Diversas teorías literarias han tratado de conceptualizar y clasificar la literatura de autoficción, centrándose, generalmente en el quiebre del pacto mimético, es decir, qué es real y qué es ficción, dónde comienza y finaliza la novela para dar paso a lo autobiográfico y viceversa. El pacto, entonces se torna ambiguo, no existiendo la certeza para el lector del cómo “leer” este texto, especialmente si la línea divisoria se desdibuja, causando aún más confusión, pues necesitamos certezas. La propuesta de este artículo, va en busca de esas certezas, pero con los elementos narrativos y estéticos que ya posee el género de autoficción, comprendiendo su hibridaje y su génesis en un territorio distinto al europeo, en el que la lengua materna construyó territorio e identidad a través de un diálogo crítico entre los autores, narradores y espacio. El yo nominal como característica esencial de la autoficción nos da la pista: la introspección profunda e intencionada, el salto temporal en búsqueda de la memoria, el arraigo o desarraigo del territorio, nos daría el acercamiento a saber quiénes somos en un espacio latinoamericano multicultural de la época contemporánea, analizado a través de la lectura crítica de narradores chilenos como Zambra, Bolaños y, especialmente de Mihovilovich.
Alejandro Zambra:
Formas de volver a casa (2011), “la tercera novela del escritor chileno Alejandro Zambra, es una obra cuyo tema de interés dominante es la memoria, su constitución, la forma en que los recuerdos se organizan de manera orgánica como memoria” (Saavedra, 2017). El autor-narrador-personaje recrea el pasado a través de la memoria como eje fundamental que le permite comprender al adulto que es hoy, en otras palabras, la necesidad imperante de pertenecer a un territorio fragmentado por su historia política y eventos naturales (terremotos del 1985 y 2010).
Soliloquio intencionado: El yo es profundo, su función es comunicarse con el otro, con la persona. Se provoca, entonces, el diálogo entre autor, narrador y espacio. Recrea el pasado transformándose en un presente, da pistas:
Avanzo de a poco en la novela. Me paso el tiempo pensando en Claudia como si existiera, como si hubiera existido. Al comienzo dudaba incluso de su nombre. Pero es el nombre del noventa por ciento de las mujeres de mi generación. Es justo que se llame así. No me cansa el sonido, tampoco. Claudia. Me gusta mucho que mis personajes no tengan apellidos. Es un alivio (Capítulo II “La literatura de los padres”, p. 26).
Saltos temporales en búsqueda de la memoria: quiebres en los relatos, montajes. La metaficción es evidente, historia narrada dentro de la historia. ¿Qué es real? ¿Qué es ficticio? ¿Importa? Lo relevante es la construcción de un territorio, de una identidad que busca su arraigo, su pertenencia. La escritura protege al yo nominal del desamparo, del desarraigo. Las palabras evocan, permiten entender la adultez desde una retrospección.
¿Se enamoran? ¿Es una historia de amor? Eme pregunta y yo solamente sonrío. Llegó a media tarde, tomamos varias tazas de té y escuchamos un disco entero de The Kinks. Le pedí que me dejara leerle algunas páginas del manuscrito y de nuevo no quiso. Prefiero leerlas más adelante, me dijo. Estoy escribiendo sobre ti, la protagonista tiene mucho de ti, le dije, temerariamente. Con mayor razón, respondió, sonriendo: prefiero leerla más adelante. Pero me alegra muchísimo que hayas vuelto a escribir, agregó. Me gusta lo que te pasa cuando escribes. Escribir te hace bien, te protege. ¿Me protege de qué? Las palabras te protegen. Buscas frases, buscas palabras, eso es súper bueno, dijo. Luego me pidió más detalles sobre la historia. Le conté muy poco, lo mínimo. Al hablar sobre Claudia volví a dudar de su nombre (Capítulo II “La literatura de los padres”, p.31).
Roberto Bolaño:
Nocturno de Chile (2000) “es una novela que relata en primera persona el fluir de pensamientos de Sebastián Urrutia Lacroix (su seudónimo es H. Ibacache), sacerdote Opus Dei y crítico literario vinculado a la derecha pinochetista” (Marimón, 2020). El yo nominal, en esta novela, se presenta caótico, ambiguo. Irrumpe culposo; su diálogo con el pasado, desde un presente agónico, da cuenta de un adoctrinamiento fervoroso que termina quitándole la paz.
“Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía. Estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso surgieron las cosas. Ese joven envejecido es el culpable. Yo estaba en paz. Ahora no estoy en paz” (Bolaño, p.7). El pasado irrumpe en la forma del “joven envejecido”, representa la conciencia del narrador-protagonista. El sacerdote joven vive y es cómplice de hechos que riñen con la moral y el silencio; no existe el cuestionamiento en ese pasado, sin embargo, el joven envejece y los recuerdos se amalgaman con una agonía que necesita ser redimida en el presente.
La memoria llevada a través del flujo o corriente de la conciencia, le da sentido al relato en la medida que expone la polarización y fragmentación de un territorio. La polifonía y los elementos intertextuales determinan, en gran medida, lo estético y verosímil del relato; tejen una trama identitaria que deja al descubierto los diversos arquetipos sociales y políticos de la época.
Saltos temporales en búsqueda de la memoria:
Y entonces, en la penumbra de mi enfermedad, veo su rostro feroz, su dulce rostro, y me pregunto: ¿soy yo el joven envejecido? ¿Esto es el verdadero, el gran terror, ser yo el joven envejecido que grita sin que nadie lo escuche? ¿Y que el pobre joven envejecido sea yo? Y entonces pasan a una velocidad de vértigo los rostros que admiré, los rostros que amé, odié, envidié, desprecié. Los rostros que protegí, los que ataqué, los rostros de los que me defendí, los que busqué vanamente. Y después se desata la tormenta de mierda. (Bolaño, p.74).
La memoria permite comprender la existencia desarraigada, cobarde y culposa en un presente castigador que no da tregua al sacerdote/escritor/crítico literario/profesor. Da luces de quién es, del ser humano degradado que es.
Juan Mihovilovich :
Útero (2020) “se desarrolla principalmente en las localidades de Puerto Cisnes en la Undécima Región de nuestro país, pero muy especialmente en la ciudad de Punta Arenas, a orillas del Estrecho de Magallanes, más precisamente en el Barrio Yugoeslavo de las décadas de 1950 y 1960” (Muñoz, 2020). El motivo del viaje hacia el origen en esta novela provoca el diálogo crítico entre autor, narrador y espacio. Los recuerdos desde un presente, obligan al yo nominal a transitar en torno a las certezas de su existencia.
La novela comienza de una manera violenta y poco convencional, sin embargo, aparece el yo nominal en la introspección profunda e intencionada que permite dar las luces de quiénes somos.
¡Dios mío! ¿De dónde viene este dolor agresivo? A veces tengo unos deseos irresistibles de matar a mi mujer. Si es un deseo irresistible debiera manifestarse en decisiones, en hechos, en acciones. Entonces, ¿por qué no ocurre? ¿Por qué no resuelvo y ejecuto? Pero no sucede, a pesar de que un rencor sordo me lacera por dentro y quisiera golpearla, arrojarla contra una pared, hacerla pedazos; en suma, destruirla. ¿Y qué podría destruir en ella? ¿No soy acaso yo quien me destruyo, me humillo y avergüenzo? Del amor al odio un mísero paso, un trecho insignificante que se cruza en un segundo. Ese sentimiento de desprecio por el otro no es sino el desprecio propio (p.9).
El proceso dialéctico no se detiene, la memoria obliga al narrador-personaje a interactuar con el espacio y el pasado.
Y te vi padre, en una rápida secuencia fílmica, con tu pobre indumentaria de peón carnicero, ayudando a tu padre a sacrificar un cordero en el matadero municipal. Entre sonrisas te desordenaba el pelo de vez en cuando. ÉL era capataz, tu jefe directo en la vida laboral cuando ya sabías lo que era luchar por la sobrevivencia con solo quince años a cuestas. La vieja raza croata bajo la égida del imperio astro húngaro trajo a mi abuelo a este lado del mundo, naciste bajo su protección y aprendiste que el trabajo honrado es justo y bueno. No sabías aún de nuestra madre, pero el destino es caprichoso o es simplemente el destino. Un día te cruzaste con ella a la entrada de una tienda
de ropas usadas (p.63).
El yo nominal, constantemente, nos lleva a la introspección profunda e intencionada, su función es reconocernos, comunicarse con el otro, con la persona:
Ando a tientas por esa calle misteriosa que engarza mi presente y pasado como si fueran parte indivisible de lo mismo. Puede ser. Quizás los tiempos se encadenen en una secuencia inmóvil y levemente percibida por una mente afligida, presa de los acosos que el pensar acumula a cada instante en un torbellino insaciable de agobios, pasiones, mímicas y gestos, contradicciones visibles o encubiertas. Camino por esa arteria que es fragmento de mi cordón umbilical, una cuerda que me ata e intento desatar con el peso de los años (p.81).
Salto temporal en el relato en búsqueda de la memoria:
Y está ahí, al fin, la llamada: tu madre ha muerto. Y el silencio. Y el tiempo. Y el espacio. Y el camino recorrido, girando como un torbellino de sentimientos, de pensamientos dispersos que huyen en tropel y quisiera alcanzarlos, arrojarles un lazo y apresarlos, atornillarlos al piso y sacudirlos uno a uno, como quien abofetea las ajadas mejillas de un anciano estupefacto y que nos mira desde el circo de la vida, de la desintegración
humana. ¡Dios mío! ha muerto mi madre (p.29).
“Me aferro con fruición al pezón de mi madre. Ya tengo dos años y medio, pero no renuncio a destetarme: allí ha debido cimentarse aún más mi subconsciente complejo de Edipo” (p.177).
La función de la memoria es dolorosa violenta y hermosa, provoca al fin un arraigo o desarraigo del territorio. Nos da luces de lo que somos, nuestra identidad, porque nos hace trascender, comprendemos la existencia propia y la de los demás, y también, quizá, nos perdonemos:
Cinco y media de la mañana. Mis ojos lagañosos despiertan a la vida. El sol se asoma a la distancia, dando su plena luz al horizonte del Estrecho de Magallanes. Me levanto de la silla donde espero desde hace dos horas el amanecer. […] Una gaviota vuela indiferente por encima del río. El astro rey surge ante mí con su poder abrasador. Mi interior grita que estoy vivo y sueño y lloro. Mis ojos se esmeran en desafiar su potestad. No es posible: bajo los párpados y me quedo mudo (p.197).
En síntesis, las discusiones respecto de la autoficción no se deben centrar en qué es ficción narrativa o qué es autobiografía, el objetivo se debe volcar a los elementos narrativos y estéticos que poseen las obras descritas, pues el texto se convierte en un vehículo de comunicación efectiva de la memoria con todos los matices que esta conlleva (pueril, violenta, dolorosa, nostálgica). Trasciende, lo que le permite al ser humano, al final, encontrar sentido a su existencia. Morir para volver a nacer en Mihovilovich; en Zambra, la memoria reconcilia, le da pertenencia, y finalmente en Bolaño, la memoria muestra la esencia del ser degradado en constante cuestionamiento.
En los relatos presentados, especialmente en Mihovilovich, los elementos estructurales del yo introspectivo y los saltos temporales, que van en búsqueda de la memoria, nos entregan certezas en la comprensión de nuestra propia existencia y la de los demás. El viaje al pasado nos obliga a preguntarnos: ¿quiénes fuimos? ¿Pertenecimos a algún lugar? ¿Nuestros vínculos fueron verdaderos? Las respuestas solo se lograrán volviendo “al origen”.
La lengua materna, a través de la autoficción, construye territorio e identidad. Dicha identidad no se extravía, se transforma.

____________________________________
Referencias
Bolaño, R. (2000). Nocturno de Chile. Anagrama
Marimón, G. M. (2020, 23 noviembre). Bolaño, Nocturno de Chile y el paso del tiempo en la agonía de un letrado sacerdote Opus Dei. La Tercera. https://www.latercera.com/culto/2020/11/23/bolano-nocturno-de-chile-y-el-paso-del-tiempo-en-la-agonia-de-un-letrado-sacerdote-opus-dei/
Mihovilovich, J. (2020). Útero. Zuramerica.
Muñoz, M. (2020). “Útero”, de Juan Mihovilovich. Letras de Chile.
Saavedra Galindo, A. (enero-junio de 2017). Los nombres de la realidad. Autoficción en Formas de volver a casa. La Palabra, (30), 93 – 106. doi: https://doi.org/10.19053/01218530.n30.2017.6213
Zambra, A. (2011). Formas de volver a casa. Anagrama.