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Con Juan O’Neill por picadas y antologías

Por Jorge Etcheverry



Juan O'Neill
14 de Abril de 1933 - 15 de Marzo de 2006

 

En Chile le decimos picadas a los lugares en que se puede pasar un buen rato, o encontrar una ganga. Así en general, puede ser un café, un bar, un restaurante donde cocinan una especialidad de la que uno es aficionado, una librería de segunda mano, un negocio donde venden barato algo que uno consume con frecuencia, incluso una plaza donde se ven niñas bonitas, una tienda de discos o CDs, otra parte donde van niñas, etc. “Tengo una picada” te dice tu amigo y así, al compartir ese secreto, a lo mejor una ida juntos, te está demostrando su estima.

Me acuerdo de un restaurante en la calle Laurier, casi frente a la Universidad de Ottawa que era una aventura comercial de Juan, frecuentado además por Patrick White, parece que era socio, unos años antes que lo nombraron el poeta laureado de Ottawa. También caían por ahí Luis Lama y Leandro Urbina, escritores chilenos, el último ahora de vuelta en Chile. Estamos hablando de fines de los setenta, comienzos de los ochenta (del siglo pasado). Por ese entonces Patrick sacó el número dos de la revista Anthos, un libro de 170 páginas en que figura Juan y donde venía también la primera muestra de la poesía chilena en Canadá, compilada por el poeta ítalo canadiense Antonino Mazza. Dicho sea de paso, este número de Anthos todavía es lo más cercano a una antología de la poesía de Ottawa que se ha producido en los últimos treinta años. Los intentos posteriores han sido más bien empresas de grupos de interés, en general por y para poetas canadienses de corriente principal. Pero nos estamos saliendo del tema. Entre las picadas literarias en que nosotros terminábamos por encontrarnos impajaritablemente con Juan estaba el taller La Ventana, que se reunía informalmente en la casa del Clan Fuenzalida; la poeta chilena Nieves Fuenzalida y dos generaciones de filósofos, su marido César y su hijo Ariel. Estas eran sesiones de lectura de texto, de exposición de temas, de debate, intelectual y creativamente fructíferas, y bastantes regadas.

Alcanzáronse a celebrar por lo menos un par de fiestas de año nuevo en que pudimos contar con sendos chanchitos a la parrilla según receta cubana, preparados por Juan, en tiempos en que su salud todavía le permitía esos deleites. Ya desde casi los primeros tiempos de nuestra llegada de una manera u otra se cruzaron nuestros caminos literarios y personales, e incluso a veces ganapananciales, ya que alguna vez trabajamos como free lancers para la misma compañía de traducciones. Pero habría que decir también que nunca estuvo distante de los escritores chilenos y latinoamericanos en esta ciudad, casi desde nuestra incepción misma en estos lares, como se diría en un documento de desarrollo. Y eso a pesar de nuestra evidente diferencia en las razones de la estadía en Canadá. Yo y la mayor parte de mis amigos y conocidos no tan sólo chilenos, sino centroamericanos, argentinos y brasileños, nos vinimos, o mejor dicho nos vinieron, los regímenes militares de derecha que empezaron a voltear una por una las repúblicas latinoamericanas de ese entonces, como otras tantas bochas. Otros llegaron luego de procesos revolucionarios no siempre con final feliz.

A Juan por otro lado no le gustaba mucho Mi Comandante en La Isla, pero sin embargo se refería muy calurosamente al Ché, a quien había tenido la oportunidad de entrevistar cuando estuvo de periodista en sus lejanos años en Cuba. Pero esta diferencia no impidió nunca la relación de Juan con los poetas chilenos que llegamos en ese entonces, y con otros más jóvenes o más tardíos en la elección del metier literario y ya made in Canada. Es que también nos unía, y no le tengamos miedo a los lugares comunes, el amor por la poesía y su práctica, por la cultura en general, que por ejemplo llevó a Juan a emprender una insigne traducción del Canto general de Pablo Neruda, que conozco por los pedazos que leyó en público alguna vez, y que no sé en qué etapa se quedó, obra cumbre de un autor emblemático para nosotros, cosa en la que no voy a abundar por archiconocida.

Además está el hecho de que, a la postre, el inmigrante llegado a Canadá pasa en general a formar parte de un estamento de segunda clase, querámoslo o no, sobre todo si hay distinciones étnicas y lingüísticas con los grupos sociales y culturales hegemónicos. Se encuentra en posición subordinada, y si bien tendría que agradecerle al país la oportunidad de tener ropa, zapato, casa y comida, como dice el merengue, además de trabajo y seguro médico y social, no es menos cierto que su aporte laboral, económico y cultural hace que de alguna manera Canadá sea lo que es. Así, frente a la sociedad e institucionalidades de corriente principal, de alguna manera los inmigrantes y exilados tercermundistas tienden a unirse en empresas comunes, a ubicarse en un mismo plano social y cultural. Las diferencias previas tienden a desaparecer o subordinarse en esta nueva ‘correlación de fuerzas’.

No en vano las categorías de subordinación o de literaturas de menor difusión se aplican en los estudios literarios del país cuando se trata de calificar a las literaturas así llamadas ‘étnicas’, sobre todo tercer mundistas, made in Canada. Así en este contexto, entre quienes antaño se agazaparan en trincheras y barricadas distintas, incluso opuestas, tienden a surgir nuevas hermandades y afinidades. Es así como Juan sirvió muchas veces de traductor y sobre todo de intérprete para la activa comunidad chilena de ese entonces, en actos de denuncia del récord en derechos humanos del régimen militar chileno. Es así que Juan tradujo Homage to Victor Jara, del ya mencionado poeta Patrick White. Es así que por ejemplo participamos en la organización y concretización de un acto auspiciado por NCCRR, en el comité editorial de Possibilitiis, revista intercultural publicada en Ottawa y en Third World Players, programa de radio y agrupación cultural que desde la emisora de la Universidad de Carleton, CKCU, por decenios ha difundido la literatura tercermundista, y para quienes Juan, aparte de leer muchas veces, preparó una serie de programas de literatura cubana.

En este paseo por encuentros personales y poéticos, con sus picadas, no podemos dejar de mencionar Open Set, la antología de poetas lectores invitados del Taller de Lecturas Tree, de Ottawa, compilado por la poeta, editora y traductora Heather Ferguson en 1990, y las publicaciones antológicas producidas por los escritores chilenos en Ottawa. Pero nosotros éramos sólo una parte de quienes disfrutaban y compartían con este intermediario de la poesía. Innumerables jóvenes escritores canadienses dieron sus primeros pasos en el Taller de lecturas Saquatch, donde Juan era el anfitrión principal y al que, si nos consideráramos básicamente poetas e hiciéramos abstracción de la dimensión cotidiana de nuestra vida, consideraríamos un poco casi como una segunda casa. Siendo la primera el Taller El Dorado, dondequiera que funcione, de donde nunca Juan estuvo verdaderamente ausente y donde se lo echará mucho de menos.

 

 

Poesía de Juan O’Neill


ODA A ORIENTE

De Puerto Padre a Santiago
De Baracoa a Pilón,
La quiero como a una madre
Mi indómita región;
En este mundo nuestro
De maravillas y dolor,
Cantaré las verdes verdades
De mi antillano jardín.
Aé, aé, Cuba es mi amor,
Aé eá, Oriente es mi flor.
Los sones de antaño,
Las estrofas de ayer,
Perduran en la memoria
Como el perfume de una mujer;
Las historias de grandes hazañas
Sacrificios y bondad,
Conservan aún la gloria
De esta cuna de Libertad.
(Coro)
................. No me olvidaré más nunca
De sus brisas y su fulgor
De su tierra prieta y buena
Y sus paisajes de esplendor;
Y no tienen que preguntarme
Donde busco mi destino final,
Pues Oriente es lo que añoro.
¡Como la miel de un panal!
¡Como la miel de un panal!
(Coro)

 

 


Canción al fuego

Conocerte es desearte
Desearte es llamarte
Ángel de luz
Salamandra
Mujer
Tú vives en el fuego
y yo he sentido sus garras
Callo y me aparto, pero no me olvido
de la dulce llamarada de tus ojos
del alba tormentosa de tu cabello en cascada
de tu cuerpo: mitad rosa, mitad alabastro
Y aunque me digas que quererte no es mi suerte
el fuego sí me dice, feroz y dominador
“Soy tu tierra, mar y sino
Ley de acero, carne, y sol”
Y miro hacia el fuego
sonrío hacia el fuego
me lanzo al fuego
Hombre
Poeta
Descubridor

 
 

 

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