imitador simiesco de la Justicia Suprema.

Pero José Domingo Gómez Rojas es una bandera. Nadie recordará mañana al Ministro Paillás, pero René Schneider Chereau seguirá siendo un símbolo.



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La muerte de Gómez Rojas.
De "Aprendiz de Hombre", de J. S. González Vera.
Publicado en "El Espectador", V-Región, 16 de abril de 2004.

"Y hoy son polvo en la Tierra".
Por Óscar Waiss.
Publicado en La Nación, 12 de diciembre de 1972.