Proyecto Patrimonio - 2022 | index |
Jorge Etcheverry | Autores |












Pablo Guíñez en el Pedagógico

Por Jorge Etcheverry
Publicado en Simpson7, N°6, 2021



.. .. .. .. ..

Entre los y las poetas y escritores que ejercían el estudiantado, la peripatética, la militancia y la bohemia, centrados en el Pedagógico de la Chile, a mediados, fines de los sesenta, comienzos de los setenta (del siglo pasado) no había solo cronológicamente jóvenes, esos que iban a producir el grueso de su obra más adelante, a veces después de una década.  La aceleración del tiempo histórico, la conflagración del golpe, el post golpe y en muchos casos el exilo —interno y externo— depositarían los variados estratos de la tectónica de su obra. Para algunos entre nosotros, el poeta Pablo Guíñez, que ya contaba con una larga y fructífera trayectoria asociada con la concepción y práctica poética de la Poesía de los Lares —pero en su caso una variante muy individual— fue un interlocutor, pero además un mentor —no porque tratara de impartirnos su visión poética— sino por sus vastas lecturas, su ojo implacable para la cacofonía, el ripio, el lugar común, la exageración, el dramatismo, elementos todos que suelen aparecer en los poetas nóveles sean los que sean sus programas, manifiestos o metas escriturales. En el Departamento de Castellano —que después pasó a llamarse Departamento de Español— él estaba de alumno y era compañero de otros como Hernán Miranda, el Grillo Mujica, Nómez, Piñones y yo, Jaime Gómez (Jonás), Manuel Jofré, Pablo Humeres, Erik Martínez, Cayo Evans, el que escribe, mientras que en la planta docente estaban los académicos y autores Ronald Kay, Ariel Dorfman, Bernardo Subercaseaux, Jorge Guzmán, Antonio Skármeta, Fernando Alegría, Alfonso Calderón, Carlos Santander, Federico Schopf, espero no hacer omisiones. Varios de estos autores en ciernes y algunos docentes, como Kay y Dorfman, formaron la Academia Literaria del Departamento de Español, que aparte de mayoría de los mencionados, contó con Gonzalo Millán y Oliver Welden, Borghis Lohan y otros, y uno de cuyos resultados fue la publicación de una antología que incluyó a algunos de sus miembros. Además circulaba en el campus Bernardo Araya (Tristán Altagracia), Cecilia Vicuña, ocasionalmente Paolo Longone y Edmundo Magaña, estos últimos los más jóvenes. Pablo Guíñez claro está, no era ni joven ni un poeta en ciernes, ya contaba con un perfil bastante definido en la poesía chilena contemporánea. Ya por entonces había publicado varios libros, serie que se había iniciado con su Miraje Solitario, de 1952.

Bastante contemporáneo con su estadía en el Pedagógico es su Afonía total, publicado por Ediciones Tebaida, en Santiago en 1967. La producción poética de Pablo no se detuvo en ese período, sino que se prolongó por fructíferas décadas. Ya mucho más recientemente, Aristóteles España se refirió con encomio a su libro Territorio celeste (Ediciones del Concolorcorvo, Colección Papel de Poesía, Santiago, 2004), comentario del que forma parte un párrafo que destaca entre los comentarios y críticas, por lo menos los que yo leído, de este y otros libros de Guíñez, y que presumo estuvo gatillado por el entusiasmo como lector y poeta del autor de la nota:

“Juegan los rayos, la voz de los ángeles se deslizan por un cielo lleno de fantasmas, hay un coro de hombres y de mujeres que cierra los ojos frente al cielo; es la sombra de Dios dicen los cánticos. Es un himno de gloria. La vida, la plenitud de un ser que ama sus temblores y su relación con la muerte. La idea es atrapar el tiempo, detener los instantes de magia”.

La presente nota no pretende entregar una imagen exacta y exhaustiva del variado y a veces vertiginoso contexto, ni de la personalidad, obra y avatares del poeta Guíñez, sino que es más bien una especie de testimonio anotado y un poco coherente. Creo así que la presencia de Pablo en el Pedagógico iba más allá del Departamento de Español, entre quienes lo conocían y conversaban con él no tan solo en los parques del Peda o en los cafés y bares cercanos, sino también en las acciones concretas más o menos planificadas que resultaban muchas veces de estas conversaciones. En este entorno estaban además Pepe Cuevas, Daniel Vilches, Oscar Lennon, los hermanos Luis y Tommy Valenzuela y otros, de Filosofía y Jaime Silva, de sociología, que eran básicamente los miembros del Grupo América, nombre de mi autoría, como el de “Escuela de Santiago”, agrupación contemporánea al Grupo América, y que nos hacía tener si se quiere una “doble militancia”: un trabajo rupturista poético y una práctica político cultural, como aparece expuesto por ejemplo en La novela del golpe, de José Ángel Cuevas, una obra que siendo de ficción es muy fiel a la historia factual del momento y del Grupo América.

 

 

Pablo Guíñez, junto a su homónimo Pablo Humeres, también ya fallecido, destacado músico y poeta aimara, nos acompañaban en incursiones tales como la Feria del Parque Forestal, básicamente pictórica y artesanal pero que daba lugar a lecturas públicas, donde se hacían recitales, pero más sistemáticamente en las actividades del Grupo América que llevaba la poesía y la música a las poblaciones e industrias, eventos que solían tener asistencia masiva y en los cuales participaban además los talentos locales de la fábrica o la población. Pablo Guíñez era entonces una pieza vital por su espíritu de alguna manera didáctico y su compenetración con la problemática popular, para decirlo eufemísticamente.

Estos datos se dan más bien como muestra de un contexto, de la existencia al interior o los alrededores del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, de algunas de las partículas poéticas y literarias que habrían de eclosionar más tarde, así como del nacimiento de una parte de la poesía de los sesenta y del papel de un poeta específico en el mencionado contexto. Un entorno en que se dan el cruce y el encuentro de diversas vertientes ideológicas, poéticas, incluso por así decir escatológicas, como el Poder Joven tenía cierta presencia, e incluso una célula de seguidores de Bovisio, o “Cripta”, en parte fugazmente compuesta de algunos de los poetas (en ciernes).

Guíñez no era catalizador, no era ni quería ser un líder. Como ya he dicho, fue más bien un mentor. No andaba predicando —a pesar de sus convicciones políticas— la poesía comprometida o testimonial. Más bien esa calidad, diríamos, de consejero, hasta cierto punto formador peripatético u ocasional, le concitaba el respeto general entre las incipientes facciones poéticas. Su ejercicio docente y su vasta experiencia como tallerista no eran ajenas a estas funciones de formación informal, que muchos casos venían a complementar lo que uno aprendía en las clases y seminarios y en las lecturas personales. No era yo el único que le presentaba mis por entonces muy desiguales borradores.

Si bien lárica, en su poesía creo ver en algunos momentos una exaltación del mundo natural y una actitud ditirámbica y celebratoria, quizás un poco cercana a la actitud hacia la naturaleza de los románticos, que parece alejarse un poco de la de los poetas láricos que profesaban de una manera u otra de la concepción del yo poético minimizado. A veces creo entrever en la poesía de Guíñez algún elemento rockhiano. En concomitancia con lo anterior, su poesía suele alcanzar un horizonte mítico, que cuasi deifica los elementos naturales y ya estamos —casi— frente a un nombre geográfico o una localidad que asume o anuncia esta otra —siempre posible— identidad primigenia, fundacional, mítica.

“El Sur, mojado y verde, mi soledad vigila
y humedece mi canto como un rostro extendido.
Siempre voy, solo adentro, con mi lejano invierno
sacudido en el grito que se rompió a mi sueño”

 Nos dice en este verso de Miraje Solitario

Por otro lado, en Afonía Total (Ediciones Tebaida, Santiago CHILE, 1967), podemos leer

El gato lame, después de lengüetear,
el plato en que se le ha puesto la leche, cuyo sabor no le preocupa manchar,
mientras aspira, aunque prefiero decir, absorbe el olor de la grasa que,
a lo mejor, le evoca un resto de pan con mantequilla y que él saboreara en otro tiempo”

Así, podemos ver que al interior de esta visión cosmogónica mítica sureña telúrica fundacional, si se quiere, no falta, un poco a manera de equilibrio—quizás poético, quizás vital—lo recóndito, íntimo y mínimo, lo cotidiano y la ternura. Así, en esta práctica poética concreta, se contraponen o más bien se integran, lo cotidiano y lo épico universal, o si se quiere el macro y el microcosmos, el yo profeta y vehículo numinoso con el antiheroico, el yo mínimo. Pero ambas concretizaciones de esa pareja tan universal no tan solo de la poesía, se anclan en el terruño originario mitificado, como en este otro texto de Afonía Total:

A Tí
Por enésima vez ha cantado el gallo
Y tú, recién vuelas en busca del sueño
Afuera, el rosa de los cerezos
ha cuajado en gotas de rocío
Y, mientras la suavidad de tu cuerpo
se distiende y distrae calurosamente
como si desafiara el frescor de la mañana,
se afana en desprender de una en una,
todas, toditas las estrellas.

Si bien es cierto que la figura de Pablo Guíñez es considerada por lo que se llama “la crítica”, “la academia”, compartiendo juicios de su hijo, creemos que merece bastante más reconocimiento el papel que tuvo en la gestación del discurso poético contemporáneo chileno —que como todo discurso nacional cultural institucional es magro y tiende a simplificarse cada vez más— :

Coke Fernández de Guíñez escribe: “una fructífera labor poética, hacerse merecedor del reconocimiento de la crítica, que lo ubicó, con la desaprobación de mucho de sus pares que vieron en él, en su obra, una verdadera amenaza para conseguir un ascenso en la difícil y competitiva carrera del éxito, que reconozcámoslo o no, está íntimamente ligada a la política, a las camarillas literarias y culturales y a los poderes fácticos que levantan o silencian a un escritor. Fueron sin embargo, los más distinguidos críticos de entonces, entre ellos, Ricardo Latcham, Eleazar Huerta, Hernán Del Solar, Fidel Araneda Bravo y Homero Bascuñán, quienes dedicaron a su obra laureadas palabras en la prensa” http://nuevohorizonte.cl/2020/07/a-los-91-anos-fallece-el-poeta-y-escritor-pablo-guinez/, en un artículo motivado por la muerte de su padre.

 Quizás esa relativa omisión se haya debido en parte a diversas razones. Pese al respaldo y reconocimiento en su tiempo de figuras como las mencionadas y otras, como por ejemplo su carácter tranquilo y reservado, incluso modesto.  Incluso, quizás, por carecer del mismo estatus a nivel político que tenían otros autores y poetas de su misma afiliación, más activos en la política contingente, ya que  posteriormente no estuvo muy presente en los medios de comunicación, congresos, y en general las redes literarias. Pero también hay que tomar en cuenta la eclosión de esa “promoción emergente” como diría Millán, de los 1960 y primeros 1970, como diría Millán, tan diversa y por qué no decir potente, que se abrió como un abanico sobre el horizonte de la poesía chilena, y las promociones que siguieron, y la dictadura y los esfuerzos de articulación y difusión literaria y poética en esas situaciones difíciles no tan solo de vivir, sino de entender y situar.






 



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2022
A Página Principal
| A Archivo Jorge Etcheverry | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Pablo Guíñez en el Pedagógico
Por Jorge Etcheverry
Publicado en Simpson7, N°6, 2021