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          “DUDA”
Relatos o cuentos (no tan ficcionales)
          
          Autores: Víctor Ilich, Rocío Castelló, Rodrigo Gómez y Patricio Acevedo.
137 páginas.
 
Mago Editores, 2018. Edición español-inglés.
        Por Juan Mihovilovich
        
        
          
            
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“El juez que no  falla, es inhumano”. (pág.40)
         Un libro hecho de  disquisiciones, de preguntas, de afirmaciones, de relativas certezas, y  especialmente, de dudas.  De dudas  manifiestas, encubiertas, solapadas, reflexivas e irreflexivas, conscientes e  inconscientes, pero sobre todo humanas, esencialmente humanas.
         Un texto que  engloba muchos textos y parte de una premisa común: los escritores son jueces;  un dato no menor.  Y a través de ese  ejercicio profesional se reconstituye una forma de ser y de estar en el mundo.
         La relación del  derecho y la literatura es de larga data, como lo es su extensión natural: la  búsqueda y necesidad de justicia. Dostoievski, sin ir más lejos, en esa obra  monumental que es Crimen y castigo; o  Esperando a los Barbaros, del nobel sudafricano J.M. Coetzee; o Divorcio en Buda, del gran escritor  húngaro Sandor Marai; o El defensor tiene  la palabra, de ese extraordinario escritor rumano Petre Bellu, etc.
         Y es que la  novedad de esta obra es, precisamente, su originalidad indiscutible. A partir  de ese oficio o vocación común pretende (y con éxito manifiesto) incursionar en  los avatares del mundo tribunalicio desde una perspectiva lúdica y sicológica  en ocasiones, (no es casual que la obra este dedicada a la memoria de Julio  Cortázar) o desde un rol autorreflexivo, en otras, y desde un cuestionamiento  ético y moral implícito en las decisiones que se intentan asumir, en una labor que  refleja en cada juez su propia duda existencial, más allá de que ellas sean o  no razonables.
        Y es que desglosado  el volumen en “Indubitadas Instrucciones”, “Sin duda” y “Reflexiones visuales”,  otorga un punto de inflexión que es necesario acotar: se evidencia por y desde adentro a quienes están  llamados a juzgar y administrar justicia, “en la medida de lo posible”. La  vieja imagen de la venda sobre los ojos puede o no ser acertada.  Las contingencias diarias, las vicisitudes  del mundo moderno, las exigencias y replicas que todo magistrado asume, los  dolores ambientales, los abusos, las migraciones, el espacio y el tiempo que un  individuo vive en su cotidianeidad, están aquí “mostradas” con un sesgo de  ironía, de humor casi negro, no exento de los propios e implícitos  cuestionamientos que un juzgador se representa a la hora de golpear el mallete  sobre el estrado.
         La noticia no es  nueva.  Tampoco lo es el mensajero.  Sólo que llega hasta nosotros con ostensibles  variaciones en su ángulo de enfoque.  Así,  desde el indiscutible sarcasmo de cómo ha de vestirse un juez, pasando por Instrucciones  para relatar con dignidad y no morir en el intento; Instrucciones para  sobrevivir en un tribunal colegiado, o para Detener sin repulsión la puerta  giratoria a fin de evitar mareos, o Dirigir una audiencia, o Instrucciones Para  ser injusto, Para objetar, Para nacer, Cometer perjurio o para, en definitiva, Fallar,  se estructura una concatenación de “hechos” que cualquier asiduo a los estrados  puede advertir si agudiza el ojo y abre los sentidos.  Pero lo que es vedado al ojo común se constata,  a su vez, por el lenguaje “interno” que cada uno de estos literatos jueces -o a  la inversa- hace de su propia y natural rutina personal, traducida en el don de  la palabra como contingencia individual.
         No se olvide que  este texto es fruto de un taller literario, por ende, tiene como co-relato un  trabajo de introspección singular:  sus  integrantes, con la salvedad de Víctor Ilich, son “aparentemente novatos” en el  descubrimiento de la voz literaria.  Pero  ¡cuidado!, porque una apreciación a priori basada en ello corre el riesgo  cierto del análisis parcial, sesgado y superficial.
         Por esas raras coincidencias que nunca son  tales, los escritores de este volumen tienen un don que les es afín: un talento  inusual para quienes hacen sus primeras armas en literatura.  Y estas no son frases de buena crianza.  Existe en ellos un rasgo distintivo, que  tampoco es baladí: ven su propia realidad con innegable desparpajo, con una  sensata irreverencia que los sitúa en el lugar del otro.  Y eso, no solo en literatura, sino en  cualquier oficio o vocación que se precie de tal, es invaluable y se agradece.
         De ahí que, la  primera parte del libro esté circunscrita a desmadejar sus propias autoimágenes  y las de quienes se ven en ellas reflejadas, con parodias o suposiciones que se  dan con el uso hasta el abuso de las formas y de las conductas reguladas o  autorreguladas  Luego, la segunda parte, - Relatos Dudosos- se erige ya sobre la  percepción que cada uno tiene de las prácticas vitales ajenas y por extensión,  de las propias, a partir de cuentos nutridos de una necesidad que se advierte  como resultado de una simple paradoja: lo contado es probable y por ser  probable puede o no ser verdadero.
         Y como en todo universo literario las figuras de  ficción se conforman a partir de sus conflictos o sus contradicciones en - ¡oh  milagro de la observación! - seres de carne y hueso, que de pronto son  advertidos por quien asume decidir sobre sus vidas.  Y esa decisión lleva implícita el rol de investigador,  a veces defensor, y casi siempre el de juez.   Y todos ellos son “el” mismo o “ella misma”, sólo que desde sitios que  simulan ser antagónicos y se esfuerzan por parecerlo.
         De ahí que una  palabra basta, un gesto, un sacudón de la emotividad, una deformación del  siquismo individual para dudar, porque “el juez que no falla es inhumano”, reza  la sentencia como derivación del primer cuerpo sobre “instrucciones” y que abre  las puertas de estas novedosas supuestas invenciones.
                      Por mi y por mi hermana, de Víctor  Ilich, retrata magistralmente el efecto placebo al que no deberían estar ajenos  los jueces: esa sustancia que no es lo que parece, pero a la que se da  propiedades terapéuticas por un acto de fe.   Y a veces cura y a veces puede conducir a la locura.  Depende.   Texto que finaliza con un guiño al famoso cuento de Monterroso: el más  breve de la literatura del siglo pasado.
                      Un poco de luz también puede encandilar, de Roció Castelló, refleja de  manera notable cómo un hecho deleznable puede ser apreciado según las  circunstancias, y cuando ellas son cotejadas según la perspectiva de la víctima  o del acusado las conclusiones llegan a ser tan diametralmente opuestas que  pueden conducir a condenar a un inocente o absolver a un culpable, sobre todo  si el azar      -que casi nunca parece  tal- ocurre como un destino prefijado.
                      De cosas extrañas y conocidas, un relato a dos voces de Rodrigo Gómez y Víctor  Ilich, concibe un supuesto abuso sexual de un padre respecto de su hija pequeña  en un contexto intrafamiliar, inmigrantes todos, con las naturales versiones  antagónicas de los personajes: el padre, la madre aparentemente despechada por  un abandono, la hermana de ésta, y el relato visual de la niña, donde reside la  eventual solución de un enigma hábil y sagazmente  tratado y cuya defensa se esmera en analizar  en detalle (es una abogado defensora quien narra) hasta que ella misma descubre  que la respuesta está en  el dibujo de la  niña.  Y en ese caso solo es posible  adecuarse a la defensa “estándar.”
                      En La justicia a ratos tiene mal olor, de Patricio Acevedo, se parte con  una frase lapidaria: “La justicia es una mierda”, y que retrata una sospechosa  eximente de responsabilidad en un femicidio. La abuela cree en el relato del  nieto acusado.  Si se descubre el arma de  fuego de la mujer asesinada es posible asumir legítima defensa.  Y de ella -de la abuela- dependerá  encontrarla o no. Lo hace superando las barreras del sitio del suceso y entrega  el revolver al abogado defensor.  La  conclusión estará por verse.  Sólo que el  narrador condiciona con perspicacia su resultado y la lectura final es un racconto de la frase inicial.
         El libro termina con “Sin duda:  reflexiones visuales”, páginas donde los autores señalan que su objeto es  trabajar los tópicos psicológicos que se abordaron en cada uno de los “Relatos  dudosos “”, mediante la técnica del collage, para intentar aprehender una  realidad que es siempre fragmentada con la intención de poder acercarse, al  menos, a la verdad, collages tomados del libro de Pablo Balzo, Marcelo Uribe e  Hilario alcalde, “Bitácora Visual”, Ediciones Finís Terrae 2017.
         Los prólogos de Alfredo Pérez  Alencart y Roberto Contreras Olivares encuadran con profundidad y sutileza los  alcances y contenidos de este libro señero.
        En suma, una obra multifacética  que se saluda con entusiasmo, que pareciera ser parte de una serie narrativa  futura, y de la que entregamos impresiones generales, pero que en estricto  rigor resulta en nuestro ámbito una apuesta innovadora al fusionar literatura y  derecho, con el añadido de una justicia nacional instituida  a menudo sobre una base piramidal dudosa y a veces no tan razonable.
         Se configura, entonces, una  propuesta inédita que, no solo atrae al lector común, sino que debiera ser  analizada por estudiosos de alguna Academia o quizás ser parte del proceso  formativo de quienes aspiran a colocarse sobre los hombros la –  ocasionalmente-  inviolable venda de la  justicia humana.