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Jorge Marchant:
'No podía terminar mi vida sin escribir una novela con temática gay'

Por Ximena Jara
El Mostrador, 18 de Julio del 2006


El autor de Me parece que no somos felices habla de su nueva novela Sangre como la mía, la más íntima de las historias que ha escrito, que tiene como telón de fondo las historias de Hollywood, vistas a través del cine. Y aunque asume que algunos personajes tienen notas autobiográficas, aclara desde el comienzo que es una ficción.

 

En pleno barrio Bellas Artes, en un edificio con apariencia de barco urbano, Jorge Marchant abre la puerta. Huevos fabergé, fotografías, tarjetas de íconos del cine, una colección pequeñísimas libretas de apuntes, pinturas religiosas y tapices bordados decoran el departamento con cuidado y armonía asombrosos. Es una de sus tres casas, aunque probablemente sea la casa-más-casa que tiene. En el verano, emigra a Valparaíso, y en lo más crudo del invierno sudamericano, a Nueva York, donde tiene un departamento en Queens. Es, dice, su ‘segunda ciudad’.

Y entre Nueva York y Santiago, precisamente, transcurre Sangre como la mía, la más reciente novela del autor de La Beatriz Ovalle y Me parece que no somos felices. Es, además, la ficción más íntima de todo lo que ha escrito, según revela. En ella, dos historias que se inician de modo paralelo –una de comienzos de los años ’50 y otra, a inicios del siglo XXI-, terminan por entrelazarse en una trama de represión, discriminación y liberación del mundo gay, haciendo de la aceptación del homosexualismo –social, pero también íntima- y del drama del sida parte central del nudo dramático. El cine es, sin embargo, la alegoría y el telón de fondo de los sucesos que se narran.

Es cuidadoso al explicar que es una ficción. Pero asume que es una ficción que le queda cerca. Por eso mismo se tardó varios años en decidirse a escribirla. “Me tomé un larguísimo tiempo, pero sabía que no podía terminar mi vida sin escribir una novela que abordara de modo definitivo y central esta temática. Eso fue postergado por razones de madurez, de ser capaz de plantarse frente a un tema como este; es difícil el enfrentamiento con algunos sectores de esta sociedad, pero tengo la sensación de que lo estoy asumiendo de modo relajado, sin tanto temor como tenía en décadas anteriores, cuando me enfrentaban con estos temas y yo de modo solapado me escurría”, confiesa.

“Esto no es un homenaje”

Su novela, cuenta, es también tributaria de otros escritores que, antes que él, abordaron, abierta o solapadamente, estos temas, como Thomas Mann, Puig, Proust, Forster, Wilde y otros. De hecho, el título, Sangre como la mía, corresponde a un verso de Walt Whitman (But if blood like mine circle not in his veins), y hace alusión al doble significado de la sangre como herencia y como transmisión del virus. Adelanta, eso sí, que no se trata de un panegírico. “Esto no es un homenaje ni una idealización de la homosexualidad. Mis personajes tienen tantos defectos y virtudes como cualquier personas”.

-En algún momento dijiste que cualquier autor gay tiene la obligación moral de tocar temas como el Sida y la discriminación. Esta historia nace con un fin reivindicador o eso surgió en función de la historia?
-Fue más lo segundo. La novela surge de imágenes muy concretas, como la de William Holden muerto en la piscina de Norma Desmond, en la película Sunset Boulevard, y eso hace que la primera aproximación sea al mundo del cine en los años ’50, y la posibilidad de abordar ese oscuro mundo gay de los ’50. A partir de la ficción se van agregando los elementos revindicatorios, y el nudo más duro de la temática, que es la caída de esta cultura con la tragedia del sida durante los años ’80.

-La historia está mucho más cerca de ti que el resto de tu literatura. En ese sentido, ¿tomaste alguna precaución para que funcionara como ficción, y no como confesión, por ejemplo?
-No tomé mayores precauciones; me dejé llevar por lo que la ficción requería, incluso hasta de modo irresponsable... Tenía, eso sí, ciertos reparos respecto de un fenómeno que se da mucho en la literatura anglosajona de temáticas homosexuales –fundamentalmente en David Lewitt o Alan Holinghurst-, que es una tendencia a sobrevalorar lo sexual, lo que, sobre todo en nuestros países más conservadores, puede provocar fastidio en el lector. Por ahí suavicé ciertos elementos, que además me pareció que no eran tan necesarios, pero en la temática misma me dejé llevar.

-¿Por qué decides narrar la historia a partir de estos dos momentos históricos precisos?
-Los años ’50 son marcadores para mí, porque yo nací en el año ’50, aunque los personajes de mi novela pertenecen a una generación anterior. Tengo recuerdos centrales, especialmente en lo que se refiere a la cinematografía de Hollywood y la revista Ecran: una revistita bastante simplota que alimentó a toda una generación. Quería ver la historia desde la perspectiva de nuestra dependencia con esa cultura, cómo esas imágenes reflejaban un poco nuestras propias vidas. El año 2001 es también un año emblemático, sobre todo en Nueva York, porque es el año de la caída de las Torres Gemelas. Hay una similitud entre el derrumbe de las vidas de los personajes y el desplome de un modo de vida.

-Hay, además, un cierto simbolismo entre este tema del cine y la actuación, con el doble juego de la identidad real y ficticia, que se da dentro y fuera de la pantalla en la novela.
-No hay duda. Los estudiosos dicen que el cine es un referente muy importante para el espectador gay, especialmente en esos años, porque al no tener imágenes claras de referencia e identificación, y la sensación de estar solo en el mundo, uno recurría a las imágenes de Hollywood. Era mucho más potente que la ficción narrativa, porque eran personajes con gestualidad, con formas de ser concretas. Eso pasó no sólo conmigo, sino con todos los adolescentes de esa generación, sobre todo considerando que en los colegios las únicas imágenes que se te ofrecían eran las de santidad y las Vidas ejemplares.

-¿La elección de Nueva York como uno de los escenarios de tu novela es simplemente porque es una realidad que conoces o también como un guiño a la tradición de literatura de temática homosexual que tiene el lugar? Pienso en los escenarios de Puig, en Reinaldo Arenas...
-Hay un doble juego, sí. Fue muchos años casi mi segunda ciudad, pero además hay referentes culturales obligatorios en esa ciudad para esta novela, no sólo para los latinos –como Puig, o el fin de la vida de Reinaldo Arenas-, sino también para los anglosajones –como Harold Brodkey, con Esta salvaje oscuridad, donde narra el proceso de su muerte. Me parecieron tan importantes y anclados en ese escenario enorme, que se me hacía fundamental que la novela transitara por esa zona. Junto con San Francisco, Nueva York es emblemática en el tema del sida.

 

 

 

 

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Jorge Marchant: "No podía terminar mi vida sin escribir una novela con temática gay".
Por Ximena Jara.
El Mostrador, 18 de julio de 2006.