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La Escuela de Santiago en perspectiva

Jorge Etcheverry

(Aparecido en Al borde mi fuego, poética y poesía hispanoamericana de los sesenta, Casa de las Américas/Universidad de Alicante, selección y prólogo de Jorge Fornet, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 1998. pp.76-81.

Al calor de la añoranza que el mundo occidental, o algunos de sus sectores, experimentan por la década de los sesenta, quizás porque vislumbró la posibilidad de un cambio radical que los años posteriores han ido desmoronando incluso "uno de los grupos poéticos menos conocidos que aparecen en la década del sesenta en Chile" (1) al decir de Gonzalo Millán, ha logrado una cierta atención. Como señala Soledad Bianchi (2) la poesía santiaguina fue marginal en los sesenta y se vio oscurecida por el surgimiento de los grupos que se han denominado históricos. La actitud en cierto modo beligerante de la Escuela de Santiago se sumó entonces a sus preferencias poéticas o literarias, que chocaban con las de otros grupos, y a la actitud de los integrantes respecto a la institucionalidad, que compartían con las agrupaciones poéticas capitalinas (3). La aparición pública del grupo se vincula al número especial de la revista Orfeo, dedicado, en 1968, a "33 nombres claves de la actual poesía chilena". La selección que pareció arbitraria y antojadiza, llegó a constituir un pequeño escándalo crítico debido a sus inclusiones y exclusiones. Jorge Vélez, director de la revista en ese entonces, entregó el número a los integrantes de la Escuela de Santiago, los que efectuaron una reselección que destacaba a los autores de tendencia surrealista e introdujeron otros textos de grupos e individuos marginales y experimentales (Amereida). Antes que hacer una antología, los autores de la selección, de poco más de veinte años y ajenos a la tarea de efectuar una compilación representativa, dieron curso a sus preferencias, introduciendo la mencionada y numerosa representación surrealista(4) , y sus propios textos y manifiestos. Las declaraciones posteriores de miembros del grupo en una entrevista televisiva, durante un programa literario de gran audiencia, no mejoraron las cosas: un integrante manifestó que en algunas décadas las obras completas de Neruda serían impresas en cien páginas en letra grande y otro -que paradójicamente y con el correr de los años abrazó la antipoesía-, que leer a Nicanor Parra era como leer el Condorito, un popular personaje de tiras cómicas.

El nombre de Escuela de Santiago nació como humorada antes de un recital, pero recogía la intuición o percepción de un vacío en la estructuración y presencia de una poesía urbana en comparación con otros grupos poéticos emergentes y ya en vías de institucionalización: Trilce, de Valdivia; Arúspice, de Concepción y Tebaida, de Arica, a quienes los integrantes de la Escuela percibían, generalizando quizás, como "de provincias" basándose en sus características textuales; una lengua poética que, a pesar de las distancias que separan oralidad y escritura, podría considerarse próxima al denominado lenguaje coloquial, además de mostrar un fraseo semejante en su (supuesta) simpleza [...] a ella se oponen, por ejemplo, los participantes de la Escuela de Santiago quienes hacen oír/leer su desacuerdo (en algunos manifiestos) y construyen versos más complejos, de largos versículos y muchas imágenes [...] .(5)

La preponderancia de una voz provinciana, que se percibía además como telúrica, popular, simple, objetiva, expresaba una reacción frente a los supuestos excesos surrealistas y conllevaba una marca progresista, ya que los elementos anteriores, junto a los autóctonos y folclóricos, jugaban un papel importante en los valores culturales que secretaban el avance de las ideas y organizaciones de izquierda, que culminaría años después con la ascención al poder de Salvador Allende. La situación paradójica de la Escuela de Santiago fue el constituir, sin mayor conciencia de ello, una especie de versión de la vanguardia poética que se movía a contrapelo de la estética más difundida y de algún modo "natural" ligada a los avances en Chile y seguramente en Latinoamérica. Sus miembros eran, sin excepción, gente de izquierda que en su mayoría se vio forzada posteriormente al exilio y que una vez fuera se entregó a tareas de activismo y producción cultural vinculadas a la solidaridad. Ese mismo hecho ayuda a explicar la posterior reinserción marginal del grupo en la "literatura chilena", si es que se puede hablar en esos términos del sector cultural que se convierte en objeto de una crítica institucional y una sanción oficial en sus diversas instancias.

En Canadá, país al que se fueron tres de los cuatro miembros "históricos del grupo", se establecieron, al calor de las tareas de solidaridad política y cultural, vínculos de amistad con representantes de la "corriente principal" (mainstream) del exilio cultural chileno, que dieron origen a Ediciones Cordillera(6) . La publicación entre 1981 y 1985 de los libros bilingües de Erik Martínez, Naín Nómez y el que habla, más la antología Literatura chilena en Canadá, de Nómez, por esta editorial, posibilitó una cierta reinserción de estos autores en el contexto "chileno", cuya falta de libros individuales en los sesenta constituye otra razón para su desconocimiento.

A pesar de su nombre, la Escuela de Santiago no fue un grupo muy orgánico, y su estructuración y delimitación de propósitos aparecen más bien como consecuencia de una mirada retrospectiva. Si bien existían ciertos rasgos comunes, en términos de producción textual, como la preferencia por poemas largos, la tendencia a la "prosa poética", un cierto hermetismo, la abundante presencia de metáforas e imágenes y un lirismo escaso, los miembros no compartían las mismas preferencias literarias ni se adscribían a un misma "poética". Julio Piñones favorecía a los surrealistas chilenos del grupo Mandragora y era especialmente devoto de Rosamel del Valle. También gustaba de los nadaístas colombianos, asumiendo incluso en su manifiesto en la antología "33 nombres claves de la actual poesía chilena" un párrafo que cita de Arango. Ya estaba presente el gusto de Nómez por De Rokha, que con el tiempo llevaría al autor a producir sus estudios y antología sobre el entonces descuidado puntal de la poesía chilena. Erik Martínez leía bastante a Huidobro (posteriormente hizo su tesis de maestría sobre Altazor) y tradujo el Kaddish, de Allen Ginsberg, traducción que nunca se publicó, además de gustar del nouveau román. Entre mis lecturas preferidas estaba la poesía beat, especialmente Ginsberg, el Rimbaud de Las iluminaciones y Una estadía en el infierno, los Cantos de Maldoror, de Lautreámont, que también frecuentaba Piñones y, curiosamente, Samuel Beckett, cuyas novelas ya circulaban en traducción. La Escuela carecía de un marco institucional propio que fuera más allá de conversaciones en las casas, los cafés y bares, la cafetería del Pedagógico. Naín, Martínez y yo íbamos a la academia literaria del entonces Departamento de Castellano del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, a un grupo de debates y lectura en el Departamento de Filosofía, de la misma facultad, y participábamos en el grupo América, con José Ángel Cuevas, Jaime Anselmo Silva, Bernardo Araya, Pablo Guíñez, Oscar Lennon, Enrique Castillo, Manuel Jofré, los hermanos Luis y Tommy Valenzuela, Daniel Vilches, y otros, grupo de organización suelta y asociación variable que fundamentalmente trataba de llegar a las poblaciones con un mensaje político-cultural que integraba el folclor, la poesía etc., en una actividad que se generalizó e institucionalizó más adelante durante el gobierno de la Unidad Popular. En la revista mimeografiada Los Tordos, de 1969, desaparecida luego del primer número, se lee "Señores: ¿Qué sacamos con decir nuestras intenciones, cuando lo más probable es que si de esta revista aparece un segundo número nosotros seremos los primeros sorprendidos? [...]", hay un cuento breve con seudónimo de Dantón Chelén, aparecen poemas de Nómez, Martínez, Etcheverry, pero también de Julio Huassi, poeta argentino entonces exiliado en Chile, Edmundo Magaña y Pablo Guíñez, notable poeta sureño injustamente olvidado.

Este mínimo territorio común, por así decirlo, construido en torno a unas ciertas preferencias y a unas más ciertas antipatías, no daba como para construir una poética común, lo que explica la presencia en el ya mencionado número especial de Orfeo de cuatro distintos manifiestos, que leídos ahora (y quizás entonces) aparecen un poco bombásticos, pero en los que hay elementos comunes como el continente América, la presencia de lo urbano como una síntesis que de algún modo organiza sus multiplicidades y es un destino antes que una elección. Hay presentes también en los manifiestos ciertos ecos del poeta-pequeño Dios de Huidobro, que puede que no se deban a la presencia intertextual, voluntaria o no, de Huidobro, sino al élan para-van-guardista que baña estos textos; hay una noción de la poesía como arte totalizador y purificador universal; el poeta asume un carácter de "elegido" y está presente la afirmación de la necesidad del cambio total. "América" aparece en todos los manifiestos, pero la ciudad toma preponderancia sólo en el mío. A pesar de una cierta impresión de falta de trabajo y terminación que dejan tanto los textos poéticos como los manifiestos del grupo en esa publicación inaugural (a excepción, a mi parecer, de algunos párrafos y poemas de Martínez y Piñones), existe una intención intergenérica, en que los párrafos polémicos o asertivos, intelectuales, se llenan de imágenes y se subordinan al ritmo. Esa intención intergenérica o de abolición de los géneros se manifiesta explícitamente: AQUÍ NO EXISTE POESÍA NI PROSA: AQUÍ EXISTE SÓLO LA PALABRA.

Se podría afirmar que los libros individuales de los miembros del grupo, muy posteriores a esos manifiestos, son mucho más maduros y ofrecieron una oportunidad crítica que al producirse después, a destiempo, contribuyó a mantener en el limbo a los autores. La ciudad que aparece en los manifiestos, y luego de una década o más en los libros, no es una ciudad concreta, eso es obvio, pero tampoco una ciudad a lo Millán, que hace el inventario de los modos de existencia de una urbe contemporánea bajo el golpe y la opresión dictatorial, es quizás una entidad simbólica en que las imágenes, en el mejor caso, son ambiguas y producto más bien de una maravilla ante una entidad culminacional a cuyo nacimiento se asiste, pero que no conlleva un valor ético específico. Respecto al "humanismo" presente en la labor de los miembros del grupo y considerando sus trabajos como totalidad, es indudable que la poesía de Naín Nómez se identifica axiológicamente con el humanismo progresista, sobre todo el de los tiempos de la opresión dictatorial y el exilio. En el trabajo de los otros dos autores que por un tiempo funcionan en los marcos de la Escuela, este humanismo aparece mediatizado, implícito en la demostración de una existencia alienada (Martínez) o componente textual o imaginario junto a otros componentes (Etcheverry). Las exigencias éticas y políticas del período me impulsaron, por ejemplo, a escribir prosa u otro tipo de texto poético. Estas condicionantes en cierto modo históricas justifican plenamente la no difusión y la falta casi total de crítica sobre la Escuela en el ámbito chileno e hispanoamericano. El hecho del carácter más comprometido, testimonial y "empático" de la poesía de Nómez justifican la crítica y la atención de los intelectuales y profesores chilenos de algún modo ligados a la "diáspora".

Y es justamente la situación de exilio lo que crea retroactivamente a la Escuela de Santiago en Chile, y la instaura en Canadá de una manera paradójica. Por el hecho de haber constituido un núcleo de poetas con una obra más o menos especializada o "profesional" que tuvo una suerte de acceso más o menos estructurado y en inglés al medio canadiense, la obra de dos de estos autores (Nómez y Etcheverry) constituyó un primer producto de la literatura chilena exiliada hacia el Canadá anglófono, seguido prontamente por Literatura chilena en Canadá, de Nómez, libros a veces criticados "en paquete" en medios canadienses. Además, y en mayor medida que su componente político, la novedad de dichos textos impactó relativamente a un medio en que ese tipo de "[...] poesía sofisticada, que recoge las tradiciones del surrealismo europeo y chileno [...] a la vez política y personal" (7), es casi inexistente y que adolece de una extrema uniformidad formal de los géneros literarios. Otros poetas chilenos no provocaron la misma reacción ya que eran formalmente, y de algún modo, similares a la producción americana o canadiense. Fue más adelante que surgieron poetas plenamente "comprometidos" cuya producción entró en el mercado de las editoriales canadienses pero, curiosamente, el hecho mismo de publicar con Ediciones Cordillera, que hasta mediados de los ochenta fue "la" editorial chilena en Canadá, prestó a los autores de la Escuela o ex-Escuela de Santiago una cierta distinción: se creó en ese país una especie de "horizonte de expectativas" en que se esperaba que los poetas chilenos tuvieran elementos "vanguardistas" o "surrealistas" en su escritura, y aunque estuvieran ausentes, la crítica tendió a verlos en su obra. Esto abre un espacio a otros escritores chilenos para la producción y en cierto modo difusión de textos "curiosos", "raros", "confusos", que difícilmente podrían haberse publicado en ningún otro medio norteamericano y gozar de una cierta crítica (8). El hecho de que este rápido panorama no se haya limitado a los sesenta en Chile, y se haya extendido hasta hacerlo llegar a los noventa y a Canadá, se justifica porque allí "se dieron las condiciones" para que "cuajara" la Escuela de Santiago que, como repetimos, se vio reinsertada retrospectiva (y marginalmente) en Chile. Además se justifica porque estas circunstancias permitieron sembrar ciertos elementos de los sesenta que recombinándose y mutándose han pasado a formar nuevos seres poéticos (9). Si se puede reconocer una cierta continuidad en los individuos, se podría afirmar que todavía cabe esperar cierta "influencia" de la Escuela de Santiago en el espacio canadiense.

 


NOTAS

(1) "Escuela de Santiago. Entrevista a Jorge Etcheverry", por Gonzalo Millán. El Espíritu del Valle, revista de poesía y crítica, nos. 2-3, 1987, p. 52.

(2) "Marginal, como todos los grupos literarios de Santiago, nunca supe del Grupo América cuando estudié en el Pedagógico de la Universidad de Chile [...]". Soledad Bianchi: "Grupo América: una agrupación literaria de los sesenta en Chile", en Mapocho. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, no. 34, segundo semestre de 1993, p. 71.

(3) "Pienso que también los separaban intereses sociales, políticos y culturales. Entre estos, creo percibir: el recelo -y hasta el temor- de algunos de sus miembros de institucionalizarse o de ser institucionalizados." Soledad Bianchi: "Notar y anotar márgenes (poesía chilena: 1960-1991". Simpson 7, Revista de la Sociedad de Escritores de Chile, vol. 1, primer semestre de 1992, p. 88 (el articulista trata de explicarse la exclusión del grupo América, la Escuela de Santiago, y la Tribu No de las publicaciones de los grupos históricos y de la crítica sobre la poesía de los sesenta).

(4) "[...] los escritores principales de la vanguardia en Chile se integran más adelante a las filas de Orfeo. Revista de Poesía y Teoría Poética." Klaus Müller-Bergh: "De agú y anarquía a la Mandrágora", Actas del XI Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Vervuert Verlag, Frankfurt am Main, 1989, pp. 647-48 (refiriéndose al volumen de Orfeo, dedicado a "33 nombres claves de la actual poesía chilena"),

(5) Soledad Bianchi: "Notar y anotar márgenes...", p. 91.

(6) Ediciones Cordillera se fundó a fines de los setenta, en sus comienzos incluyó en el comité editor a representantes de los entonces partidos de la UP y del MIR. Nacida como iniciativa de los autores entonces en Ottawa, Canadá, y con el apoyo de la Asociación de Chilenos de Ottawa, órgano solidario, sus primeras ediciones. Las malas juntas (1979), un libro de narraciones breves del presidente de la editorial, Leandro Urbina y Teoría del circo pobre (1979), libro del poeta exiliado en Estados Unidos Hernán Castellano Girón, se publicaron con fondos de los profesores chilenos de la escuela latinoamericana de Ottawa y los recolectados mediante actividades tales como peñas (fiestas). El Latin American Children Fund., organización solidaria panamericanista, bajo la presidencia de Gabriela Etcheverry consiguió de una agencia gubernamental los fondos para la publicación de los libros bilingües de Nómez y Etcheverry.

(7) Tomado de la Enciclopedia canadiense, sección Ethnic Studies, 1985 p. 728.

(8) Es el caso de Luis Lama: "No existe nada domesticado, predecible o formal [...] ideas e imágenes se enfrentan en mortal combate [...] una dialéctica desbordante de yuxtaposiciones violentas enciende un festín pirotécnico [...]. Pero ningún escritor chileno de esta generación ha podido evitar una confrontación personal con la realidad política [...]." Steve Lehman comenta The History Teacher in Ecstasy, publicado en 1989, en Zymergy, vol. IV, no. 2, 1990, p. 182.

(9) Por ejemplo el libro de Luciano Díaz The Thin Man and Me (El flaco y yo), Ottawa, 1994, donde cierta imaginería y temática de la Escuela de Santiago se deja advertir en un ropaje formal tradicional.

 

 


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Jorge Etcheverry: La Escuela de Santiago en perspectiva.
(Aparecido en Al borde mi fuego, poética y poesía hispanoamericana de los sesenta, Casa de las Américas/Universidad de Alicante, selección y prólogo de Jorge Fornet, Publicaciones de la Universidad de Alicante, 1998. pp.76-81.