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Juan Hasta la Tusa
Personaje misterioso y novelista fuera de serie, Emar resucitará una vez más este año

Por Claudia Donoso
Publicado en Revista HOY, 7 al 13 de marzo de 1984


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Se trata aquí de una gran olvidado. Juan Emar (1893-1964). A unos pocos les suena el nombre; otros han pasado sobre él escarbando en algún canasto de las librerías de viejo de la calle San Diego. Un ejemplar de sus libros puede costar 50 o cinco mil pesos. Depende de la sagacidad del librero.

Los que realmente saben de literatura lo consideran a la altura de Borges, Felisberto Hernández y Cortázar. Mientras vivió, vivió en la sombra. Se adelantó a su tiempo. "Se le dará lo que aquí no se mezquina: lo póstumo", escribió Neruda, que lo admiraba, en sus memorias.

Las Ediciones del Camaleón (que también prepara las Obras incompletas de Rodrigo Lira, el promisorio poeta joven que se suicidó en 1981) reeditará este año Miltín 1934, de Emar. Junto con recordar el medio siglo del libro, relanzan así a este escritor chileno injustamente desconocido y original como pocos.

 

Juan Emar y Vicente Huidobro

 

Juan Emar fue el seudónimo de Álvaro (Pilo) Yáñez Bianchi y el derivado fonético de la expresión francesa j'en ai marre que significa "estoy hasta la tusa". Afrancesado como Vicente Huidobro, que fue su intimo amigo, y tan escéptico como irónico, Juan Emar solía estar "hasta la tusa" con el mundo y sus semejantes a los que veía deambular con su aparente lógica por la vida.

 

Emar, con capa, en París

 


¿De qué andas disfrazado Pilo?

Hijo del senador y político liberal Eliodoro Yáñez, no trabajó nunca, fuera de escribir "voladuras" completamente desfasadas para su época. Amanecía de pésimo humor y a eso de las siete de la tarde se le componía. Excéntrico y noctámbulo, prefería vivir de noche y recibía en pijama o en bata a sus amigos. Entre ellos, los pintores Luis Vargas, Camilo Mori, Henriette Petit, el músico Acario Cotapos y Eduardo Barrios. Le gustaba disfrazarse y organizaba competencias en el fundo familiar de Lo Herrera. Siempre ganaba: Se disfrazaba de su propia madre, de hombre al revés con un rostro pintado en la calva o aparecía en el momento menos indicado con un pañuelo blanco en la cabeza amarrado en las cuatro esquinas, un cigarro en la boca y una "cantora" en la mano. "¿De qué andas disfrazado Pilo?", le preguntaban sus hermanas. "De viejo de mierda", contestaba.

En pleno naturalismo criollo no creía que la literatura tuviera su origen en la realidad ni que su función fuera ser espejo de ella. Creía que la literatura nace de la literatura y en la palabra como fundadora de su propia existencia: "Aunque quiero anotar aquí únicamente lo que en realidad sucedió, voy a tomarme la libertad de anotar algo que, a pesar de no haber sucedido, estuvo a punto de acontecer", escribe en Miltín 1934. Mezcla los géneros tratando temas morales o estéticos o triviales con lógica matemática. A través de su narración no espera dar la sensación de verosimilitud. Al contrario. Describe y disecta en el relato mismo los mecanismos que le dan vida.

En los cabarets encontraba el clima propicio para la conversación y alegaba por la falta de locales nocturnos en Santiago: "Nos obligan a los tristes habitantes de la más triste ciudad del universo a hablar en voz baja, a bostezar, y nos quieren enseñar el horror del alumbrado apagando las luces de cualquier establecimiento medianamente iluminado. Qué gran satisfacción deben sentir nuestros protectores morales al pasearse por Santiago después de las nueve de la noche, por este vasto cementerio de vivos, al ver todo quedo, adormecido y ni una posibilidad de distracción para inmorales", decía en un artículo publicado en el diario La Nación, que pertenecía a su padre.

"Mira hombre, tú vas a ser abogado", le dijo éste un día y Juan Emar contestó: "Mire, don Eldo, yo nunca trabajaré para ganar. Nunca, nunca. Voy a vivir en París y usted me va a mantener". Y así fue.

Vivió una buena parte de su vida en Europa en contacto con los surrealistas, y sus obras, Miltín, Un año, Ayer y los cuentos de Diez tienen algo de las películas de los hermanos Marx, de las pinturas de Picasso y Juan Gris, del que fue inseparable. Publicó por primera vez a los 40 años. Antes de eso pintaba. Lanzó feroces ataques contra la crítica literaria y los críticos lo silenciaron, empezando por Alone, su principal blanco. En Miltín los interpela así: "¡Diga señor crítico, sin miedo negro de equivocarse, sin ambages, sin escrúpulos, abiertamente, por qué ante don Fulano se ha llenado su corazón de usted de frenéticos entusiasmos y ante don Zutano su corazón de usted ha estado a punto de paralizarse de ira!".

 

Con Mina y Luis Vargas: vuelos imaginarios

 


Umbral infinito

El primer intento por resucitar a este "escritor de minorías" fue en 1971, 34 años después de la publicación de sus novelas y cuentos (entre 1934 y 1937). La Editorial Universitaria publicó Diez a instancias de Neruda. Emar no intentó seguir publicando después de 1937. Optó por sustraerse completamente y escribió durante 30 años Umbral, una especie de novela única de cinco mil 300 páginas tamaño carta, a espacio seguido y a máquina. Umbral consta de cuatro "pilares" y un "dintel". En 1977, el editor Carlos Lohlé, responsable del lanzamiento de Ernesto Cardenal y Nikos Kazantzakis, se deslumbró con Emar cuyos manuscritos le llegaron con décadas de atraso gracias a Juan Pablo Yáñez, su nieto. Lohlé publicó el primer "pilar" de Umbral en Buenos Aires. Aquí, en la Biblioteca Nacional, no lo compraron.

En fin. Juan Emar tenía especial humor para la catástrofe. Con sus hermanas inventaba juegos para desencadenarla: "Si se incendiara esta casa y pudieran salvar sólo a una persona de las que están en esta mesa, ¿a quién salvarían y por qué?". Según su prima Lila Bianchi, a Pilo Yáñez le gustaba que "pasaran cosas". Que se muriera el Papa, que ardiera Troya, pero que pasara algo que rompiese la monotonía insoportable de lo cotidiano. También, cuenta ella, era el ser más egoísta de la tierra: "Era incapaz de llevarle un vaso de agua a un enfermo. Una vez nos dimos vuelta en auto y el conductor se quebró la espina dorsal. A la una de la mañana quedamos botados en la carretera y como había racionamiento de bencina no pasaba nadie que nos pudiera llevar a la posta. Finalmente nos recogió un camión y mientras nuestro amigo gemía, Pilo pedía a gritos que paráramos a comprar cigarros".

Pero añade que era un ser encantador y que seducía a hombres y mujeres con su vibrante imaginación y anatemas que echaban al suelo las certezas más incontrovertibles.

De la euforia nocturna pasaba a la depresión aguda. Se encerraba durante semanas en su pieza con los postigos cerrados, fumando. Cuando alguien se lo topaba en un pasillo mugía como un toro enfurecido: "¿Por qué eres tan raro?", le preguntaban y él: "Raros los encuentro yo a ustedes". Explicaba su mal genio matinal: "En las mañanas pertenezco al reino vegetal. No amanezco de mal humor porque los árboles no tienen humores y en las mañanas soy un árbol".

Así como su padre pertenecía a la esfera pública, Juan Emar se recogía en los márgenes y se perdía en el laberinto de su dormitorio.

Como el loro Tabatinga que protagoniza uno de sus relatos Emar daba certeros picotazos al statu quo y a las convenciones sociales imperantes en la sociedad chilena. Se situó en un lugar ajeno a las tendencias predominantes en materia literaria y no escribió "para" un público chileno, lo que le dio esa tremenda libertad y originalidad a su obra. Con Huidobro abogó en el arte por "crear situaciones que sólo pueden existir en la literatura". Allí se despliega su humor negro y cruel y su capacidad para el delirio. A sus personajes les ponía apellidos geográficos: Lorenzo Angol, Rosendo Paine, Matilde Atacama, Desiderio Longotoma, Viterbo Papudo, Artemio Yungay, Martín Quilpué.

 

Al centro Arturo Alessandri y Mina: al lado izquierdo, Pilo "pinchando"

 


El hombre Emar

La realidad le parecía de una insuficiencia espantosa y decidió vivir en otra dimensión, la del Umbral. Para cruzarlo hace falta "la voluntad de hierro y hacer de fantasmas compañeros". Onofre Borneo, uno de los personajes, le plantea a Guni Pirque, su amada, el motivo de su "carta" de cinco mil páginas: "... mi primer y único intento: contarle a usted como a un niño, un cuento que se le antoje inverosímil y que por tal, le divierta siempre, le abisme a veces, le acalle por algunas horas, con su bulla y lucubraciones los estampidos que hoy todo lo llenan".

Mujeriego, el hombre Pilo Yáñez, se casó tres veces. Primero con su prima Mina, con la que tuvo dos hijos, Eliodoro y Carmen. Eliodoro está en el exilio, Carmen acaba de llegar. No se separa del paquete de cartas que le escribió su padre. Contestando a una en que ella le cuenta que estuvo en Londres, él le dice: "Me alegra que hayas conocido la neblina porque Londres no se puede conocer. Cuando está con neblina no se ve y sin neblina no es Londres". La carta corresponde al último período de Juan Emar. Enfermo de cáncer y pobre como las ratas, pasó sus últimos años en Chile.

De Mina se separó en los años 20 en París. Ella tampoco se andaba con chicas. Se enamoró de un acróbata búlgaro con el que dio varias vueltas al mundo. Y él de Pepéche, una prostituta francesa que lo esperó quince años mientras él regresaba a Chile, donde se casó con Gabriela Rivadeneyra. Con ésta tuvo tres hijas. Carmen Yáñez cuenta que estando muy enfermo su padre, se incorporó en la cama con cara de espanto. Ella exclamó: "Tenga valor papá". Y él contestó con una especie de furia: "¿Valor? ¿De dónde quiere que saque valor?".


 

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