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Una literatura en castellano en un medio anglófono


Por Jorge Etcheverry


La existencia de una literatura de habla hispana en Canadá, léase latinoamericana, se inscribe en un contexto cuya principal determinante es la realidad multicultural del país, que es un hecho histórico, demográfico, social, lingüístico y cultural, y que posteriormente se ha ido convirtiendo en una realidad institucional. El país se ha definido como siendo un ‘mosaico multicultural’. Por otro lado, y por razones muy entendibles relativas a la supervivencia misma de la identidad y cultura canadienses, amenazada por la vasta presencia de Estados Unidos hacia el sur e ingentes oleadas de comunidades inmigrantes, se privilegia a las dos culturas/idiomas fundadoras/es, el inglés y el francés, a los que ha venido a agregarse en forma relativamente reciente a los pueblos indígenas aborígenes, habitantes originales del país. En este contexto una literatura escrita en español, de origen inmigrante y exilado y fundamentalmente latinoamericana, coexiste con otras literaturas transplantadas en otros idiomas, siendo a nuestro juicio la más importante entre las mismas, tanto por su desarrollo como por su variedad. Sería una de las literaturas así llamadas étnicas, en algunas de las cuales, como es por ejemplo el caso en la hecha en idioma italiano, la temática parece agotarse en el proceso de aculturación, es decir la adaptación del transplantado a la nueva realidad. Esta presencia o atmósfera internacional en un país capitalista desarrollado como Canadá se ha visto incrementada en las últimas décadas por el aumento global de los desplazamientos humanos, la migración -inmigración y exilio-, la mayor accesibilidad de los viajes y cierta permeabilidad de las fronteras nacionales a lo que ha ayudado la comunicación virtual. A las razones contextuales que de alguna manera inciden en la literatura latinoamericana en el país se agrega el presente resurgimiento y renovación del imperialismo, denominado globalización, con su secuela de reproducción en las diversas regiones de un modelo de libre mercado a ultranza que avasalla identidades y modos de vida, y en cierta manera acentúa la ‘unidimensionalidad’ del sistema capitalista de la sociedad de consumo e impone universalmente sus dicotomías: metrópoli/ colonia, neocolonia; centro/ periferia; corriente principal/ corrientes marginales; sectores dominantes/ sectores subordinados. Pero a esta realidad globalizante y homogeneizadora, a este impulso del sistema de autor reproducción e imposición universal de sí mismo (globalización) se opone una fuerza opuesta, acaso dialécticamente y desde su interior mismo, que se denomina por ahí ‘localización’, y que manifiesta un movimiento hacia la particularidad, la singularidad, la preservación de regiones, culturas, nacionalidades y etnias, idiomas y literaturas, entre ellas esta literatura relativamente nueva pero floreciente, la literatura latinoamericana en Canadá, que como una escritura secundaria y de alguna manera subordinada frente a las literaturas de la corriente principal del país, tiende a buscar una definición y asumir su propia faz en este país capitalista
desarrollado.

De manera diferente a lo sucedido por ejemplo en Estados Unidos, la literatura latinoamericana en Canadá, -escrita mayormente por autores residentes de primera generación que escriben al interior de sus propias literaturas nacionales, implícita o explícitamente, o aspiran- a hacerlo, tiene un origen histórico en que el elemento exilado predomina fuertemente sobre el componente inmigrante y muchas veces tiende a determinarlo.

Los escritores latinos fueron inicialmente autores exilados de mediados o fines de los setenta y comienzo de los ochenta, fundamentalmente chilenos y salvadoreños, vinculados o formando parte de sus comunidades exiladas, que eran las más numerosas entre las latinoamericanas. Es a partir de la actividad de los autores chilenos y un poco posteriormente de los salvadoreños, que comienza a tomar forma una literatura latinoamericana.

Aunque anteriormente existían autores aislados, fue la actividad cultural organizada con intención solidaria, fundamentalmente chilena en sus inicios, lo que dio campo a la existencia de una literatura latinoamericana en Canadá perceptible como tal, con sus eventos, publicaciones y un cierto grado de reconocimiento público, y que ahora está en tren de desarrollar su propio mercado nicho y un perfil tan distintivo como variado en este país de vastas corrientes etnoculturales soterradas y anfibológicas.

La comunidad chilena exilada contaba con varios escritores en ciernes pero ya publicados, como los que formaban la Escuela de Santiago: Naín Nómez, Eric Martínez y el infrascrito, agrupación poética neovanguardista de fines de los sesenta y comienzos de los setenta; Gonzalo Millán, entonces joven poeta con un primer libro de poemas publicado en Chile, Relación personal, ya reconocido por la crítica, y el narrador José Leandro Urbina. Ellos formaron el núcleo de Ediciones Cordillera, la primera editorial exilada chilena en Canadá, que era un poco excéntrica en el contexto de la literatura exilada que los lectores interesados presuponían y esperaban en esas décadas, ya que contaba con una fuerte influencia vanguardista y experimental que se unía al compromiso, podría decirse típico, de una empresa editorial de exilados, lo que la hace un caso editorial único, hasta ahora al menos, en el ámbito de la poesía chilena. A esos autores se unieron en la ciudad de Toronto el poeta exilado Claudio Durán, el narrador Juan Carlos García, Manuel Jofré, Ludwig Zéller, poeta y artista plástico en el país desde 1968, con cierto reconocimiento en Canadá y que sin serlo empezó a figurar en actividades y publicaciones junto a los ‘exilados’. Posteriormente surgió en la misma ciudad la obra de Helios Murialdo, narrador, ya de vuelta en Chile. En Ottawa, además del narrador Ramón Sepúlveda, uno de los miembros iniciales de Cordillera, la poetisa Nieves Fuenzalida y el poeta Luis Lama, se agregaron con posterioridad Luciano Díaz, Arturo Lazo y Carmen Contreras, todos poetas. Esos escritores formaban un núcleo más o menos conectado en torno a actividades literarias y editoriales, y eventos culturales que tenían la virtud de aglutinar a otros autores latinos, lo que posibilitaba en las diversas ciudades y nacionalmente la aparición de un perfil de una literatura latinoamericana en el país. A ellos se agregaron posteriormente autores como Borka Satler, prosista y Paolo de Lima, poeta, del Perú; Paul Fortis, poeta salvadoreño y Ramón de Elía, que usaron como vehículo la serie de lecturas El Dorado, dirigida por poetas chilenos, otro dato en esta especie de panorama aquejado de inevitables omisiones y menciones un poco al pasar cuya reparación necesita de un ensayo en profundidad.

El autor Pablo Urbanyi, prosista de origen argentino ha sido por décadas una de las figuras más destacadas de la prosa en castellano en el país, también reside en Ottawa, y ha participado en diversas actividades y publicaciones centradas en la literatura latinoamericana en Canadá, cuyo punto culminante en la década de los 80, fue un encuentro organizado por el crítico peruano Alex Zizman, en Toronto, con figuras consagradas latinoamericanas, escritores canadienses, y autores latinoamericanos en Canadá. En el Québec, la ciudad de Montreal se perfiló desde sus inicios como otro centro de la actividad literaria y cultural del exilio chileno, a través las Ediciones Quebec- Amerique Latine, que publicó obra de Manuel Aránguiz y el fundamental libro del poeta Gonzalo Millán, La ciudad. Una pléyade de autores chilenos se hace presente, Hernán Barrios, Marilú Mallet, Jorge Fajardo, Francisco Viñuela, Alfredo Lavergne, Elías Letelier, que posteriormente habría de iniciar la Editorial Poetas Antiimperialistas de América y el sitio poetas.com, en 2002; donde confluyen ocasionalmente poetas latinos residentes en Canadá, el dramaturgo y poeta Alberto Kurapel, el poeta Daniel Inostroza, los poetas Jorge Cancino, David Castro Rubio, Jorge Lizama, para nombrar a algunos. A fines de los 80 Taller Cultural Sur, centrado en torno al activista y poeta Tito Alvarado. En la misma ciudad de Montreal Yvonne América Truque, poetisa colombiana, es una figura que organiza eventos literarios poéticos y solidarios, siendo casi inevitable su confluencia en tareas comunes con escritores chilenos y de El Salvador, ya que a la presencia chilena, dotada de organización y bastante numerosa, se suma en los ochenta la oleada de refugiados salvadoreños que llegan al país, y se establecen en Montreal los poetas Salvador Torres y Juan Ramón Mijango, entre otros, a Toronto llega algo después el poeta Julio Torres Tobar, y ya había llegado a Vancouver Alfonso Quijada Urías, poeta y prosista y figura de renombre en El Salvador. Estos escritores realizan trabajo de solidaridad y difusión cultural en el seno de su comunidad y orientado a la solidaridad.

Creemos que la organización en estos casos, que nacía de una imbricación entre escritor y comunidad, posibilitó el aglutinamiento y trabajo con autores de otras nacionalidades latinoamericanas en torno a eventos y publicaciones comunes, reforzando además sus propias iniciativas. Otra vez, la mayoría de estoa autores eran exilados. Una publicación que ejemplifica una colaboración entre esfuerzos colectivos chilenos y salvadoreños en Ottawa, es El Salvador’s People’s Poetry, que publicó Ediciones Cordillera con prólogo mío y que compilaba en versión bilingüe inglés castellano de poesía anónima escrita en los frentes guerrilleros de El Salvador y además poemas de Rafael Mendoza, Alfonso Quijada Urías y Roque Dalton. Surgen diversas iniciativas antológicas que muestran a la literatura latinoamericana en el país, como La presence d’une autre Amérique, Antología en francés y castellano obra de un colectivo de poetas latinoamericanos en Montreal, Enjambres una antología de poesía latinoamericana en Quebec de Daniel Inostroza y el autor de esta nota, que también coedita, junto a Luciano Díaz Boreal, la primera antología casi general de la poesía latinoamericana en Canadá.

Pero esta colaboración o agrupamiento tiende a superar los marcos por así decir políticos, ya que en ocasiones se hace siguiendo coordenadas de cultura, procedencia e idioma, y el reconocimiento, quizás implícito, de ser una literatura distintiva por historia, prioridades, estilo y forma de escribir de la del país anfitrión, tiene que ver de alguna manera con la percepción de los autores, insertos en este contexto, de que en este nuevo espacio se insertaban en una nueva realidad, de que su escritura podía ser diferente y marginal dentro de los marcos de la institución literaria canadiense y su continuum mercado-crítica- academia. Diferencia brotada de las distintas configuraciones e influencias histórico culturales entre ambas Américas. Por ejemplo, la (s) vanguardia(s) o realismo mágico están casi ausentes en la literatura canadiense, y la literatura comprometida carece de la presencia que tiene en la otra América. Muchas veces el carácter de ser escritores latinoamericanos que escriben en castellano hizo que se establecieran colaboraciones antes impensables, elitistas con proletas, izquierdistas con personas apolíticas, ya que, por ejemplo y yendo al caso chileno, si el exilio terminó oficialmente con el plebiscito de 1989 y el escritor no se volvió a Chile, pasó, a la vez que su comunidad, a convertirse de escritor exilado, en escritor ‘étnico’, en miembro de una literatura subordinada, o como se dice algunas veces, de “menor difusión”, opuesta y a veces antagónica a una literatura de corriente principal, que cuenta con la difusión, es decir con el mercado. Esa asunción de la literatura latinoamericana en Canadá como tal tiene sus hitos, sus eventos y su mercado, que acorde a la terminología económica sería un mercado ‘nicho’, es decir para el consumo de la gente interesada, que se supone no es ‘ el público’ en general que supuestamente sería el consumidor de la ‘literatura canadiense’.

Se trata de libros como Compañeros, de Hugo Hazelton y Gary Geddes, a nivel de la corriente principal, antología que unió a autores latinoamericanos en Canadá con autores canadienses que escribían sobre Latinoamérica; de números especiales de revistas tales como Canadian Fiction Magazine, Canadian Literature, Ellipse, publicaciones con carácter antológico o de muestra de la literatura latinoamericana en el país. Por otro lado hay eventos surgidos desde el lado hispánico, como la anual Celebración Cultural del Idioma Español, bajo la égida de la poetisa ítalo-argentina avencindada en Canadá Margarita Feliciano, que da espacio, junto a autores latinoamericanos y españoles consagrados en sus países, a figuras latino canadienses. De congresos puntuales como uno de la CALACS, asociación académica canadiense destinada al estudio de América Latina y el Caribe, que se centró en la literatura hispano canadiense. De un congreso del Foro Hispanoamericano, asociación para la preservación de la cultura e idioma español en Ottawa; de uno realizado por la serie de lecturas de literatura en español de Ottawa, El Dorado, que aglutinó a autores hispánicos de Canadá; de la revista Alter Vox, alguna vez periódica que publicó a autores latinos en Canadá; de un congreso de este año en la Universidad de Concordia, sobre transplante y desarraigo en literatura. Hay que referirse a la labor que desempeñó la poetisa chilena de Vancouver Carmen Rodríguez en la revista que dirigía, Aquelarre; a los cursos de post grado que ha dictado el poeta y profesor chileno Luis Torres sobre literatura latinoamericana del exilio y la diáspora en la Universidad de Calgary, y para terminar a un concurso de prosa iniciativa del prosista peruano Guillermo Rose, residente en Toronto, que reunió a más de 60 colaboraciones, alguna excelentes, de lo que puedo dar fe por haber sido uno de los jurados, y que en palabras del organizador, marca el nacimiento de una nueva etapa para la literatura latinocanadiense.

 

 


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