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Marcela Albornoz D.
COSAS AL OIDO DE LULU
Poesía-Mosquito Comunicaciones. 58 Págs.


Por Juan Mihovilovich
Escritor


¿Cuál es la justa medida del amor sensual? ¿Existe acaso una medida posible de ser tomada en cuenta al momento de la entrega física? ¿Y es una entrega meramente física las que nos convierte en el otro y el otro en uno? ¿En qué medida nos compenetramos al “sentir” que hay otro ser que nos reclama, que incentiva nuestros sentidos, que los exacerba y los eleva a su máxima potencia? ¿Es medible, acaso, el acto de tocar, de oler, de ver o de gustar en el acto de la consumación misma? ¿No será que es dable suponer una prolongación del sentido porque el sentido en sí mismo nos limita y por ello se desvanece con el acto en sí? Si el amor, ese sentimiento profundo y misterioso, que nos mueve a que la realidad amada en un ser personalizado, alcance lo que uno supone su bien, o procura que ese deseo se cumpla y por ello se goza como propio por el hecho de saberlo en el otro cumplido; si es el amor una capacidad empática, si se correlaciona con el o los sentidos del otro; si es, a su vez, una retroalimentación de las carencias y una suplencia de ellas en la interacción mutua, pero por sobre todo, una aceptación de las limitaciones, imperfecciones y cualidades del ser que origina y desencadena el misterio del amor, entonces el amor sensual es un anticipo, una señal, una puerta que nos abre hacia las profundidades de un amor más vasto y por vasto, de nuevo misterioso y por misterioso, inconmensurable.

Es en este prenuncio del amor que se mueven, viven y se desarrollan estas “Cosas al oído de Lulú.” Pero, a no equivocarse con esta primera aproximación a un texto que, de por sí es más de lo que insinúa, más de lo que sugiere, más de lo que su propia evidencia nos parece. No podía ser de otro modo: si es un anticipo del amor, si es una propuesta en “clave” del ser íntimo femenino, el sólo hecho de expresarla confiere un grado de sutil velo que oculta su motivación esencial, su origen primigenio, ese espacio vedado al ojo masculino, y al que sólo se puede imaginar, suponer también, pero rara vez, o para ser más precisos, nunca, se llega a dilucidar.

He ahí el valor innegable de lo que la palabra poética de “Estas Cosas al Oído…nos revela.

“Lulú no se casó con Tobi
-se casó con otro-
Ella se mira en el espejo
De un Narciso que le
Corta sus bucles
Y le entierra su muñeca
En el jardín.”

Es verdad: el sueño femenino yace agotado en la sumisión del narcisismo varonil que cortó de golpe las trenzas de una esperanza antigua, ya desvanecida. Pero, como en una secuencia del destino inevitable por el sólo hecho de ser el destino que le toca, Lulú se resiste, se turba, se venga y consuma en la circunstancia el engaño de lo que pudo ser:

“Tobi
Ha llamado a Lulú
Ella queda presa de su voz
Oh, El destino,
Oh, La circunstancia
Pequeña Lulú

¿Qué vas a hacer Lulú
Colgando tu vestidito
En el motel?

La existencia del “ser femenino,” oscila, tantea en la oscuridad, deteniendo en la pantalla las imágenes de una cinematografía que enmudece: los actores paralizan la acción y asombrados auscultan cómo en la penumbra del cine “Lulú” comparte su secreto con ellos:

“Aquella oscuridad
Era el pretexto
De tocar las palabras
Con los dedos
En señal de silencio
Una mano/reaparecía/ en las butacas
Dispuestas al delirio,
Turbadas
Sin decir nada,
Partían al abismo
Agitando pañuelos
Sin decir adiós.

Es “Lulú,” la que clama en el desierto de la insensibilidad general y proclama como escudo la vigencia de su mundo desconocido, ignorado, pero personal, único y en ocasiones, casi excluyente. ¿Por qué se ampara en los vestigios de las cosas ocultas? ¿Por qué subyace en su feminidad el miedo de las evidencias? Ella dice al oído del lector las verdades que vive, que sueña o que imagina. ¿Por qué nos llama para hacernos cómplices del cuerpo del delito? ¿No hay en esa invocación un deseo de romper las ataduras del convencionalismo, de las censuras implícitas, de los miedos atávicos que han hecho del “ser femenino” una insinuación más que una certeza, una castración más que una liberación?

Pero, hay también en esa invocación, en esa mezcla de temores y anhelos, de ansiedades y deseos próximos a estallar, algo más profundo todavía que las palabras: una suerte de llamado que transforma el clamor en persuasión y esperanza:

“Mírame de noche, adivinando si muevo los dedos,
Si sonrío, o si cierro los ojos cuando amo
Hay una tibieza que me asoma
Una dulzura de agua entre mis piernas
El corazón en los ojos y en mi lengua
Toda mi boca, todos mis dedos
Se me asoman,
Ven a habitarme
Con tus ojos
Tu boca
Tu lengua,
Entra en mi río
Navégame de agua, de luz sobre el océano
Atraviesa mi orilla
Húndete en el fondo de mi río,
En el fondo soy buena.”

Por sobre la constatación de los mundos estructurados –que nunca coinciden, obviamente, con la desestructuración del ser personal - el mundo femenino de Lulú nos invita a transitar por un vasto universo de sensaciones más que de ideas, de aproximaciones más que de certidumbres, de sensualidades más que de abstracciones, de placeres súbitos y por lo mismo incontenibles, más que de elucubraciones.

Este es un libro que singulariza el “sentir” y “el ser” femenino haciendo de las mujeres una sola criatura: una criatura que sensualiza el ardor de las palabras y que las hace, paradójicamente, navegables. Es un texto que transforma el sentido y lo proyecta, que lo moldea y lo expulsa, que intenta reunir sus partes secretas y hacerlas levemente perceptibles al ojo y, especialmente, al oído humano.

Es, en suma, un libro donde se adivina la sustancia que lo constituye: el alma humana como sustrato de un erotismo artísticamente provocativo y sugerente.


 

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La mirada hacia la otra orilla.
"Cosas al oído de Lulú". Poesía de Marcela Albornoz D.
Por Juan Mihovilovich.
13 de julio de 2004.