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Clara Sandoval Navarrete: la matriarca del clan Parra

Por Javier García Bustos
En Revista Santiago, 18 Agosto 2025


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Era costurera y cantora. Tuvo 11 hijos, nueve con un profesor y músico bohemio, quien murió dejandola a cargo del grupo familiar. “Cuando no se le ve detrás de su máquina / quiere decir que esta pelando papas o zurciendo”, anotó su hijo mayor, Nicanor Parra. “Creo que la artista es ella”, afirmó Violeta. “Mi madre nunca se queja de dolores”, señaló Roberto de Clara, mujer de carácter, risueña y severa. “Ella formó a toda esa gente. Es la gran olvidada”,
dice Catalina Rojas, viuda de Roberto.

“Era muy bien hablada. No decía ni poto”, recordaba sobre su madre Nicanor Parra en una entrevista en su casa de Las Cruces, en 1998, donde el antipoeta cubría algunas ventanas con las cortinas fabricadas con pedazos de tela por Clarisa Sandoval Navarrete (le gustaba que la llamaran Clara): la mamá costurera. “Las máquinas de coser iban y venían”, comentó el Premio Cervantes, cuyo ataúd, tras fallecer en enero de 2018, a los 103 años, fue cubierto con una manta de retazos confeccionada por la mamá.

De origen campesino, Clara Sandoval formó parte de una pequeña burguesía de provincia. Su familia era dueña de una serie de extensos terrenos en el sur de Chile. De nariz gruesa, risueña, pero severa con los hijos, su mamá se llamaba Audolia Navarrete Flores y el padre, Ricardo Sandoval Contreras.

El rut de Clara era 1.603.153-4. En el carnet de identidad, donde dice profesión, se lee: “Su casa”. Una dueña de casa que debía estar preocupada de todo: los hijos, la comida, el lavado y un cuanto hay, incluso de proveer de dinero con el trabajo que desarrollaba como costurera. Cuando conoció al profesor y músico Nicanor Parra, ella ya era viuda y tenía dos hijas, Olga y Marta, quienes iban a la Escuela N°10, de San Fabián de Alico, una zona ubicada en los cerros, en la Región de Ñuble, donde llegó Nicanor a hacer clases.

Era 1913, y casi al año de conocerse, Clara y Nicanor se casaron y tuvieron a su primer hijo, el futuro poeta Nicanor Parra Sandoval. El mayor de los nueve hermanos, de Violeta, Eduardo, Roberto, Hilda, Elba, Caupolicán, Lautaro y Óscar. Caupolicán, llamado “Polito”, murió de una neumonía a los pocos meses de nacer.

Clara había pasado por la escuela, sin terminar. Era una mujer práctica, de risa fácil, buena para la talla, pero también podía ser muy estricta. El hijo mayor, Nicanor, la describe en sus conversaciones con Leonidas Morales como dueña de “una gran intuición (…), una especie de roca inamovible. (…) En torno a ella se organizó en buenas cuentas la vida de todos los hijos”.

A Clara y su esposo les gustaba cantar. Incluso, cuando tenían invitados, el matrimonio formaba un dúo, entonando cuecas y valses peruanos. Violeta recordaría a su madre, en una entrevista de 1958: “Ella cantaba las más hermosas canciones campesinas mientras trabajaba en su máquina de coser”.

Casi seis años después, entrevistada por una radio en Ginebra, la autora de “Gracias a la vida” comentaba que su madre le hacía ropa con pedazos de trapo. Eran los restos de los géneros que sobraban de los trabajos por encargo. “Ella trabajaba mucho. Creo que la artista es ella”, afirmó Violeta, a quien su madre llamaba La Lechuguilla, “porque era muy intrusa. No dejaba puerta donde no se metía”, aseguró Clara, quien contaba que cuando Violeta era niña la acompañaba en sus labores de costurera: “Me ayudaba a hilvanar, a encandelillar, pegaba botones y remendaba”.

 

Clara Sandoval y sus nietos en la carpa de Violeta Parra en la Reina.
Fotografia: Archivo Roberto Parra.

 

Con los años, la relación con Nicanor padre se complicó. Siempre andaba con su guitarra bajo el brazo, le gustaban las fiestas, el vino, y muchas veces llegaba borracho a la casa. Incluso, Clara llegó a esconderle la guitarra con llave. El autor de Poemas y antipoemas recordó algunos episodios: “Mi madre lo esperaba con pitos y tambores, y empezaban las discusiones, las peleas, unas peleas que a mí me parecían olímpicas”.

Roberto, a quien le decían Don Rúa, le dedicó a su madre varios escritos. En uno de sus versos dice: “Estoy en deuda con mi vieja, mi madre nunca se queja de dolores o de enfermedad”. En una grabación, donde la mamá conversa con Roberto —efectuada en los 70 por Catalina, viuda de Roberto—, le dice la opinión que tenía su familia de Nicanor Parra: “Nadie quería a tu papá porque era moreno. Mi mamá le decía ‘el indio raja negra’”. En un momento, el autor de La Negra Ester le pregunta a su madre por sus orígenes. Ella dice: “Los Parra eran de Los Ángeles. Eran Matus de la Parra, pero el gato se comió el resto del apellido”.


En la miseria quedaron

Ante la inestabilidad laboral del padre, después de San Fabián de Alico la familia se trasladó a Santiago. Luego, regresaron a Lautaro, hasta instalarse en Chillán. En esta última ciudad vivieron en el barrio de Villa Alegre, cerca del cementerio, sector por donde también circulaban productos agropecuarios. Pero el padre enfermó de tuberculosis y falleció el 6 de octubre de 1930. La familia entonces se vino abajo. Había que salir adelante emocional y económicamente. En su Autobiografía en décimas, Eduardo “Lalo” Parra recuerda: “Muy joven murió su padre; / en la miseria quedaron. / Junto a su madre lloraron / sin un perro que les ladre”.

Clara trabajaba hasta muy tarde en su máquina de coser Singer. La situación del clan Parra se complicaba cada día más. El poeta Nicanor fue quien emigró a Santiago, becado por la Liga Protectora de Estudiantes Pobres, para finalizar sus estudios en el INBA. Tras ello, ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. En la ficha de esa casa de estudios se lee, en el apartado de “Asignación familiar”, que Parra no solo tiene a cargo a sus propios hijos, sino también a su madre, a quien le otorga una suma mensual de dinero.

En Santiago, el hijo mayor le compró un terreno a su madre en Pudahuel. Clara vive en una casa de dos pisos, en calle Serrano 1229, donde pasa largas temporadas con su hijo Roberto y su familia, quien se instala, finalmente, en el primer piso. La mamá habita el segundo. Roberto es quien hace las construcciones y ampliaciones del hogar. Mientras, ella les fabrica la ropa a las nietas. Les hace delantales y vestidos. Además, de las famosas cortinas y mantas armadas con retazos de telas, que el antipoeta también mantuvo en su casa de La Reina.

Qué mujer esta Clara Sandoval

del Zanjón de la Aguada a Gath & Chávez
de Gath & Chávez a la Casa Francesa
de la Casa Francesa a la Recova
de la Recova a la Gota de Leche

todos los días hábiles del año.

Lo anterior es un fragmento de un poema que Nicanor Parra —a quien entonces le decían Tito— publicó en el libro Hojas de Parra (1985), citando los lugares para los que trabajó la madre. “Cuando no se le ve detrás de su máquina / quiere decir que está pelando papas o zurciendo”. Luego, en otros versos señala: “Mientras más sufrimiento / más energía para seguir en la rueda // para que el Tito pueda ir al Liceo / para que la Violeta no se muera”.

Era tanta la preocupación por su mamá, que Nicanor quiso regalarle su casa de Conchalí (hoy Huechuraba), pero ella no aceptó. Clara se quejaba de que era un lugar muy inhóspito. Y le repetía a su hijo poeta que no tenía un lugar cerca ni para ir a comprar el pan. En 2006, el autor inauguró la muestra Obras públicas, en el Centro Cultural Palacio La Moneda. Entre su obra visual, destacaron varias frases manuscritas reproducidas en gran formato. Había un puñado de poemas donde Clara es la interlocutora de los textos:

—Mamá x Dios,
otra vez estás llorando!
—Sé que no valgo nada
pero me carga que me lo recuerden.

Clara también compartió los sinsabores y alegrías con su hija Violeta en la carpa de La Reina, donde solía acompañarla. Allí se les podía ver cocinando y cantando juntas. “La Violeta no quería ir a la escuela, porque decía que los profesores no sabían nada. Ella era adelantada y se daba cuenta”, dijo Clara. Violeta, quien se suicidó en la carpa, en 1967, recordó a su madre trabajando a la luz de una vela con una máquina de coser vieja:

Con el chonchón encendido
detrás de la maquinita
le alumbro yo a mi mamita
la ropa que ella ha cosido.

Clara Sandoval murió a los 91 años, en 1980. “Ella formó a toda esa gente. Es la gran olvidada”, dice Catalina Rojas, quien convivió con la mamá del clan Parra en la casa de calle Serrano, en Pudahuel. “Tenía dos sables para cuando alguien se portaba mal”, recuerda entre risas Catalina. Fue ella quien llamó a la ambulancia cuando la vio mal, en cama. “Parece que le dio una trombosis”, señala. Pero los encargados no querían llevarla a la urgencia. “Hagan algo. ¡Es la mamá de la Violeta Parra!”, les dijo Catalina, quien cuenta que tras esa frase reaccionaron los trabajadores de la salud.

La llevaron a una posta. Clara agonizó algunos días. Nicanor y Roberto, quienes estaban en Isla Negra, regresaron a verla.

Roberto fue uno de los hijos a los que más le costó asumir la muerte de Clara. Al tiempo de su partida, llegaba con trago a la casa de Pudahuel y subía al segundo piso y golpeaba su puerta. La llamaba. Golpeaba otra vez. Volvía a llamarla: “Mamá, mamá, ¿estás todavía ahí, mamá?”.

 

 


 

 

 

 

 


 

Imagen de portada: Fotografia del libro Parra a la vista
 
(Aifos Ediciones, 2014).

Ver acá libro completo
https://issuu.com/patrimoniocultural123/docs/parra_a_la_vista

 



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