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Julio Espinosa Guerra
“Lo único importante es lo que uno deja escrito. Lo demás, uno
mismo, es totalmente prescindible”

Por Lilian Fernández Hall
www.letralia.com



- Julio, tú eres chileno pero desde el año 2001 estás radicado en Madrid. ¿Por qué motivo te trasladaste a España y cómo han influido estos años en Europa en tu poesía?
—Siempre es difícil saber con exactitud qué lleva a una persona a cambiar de país. En Chile, y más específicamente en Santiago, casi desde que comencé a moverme por el “ambiente literario” me sentí excluido por mis pares. Además se vivía y se vive una “guerrilla literaria” plagada de malas voluntades, amiguismos y descalificaciones. Lo malo es que no gustándome este tipo de relaciones, poco a poco fui entrando en la misma dinámica, como si la escritura fuera una competencia más que un acto creativo individual. Quise salir de eso y por eso me vine. Hoy no entro en esos juegos; es más, soy capaz de admirar la creación de gente que no me cae nada bien, pero que está construyendo una obra sólida... Esa capacidad me la ha dado la distancia.

— ¿Te defines como poeta chileno, latinoamericano, español, o simplemente como poeta? ¿Cuál es la importancia o la función de estas definiciones, si es que tienen alguna?
— Creo que de la única manera que uno puede definirse es en función de lo que intenta hacer, por eso me considero poeta. El adjetivo es innecesario. A fin de cuentas, ser poeta es una reacción ante la acción que es la escritura poética. Casi una casualidad. Realmente lo único importante es lo que uno deja escrito. Lo demás, uno mismo, es totalmente prescindible.

— Acabas de ganar el IX Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz por tu libro inédito NN, cuéntanos algo sobre este poemario.
— Me resulta bastante vergonzoso hablar de algo que para mí hoy es una obviedad. Me refiero al hecho de que el lenguaje no dice ni mucho menos la totalidad de la realidad. De esto me comencé a dar cuenta recién el año 98, cuando cursaba la asignatura de Filosofía del Lenguaje en la universidad. Desde entonces le vengo dando vueltas al asunto y constatando que a pesar de ser una obviedad, es un fenómeno que no nos enseñan en ninguna parte, que se mantiene en secreto. El germen del libro es ese, pero tuvieron que pasar ocho años para poder sentarme a escribir sobre ello. Se trata de mi libro más meditado y, al mismo tiempo, parte de un desasosiego, de una inquietud mucho más clara que mis textos anteriores: la incertidumbre de que hay toda una realidad no nombrada y algo que decir sobre ella.

— En 1993 se publicó en Chile la antología La generación NN de Aristóteles España, definiendo así a ese grupo de poetas nacido aproximadamente entre 1950 y 1975. ¿Tiene esto que ver con tu libro?
—No, no, en absoluto. Partimos de plataformas diferentes, aunque en el fondo hay una utilización semejante del término, esa realidad no admitida por las instituciones, que en su caso son principalmente políticas y en el mío, sociales y, por sobre todo, lingüísticas.

— ¿Ves a NN como una continuación de tu poesía anterior, en la misma línea, o significa este libro de poemas un cambio en tu forma de encarar la escritura?
— Pienso que todo poeta, aun sin proponérselo, siempre toca las zonas a las que el lenguaje cotidiano, referencial, no llega. Hay poemas en mi libro anterior que hacen referencia a estos lugares: “La voz de un agnóstico” o “La voz de un borracho”, por ejemplo, pero de manera consciente aquí hay una intención muy poco narrativa, a diferencia de mi poesía anterior, y también la búsqueda de la esencialidad y de la imagen poética como condensadora de lo perturbador, cuestión que antes era menos constatable. Indudablemente hay un giro en la búsqueda y la comprensión de que la repetición de las fórmulas retóricas marca, inevitablemente, el comienzo del declive del hallazgo poético, entendido éste como la capacidad de nombrar algo por primera vez de una forma única e irrepetible.

— En varias oportunidades has dicho que la mayoría de los concursos literarios están concedidos de antemano, ¿cómo se entiende entonces que postules? ¿Y que hayas ganado varios?
— Por allí dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Yo envío a concursos porque para alguien poco conocido es casi la única manera de publicar, pero lo hago siempre desde el escepticismo más grande. Dices que he ganado varios concursos y la verdad es que sólo son dos: el Villa de Leganés y el Sor Juana. El primero lo gané después de mandar Las metamorfosis de un animal sin paraíso a por lo menos treinta certámenes, donde los ganadores solían ser amigos del jurado. El segundo lo conseguí bastante más rápido, pero fuera de España, país donde las cosas suelen estar oleadas y sacramentadas con bastante anticipación. Alguien tendría que preguntar por qué Benjamín Prado se gana con cada libro nuevo un concurso donde sus amigos están de jurado, por qué un libro tan malo como el último de Álvaro Tato acaba de ganar el Hiperión, por qué mi compatriota Javier Bello gana concursos donde sus amigos deciden el premio o por qué poetas de tan dudosa calidad como Lorenzo Ólivan o Vicente Gallego pueden ser premiados con algunos de los concursos más importantes de España. Se trata, simplemente, de que alguien nos está metiendo el dedo en la boca y nadie —menos los medios de comunicación, porque hay intereses creados— se entera o pareciera enterarse. No se trata de criticarlos a todos, pero, por último, en las bases de las convocatorias deberían anotar el nombre del ganador, para no perder ilusión ni dinero, para no ayudar a que parezca que algo es honesto, legítimo, cuando no lo es.

— ¿Qué poetas o qué línea poética ha influido más en tus textos? ¿Te ubicas en alguna tradición literaria o buscas un camino propio, original?
— No existe nadie que sea totalmente original. Antes del primer poeta hubo alguien que oralmente ya le había marcado el camino. Todos de alguna manera somos sedimentos que vamos creando una nueva capa geológica, sedimentos que para poder crearla nos apoyamos en la capa anterior. Lógicamente hay influencias. En mi caso es múltiple, pero sin duda estoy anclado a gente como Gonzalo Millán y su agudeza, Omar Lara y sus textos breves, Juan Luis Martínez y su profundidad, Charles Simic y Mark Strand que nombran lo que no se dice, W. C. Williams y su esencialidad, Andrés Fisher y Benito del Pliego, en su lucha contra la narratividad y la búsqueda de una gramática otra, Paul Celan y su desasosiego. Hay otros, pero a estos autores vuelvo siempre. Como ves, se trata de unos poetas que no hacen generación ni grupo ni tradición, pero que indagan en espacios similares a los que me interesan.

— Además de dedicarte a la escritura y de ser profesor de la Escuela de Escritores de Madrid, impulsas también una revista de poesía llamada Heterogénea, de la cual ya han salido dos números. ¿Podrías explicarnos brevemente cuál es el objetivo de esta publicación y el por qué de su nombre?
—Claro... Parte importante del canon español actual es homogéneo: poetas que escriben todos de manera similar. Simplemente esta revista quiere mostrar que existe, tanto en Latinoamérica como en la misma España, poetas que se salen de esa forma canonizada por intereses no literarios y que son tan buenos como los más conocidos, aunque trabajen desde la sombra y no los llamen para los programas de televisión ni radio: creadoras y creadores que también tienen derecho a una tribuna, aunque ésta sea tan pequeña como la revista que dirijo.

— Tú mismo ubicas a Heterogénea como una publicación no-institucionalizada, es decir, al margen. ¿Te consideras entonces un poeta “marginal”, de acuerdo a esta definición?
— Marginal, sí, pero entendido como no conocido, no reconocido y mucho más aquí en España que en mi propio país. Hace poco tres editoriales españolas rechazaron editar NN, el mismo libro que en México un jurado que no me conocía premió con el Sor Juana Inés de la Cruz. Los tres señalaron que el libro era bueno, pero estoy seguro que dos de ellos ni siquiera lo han leído. Un tercero lo leyó y le gustó pero no se atrevió a editarlo, justamente porque no soy nadie en el medio. Es decir, no interesa tanto lo que hay allí, en el papel, sino el mercadeo. Contra esa visión de la poesía poco se puede hacer y si todo sigue igual, claro que el margen es el único lugar propicio para moverse. Yo espero que cambie por mí y por otros creadores interesantes que ahora mismo no encuentran editorial que publique sus textos. Heterogénea es un pequeño lugar donde se les quiere dar cabida.

— Hablando de la poesía española actual, te has referido muchas veces a grupos que fabrican una norma rígida, que no aceptan la multiplicidad de miradas, una poesía “en el centro del Sistema”, “que no cuestiona el lenguaje del Sistema”, que hace que “se anquilose la diversidad y se desvirtúe la diferencia”. ¿No estás generalizando demasiado? ¿No existen realmente en España, en la actualidad, poetas independientes? ¿O estás hablando de la realidad de Madrid? ¿No existen otros movimientos o tendencias o voces independientes en otras regiones del país?
— Claro, claro que existen islas: Chantal Maillard, Olvido García, Patricia Esteban, Eduardo Scala, José Luis Gallero, José María Parreño, Benito del Pliego, Nacho Fernández, Julio Martínez Mesanza, Leopoldo María Panero, José Miguel Ullán, Blanca Andreu, Andrés Sánchez Robayna, Esperanza López Parada, Luis Luna, Sandra Santana, Jordi Doce, Óscar Curiesas, Nacho Miranda, Aníbal Núñez, Jesús Arellano, Mariano Peyrú, Andrés Fisher, Ana Gorría, Julio Reija y otro puñado similar. Seguro que hay gente en Barcelona y en Galicia, en el País Vasco y en Pamplona, en Extremadura y en las dos Castillas, gente que quiero conocer. Pero no se ven. Las editoriales más importantes, con excepciones, no los publican ni ganan concursos. Otros son los que tienen copado el discurso institucional. A eso me refiero con las palabras que citas del primer editorial de Heterogénea. Hay que hacer algo para que los que no se ven se vean. En eso ando... Relativo a lo mismo, aun hoy me pregunto por qué nadie se acuerda, a nivel institucional, del Premio Nacional de Poesía que ganó Chantal Maillard con Matar a Platón: será que es mujer, que no forma parte del discurso institucionalizado y que tiene una poética más interesante, rompedora, que todos ellos juntos.

— ¿Sigues pensando que la mejor poesía en español no se escribe en la península?
— No, no. Hace mucho no pienso así. Traía ese discurso aprendido desde Chile, pero es un mito, una falsedad. Aún hoy creo que los poetas más destacados a nivel institucional en Latinoamérica son mejores que sus pares españoles, pero hay gente joven que está haciendo cosas interesantísimas y que ya nombré más arriba. Lógicamente no son los premios Hiperión, Adonais ni Loewe joven de cada año; no se trata de la nueva camada institucionalizada, sino de los que andan buscando un decir diferente, supuesta y muy probablemente nada comercial. Gente que puedes hallar en antologías como Todo es poesía menos la poesía (Eneida, 2004), pero que, con excepción de cinco o siete nombres (David Mayor, Luis Melgarejo, Julio Reija, Josep M. Rodríguez, Vanesa Pérez-Sauquillo, sólo con su último libro publicado, algo de Abraham Gragera y otro poco de Carlos Pardo, especialmente cuando se olvida del sonsonete de la Experiencia) no aparecen en 25, la antología donde Hiperión sacó a sus chicos hace un tiempo atrás. ¿Entiendes a lo que me refiero con la institucionalización? Lo que les interesa a las editoriales grandes no es la poesía, es el comercio.

— Tu visión es la del poeta como un ser social, en interacción con sus semejantes, en relación con su medio y redescubriendo la realidad cada día. De no ser así, has dicho, su poesía se convertiría en algo “libresco”, fuera de la realidad. Pero si tú abogas por la heterogeneidad y la pluralidad de voces, esa poesía del encierro, del ensimismamiento, la del solitario, el huraño, el poeta socialmente desinteresado, también sería válida, aportaría otro matiz del prisma, ¿no te parece?
—Es que una cosa no se contradice con la otra. Un creador es un voyeur, por lo tanto puede escribir desde la barricada, desde la trinchera, desde un lugar donde los demás no lo ven pero él o ella sí. Descubrir esa realidad otra se puede hacer conversando con la gente, pero también observando desde un punto que los demás desconocen, pero integran. El diálogo no es sólo con las personas, es con el entorno. Lo peligroso es sentarse a repetir aquello que ya está escrito o formular en un verso sin búsqueda lo mismo que otros han dicho en la teoría de la literatura, de la lingüística, de la sociología y con sus mismas palabras.

—¿Eres un poeta de la inspiración o cultivas el trabajo cotidiano? ¿Corriges mucho tus textos, o los escribes de un tirón, en un período especialmente productivo?
—Esta es una pregunta trampa, porque estás reduciendo a dos posibilidades la escritura poética y no es así. Además la inspiración no existe. Yo no escribo cotidianamente, no podría, porque necesito pensar, sentir, aproximarme a aquello sobre lo que voy a escribir. Es decir, no anoto signos en un papel, pero ando viviendo de manera cotidiana el problema, la coyuntura de la que surgirá el nuevo poema, el nuevo libro. Una vez que pienso, que ya lo tengo más o menos asimilado, escribo. Puedo demorar años o demorar pocos meses. Lógicamente luego viene el proceso de criba. Primero la eliminación de los textos que encuentro débiles, luego la corrección, por último el envío a diferentes amigos de confianza el libro en cuestión, que me ayudan a darle los últimos toques, las últimas correcciones. Aun así siempre habrá algo que se te pase, donde no llegues. Me demoro entre dos o tres años en tener un nuevo libro de poemas. No podría escribir uno al año. Eso sería imposible.

— Además de poeta, has incursionado en la narrativa, y el año pasado publicaste la novela El día que fue ayer en Mago Editores. ¿Qué diferencia hay entre escribir prosa y escribir poesía? Tus necesidades/ convicciones como poeta (cuestionar, nombrar, trabajar desde el margen), ¿son las mismas que como narrador? ¿El proceso de creación es el mismo?
—Lo confieso: como narrador recién estoy aprendiendo a andar. Escribí el original de mi primera novela entre diciembre de 1996 y marzo de 1997. Se publicó diez años después y en una editorial muy digna, pero pequeña, y eso habiendo sido semifinalista del Herralde 2005. Es por eso que la narrativa me ha dado mucho menos satisfacciones e innumerables veces he estado a punto de dejarla. Pero continúo escribiendo porque sirve para decir algo totalmente diferente a la poesía. La narrativa cuenta algo: su finalidad no es hacer sentir, sino narrar (partiendo de la base que las diferentes funciones del lenguaje están presentes en todo tipo de discurso, claro). Con la poesía yo no quiero que me entiendan, quiero que sientan, como siente cualquier lector de mediana sensibilidad con Amapola y Memoria, de Celan, aunque no lo comprendan. La narrativa, para mí, es la posibilidad de mostrar a un personaje contextualizado en un tiempo, en un espacio y sus reacciones. También hay historias no contadas y alguien nos las tiene que mostrar. De alguna manera la narrativa es la historia de los seres que la historia oficial considera insignificantes o, por lo menos, es la que a mí me interesa. Allí se dan la mano mi poética y mi narrativa, las une lo no dicho, pero la finalidad es diferente.

En cuanto al proceso, la narrativa exige un ritmo, un horario, una cotidianidad en el acto de escritura que no requiere la poesía. Es más dura y monótona pero cuando uno concluye la sensación también es más gratificante: creo que debe ser similar a lo que siente un arquitecto, cuando ve terminado un edificio importante, por ejemplo, una catedral.

— ¿Qué respuesta has recibido a tu novela? ¿Piensas seguir con narrativa o vas a concentrarte en la poesía?
— Seguiré escribiendo narrativa, pero sin prisa alguna, especialmente porque he recibido comentarios muy hermosos sobre El día que fue ayer. No pensaba que pudiera tocar tanto a la gente que la ha leído, pero así está ocurriendo. Quizá sólo la han leído cien personas y de esas cien, sólo diez me han dicho lo que les ha provocado, pero esas diez me han dado motivos suficientes para seguir haciéndolo. Además tengo ganas y temas para escribir. No necesito más ni tampoco me importa esperar otros diez años para que salga la siguiente.

— ¿Cuándo veremos publicado NN? ¿Cómo circulará el libro? ¿Será accesible tanto en América Latina como en España o seguirá el camino de tantos excelentes trabajos que no se difunden lo suficiente?
— Lo seguro es que va a salir en México, porque está incluido en el premio. La excelente editorial chilena La Calabaza del Diablo me ha ofrecido publicarla en mi país. En Costa Rica, Perro Azul, la editorial independiente más importante, está interesada en publicarlo, pero anda buscando la forma. En España, país donde vivo y donde más lectores tengo, no he tenido nada de suerte: creo que al no contar historias sentimentales en mis poemas me vuelvo no comercial y ya no intereso. Por otro lado, no dirijo ningún programa radial ni he recibido una beca para pagar la publicación ni tengo los contactos necesarios y menos la fama... De verdad, no sé si vaya a aparecer aquí. Hasta el momento siento exactamente lo mismo que decían los poetas mayores en mi país. “Nadie es profeta en su tierra”, ni siquiera en la de adopción.

— La pregunta infaltable: ¿en qué proyectos estás trabajando actualmente (si ya has asimilado la obtención del premio, el viaje a Costa Rica, y todo lo que esto implica)?
—Uno siempre tiene algo en carpeta, pero recién lo estoy pensando. Se trata de seguir profundizando, pero de manera menos metapoética, en aquellas zonas de la realidad que generalmente no se nombran. Es el área que me interesa. Ya sabemos: si vamos a escribir poesía para decir lo que se puede decir mejor en prosa, mejor no escribamos. Por eso yo sigo intentando decir aquello que, supuestamente, el lenguaje no puede y mi poesía seguirá centrada en ello. Y el tema tiene que ver con lo mismo: todas aquellas cosas que están a nuestro lado y que de tan cerca, pareciera que ya no existen. Es donde voy a poner el ojo ahora. Veremos qué resulta.

 

 


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