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Poesía chilena en Canadá: exilio, identidad y activismo cultural

Jorge Etcheverry
Nota leída en el Primer Congreso de Poesía Chilena en el Siglo XX
Santiago de Chile. 7 al 9 de Noviembre

 

La poesía chilena en Canadá se inicia—salvo la presencia un poco anterior de Ludwig Zéller—con el exilio de escritores chilenos a Canadá después del golpe de 1973. Su período por así decir "fundacional” llega más o menos hasta mediados de los ochenta y se centra básicamente en Gonzalo Millán, la Escuela de Santiago (Erik Martínez, Naín Nómez y el autor de esta nota), que estuvo casi in toto, y Ediciones Cordillera, iniciativa editorial chilena basada en Ottawa, la capital del país, que en total llegó a las 19 publicaciones, en mayoría de poesía y en parte considerable de poetas chilenos en Canadá. Fue principalmente, hasta su término en 1996, una editorial dedicada primordialmente a la poesía.

Representa en sus publicaciones las facetas iniciales y quizás perdurables de la poesía chilena en este contexto: el compromiso en un sentido amplio, la nostalgia y un peculiar elemento vanguardista, los tres componentes iniciales básicos de la poesía chilena en Canadá, derivada de la peculiar constitución del colectivo de la Editorial Cordillera, una de las primeras editoriales chilenas del exilio, que reunió en su comité editor además de su director, el narrador chileno Leandro Urbina y entre otros, a Gonzalo Millán, Naín Nómez y al que escribe, estos dos últimos ex miembros de la Escuela de Santiago, inestructurado movimiento poético de fines de los sesenta, que formó parte de las ‘promociones emergentes’ de poetas chilenos, según la terminología contemporánea de Millán. Esta tendencia hacia la vanguardia se vio reforzada por ser Ludwig Zéller la figura poética chilena residente en Canadá conocida hasta el momento en el medio anglófono. La presencia de un elemento que los canadienses denominaban en general ‘surrealismo’ creó una especie de expectativa en parte del medio canadiense crítico y lector interesado. Se empezó a esperar de los autores chilenos exilados una mezcla de ‘surrealismo’ y compromiso político.

La percepción del elemento por así decir surrealista se convirtió en una constante para la recepción crítica de ciertos productos poéticos chilenos, básicamente en Ontario, donde Luis Lama fue quien se inscribió posteriormente más claramente en esta tendencia, con resonancias en Luciano Díaz y Nieves Fuenzalida. El libro más importante del exilio chileno en Canadá, La ciudad de Gonzalo Millán (1979), publicado en español en Montreal, Québec, también se inserta en esta combinación de elementos por así decir comprometidos y nostálgicos con el componente ‘experimental. Su publicación en la pequeña editorial Maison Culterelle Québec-Amérique Latine, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Montreal, en ese entonces, fue otra muestra de esta confluencia compromiso/experimentalismo, también presente en el poeta Manuel Jofré, y en los poetas chilenos de Montreal Alfredo Lavergne, Alberto Kurapel, conocido dramaturgo y en menor grado en la producción de Jorge Cancino. Claudio Durán en Toronto, el mayor artífice de la poesía sobre el ‘allá’, se centra más bien en la nostalgia y la memoria, en una dimensión eminentemente lírica. En esa dirección pero con mayor presencia de un elemento por político estaban los textos de Nelly Vallejos, elemento que predominaba en la poesía de Tito Alvarado. Elías Letelier osciló entre un tono épico, el compromiso político y un humor ácido.

En esa época, la presencia de la dictadura en Chile permea la actividad cultural y literaria chilena en Canadá, y la producción poética. Pero junto a la preocupación por la situación chilena, la solidaridad y la denuncia, hay a la vez elementos de comparación de los imaginarios geográficos, sociales y culturales del ‘aquí’ y el ‘allá’, además del tema de la aculturación y la exploración del nuevo ámbito físico/cultural. Entonces, y para la realización del plebiscito en Chile, los elementos que predominan en esta poesía trasplantada son vanguardia, nostalgia y compromiso, y se ha ido dando cabida a los de la aculturación, la sociedad anfitriona y sus demandas, el asunto de la identidad, la anfibología identitaria y la ambigüedad de la pertenencia. Con ciertos nexos con la sociedad y cultura anfitrionas, la poesía chilena en el país sigue haciéndose al interior de una comunidad exilada, que se piensa como tal y que es uno de los principales, sino el principal, de los facilitadores y destinatarios de la literatura/poesía cultura chilenas en el país hasta comienzos de los noventa. Por ese entonces y más o menos a partir de la realización del plebiscito, se inicia un cambio del papel social y la imagen que tiene de sí misma la comunidad chilena, que empieza a ser una comunidad étnica, en el seno de la comunidad latinoamericana, y cuyo componente cultural y político ‘especializado’ ve más y más, además de como trasplantada, o emigrante, como disidente respecto al proceso de liberalización chileno y en alguna medida frente a la creciente globalización en el propio hemisferio norte. El plebiscito termina formal y de alguna manera institucionalmente con el exilio, pero no en los hechos de la vida concreta ni en la producción poética. El extrañamiento, enriquecido con los conceptos de transhumancia, nomadismo, diáspora, seguirá y sigue jugando un importante papel en la literatura y poesía chilena incluso a medida que los cambios en el país de origen lo alejan de los recuerdos y estimativa del poeta.

Exilio y desarraigo entonces, no están sujetos a cambios institucionales. Pero además los escritores/poetas chilenos se han ido convirtiendo en escritores y poetas ‘étnicos’, o de comunidades étnicas, en parte importante del perfil identitario de sus comunidades. Personalmente se definen/autodefinen por su adscripción a las diversas posibilidades excluyentes o combinatorias de identidad socio cultural que el sistema ofrece o permite, a saber; autores/as chilenos, latinoamericanos, hispanógrafos, anglo o franco canadienses, chileno o latino-canadienses o latino-quebequenses, además de la relevancia de componentes genéricos, étnicos o generacionales. Esta realidad por así decir concreta o existencial, a que se superponía la del exilio político y la necesidad de la denuncia, pasa a ocupar una posición más central. Esta identidad o identidades en muchos casos son adoptadas por imposiciones de asimilación o pertenencia social o colectiva, o por proyectos personales de consagración institucional, etc. De alguna manera en la sociedad del capitalismo desarrollado, con su atmósfera alienatoria y unidimensional, homogeneizadora a pesar de su aparente variedad, la identidad es una mercancía escasa en general dispensada por el sistema, o marginalmente definida en contra del mismo o de sus componentes particulares. En las comunidades subordinadas a una sociedad y cultura hegemónicas, el ejercicio de la literatura puede significar uno de los atajos para lograr el elusivo estatus social y un reemplazo de la actividad política, lo que de alguna manera contribuye a realzar el ‘perfil’ de la comunidad como un todo. Esto confluye con otras necesidades de demanda social de objetos culturales, provenientes de una multiplicidad de mercados, al entrar distintos grupos antes parcial o totalmente marginados a consumirlos y producirlos dentro del sistema. Se acentúan en esta demanda de objetos y personalidades culturales aquellas facetas tendientes a acentuar las características materiales y factuales como definitorias de la identidad en el así llamado mundo desarrollado, con su gran componente migratorio/étnico. Por el otro lado, esto se asume en la lucha por la legitimización de modos de vida/cultura hasta entonces marginados por los preponderantes y que ahora empiezan a hacer estas demandas al mercado y la institución literaria, reclamando presencia social y cultural en los artículos de consumo representativos (el arte y el espectáculo). Junto a la capacidad definitoria del compromiso, que partía de una elección, se insinúa así en el poeta chileno, la definición/asunción identitaria basándose en esas categorías concretas ‘en sí, que nacen de la condición etnocultural, idiomática, genérica, generacional, incluso religiosa o política en el marco de las opciones permitidas por el sistema neoliberal y el contexto multicultural, sus asimilaciones y marginaciones.

Esto no es un elemento nuevo. Al ocurrir el exilio, las primeras publicaciones chilenas en Canadá se vieron facilitadas por las políticas de multiculturalismo, establecidas para asimilar y organizar la innegable realidad multiétnica, multilinguística y multicultural del país. Desde los inicios, Ediciones Cordillera, ejemplo que me es más familiar, contó con subvención oficial para sus publicaciones bilingües, de la que por ejemplo gozaban también las revistas que publicaban números especiales sobre literatura chilena o latina en Canadá. Dichas políticas, — que delimiban claramente el nicho que le correspondía a las literaturas alófonas frente a las oficiales, ‘reales’, la literatura anglo o francófona ‘mainstream’—, han ido desapareciendo a la luz de la derechización del país que conlleva a mi entender un etno/culturo centrismo de algún modo presente pero casi no tematizado, a lo que se suma la concepción de un estado administrador y reducido a un mínimo esencial, lo que ha tendido a restringir el financiamiento a las ‘artes’ y por tanto a sus componentes etnoculturales.

Así, los poetas chilenos han asumido abiertamente y de manera casi natural en su actuación ‘profesional’ una persona compuesta. El compromiso ya no está exclusivamente centrado en Chile sino volcado a la problemática de la sociedad anfitriona y el mundo. La asunción etnocultural chilena y/o latinoamericana y un tinte político permea el quehacer poético de Carmen Rodríguez y Arturo Mujica Olea, en la Columbia Británica, Irma Paredes en Toronto, de los poetas que gestionan la serie de lecturas del Taller Cultural El Dorado en Ottawa, fundado por Luciano Díaz y el que habla, del Taller Cultural Sur en Montreal, del blog literario Azularte de Jaime Serey, de la Tertulia en Gatineau, de la Red Cultural Hispánica, que por primera vez introduce explícitamente la facilitación en su mandato, reconociendo la necesidad de la gestión cultural. A esto se suma la presencia, desarrollo e impacto de las TIC (tecnologías de información y comunicaciones), que han venido a trasformar para siempre las relaciones de comunidades y escritores trasplantados con el país o cultura anfitriones, con el país de origen, su región y el mundo en general, haciendo que el exilio o el transplante ya no sean los mismos, ni tampoco las fronteras. Este estado de cosas también influye en la presencia y el desarrollo de la poesía chilena en Canadá, incrementando el papel de un componente que había caracterizado a la cultura, principalmente a la poesía chilena en el país desde sus orígenes a mediados de los setenta del siglo pasado: el activismo cultural. Primero en el marco de la solidaridad con Chile, se extendió naturalmente al campo de la literatura latinoamericana en el país, muchas veces resultante de condiciones parecidas, y en cuya actividades y publicaciones de carácter latinoamericano iniciales, los chilenos tuvieron y tienen un aporte destacado.

El elemento político que justifica y coayuda a este activismo se encuentra presente en algunos componentes principales. En el primero, en términos del compromiso original, centrado en Chile y Latinoamérica y dirigido hacia la comunidad residente y el exterior, se trata de hacer conciencia de la situación existente ‘allá abajo’. Pero a la vez se intenta conservar y desarrollar el patrimonio cultural y lingüístico, en gran medida posibilitado por el ambiente creado por el multiculturalismo institucional y la multiculturalidad factual. Aquí se enmarca en el variable y general intento de afirmación de las comunidades étnicas frente o junto a los sectores cultural étnica y lingüísticamente preponderantes, —las dos naciones fundadoras ‘europeas’—, que asume en el caso chileno un impulso claramente político: la cultura por así decir hispánica tiene un tinte más o menos radical, al que se suman las aspiraciones étnicas, culturales y lingüísticas. Así lo expresó Gonzalo Millán, que manifestó en el documental Blue Jay, del cineasta chileno Leopoldo Gutiérrez, que escribir en español en Canadá era un acto político.

Este proceso de activismo, que por otra parte como se mencionaba ha acompañado a la literatura chilena, y más clara y específicamente a la poesía desde su ‘transplante’ a Canadá, ha venido a beneficiarse y ampliarse con la publicación y difusión virtuales. Así surge una nueva iniciativa editora que combina la poesía, el exilio y el compromiso político, bajo la forma de la casa editora cooperativa en línea Poetas Antiimperialistas de América ( www.poetas.com), que presenta el trabajo de tres autores chileno canadienses previamente publicados (Elías Letelier, César Castillo y el que escribe) entre los cuarenta poetas presentes en ese portal, que incluye principalmente a poetas chilenos de la generación de los 1980´s que viven en Chile, pero incluye también a poetas de otros países latinoamericanos como México, Venezuela, Cuba, Perú, El Salvador y Argentina, además de poetas canadienses. El sitio virtual de esta casa editora, cuya publicación más reciente en estos días es una antología en inglés a ser presentada en Montreal en solidaridad con los disidentes turcos encarcelados, tiene una amplia difusión sobre todo en los países de habla hispana. Creado por el poeta, editor y webmaster Elías Letelier, el sitio web organizó a diversos poetas de las Américas y trajo de vuelta un sentido de compromiso político, que pasaba por una larga declinación en la literatura, al dominio de la poesía en el mundo hispánico. Este sitio, que auspicia diversas revistas culturales virtuales se ha convertido en punto de referencia para la renovación y el compromiso poético y metapoético.

Es de esperar que la poesía chilena en Canadá, —que presenta prácticamente todos los tipos de discurso poético posibles, desde el texto popular ingenuo hasta la vanguardia, pasando por la poesía política y la antipoesía—, llegue a establecerse como entidad cultural específica, traslapada en la literatura latinoamericana en Canadá, — quizás no en la conciencia e intención de sus productores, quienes de vez en cuando se vuelven a Chile o Latinoamérica en una búsqueda identitaria o de pertenencia—, pero sí en su realidad objetiva. Esta poesía, en el marco de la literatura latinoamericana en Canadá como componente preponderante, ya se desenvuelve por razones demográficas, culturales y en cierta manera políticas, al interior de un mercado nicho que comporta un continuum académico, crítico, de difusión y comercialización que habrá de garantizar su supervivencia.


 

 

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Por Jorge Etcheverry.