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        La filoposía y los filóposos
          
          Por          Juan Cristóbal Maclean
         
        
          
          
           
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        El título de estas páginas,  que aparecen tambaleantes quizá, no es un error, no es una errata, aunque de  alguna forma la filoposía,  y a veces las  palabras o actos que se cometen en un estado filopósico, no dejan de  inscribirse, justamente, bajo el signo de la errata, el tambaleo. ¿Pero qué es  la filoposía? Para saberlo hay que remitirse al hermosísimo libro “Qué es la  filosofía antigua” de Pierre Hadot. En él su autor hace un recorrido erudito  por la filosofía antigua, mostrándola como un modo de vida, como un verdadero  ejercicio espiritual. En sus primeras páginas, rastrea la misma palabra  filosofía; cuándo surgió, cuándo fue por primera vez usada, etc.
          
          Y bien, es en esas páginas  donde nos encontramos con este párrafo, traducido fielmente de la página 37 del  libro (Gallimard, 1995):
         “Heródoto revela pues la  existencia de una palabra que tal vez ya estaba de moda y que en todo caso  habría de estarlo en la Atenas  del siglo V, la Atenas  de la democracia y los sofistas. De una forma general, desde Homero, las  palabras compuestas con philo- servían para designar la disposición de alguien que encuentra su interés, su  placer, su razón de vivir, en consagrarse a tal o cual actividad: philo-posia, por ejemplo, es el placer y  el interés que se toma en la bebida, philo-timia es la propensión a adquirir honores, philo-sophia será pues el interés que se toma por la sophia.”
         Lo de la filosofía ya lo  sabíamos todos-que no sabemos nada. Lo de la filotimia es una práctica por siempre ejercitada. Pero la que nos  interesa, aquí, es la palabra deslumbrante, de filoposía. Ya quedó bien explicada: la filoposía es la afición a la bebida. Un estado filopósico, así las cosas, sería la embriaguez. Un filóposo, luego,  alguien que se ejercita en el arte o disciplina de la filoposía.
          La filoposía, además hay que  confesarlo por otra parte, en nada ha compartido jamás las glorias de la  filosofía –su etimológica vecina.
         A decir verdad, incluso puede  afirmarse que, en general, filoposía y filosofía tomaron caminos muy  diferentes, casi nunca convergieron, tal vez incluso se llevaron mal. Después  de todo, la filosofía fue una ocurrencia local y ateniense, mientras la  filoposía es una disciplina universal. Con todo, es pertinente recordar,  reivindicar, a los primeros filóposos, a los grandes fundadores de la  disciplina filopósica.
         El primero de ellos,  evidentemente, es Noe. En Génesis 9:20-21, en efecto, vemos que no solo inventó  el vino, sino que es descrito como un borracho: Entonces  Noé comenzó a cultivar la tierra y plantó una viña. Y bebiendo el vino, se  embriagó y quedó desnudo en mediode su tienda.
         Tras el  rubor que de semejante y justa delación hace  pasar Noe a los filóposos, como el equívoco padre fundador de la disciplina,  estos se sienten aliviados, sin embargo, gracias a la otra gran figura que se  sienta a su lado: la de Sócrates. Y no solo eso, pues ocurre que el Banquete de Platón, en el cual se traza  la gloriosa semblanza de Sócrates –que  bebe siempre lo que parece- como un gran filóposo, es además el primer gran  tratado de filoposía. Es que el Banquete,  o Simposium, como cualquiera que lo  haya leído podrá recordarlo, es también la historia de una farra. En sus  inolvidables primeras páginas, en efecto, Pausanias y Aristodemo hablan sobre  la bebida, mientras algunos cuentan que padecen del malestar que sucedió a una  noche anterior excesivamente filopósica.
         A partir del Banquete, en el que filoposía y  filosofía se encarnaban en un mismo héroe, lo cierto es que los caminos de la  filoposía y los de la filosofía se separaron. Para dar un ejemplo saltando unos  siglos, resulta así inimaginable que un Kant, por ejemplo, haya tenido la menor  tentación filopósica. A lo sumo tomaría un licor de anís tras las comidas, pero  antes de encarar el mismo anís como una cuestión filopósica, no habrá pasado de  considerarlo como una micro estrategia dietética. Es que lo propio de los  grandes filósofos es que no tienen tiempo para pensar sino en lo que piensan,  mientras que el tiempo de los filóposos no los deja pensar sino en la verdad a  la que los entrega cuanto beben.
         El divorcio que tan  lamentablemente se sucedió a través del tiempo, de la historia, entre la  filoposía y la filosofía tuvo otra cara, dura, terrible y también gloriosa: la  filoposía se refugió, a veces a escondidas, a veces radicalmente, en las artes.  A partir del siglo XVI, en efecto, es en los grandes poetas donde hay que  buscar a los filóposos más notables. Chaucer, Rabelais, Bocaccio, vuelven a  cantar los excesos del vino y de las intensidades parejas con que la dicha  sexual aporta a la plenitud de las prácticas filopósicas. La figura del poeta vinosus, en todo caso, queda  completamente afianzada. El hic bibitur rabelaisiano se convierte en una divisa, en una enseña.
         Debido a que el escueto  espacio propio de esta página no nos permitiría excedernos en señalar los  innumerables hitos de la   Historia de la filoposía, permítasenos mencionar solo algunos  y muy arbitrariamente.
        Las  grandes corrientes filopósicas[1]
        En alguna página que tiene por  ahí, Octavio Paz, pese a no haber sido ningún filóposo –lejos de ello-  establece una aguda distinción entre las bebidas –posein- destiladas y las fermentadas. Ejemplifica luego su  distinción entre estas grandes corrientes filopósicas oponiendo el whisky al  vino. Una pequeña fenomenología del estado filopósico y social en que resulta  el ejercicio de una u otra de tales corrientes filopósicas lo lleva, sin que él  se de cuenta –y pese a no filoposar- a acercar la destilación al materialismo y  la fermentación al idealismo, a oponer la brusca y urbana inmanencia del whisky  al estacional y agrario trascendentalismo del viñedo. A partir de tales  reflexiones, apunta al carácter comunitario del consumo de las posein fermentadas, al solitario de las posein destiladas. Lo notable, cuando  uno revisa estas distinciones esenciales, radica en las consecuencias sociales,  personales e históricas en que, a través de los pueblos europeos, tales  corrientes llegaron a manifestarse. Para ir rápido, atengámonos inicialmente a  dos ejemplos y muy a grosso modo: en  la literatura francesa brillan los grandes filóposos por su ausencia. Villon,  Verlaine, Baudelaire… muy pocos más. Que hay montón de excesivos de uno u otro  tipo, de acuerdo, pero filóposos propiamente dichos… Hijas de Descartes después  de todo, las letras francesas no conocieron una práctica seria de la filoposía.  ¡El mundo anglosajón en cambio! Para decirlo de una forma un tanto tajante y  quizá exagerada: es en él que la filoposía sentó más definitivamente sus  reales.
         Gran parte de la gran  literatura anglosajona, en efecto, está constituida por inmensos filóposos.  Ejemplos que se le viene rápido a uno a la cabeza: Dylan Thomas, Auden, Malcom  Lowry, Scott-Fitzgerald, Dashiell Hammet… Y eso por hablar de los más  recientes. Que cualquiera que revise las biografías de una buena antología de  literatura anglosajona se quedará pasmado.
         Pero ya que entramos a hablar  de las relaciones de la filoposía y de los pueblos, no dejemos de señalar la  suerte de los alemanes y los chinos en cuanto compete a este campo de la  gnoseología corporal y espiritual. En cuanto a los primeros, ya habíamos  mencionado el caso de un Kant, por demás extensible no solo al resto de los  filósofos germanos, sino a sus otras lumbreras. ¿Acaso podría imaginarse  alguien a un Goethe, a un Thomas Mann ebrios? Jamás de los jamases. Pero aquí  viene los más sorprendente: ¡que fueron, más bien, los grandes músicos los más  destacados filóposos! ¡Bach incluido! Consta en los diarios de su mujer, Ana  María Magdalena Bach, en efecto, que una buena parte del exiguo presupuesto  familiar se iba en pagar los vinos de Johann Sebastián. Y luego Mozart, Beethoven,  Schubert… todos una punta de filóposos.
         Finalmente, tenemos el caso de  los chinos. Es que ellos fueron, quizá, los mayores filóposos conocidos. Los  ejemplos son muchos, pero aquí no podemos extendernos en presentar un resumen  abreviado de la poesía china filopósica. Bástenos recordar al gran Li Po, el  eximio poeta de la dinastía Tang. Si ya los jarrones Tang son de por sí  famosos, cuánto más lo son, en el mundo de las letras, ¡las copas Tang en que  bebió Li Po! La leyenda en torno a la muerte o desaparición de Li Po (como bien  lo recuerda Pound en un poema), por otra parte, ya dice bastante: estando en un  profundo estado filopósico, Li Po quiso abrazar la luna y, al tratar de  hacerlo, perdió el equilibrio en el puente en el que estaba y fue a parar al  río –y se ahogó. Vale la pena recordar los primeros versos del poema Mientras bebo, solo , a la luz de la luna: “Un vaso de vino  entre las flores:/bebo solo, sin amigo que me acompañe./ Levanto el vaso e  invito a la luna:/con ella y con mi sombra seremos tres.”
  ¡Salud!
         
         
        [1]  Por razones de  espacio, nos abstendremos de considerar, en este breve tratado, las relaciones  por demás complejas entre el cristianismo y la filoposía. Si bien por una parte  el vino, en cuanto posein, ocupa un  lugar central en la mitología cristiana, sus relaciones con la filoposía  propiamente dicha son por demás ambiguas. Con todo, la figura del cura ebrio,  filóposo eclesial, es muy cara a los pueblos. El púlpito ebrio, en este  sentido, quizá sea uno de los espacios privilegiados desde los que se imparte  el sermón poético. 
        
        
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        Juan Cristóbal Maclean: Nacido en Cochabamba, Bolivia, el año 1958. Ha publicado tres libros de  poemas (Paran los clamores, 1997, Por el ojo de una espina, 2005, Tras el cristal 2012), dos de  ensayos/prosas (Transectos, 2001, Fe de errancias 2008) Tradujo algunos  libros del francés y del inglés. Se dedica a la pintura, al garabato. La nota  publicada aquí forma parte de un libro de próxima aparición.