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A N A M O R F O S I S

Poesía 2001 - 2006

Joaquín Trujillo

 

 

 

Se Abre

Afán de supervivencia

Contra las bóvedas de la caverna
proyectar quiso una sombra perdurable,
una herida limpia que supiera soportar
el variable tiempo de la luz y contra la cual
no pudieran los boreales incendios
del cielo y la oscuridad disolvente.

Tal vez como la oración desarmada
por sus propias palabras también concernientes
a un diario ritual oculto,
el de todo acontecimiento vacío.
Tal vez disimulara extraviarse
al interior del bosque mojado, translúcido,
invadido de estallidos luminosos,
como el de La caza de anguilas, de Corot.

También visto integrando
una marcha triunfal y triste, combatida
por el agua ardorosa policíaca,
o hasta por un ademán litúrgico
pero grosero
del púrpura cardenal que zambulléndose
en las criptas del templo, estalla de sangre
bordada en parches sobre su piel blanca.

Quiso nacer pero se interpuso otro planeta
como horóscopo exterminador, como
si un niño naciese y muriera escondido
al interior del armario entre pieles y árboles
también suaves,
incoloros a falta de sombras reversibles,
tan repleto,
final,
o como la boca
de cuyos gritos no emerge el poema
por deletreo en clave Morse.

Y el canon nazi es un albo maniquí
muerto desde el comienzo de su falso modelo.
También a través de los ríos se fuga el cielo
reflejado en ellos cuando del caudal la calma
los vuelve retratos al agua.
Aún así el cielo celeste se queda
solo al interior de sí mismo.
Fuera de allí todo color es la inmundicia
de lo más profundo del ojo, provenida.

Un castillo antiguo termina por recordarse
invadido de recuerdos corpóreos,
de irrupciones temporales ya acabadas,
cuando olvida el mundo,
más allá de los muros exteriores,
que estuvo aquí cual fortaleza y
no circunscrito en presencia e imagen.

Podría Marais recuperar la vida nueva
y repletar la madera con hebras de su sangre,
hasta encender podría la corte
tal y como la corte del Rey Sol
refulgía diaria,
única y rosada
entre las tinieblas de la vieja Europa,
pero qué tronco abrasivo
desformaría delicada
la madera viva todavía
de la viola da gamba,
perviviendo en ella,
luchando con ella y por él.

Los pájaros nocturnos blasfeman
también durante el día,
y el silencio los acoge,
pero el día es ahora la noche
del dinero que repta
sin dormir ni permitirlo
porque como matroshkas
hay una noche adentro de la otra
como hay un día por fuera del otro,
hasta el fin sin fin del principio.

Es nuestro tiempo así.
De las horas en que cadáveres de estrellas
se tragan quedamente el universo,
el universo y los días de la tierra,
el día en que Bach lloraba mientras
San Mateo volvía a nacer pasional.
Un siglo desaparecido,
por una estrella succionado.

Pero, pero, pero,
cuando la enfermedad es saludable,
como besos, las palabras, se tardan
en huir del aliento y el día de antes
sobrevive presente y acorrala.

Consigue su luz de otros diluvios.
La mente se desmiente mas fallece
siempreviva dolorosa ella crece,
en reposo es aclarada por disturbios.

Inusual, prosigue una dúctil peste,
y el reducto de una alcoba es amparo,
pero supervive.
El sol está sucio
pero traspasa
el cristal turbio pintado por obra
del caos de la calle así este vitral
filtra la ceguera de la luz, le da color
y a la virgen, un cuerpo,
y nimbo, y Gabriel,
y la condena eterna de nosotros.

 

 

1.
LA IRREALIDAD DEL CIELO


 

PrÓlogo:

LA GRABACIÓN DE UN CLAVECÍN VIAJA POR EL UNIVERSO AL INTERIOR DE UNA
SONDA

 

Dónde irá el clavecín bien temperado
a través del espacio sideral como una lágrima
que de un náufrago se hundió en el mar y ahora
huracana el fondo del océano.

Ningún oído le devuelve la existencia
perdida al salir de la Tierra desde Cabo Cañaveral.
Y no hay oídos años luz a la redonda.

Envié una carta desesperada a la NASA
pidiendo a gritos el regreso de Bach a la Tierra,
pero no he recibido respuesta
como tampoco ningún oído recibe
al clavecín bien temperado en el espacio sideral.

Dónde irá la melodía por los rincones
más profundos del cielo negro espacial,
como un Cristo dispuesto a la cruz
sólo por Dios rechazado y percibido.
Dónde irá. Qué superficies de planetas
deshabitados recorre silenciosamente
a la manera de un músico sin público
y sordo además.
No hay respuesta de la ciencia
y en las portadas de periódicos
el problema no es noticia.

Dónde irá, dónde estará.
Qué será de la sonda.
Ni mediante un telescopio podría escucharla,
porque, a diferencia de su imagen,
la música viaja lento y en el viaje
toda música va muriendo en soledad.

Tan sólo es posible aguardar
que milenios más tarde regrese a la base espacial,
aterrice con la antigüedad de un pelícano
y nos haga recordar pacientemente.


1. ESTADÍA EN EL PLANETA MARTE

I.

Más allá de la región nebular,
del horizonte marino del cielo,
del cielo celeste y negro más allá,
de la falsa estrella, más allá
de la otra primavera
y -al cielo oscuro que recorre
como un pez de la zona abisal-,
más allá de los témpanos aéreos,
de los piedras en círculo
y del Empíreo y “más allá de Dios”,
estaba el descenso levemente
contra la superficie sonroja.

 

II.

 

Filipovna duerme durante la corta noche
y se levanta a penas aclara el alba.

Canta los maitenes de Monteverdi
con su vocecilla de soprano ligera.
(No podría rezar de una manera menos notoria).

Sirve un desayuno de mil narcóticos
y lo reposa recostada sobre mi abdomen.

Salimos de la nave a inspeccionar
todo lo desde nosotros visible,
pero, una vez dentro del anterior paisaje,
la materia amenaza con recluirnos
en la admiración de sus nítidos aspectos.

-Salgamos de este pantano satánico- le dije.
Y las piedras rojas se quedaron plantadas.

Filipovna por la tarde escribe un poema épico
donde se narran con lujo de detalle nuestras hazañas,
mientras yo redacto la bitácora
con variaciones estilísticas en cada hoja.

Si apareciera un Testigo de Jehová,
lo invitaríamos a pasar,
tomaríamos el té con él
y nos cambiaría la vida.

 

III.

 

Cuáles son las ciudades, y cuáles los ríos,
cuáles son las palabras, cuáles los caminos,
cuál es la victoria sobre la tumba,
cuál la enfermedad de tantos árboles.

Cruzó los bosques entre hadas y traros,
y cuál era su paso, cuál su caballo.
Bajo la cama el mundo se acaba
en una noche de meras sombras.
Cuáles los tiros y las antorchas
en el día estático de un relámpago.
Cuáles son los tiempos del cielo,
cuáles sus acantilados lunares,
cuáles las zarzas ardientes,
cuál la mente del hombre, cuál la mente
de su inhóspito animal semejante.

Ahora los gimnastas fundadores
comienzan el rituales del fósil.
Y cuál templó trascenderá al cautiverio
de su belleza turística y gótica.
Cuál ritual reactivará
la maquinaria de una nueva sordera.
Cuál araña colgada del techo
como una cristalería de altura,
cuáles mares podrán morir,
cuáles días se irán a prisa.

 

2) RETROSPECTIVA EN LA TIERRA:
OTRO PLANETA EN ESE PLANETA

 

I. ENTRADA DEL HOMBRE EN EL MUNDO

Eran los tiempos en que el hombre
habitaba natura con cierto temor.
Las recta cascada era un ídolo inamovible,
sonoro tras la cámara barroca selvática.

Eran los alambicados palacios amazónicos.

Un dios de otro mundo vagaba por allí
armado de las prendas de moda.
Nunca en su propio planeta
había llevado al Reino consigo,
había llevado al Papa y al Imperio de Roma
demolido, asaltado pero vivo
como vengando su acotado lugar,
recuperando, por gracia del hispano,
todo lo que le fue posible. Todo.

Nunca un mundo alunizó en otro mundo
por la intrusión de cames enjaulados.
Nunca una mañana de otra fue tan lejana.
Nunca el hombre estuvo tan repleto del hombre
y el mundo tan aislado en rededor y tan abierto
cual tripulado submarino del Leteo y al fondo.

Era el tiempo en que un tiempo después
entraba en un tiempo anteriormente compartido,
aunque -al parecer- el mismo sol moría diariamente
y las estrellas permanecían señalando un mismo espacio.

En este páramo exuberante y desolado
que se atraviesa en menos de una tarde
cabría el país de Languedoc.

Puesto que la dimensión de este peñón,
supera a nuestra catedral de Sevilla,
podríamos tallar en su interior
un templo gigante a Nuestro Señor.

Pero un trecho más al sur se aparecerá
un probable mayor monumento.

Antecedente de un país extenso,
una catedral infinita, un hombre más pequeño.

 

II. LA GARZA LADRA

 

La garza ladra bajo un quitasol.
El duende le permitió entrar en los palacios
donde un día fue un simple lacayo de otro amo.

En los días de la neblina etrusca,
el cielo y el infierno eran sitios vacíos.
Y de flechas persas se ensombreció el día,
y hubo batalla bajo ese bélico eclipse.

“Los muertos están matando a los vivos”,
pero “morti non morti son”.
La garza abandonó el nimbo lunar
(porque mundo nostro sublunari)
hasta atravesar los cielos que circundan la tierra
como un polluelo sale del huevo sin quebrarlo.

Al día siguiente, la garza emprendió un vuelo
por una corta temporada de mimos eclesiásticos.
Una vez frente al pan ensangrentado,
ascendió –aleteando- a un Cielo tan próximo,
y cuando rechazó esa hostia, tardó un tiempo en venir
por el claro de un bosque casi auspiciado,
un pretendiente de sotana calzado
en ademanes del ciervo herido por Jesús.

El duende aconsejó a la garza contra la idea
de montar sobre el aparecido ciervo.
Y los consejos no se escuchan sin algo de adulación.

El océano se retiró. Cuántos rezos.
Y habitamos valles de légamo viejo.
Y los peces sin agua siguieron volando
en bandadas sobre la tierra prometida bajo el mar.

Luego recupera el agua su lugar,
porque el río, cuando las esconde, presencia las rocas,
y todo lo profundo puede verse desnudo.

La garza voló a través de un cielo recuperado,
sobre un mar de muertos y agua de río y mar.
Y ladraba a las aves del firmamento afirmado,
por columnas insospechadas hacia el horizonte.
Y se anudó el cuello como una horca.


3. REGRESO A LA LEY

 

I.

La luz persigue al tren rápido.

La realización del bien
se tardará el momento preciso
anterior al fin de los tiempos.

Los tiempos son, sin duda, distintos.
La rotación conduce a la quietud
contra las puertas por las que pasa
el trazo del círculo.

Cada puerta se abre al paso
de los faroles ahora encendidos,
porque la tarde se anochece.

O porque la tarde no tarda en ceder,
durante las coincidencias del presente,
todo acontece sin novedad aparente.

Durante la noche, está encarado el suelo
contra el sin fondo del espacio,
y cuando aclara se ciega de luz
y duerme su sueño del Cielo.

Todo viaja en el espacio hacia el fin.

Por la persistencia del sol en las alturas,
y al centro de la cosmografía,
un año más cumple un ciclo donde creemos
recorrer mismos espacios señalados.

Pero la memoria no sabe sino recordar,
y estrangula a nuestro paso el imprevisto
como si nada pudiera llegar a perturbar
el coral paseo matinal de Luis XIV.

Como  en el tránsito de gotas de agua
hacia el fondo terráqueo del cosmos,
así hemos retornado, cayendo.

Celeste cielo diurno.
La luz oculta el sin fondo.
La lluvia cae desde las nubes
y sobre las nubes el día seguía
imperturbado.

Y cuando regrese la nave a la Tierra,
podré elegir un aterrizaje diurno.

Y cuando anochezca ese día,
desearé haber regresado más allá:
Allí donde el día vendría pronto.

 

II.

 

Pasan, pasan, pasan las nubes de ectoplasma.

Un cielo arrebolado se repliega tras el velo,
y la tierra tal su espejo debelador,
todo lo invisible y celeste que allí viaja
deja al descubierto en telúrico tesón.

Son el humo del cigarrillo y el incienso
los pertrechos de una bendición cotidiana.

Queda turbia la imagen de esta alcoba.
La nube presa en su lugar de nacimiento.
El viento resistiéndose entre las paredes.

La ánfora recorre las naves de la iglesia
como desespera el péndulo de un reloj,
con una frecuencia de dos mil años.

Váyanse entre un sinnúmero de tinieblas.
El fauno se toma la siesta sin mayores contratiempos.


4. SE RENUNCIA A NUEVOS VIAJES AL ESPACIO

 

I. MUNDO NOSTRO SUBLUNARI

Mundo nuestro sublunar, lugar irresoluto.
Si de las alcobas hondas de Pluto viniera una luz,
por qué esperar una mano en la candela, una lejana estrella
y no la salida del túnel;
por qué la luna no es la mirilla del mundo,
por qué no hay escape del mundo en el cielo,
si no, quizás, en la luna en su reflejo
cuando las norias se le quedaron perplejas,
allí donde chocamos con la superficie
del espejo por el agua sostenido,
allí contusa y firme la salida
ya que la luna no es la mirilla
y el mundo nuestro es sublunar.

Mundo nuestro sublunar.
Bajo amenaza de colisión inminente
de una luna blanca, esta perla rara
contra el reducto material de las estrellas.
Y, ¿qué haríamos con las demás lunas
de Saturno, los enamorados?
Nimbos de doce apóstoles cenando
o un collar de perlas, tal vez, que ahorca
el cuello de botella en la que vamos.

Mundo nuestro sublunar.
Con esta luna, con esta mirilla de mentira
obtendremos bastante compañía
y una condición de existir el cielo
(como la tierra circunda la mina),
y un orificio en nuestros espejos
y una muy visible espía.

 

II. LA CORONA DE ESTRELLAS Y MÚSICA

 

Por un acorde, el mundo se transformó.
Lejos de la luna permaneció la noche
de un planeta deshabitado.

En los primeros tiempos cantaban los pájaros
con ladridos, con suspiros.
Pasaba el atardecer con premura,
y el rotar de las sombras
al pie de sus árboles no era reloj.
Pero todas estas ocupaciones del lugar
que, luego, nos dejaría vagar
por los rincones que componen el palacio,
tardaron en perpetuarse modelando
el oído que oiría por el acorde
la conversión del mundo.

Lejos, lejos, lejos el día se quiebra,
pero la noche no existe demasiado
lejos de la propicia casa.

Y en un instante local del universo,
ya no podríamos salvados caer
desde el cielo a la tierra.
Y entonces, seriamos un nicho espacial,
aunque estaría todo, en aquel fondo,
lúgubre, o dicho de otro modo, visible.

No eran ni el tinte de ese pétalo,
lejano en la copa de un frondoso armario
que, de madera todavía eréctil,
florece en el jardín.
Pero hemos sido por sus vértebras húmedas,
por el sudario atragantado de su sabia
y la Tierra lejanamente profunda,
y por todos los cuerpos astrales que vagos
no la han destrozado hasta este día,
por todo y hasta por lo desconocido,
hemos sido.

La irrealidad del cielo eternamente.

 

 

 

2.
SEPTIEMBRE ARDID


I. DEFENSA ÚLTIMA DE ANTÍGONA & ELECTRA

                                                               
Antígona, encendiste la ventana un día por la mañana,
como de costumbre el sol entraba
Revisaste las alcobas, los jardines y alacenas,
entonces comprobaste que el hermano no estaba en la casa.

Electra, encendiste el sol un día por la noche,
la aureola descendía de esta lámpara como de costumbre.
Revisaste las alcobas, los jardines, alacenas y sala de baño,
comprobaste que el padre ya no estaba.
Y cuando entre las manos sudando el teléfono cogiste,
queriendo dar aviso a Crisotemis,
cuando arrancaste por la vereda rumbo al cuartel,
y cuando estuviste en la sala congelada
ante la sombra de uno de los que faenan en casa de Egisto
(que es tu propia casa),
viste que los microbuses otro color llevaban,
que los tejados se incrustaban no cómo imaginabas sobre los aleros,
que aquí y allá tus vecinos te observaban por sobre el hombro,
que los niños evitaban la acera de tu casa,
que mi propia madre te quito el saludo.
Y presenciaste la nube de smog desplegarse como abanico post-moderno,
a un muro cruzarse entre lo negro y lo blanco
para dividir al cielo del infierno,
y tú estabas en el Cielo,
y los Ángeles no te dieron explicación alguna
porque no se debe buscar a un demonio
infiltrado en el Cielo purgado.

A Electra y Antígona
las vieron correr a estrellarse contra un muro de concreto,
horneando el polvo en busca de algún indicio,
fueron ante el juez también amante de Egisto;
con una cruz incrustada en las uñas,
accedieron a la presencia de los obispos.

Un rumor como el destello ovni silbaba y se esfumaba,
y tras él corrían las Antígonas en busca del cuerpo.
Y sobre las tejas, el naviero alejándose,
bajo las enaguas, las zapatillas de la virgen,
tras la estación, la sonrisa cariñosa,
como la niebla hilando churros en la Alameda
IVA el hilo de Ariadna enroscándose, IVA zigzagueante,
llevándolas entre oficinas subsiguientes oficinas
y los conductos de ventilación de las oficinas
para cortarse ante un alzamiento de hombros.

Electra afortunada teniendo el cuerpo de su padre,
todo destrozado pero el cuerpo de su padre,
llevándolo al Areópago lo presento ante las autoridades
que emitieron un decreto para sellarle la boca,
con lo que tuvo que sentarse en una sillita de mimbre
a esperar el advenimiento de Orestes.
Estudió las leyes para cumplir la ley
y supo la ley desde el primer renglón al último,
y la correcta aplicación de ésta,
pero el juez andaba de vacaciones.

Antígona aprendió biología,
conoció cada hueso, cada cartílago
y buscó en el cementerio
porque es ahí donde debería el ciudadano
encontrar a su muerto.
Supo entonces que en ocasiones el cementerio se extiende,
como una onda expansiva se introduce por todas las perpendiculares
y callejones sin salida,
que ingresa en el mar hasta alcanzar las fosas abisales,
que en cada edificio hay un indicio de su presencia
y que en cada atmósfera, también.

¿Hermanas por qué buscáis a vuestros demonios en la tierra?
¿Por qué buscáis la justicia entre los renacuajos?

Venid ante Cristo, una habitación les aguarda
donde podríais encontrar a vuestros hermanos padres y esposos
y los retratos que nunca se vieron
y las fotografías que no se tomaron
y sus clones tocando el violoncelo
y aquí y más allá a toda una nación repitiendo sus nombres,
repitiéndolos hasta la cefalea,
buscándolos y encontrándolos,
alzándolos.

De seguro vendrán los tanques, orugas y aviación completa
a apostarse ante la puerta de la casa donde soler vivías
sin darse aviso que otro es vuestro paradero,
que van los ángeles llevándolas al Cielo.
Antigonas y Electras el tiempo es una brisa
porque va depositando el polvo sobre los artículos de repuesto
(que deben mudarse porque aquella es la ley que los columpia),
ved cómo desaparecen los grandes ejecutivos,
las princesas con escote, la fibra óptica, los especuladores
con sus viriles generales en la humareda de la cámara de Comercio
y cómo perdura el fémur bajo la tierra
cómo perdura Antígona y Electra mientras disuélvense
cientos de césares y cortesanos delicados.

Y sin embargo, aunque deba descender al charco de lodo,
digo: Justicia y mi voz vase repitiendo con megáfono:
Justicia Justicia Justicia Justicia Justicia.

 

II. LO DESAPARECIERON

Y lo silenciaron, lo desdeñaron,
y viéndolo pasar, entonces lo pensaron,
y lo dejaron vivir y lo desearon,
y lo siguieron, lo abordaron, lo callaron,
lo maniataron: lo secuestraron,
lo torturaron, lo escupieron,
lo electrocutaron
y una vez estuvo muerto lo ocultaron,
y lo quemaron, lo desintegraron,
lo informaron, después olvidaron.
Una mujer lo buscó, fue sellada.
Un testigo lo testificó, lo consignaron.
Porque lo habían tomado, llevado,
y a la fuerza lo empujaban
a través de su oscuridad
porque aquel iba cegado,
y lo habían interrogado largamente,
pero lo estaba mudo,
lo estaba callado, lo decía nada
como un icono del siglo XVII destrozado,
y lo volaban a destellos de luz,
y en la carencia del cuerpo fue la luz
y lo salieron por la ventana como un ave
después de hundirlo en las alcobas del fondo del mar,
el abisal mundillo azulado, pardo, ciego al sol
que sobre todos los mares jamás se sumerge,
y lo mandaron a una guerra con ángeles,
creyendo que iba hacia lo inexistente,
pues lo habían roto como a un icono del siglo XVII,
y lo escupían y entre risas le decían: ¡dinos!,
dinos, dinos quiénes somos los que te matamos,
y los que te tomamos cuando comprabas el pan e ibas
por la tarde casi noche, casi la luz
de la mañana siguiente cuando nadie te veía
en la corporación del cuerpo, al que lo herimos,
lo dejamos sangrante como próximo jamón
y como una luna infrarroja, como un pez blanco
nadando en la sangre de Nuestro Señor,
y lo pusieron bajo una corona de espinas
y bajo un manto color de rosas rojas
y lo ascendieron hasta clavarlo en ella y
lo arroparon con el manto, y no devolvieron su cuerpo
a la madre, ni a Santa María Magdalena,
(ramera, ora por nobis),
ni a San Juan Apóstol, vidente de bestias policéfalas,
ni a la fosa común donde estaba esperándolo:
Wolfgang Amadeus Mozart,
ni al cielo en columnas de humo del crematorio,
ni a mi, que estoy a su puerta,
tocando y tocando como si la puerta fuera un piano
y no abre y no lo abren
porque ni siquiera, por fin o finalmente
a más no poder y por si no callaba,
osaron crucificarlo, para el escarnio de Dios
y el del admirable público.

 

III. ES COMO SI FUERA NUESTRA CARNE

 

¿Recuerdas el destrozó que hizo Medea de su hermano,
queriendo detener la persecución que Aetes, su padre,
hacía contra los argonautas comandados por Jasón?

Una vez Cólquida se vió lejana y lejanas sus tropas,
pudo Medea revolcarse con Jasón, mientras el Rey
-el padre de Medea, el padre del niño dividido-
se daba a la recolección de carne a través de una playa rosada
y aguardaba la que flotando en el mar
tarde o temprano tocaría la orilla sin ya jugar.

¿Y las tropas cólquidas? De pie, observan a su Rey
empapando tanto la arena de lágrimas que la masa toda del mar –tan salado como el llanto-,
hizo parecer al llanto un delta antiguo.

Sin embargo, el Rey Aetes guardó el manojo
lejos de sí y del Habeas Corpus,
por lo cual el Carnicero, deponente del tirano,
no pudo comerciar con aquella memoria carnal,
ni agregarla al festín dado en honor del Rey Tiestes,
donde hubo de saborear a sus propios hijos
para luego –conociendo el origen de la carne-, escupirlos en buitreo.

Un ingénito lugar de la Tierra nos sostiene a la tierra.
Aquí los muertos no están matando a los vivos.

 

IV. SIXTO AQUILEO

 

Los dioses imperan y prohíben
al interprete Sixto Aquileo,
increpar a Creón, tirano reciente.
Los dioses interdictos y ascéticos
controlan tanto los usos horarios
como las coincidencias callejeras.
Los dioses no permiten arrebatos,
y cuando vemos arrebatada la multitud,
hay un destino por cumplirse.
Pero, hay también un dios desconocido
que ha rasgado las redes,
retirado el mar,
abierto el cielo,
y lanzado los anzuelos a la tierra.
Los dioses boquiabiertos
verán una lluvia en reversa de peces,
y Cronos, que hace del pasado
su reinado de petrificados monumentos,
¿cómo podría, contra la pesca milagrosa,
recluirnos a todos en el tiempo presente?

El dios desconocido no permite
entre sus corte a los dioses
que imperan y prohíben
al intérprete Sixto Aquileo,
increpar a Creón, tirano reciente.

 

V. UNA FALSA JUDITH

 

Hermosa y querida cuando tú todavía
no eras la asesina salida de tu pueblo,
porque un recuerdo ingrato no eras aún,
tomaste el libro apócrifo al fin de ese día
y del triunfo de Judith tuviste el anhelo,
cuando el mismo sol de Marte en tan solo un
instante albergó la idea triste y antigua
de evitar la gran guerra mediante la guerra
y sin el permiso del padre muerto tuyo
saliste del lugar hundido de La Ligua
y fuiste como un ángel en cuerpo de fiera
sin su venia de sepulcro pero de luto
directa al centro de una ignota estrella muerta.

Ibas enviada tú de un dios que ya no existe
por aullido atraída de engendro que cesa
como flecha nacida de contrarios arcos,
viajaste a bordo de la micro tempranera.
Puesto que  todo viaje de ida no persiste
más que la furia de virgen que soler reza,
te hallaste en fin y destino dudosa entera,
pero cruzaste aquel muro sin una puerta
como el que abandona el cuerpo, pero con él.

Toda la ciudad agitada, épica, viva,
mas viva en forma de bestia que, prohibida,
alimentándose de sigo misma crece,
del baile de novia u oración es el eje,
de lo inmóvil es el movimiento secreto
en el modo en que cae todo con la Tierra
a través del universo sin quedar rostro,
herido, carrera canina, beso ileso,
la bestia va rumbando en incendio de fiesta,
deforme el espejo muere si muestra un otro.

Pues así era la noche encubierta de día,
pues lágrima desarmada de no ser mía
acaba por ahogar a quien la expulsa,
como ese mar que a cuanto ignora lo repulsa,
yendo tú conventual entre la muchedumbre
como al centro de la aureola yace la lumbre,
yendo tú sorda a revolucionarios himnos,
repleta de inmutable y litúrgico signo,
por paseo peatonal abriendo un mar rojo
tal la mano de Dios articula cerrojos,
entraste anónima en el campo de batalla,
antes visitando catedral fortificada.
Y fuiste de nuevo como aquella heroína
hasta no haber colapsado desconocida,
y porque ni esta falda te alzaba el viento,
pronto fuiste a dar al grisáceo regimiento.

Que batalla pueda sin armas dar la luz
es un deseo de los cósmicos incendios,
que se desvele de repente en su ataúd,
la noche se agrieta por combatir al tedio,
es la ocasión de, sin ver tirano, matarlo,
del propósito más tuyo llevar a cabo
la parte inasible, la parte que es feroz,
y en esos cuarteles te dieron instrucción
propia de un domador de osos bielorrusos,
saber preguntar como hermana que golpea,
descender en secretos con traje de buzo
con descarga sacar del grito de la atea
una verdad aunque sea de la mentira,
pues también el hereje reniega en la pira.

Era del coronel Furtein el cuerpo de estatua
y el mejor lugar donde aparcar tu mirada,
él resuelto, nobiliario, minúscula draba
eras a su paso, él obelisco de guadua.

Contigo no pudo el demonio mudo.

Es formidable la marcha,
bachiana melancolía,
la luz se apaga escondida,
tú eres, persistes casta.

Pasabas junto a las voces de niños
disonantes en coro de domingo.
Un árbol se cayó cuando volvías
de pasear por la arboleda de primavera que comienza,
una luna nueva se oyó rotar afuera
pero no saliste a verla en la vía.

El demonio feliz no pudo contigo.

Hermosa y querida cuando tú todavía,
no celebrabas entre todos ellos muda,
hermosa y querida cuando tú
ibas como Charlotte Corday bajo invisibles
arcos triunfales de soles
y de lluvia sudor de la gresca,
cuando tú, hermosa y querida,
antepusiste la venganza a la piedad
cual si Corday habiendo abortado a Marat
torturase al ateo hasta hacerlo de dolor
rezar sin decir: Santa Úrsula en el vitral,
y todo soporta la luz primaveral,
cuando tú, hermosa y querida,
en los restos del torturado
desde la abisal fosa emergiendo
de moluscos en carroña adheridos,
no viste que alguien vivo como un hijo tuyo
jugando a pelear con un monstruo, reía,
pero qué monstruo si él lo era,
próximo tirano, Holofernes nasciturus,
antropófago pero Cristo,
cuanto tú enviada de los Cielos pacientes
no lo viste, finalmente sí,
el Cielo desciende para mediante los ojos
de mal, tu mal, decirte:
¡Estúpida!

 

VI. ULISES IN PATRIA

 

Y cuando Ulises retorne a la patria,
¿qué será de nosotros que quedamos?
pretendientes, damas de compañía,
mujerucas, traidoras de Penélope,
estafadores de su casa, ruines,
amantes del libre comercio y el sexo
con sensuales lechoncitos humanos.
¿Y de los buenos pero silenciosos?
Estamos a la espera de su juicio.

Pero si no está muerto, está vivo
pero incapaz del retorno a la patria:
Quizás paralítico, ciego, mudo,
demente, senil o hasta en bancarrota.
No hay nada que temer,
podemos yacer
con el cadáver nauseabundo de su esposa.

Sin embargo, le oyeron decir que volvía
en pleno juicio, después de una travesía
por esos dioses raros, muertos, sentenciada,
que, seguramente, no habrá de soportar.

Sin embargo, su esposa aún lo está esperando
como una irremediable monja de claustro.
La casa está en silencio, la luna detenida
como un proyectil que amenaza desde el cielo
a los sonrientes asaltantes de la patria.

Cuando Ulises retorne a la patria,
la patria muerta e insepulta, ésta,
cuando Ulises pueda reconocerla
toda transformada -todo paisaje-
cuando finalmente Ulises lo haga,
habrá vuelto para recordar
y nadie sabrá que anduvo entre nosotros
digno, triste y medio loco.

Cuando Ulises no retorne a la patria
toda la patria toda irá en su búsqueda:
y entonces y finalmente tal vez
podrá enfrentarse al espejo, la patria.

Si me escuchas desde el fondo de ti:
Vuélvete Ulises, vuelve con nosotros
pues por mucho que hayan muerto los dioses,
la humanidad sigue siendo griega.


 

 

 

 

Interludio 1º:
TEOLOGÍA DE LAS SOMBRAS


“L’ignition du feu toujours intérieur.”

Mallarmé, La chevelure vol d’une flame a l’extreme.

 

I. LAS VIEJAS SOMBRAS

Han venido a vernos las viejas sombras,
porque en su lucha contra estas paredes
se nos aparecen en sí mismas y en el cobijo
de nosotros:
los obstáculos corpóreos de esa luz.

Y cuando las paredes son espejos,
las sombras enmascaradas con rostros
antiguos delante nuestro reflejo,
un doble va y se arrastra en rededor
y extendido se encorva bajo el cielo
-transportado de espaldas por el techo-,
cual una monja de Loudun posesa,
o se repliega a nuestros pies
como una mancha de petróleo.

Siempre conectadas a nuestros pies,
tal si fueran raíces que nos advierten
que el árbol se viste siempre por fuera.

Siempre desde las suelas y distantes,
y si casual la luz viene detrás,
esa distancia es una parda, una extensa alfombra.

Vinieron a vernos las viejas sombras,
ocultas dentro las unas de las otras,
pues siendo la noche sombra terrestre
un cirio encendido en la iglesia vacía,
o la ampolleta que cuelga en su umbral,
descubren a las demás en la noche
y hasta las motas obtienen sus dobles.

Otra vez las viejas sombras deambulan
a cada movimiento de todo lo posible.
Y en la caverna platónica de ellas repleta,
entrará un día el sol redondo para matarlas.
Y entonces.
¡Oh verdad manifestada - oh Dios por fin visible!
Los viejos amantes se obsequian ramos de raíces.

 

II. DESDE LA MANCHA A LA LUZ VIENE LA MIRADA

 

De lejos, el cuerpo es mancha en el paisaje,
de cerca, es mancha de luz.
Hay un mundo de tiempo y de voces,
hay uno de perpetuo silencio,
y hay solo un día al final de los tiempos.

Pero esta mirada y este consentimiento
en el océano del aire, perceptibles,
son las vías de la luz como aquella estrella
que en cielo ilumina cuando se la invoca.

Y a lo lejos, una mancha va desapareciendo
succionada por el espacio lejano y profundo,
y bajo la lluvia a menudo reaparece
por la nitidez que deja el agua,
por el transcurso de la imagen solitaria,
y entonces viene hacia mi, la mancha, la mancha crece.
Pues volviéndose luz me observa, se hace la luz.

 

III.

 

Aunque la sombra se mueva víctima del sol,
dando un reloj en torno de todos los semáforos,
la sombra sigue siendo la misma pues, por la noche,
se guarda en las noches hasta que el día siguiente,
guarda a la noche en el minutero sobre el suelo.

Al atardecer, la sombra diaria libra la noche,
al principio como en una lepra del pavimento,
y después, desapareciendo en el color del día.

Por más tiempo que el suelo negro permanece rojo,
el cielo continúa rojo a la espera de la noche
que le transparenta como al carbón la soledad,
cuando las luces traseras del cielo más antiguo
se dejan ver por la sombra de la noche galáctica.

 

IV. CLARO Y DISTINTO

 

Maravillosa luz en maravilloso día,
en un tiempo maravilloso de sombra.
Una gota de lluvia sobre el océano
lo dejó mudo en secreto y quieto.
Y así el entero horizonte no cedió
a ninguna batalla librada
en mares oscuros e internos.

Poderoso tiempo, un poderoso campo,
de lunas el cielo repleto va iluminado.
Una sombra por la noche viajaba
veloz cual luz lejana todavía.
Y así un ojo cerrado que dormía,
la dejó mezclarse en ese laberinto
hasta volver la noche, clara.

Sí, una estrella capturó este mundo,
y el día comenzó a pasar y hubo tiempo.
De un mar se inundó el territorio,
y por el tiempo a la marea que lo absuelve
de ser la noche siempre del fondo,
y veo venir
veo claro y distinto, al rostro.

 

V. PASO DE PASO

 

El mar subió hasta mi cintura
y los reinos profundos se alejaron.
Repentinamente el día se aclaró
y las sombras recuperaron sus sitiales.

Hay un abismo en cada suceso
como hay una liturgia que comienza y finaliza
con la duración de todos los momentos del mundo.

Hay lugares al interior del cielo
que solo distinguen los pájaros,
y por eso no canta un cielo homogéneo
a través de sus plegarias en huida.

Sube el mar y se alejan de mí sus reinos,
pero permanecen tan cercanos al cielo
como cuando el mundo acontecía sin distancias,
cuando no se distinguía la música de su luz.

 

 

 

3.
LA MISA MUDA

 


I. TARDO MUGIR DE LAS IGLESIAS

 

A las siete de la tarde de todas las tardes,
todas las campanas de Santiago me llaman
como niñas honrosas, altivas y deseables.

Son las tentaciones del cielo más próximo
que descienden desde arriba por las torres.

A las siete de la tarde de todas las tardes,
las campanas de Santiago comienzan a llamarme
y acaban recién al gemir de por mi la inaudible voz.

Y siempre un nuevo clamor más hiriente,
entre gritos de bocinas de micros y carteles
sobre la azotea de los edificios, incendiados de materia.

Y siempre una puerta inmensa entreabierta,
hacia la vereda como si un solo paso
me separa del cielo dentro de ese abismo.

A las siete de la tarde la iglesia muge
porque la bestia mordiéndola destroza,
y pues destroza, ¿a quién? no vale pena. 

 

II. MÁRTIR DE CUERPO ENTERO

 

¿Quién se robó el trozo de mártir?
Esta es una capilla abandonada
al centro de una callejuela despintada.

Por el dedo del mártir llegan beatas
a frecuentar este lugar dejado de Dios.
Sin el dedo no hay beatas,
sin beatas no habrá plata.

¿Quién se robó el trozo de mártir?
Ese dedo nos apuntaba
y por su indicación no había pecado
al interior de esta capilla dejada,
al centro de una callejuela despintada.

Quién tenga el trozo,

nos haga el favor de regresarlo,
a no ser que decida lanzarse al foso de los leones
y entregarnos un mártir de cuerpo entero.

 

III. ENTRADA DISCRETA

 

i.

Al atardecer del día tercero,
la iglesia se interpuso en mi camino.

El Dios del amor no sabría llorar
y porque lloro lo detesto.

Pero, una vez adentro,
esta es la hora de la tarde
en que aúlla la conciencia.

 

ii.

El cardenal recorrió el intestino de la catedral
como recién llegado sobre el que depositan
todas las ofrendas del toro.

Nadie conoce a nadie pero son hermanos.

Atravesé las naves del templo
como si el templo fuera un potrero
abovedado por nubes, pintado el cielo de santos
estaba repleto e inmóvil
porque lo eterno está quieto
del tiempo excluido y amaneciendo
a perpetuidad.
 
Y por causa de los rugidos del santísimo sacramento
el cielo de Santiago se ha puesto en movimiento,
con un orden arcaico y futuro, caótico y falso
y se dictaminó en el tiempo, el avance del cielo
del hemisferio sur hacia el encuentro del cielo
de un planeta, lejano, opaco y secretísimo
para los ángeles y gigantes de aquel primer momento
en que el tiempo del primer día arrancó por primera vez.

Hacia ya va la luna también, hacia su cadalso
cuando triturada por la luz, se apague la noche
y el día perpetuo quede fisurado y claro.

Y mientras esos años se tarden como la próxima tarde en volver,
extraviándose toda la esperanza de la espera larga,
recompensada en defunción, en catástrofe y en adulterio
por la gracia de llorar junto a una tumba pronta a parir,
mientras tanto, se dirá la verdad mediante palabras.

 

IV. LA CARIDAD ABSUELVE A LA BOCA

 

No requiso un mendigo para practicar la caridad.
Ahora lo tiene el mismo cielo entre ceja y ceja.
Y en retribución a la recompensa que nunca te daré,
saldrás fortificado de la primera ciudadela.
Y en castigo por los crímenes que por ti no cometí,
serás petrificado en la figura de un hombre carnal.

Así se dijo: la boca es vía de muchas cosas.
Nada la preserva en el cuerpo sino su carne,
nada la extirpará de allí sino otras bocas como orejas.
Nada volverá a reunirse con su nausea y será
tan posiblemente sólo boca cual bofetada del seso,
tan desprovista de música y orquestas
que serán dioses los sepultados en la tumba de su cuerpo.

 

V. BAUTISMO DE LA GÁRGOLA

i.

Retumba esta tumba del ángel de la luz
La gárgola se descuajó del lodazal
Y sale en busca de su presidiario sol.

Todo monstruo es una insignia.

ii.

Esta gárgola continúa demasiado viva
para dejarle libre frente a tu pista de baile.
Esta gárgola,
aleteando sigue herida, bajo el marco de la puerta
cual una bandera que ondea:
Allí cuando similar palpita la piedra… en tiempo densificado.
(En fracción, el sol se distancia hasta verse estrella.)

Esa casa tuya, tu casa que la tiene afuera,
derrumbarse junto a los arcos de mediopunto podría
y recobrarla luego como a un cadáver anciano
de tal modo que asuste al cretino.

Este bicho quiere alzarse
hasta conquistar la cúspide,
pero entonces sobreviene la aurora tan indistinta al Cielo
dejándola allí, casi roca, casi un templo de hielo.

Y sin previo aviso se ha inclinado la dama,
removiendo su pétrea enagua
y la toma, pero la gárgola tambaleándose cae
y sin embargo la sujetan los castrati del coro,
y las vigas curvadas vírgenes de la bóveda rechinan
y hasta el subsuelo
de sus zapatillas quisiera tragársela.

Y sin cuello que soporte mi cabeza
he visto a la gárgola subir en manos de la iglesia,
no al modo de una lenta ascensión a los cielos en un planeta sin gravedad,
sino en un rapto violento y fugaz.
 
Y grita, grita en una tonalidad inaudible,
mientras se abraza a la aguja de rueca,
en este momento de la caída
que la luz del día detiene.

Ahora comparte la mesa de Cristo
no sin ansias de robarse el pan y el vino
para comulgar obsesiva y demoníacamente.

Así es como ha llegado la mierda a encornisar
la inmunda fachada de la Santísima Iglesia.
Allí está condensado el pecado. Rugiente
Ay de quien pasando se disculpa de verlo.

iii.

Pero las gárgolas de Santiago de Chile
son pequeños orificios por donde las fuentes
vomitan un agua sucia de niños y mendigos,
una y otra vez –sin vez- el agua las recorre
como a grifos perpetuamente abiertos.

Y al sediento no podrían bautizarlo por el agua.

 

VI. CRISTO-BAAL

 

En la oscuridad de los tiempos
Baal y Jehová se confundieron.
El dios invisible tomó forma
como una larva que vuela
por la neblina del principio,
y el dios invisible se hizo toro,
se encarnó en carne taurina
y la carne petrificada por la noche
de la tierra más profunda
brilló en metal que refleja y desforma.

En ese espejo brumoso el mundo
circundante creyó estar vivo,
hasta ver en sí mismo su reflejo,
y el dios invisible de Moisés
se vino en bestia furiosa,
henchida y harta de su sangre contra sí.

Era la sangre de los hombres,
y fue la sangre de la bestia
como un mar que traga todos los ríos
y, sin devolverlos al cielo, se congela.

En el mundo espejismo helado,
y sanguíneo el mundo permanece,
tan oscuro que la sangre pierde su color,
tanto que únicamente puede sentírsela,
si se la bebe.

Era el reino de Baal la infinitud
finita de habitar el esférico interno.
Por eso no hubo escape,
por eso buscando su lugar en color,
la sangre,
logró brotar un día.
La luz la descubrió,
primorosa y alada en el vuelo de larva
y, entonces, brotó carmesí la capa
del cardenal arribando al altar,
por el dios invisible tomó la forma
de sí mismo y del animal,
a fin de volver el espejo a los espejos,
recluir la noche a la sombra móvil,
al brillo el metal, y la sangre al grito humano
de Dios preso en cuerpo presente.

 

VII. FINAL

 

Yo sé que estarás allí detrás
con la aureola perlada.
Y a la hora del principio,
en que el cielo aparece,
repletando los espacios donde el agua
no ostenta su imperio,
tendrá que irse en retroceso
el mar, contra el mandato de su dios,
porque el Cielo habrá
recuperado su antiguo espacio,
anteayer perdido en el fondo del océano.
Y entonces, estará bendita,
el agua en la pila y en la iglesia,
como Saturno recluido finalmente
a su propio y lejano cielo.


 

 

Interludio 2º:
ACERCA DE UNA PALABRA

 

 


I. UNA PALABRA

i.

La palabra que a sí misma se nombra es una palabra,
una palabra que, cuando llueve, a sí misma se canta,
y sólo dicha en oración no succiona al universo.
Palabra que demora un tiempo en pronunciarse
como toda palabra y por ella todas ellas se descifran,
y se dijo a Degas que la poesía se hacía de palabras,
y al sentenciar el mundo es la última palabra,
y desde ahora y para siempre un río sonoro tan solo
a través de su ruido anuncia todas las voces que pudieron
anunciar la venida antes que ángel la dijera como ofrenda y condena,
y requiere del instante y segundo a segundo regresa,
en cuanto la palabra comienza por anunciar el ocaso,
y todos los registros de los tiempos pasados, porque los señala
mediante una boca abstemia de besar en palabras, palabra.

ii.

Cada palabra es la historia de una forma de dolor,
y en dolor la palabra nombrándose comprende,
por eso cada palabra es una máscara y es un tiempo real.

Reiterada hasta el asco parece venida de lengua extraña,
porque la desconoce su río a veces el hombre queda seco,
y regresa con un abismo y se espera que pueda ser gritada
a los cinco vientos mediante el viento proveniente de una voz,
pero no hay nada cuando se aguarda el árbol al que profetiza,
en vez de la sola esperanza que provoca su proximidad develada,
y sin ella el desierto llueve sobre el océano hasta secarlo,
y quedan sepultadas naciones enemigas por causas de sus nombres,
y entre los contrarios no hay lugar a un contrario, pues todo parece un exceso
de un nombre mal pronunciado por los tiempos anteriores
al final de los tiempos y al tiempo final en que, esa palabra,
respira porque se nombra a sí misma en esta postrera palabra.

 

II.

 

Algún día dejará la luna de ser una palabra,
volverá la luna a ser la luna día y noche
como en una noche inmensamente luminosa.

Algún día dejará el cielo de ser una promesa,
volverá el cielo a ser el cielo día y noche
como en un día que oculta todas las estrellas.

 

III. POESÍA Y ERROR

 

“Parece que” – como el buey colosal y mudo diría –
del lenguaje es un mero problema, la poesía,
porque –siguiendo a Lord Russell- si poesía eres tú,
y no eres tú más que un abrazo, pues eso eres
y es que, estando yo aquí, frente a ti, yo te he dicho y sin mi
ya no te bastarías a ti para estar solamente tú en ese ahí.
Y, entonces, esta flor inexistente que recientemente
cuando por fin aletea –según Miss Dickinson- en mariposa
se transforma y en la yema de los dedos de Russell se posa,
arrastra todo cuanto roza hacia un cielo solo desde la tierra celeste,
donde el dios que no pudo nacer de una mujer sin desvirgarla,
yace ausente o tan lejano como una ocasión de tocarlo.

Y sin embargo, cómo podría ser poesía una palabra
requerida de otra dentro suya otra para contradecirse y vivir,
sin otra, sin otra, sin otra.

 

IV. ASCO DEL BESO

 

Y si nadie dice su nombre,
en la era de la palabra,
y si nadie quiere descender al abismo
como al encuentro de un cielo sepulto,
y si nadie quiere volver a nacer
sin antes haberlo predicho,
y de no haber hora para decirlo.

Si al volver del recuerdo de sí,
no llega a pronunciar la mentira,
el pasado por fin estará presente
como el asco untuoso de un beso.

 

 

 

4.
TRE DONNE BENEDETTE

 


1. ISABEL

 

I. COLON´S DELIRIUM

Isabel, reina mía, nunca más, ya no más
para ti un jardín al otro extremo del mar,
ni de esa selva un pétalo que pruebe
del otro mundo nuevo, un color
como una joya que, hurtada, desaparece.
Todo honor y toda gloria para mi reina
sentada, poderosa, lunar
a la espera de noticias desde un más allá,
toda liturgia de naves en un mar
de prisión infinita cuando todo horizonte
no es más que horizonte de mar y de mar.

Isabel, nunca más una reina descubra,
la otra mitad del mundo por compasión
de un hombre que no puede tocarla
porque requiere sin parar, navegar.
Y nunca más una isla inmensa.
Y nunca más un nuevo planeta.
Y nunca más un beso sin de por medio,
mismo el océano, la misma verdad.

 

II. DEFENSA DE LA REINA

Una reina oscurantista ha enviado
a un loco hacia un agujero negro.
Le ha entregado sus joyas
convencida de que el mundo
recomienza al final de la nada,
y, que las naves que han partido,
por donde el sol muere, pueden volver
por donde el sol nace como si fueran
el mismísimo sol, el mismísimo día
y toda su ausencia, la noche de España.

Una reina decide acabar con el viejo mundo.
No sabe cómo será el nuevo, pero lo prefiere.
No teme a los monstruos del agua profunda.
No teme a los demonios de Saturno.
No teme a su esposo quien le advierte
que el navegante genovés está ebrio.

Los hombres hoy van a otros planetas
en dirección de aquellos planetas.
Colón en nombre de Dios y su Reina,
iba, para llegar, en contra de los lugares.

 

III. LA CASA Y EL MAR

Del otro lado del mar, tengo hasta una casa.
Para llegar tan allá habrá que cruzar
todo el mar que no acaba nunca.

Del otro lado del agua -del río preso-
tengo yo una casa chica deshabitada,
cuya puerta invariable está sin  su portero.

Si entraras en la casa verías la selva,
y es porque allí no está mi casa todavía.
Para que aparezca hizo falta una puerta.

Pero si fueras del otro lado del mar,
encontrando al menos semiabierta la puerta,
ciérrala de golpe y espérame tras ella.

 

IV. CASTILLA

Y cuando ando medio solo,
yo me acuerdo de Castilla.

Nunca yo estuve allí,
pero alguien vino aquí,
anónimo desde ella.

Imagino que debió ser Castilla
como un reino castellano,
que debió su gente
ser toda castellana,
y que su sangre me recorre
fortalecida cuando, en soledad,
yo me acuerdo de Castilla.

Dicen que no había burgueses en Castilla,
mientras, por supuesto, Castilla fue Castilla,
mas, después, lentamente, desapareció
y entre nosotros se quedó herida,
mas Castilla vive como vive la luz.

Y cuando ando medio solo,
yo me acuerdo de Castilla.

Nunca yo estuve allí,
pero si poder viví
fue, para en soledad,
entre rostros multicolores,
acordarme de Castilla.

 

V. BEATRIZ

Érase Beatriz, y era bella,
era su gesto usual, su lugar
en Florencia, y era de Dante
un instante perpetuo que amaba,
y en el mundo de la ciudad
era ella la menos risueña,
pero era la boca suya en palabra
casi una palabra, mejor un respiro
a través del aliento que dice:
-Pasando iba junto a usted.

Del Cielo ya giran sus círculos,
el Paraíso como un carrusel
pasa junto al río florentino,
y en Beatriz nada se supo
como la odiosea cristiana del Tiempo.
Ella se quedó porque era
Beatriz una mujer de Florencia,
así en la oscuridad medieval,
donde el cielo hoy vacío era,
tan evidente como allí una estrella
muerta desde la eternidad.

 

VI.

En la frondosidad ausente de una alcoba negra,
se lanzó a llorar la futura reina.
Al dios de los reyes, clamaba por ser salvada
del lecho de un viejo indigno del imperio
en donde nunca la mañana acabaría.
Y, mientras escuchaba su llanto y su clamor,
solo ella y tan solo ella,
en esa noche la mañana se detuvo
antes del largo amanecer.


2. EDYTH
 

 

I.

No hay para Teresa un santuario sobre la tierra,
su cuerpo se fue con Israel a través del aire,
su alma se fue con Israel alado a través del aire,
y tan sólo quedaron los hornos de Birkenau.

No hay de Teresa un cuerpo inerte de mártir
-que los devotos destrozando se repartan–,
hay un silencio y una cruz interpuesta por memoria
(Y un papa visita Polonia),
y no hay más que turistas
como peregrinos guiados por un gato.
No hay de Teresa Benedicta de la Cruz
un tanque en forma de caballo y de regalo
entrando en el cielo nuevo sin sorpresas a la Troya.
Pero hay otra santa subnormal y carmelita,
en estampas que se obsequian lunáticos de fé,
tipos freaks o una beata solterona y final.

 

II.

 

Cuando nació no creyó en Dios
porque nadie se lo dijo de ese modo.
Se lo dijeron en la sinagoga de Breslau,
se lo dijo su madre mientras hacía la contabilidad,
se lo dijeron unos niños en la calle
demasiado niños para una niña como ella.
Después creyó en la filosofía,
como asistente de Edmund Husserl,
pero eso tampoco le bastó.
Cuando completó sus estudios no creyó,
por mucho que  su madre fuera una judía famosa
por tasar la madera de un bosque
a bordo de un tren en movimiento.
Después asistió a las clases de Max Scheler
donde estudió la genialidad de un fanático religioso,
y, sin embargo, no le bastó.
No le bastó, no le bastó a Edith
el mundo que la emplazaba a observarlo
con la detención de la luna y de Dios,
y eso no bastaba y eso no bastó.
A continuación, una paloma le habló
sobre las alcobas del Cielo,
preparadas para ella y todo su pueblo,
pero ni la zarza ardiente a ella le bastó.
Incredulidad satánica dijeron los ángeles
en manifestación pomposa frente a los altares de Sión.
Se desató una furiosa tormenta contra ella,
por toda Alemania la persiguieron los rayos azules,
y ni esto, ni aquello ni un tsunami le bastó.
Pero cierto día en que andaba intranquila
como el día glorioso de su primera menstruación,
las moradas interiores cayeron en sus manos
sin ninguna intervención del cielo
-es decir, por simple casualidad–,
y por entonces, amanecía,
y, sin embargo, para ello
el amanecer de toda Alemania tres horas se adelantó.
Porque en tanto había pasado la mitad de la noche,
se despejaban ya las incógnitas filosóficas de la filosofa Edith Stein.

 

III. NOTA EN UNO DE LOS MUCHOS MANUSCRITOS DE EDMUND HUSSERL

Vi en la clase de hoy, la primera del año,
entre solo varones, a una dama.
Supe que había tenido la precaución de dar lectura,
sin todavía haber pisado Gotinga,
a los tomos de mi libro que nadie lee.
Creo que está un poco loca.
Será, por tanto, mi ayudante.

 

IV. EDITH VISITA A LA VIUDA DE UN AMIGO

He venido hasta la casa de una esposa
tan solo ayer transformada en viuda.
Temerosa de la deformidad que en el rostro
deja la ausencia repentina de otro rostro,
por mucho que por la guerra no se le viera.
Llegué temerosa – el esposo caído en el campo -
y vi aumentado mi temor – atardecía –
cuando la casa me irradió su halo de cementerio.
Y a mi primer llamado – silencio del jardín –
y a mi segundo llamado – la casa exhala un rumor –.

Esperé un momento, fue una sombra la que vino
siempre contra el hemisferio del mundo
por donde la luz venía hacia mi – la tarde –,
y la sombra era de mujer,
y adquiría cuerpo en cuanto avanzaba,
y adquirió un rostro frente al mío.
Su sonrisa la está matando – pensé.

¿Quién es? – Edith Stein.
Entro en la casa – Tenue oscuridad.
Deshabitada, el cielo por la ventana no entró.
Sin mí el mundo se quedó fuera,
pero lo que habría parecido allí un ambiente
de cementerio, de residuos de misa fúnebre,
forzosamente decían una palabra sin sonido
como una nota de silencio fuera de un oboe,
decían otra forma de llanto, decían
que allí al menos seguía vivo mi amigo – su esposo,
y nosotras dos, una soltera y una viuda,
los fantasmas que se investigan,
y ella esperando morir para llevarme con ella
como una hermana escogida en el orfanato
por su nueva hermana desconocida, al azar.

 

V. EXPLICACIONES SUCINTAS

Según la variante fenomenológica
de la teología de Edith Stein,
si observamos detenidamente un objeto cualquiera
(sea, por ejemplo, una ventana),
y nos desprendimos de todo prejuicio acerca de ella,
-olvidando que significa toda una apertura en la pared
que comunica al horizonte circular del universo
con las doce aristas de la habitación-,
o que la bruma que enturbia la visión
señala el cristal que traspasa las imágenes,
pero extiende la pared, excluyendo el frío
tan común en las ciudades alemanas.
Y olvidamos también que las cortinas
cerradas, ocultan el río que pasa,
o las caras redondas de otras ventanas;
si lo olvidamos, y con ello,
que el cielo raso de la casa
es la primera antesala del Cielo,
y que volviendo a la ventana, entra
una brisa helada y triste;
si todo esto lo olvidamos y volvemos
a contemplar la ventana
a la manera de una estática dama
(una de las damas del Carmelo),
aquel objeto insignificado se abrirá
como una flor deseosa de ser notada
y saldrá volando el Cristo a caballo
y miles de sus ángeles en tropel.
Por un estigma en el cristal de la ventana
entrará en la casa una luz más poderosa,
un rayo de  luz que nos clave el corazón,
eso ocurre, eso, eso, eso,
al menos en la habitación de Edith Stein.

 

VI. NOTICIAS DEL GATO DEL CARMELO DE LISIEUX

En la oscuridad que entorna el Carmelo de Lisieux,
el silencio sagrado por un grito implora,
al gato que regrese, por la boca de la priora.

En la noche oscura buscan al gato de la priora
las carmelitas de Lisieux.
Y el gato no maúlla quizás porque sabe que lo buscan
con un silencio fingido,
quizás porque sabe que a falta de un marido
la priora de Lisieux quiere a su gato otra vez.

Rumor de pasos descalzos como una desordenada
procesión, a tropiezos por el huerto o sobre los tejados
del convento carmelita de Lisieux.

Ronroneos humanos no simulan para un gato,
el silbido de la gata caliente de Lisieux.

La superiora del Carmelo ha clamado auxilio
al mundo que rodea el Carmelo de Lisieux,
y toda la ciudad devota sale en la búsqueda.

Por frente a la priora desfilan
todos los gatos callejeros de Lisieux,
y una vez, entre todos ellos,
aparece el famoso gato del Carmelo,
vuelve la Madre María de Gonzaga
y tras ella va el cordero, vuelven ellas a Lisieux.

 

VII. UNA CARMELITA ABANDONA EL HÁBITO POR BUENAS RAZONES

Y ahora te veré en la deshora,
feliz, enceguecida y poderosa.
Con una cicatriz, desde el muslo hasta la boca,
inscrita por un demonio previsor,
conociendo un pecado futuro.
Ya no inmaculada, ya no una damisela del Carmelo,
ya sin toga, ya desprendida del hábito,
circula en el festejo número 55
del amante número 25
en un espacio de la tenebrosa Nueva York.

Por la escalera caracol que al Cielo conduce,
ha descendido toda albada hacia la tierra,
y alzada en su desgaste ha rendido un culto
taurino y fecal, libando la sangre del buitre,
mientras le husmean su perfume esenio.

 

VIII. MARTIRIO DE LAS DAMAS DEL CARMELO - 1793

El diablo recluyó este espíritu
al cúmulo de luces solares y reflejos,
de ondas sobre el agua tan reposada antes
que el tiempo viniese a eternizar su oleaje.
Sin embargo, es Dios moviéndose en el agua.

Rumbo de la guillotina las carmelitas,
van a librarse del yugo,
la luz: una  justa medida entre el cielo y la nada.

Y aquí, por el pecado que nos confiere
nuestra razón luminaria de la luna,
serán condenadas al retorno casi tenue
pero doblemente feliz y en martirio gracioso,
las mímicas de María,
y sus múltiples letanías privadas
-e invocaciones al becerro que amenaza
el púlpito jacobino de Nôtre Dame de Paris–
tendrán que SILENCIO con el corte súbito.
Ese nos ahorra la amenaza del dios durmiente
esperando por encima y por sobre todo,
el beso de las putas de la Iglesia en la República.

 

IX.

 

¿Qué hace una dama del Carmelo en un lugar cómo éste?
¿Espera subir a los cielos por aquí?
Y estando entre los judíos, homosexuales,
comunistas, gitanos, eslavos y testigos de Jehová,
uno de entre ellos volvió a preguntar:
¿Dónde está la Iglesia cuando entramos a las duchas
para limpiarnos de nosotros?
¿Está en Roma fumándose el último cigarro de la tarde,
su santidad Pío XII?
Y Edith toda desnuda frente a todos ellos desnudos,
todos bajo el rosetón de la cámara,
una especie de cruz mística pronta a girar
como una svástica en el derrumbe de la carne,
dijo sin tardar casi maquinal, casi malévola,
según era su costumbre infantil y ancestral:
Nada hay tanto frente a nosotros como nosotros
y tras los muros de la cámara talvez alguien habrá,
y por esto que la iglesia está aquí, al menos, por ahora.

 


3. REBECA

A Rebeca Matte Bello

I.

Cuando la mujer se esculpe resulta libre,
parece claro y en su propio cuarto
de pronto hasta nace una niña.

Nace, llora, pide atención
el nudo improbable que fragmentó,
el bloque del que saldría
la más dúctil hija mía.

Y entonces, será tan santa
como una perra repleta de leche,
y a Rodin y Monteverde –Maitres- dirá
hasta la vista mientras no muera la niña.

Después verá que durante su vida
la niña nace al comienzo de cada día,
y el parto continúa por todo otro año,
y hasta por otro año se extiende
mientras queda la piedra dormida, doliente.

Eterno es el día y la noche sería quietud,
una mortandad deseada tras la mañana
en que vendría la resurrección.

Y cuando la sangre se mezclaría
para obliterar el río hacia el mar
(pues todo linaje es un río),
la sangre salió por la boca
como una serpiente huida de Dios.

 

II.

 

Oh, mi única hija,
desangrada y viva aún
por culpa toda mía.

Oh, Lily recluida
en una montaña lejana,
vacía.
Y yo, por mi tos,
sobre tu cara de azucena,
te ofrendé la condena.

Porque hasta en las caricias el mal se traspasa.

Oh, lejana tras una montaña,
tras una y otra montaña,
tan lejos que ni los mapas
podrían llegar hasta ti.

Oh, muerta estarías más cercana
sobre mi cabeza en el Cielo,
coronando mi terco recuerdo.

Oh, por culpa mía muerta y viva
a la espera de un milagro letal.
Pues quien sobrevive, después desconfía,
de cuán delicada sea su alma,
tan brutal para enfrentar a su mal.

Oh, Lily, lejana por médicos y
esperando custodiada tras montañas,
en respirar yace esperanzada.
El antídoto, una mota milagrosa
que vaga en las brisas del Tiempo.
Una cura que caprichosa o simplemente
casual,
escoge su victoriosa víctima.

Y si pudiera tallar
la piedra de todas esas montañas,
qué me importaría el promontorio:
Rasgaría violenta una carretera
hacia la puerta de tu alcoba.

 

III.

 

“Vivir aquí con las cosas de la tierra,
es un sometimiento, una derrota, un fracaso del vuelo.”
                                                         ................                   Plotino.

¿Cómo hacerla?
El río no sabe dónde comenzar
a derrumbar la piedra en la cascada.

Toda caverna inversa
es montaña tal vez un bosque,
de bronce en cuerpos humanos.

Porque en el vacío está contenido
el espacio donde entró el material,
hasta romper el molde, quedando vivo.

Y estos aviadores antiguos,
que no supieron hacerse cosmonautas,
porque creían en el sol un último paso,
fueron a reunirse en el suelo,
en aterrizaje y precipicio,
para un funeral
donde el padre sepultaría
la parte aún viva de su vida.

Ícaro y Dédalo estáis aquí,
ennegreciendo la portada
de un museo neoclásico.

Pero yo también estoy aquí,
junto a la aviación marchando,
porque ya no vuela más allá
del sol y de la luz,
porque el más bajo Cielo es tibieza
y es el derrumbe de Nuestro Señor.

 

IV.

 

La sangre ha llegado a esculpir
el mármol sin mancharlo.

Mediante esos dedos.
Mediante esas manos.

Por fin la piedra puede morir
sin pulverizarse, salir
del lugar inicial, salir al recuerdo
de un infierno luminoso bajo un día gris.

La sangre se contiene al interior
de un humano cuerpo y salirse exige.
Por esto las venas se abren
o la arcilla cava una fosa en el aire,
por esto la sangre va hacia el sepulcro,
por esto el sepulcro es una fosa
y la fosa tiene a la tierra alrededor
como el más prescindible
y necesario de los moldes.

Sin embargo, cuando la sangre
elige la boca,
oh, Ícaro desquiciado,
presuroso hacia la luz,
oh, vida que se decidió demasiado
a vivir más poderosa y feliz.

Esta escultura que agoniza,
esta piedra extrañamente viva.

 

V.

 

Tierra, que devuelves
a tu fosa común,
todo cuanto alado se te escurre
como tensamente la cometa
es por el niño recuperada.

Tierra, cuya gracia
preserva corpulentamente
a Ícaro y Dédalo en monumento,
quieto, tradicional y muerto
pero posible de vivir.

Saldrán volando algún día, yo lo sé
porque la fosa del aire secretamente canta.
Pero mientras no tengamos tales alas,
mientras sigamos requiriendo el avión,
la tierra nos mantendrá firmes,
pues la tierra es satánica y sabia.

 

 

 

Interludio 3:
RUINA ESCATOLOGICA

 


I. CONFIANZA

 

Se confía en el tiempo cuando la tarde por al menos
un segundo de su luz, no es confundida con la mañana.
Y en la mujer encinta, el padre, confía
al presentar a los invitados, a ese envoltorio como su hijo.
Y se confía en la vida cuando al sueño se abandona
el hombre durante la noche y no se despierta
agitado, creyendo morir indolora y súbitamente.
En las horas, se confía, si se aguarda un instante que viene,
y en la sonrisa intercambiada, en la mano a cuyo encuentro se va
estrechándola como colisiones de astros en medio de lo infinito.
Se confía en los ángeles cuando se va por las calles
esperando volver a salvo al hogar y su calma.
Tanto se confía, que a menudo aquello se olvida,
y a salvo nadie respira, a cada momento
como si fuera posible hallar en el aire una vía de escape,
y tras cada herida efectiva y posible, y en toda llamada
y porque se olvida, se menosprecia y supone, se confía.

 

II. IMPOSIBILIDADES

 

Nada puede el cielo contra la tierra
ni puede el tiempo contra el horizonte,
(aquel lugar donde todo se reúne),
ni la luz –esa otra sombra- contra la sombra,
ni el beso contra el cerezo, ni el cielo contra un beso.
El cielo contra la tierra ya nada puede.

Nada puede el abrazo contra el asco,
y el río contra la ciudad que lo devora,
ni puede la iglesia sellada contra la vereda
nada, y por eso toda iglesia es una especie de tumba
y toda oración una obligación funeraria,
y el cielo se queda distante contra su espejo desforme.

Nada puede el sol contra la noche,
aunque la noche sea el reverso suyo y nuestro,
y nada puede la muerte contra la vida
cuando la vida es un festejo aparente y tedioso,
ni un grito contra el silencio pagano,
ni el asombro contra un otoño pasado y nuevo.

Nada puede la cruz contra los altares,
ni un lamento de Caccini contra el de esa puta
de madrugada lanzada desde una auto en movimiento,
ni legiones de ángeles a través del día
invisibles contra una bestia invisible,
y nada puede el adiós contra el reencuentro.   
 
Nada puede este día contra el día pasado
y nada puede nacer y morir diariamente.

 

III. AVISTAMIENTO DE LA TARDE

 

i.

Y para quien ha soportado el horizonte
como una constante maligna aparición
-circundando todo su mundo-,
tanto la isla como la estepa
le son interiores de todo naufragio.

En qué momento de la montaña
el río precipita el iceberg que varó
cuando de noche volaba.

La multitud ha finalmente concluido,
que puede matar el rostro y la voz del hijo
mientras todavía no le sea un recuerdo.

Pero. No solamente el recuerdo porta al fantasma.

 

ii.

Salen voces antiguas de los recién nacidos.
Travestido por la sombra el cirio se agotó.
Y este tumulto lascivo fue ayer procesión.

“Mi voz es la tuya, es tu voz profunda”, la débil.
En su compañía estaba quien mató a los dioses
y quien los advirtió como en una duda.
¿Cuándo principió aquella que en contorsión y en batalla
esquivó casual al otro señor para herir al propio?

El coraje estaba finalmente de su lado.
Secreta, la mansedumbre de lo eterno.
El mercado del templo sirvió al templo
para quienes bajo la lluvia mueren.
Y el Cristo se tuvo que expulsar a sí mismo de allí.

Se proveyó Sodoma de un par de ilustres santos
y así el castigo celeste rehuyó y, por la peste,
reacciona la tierra hastiada de amor.

Algún día volveremos a despedirnos,
pues sabremos de nosotros en los diluvios.
 

iii.

Otra vez el hombre murió.
Su cadáver fue sepulto en la caída libre
de un mundo sin fondo del que no podrá
siquiera volver su polvo en el viento.

Un dios desembarcó y fue a estrellarse contra esa luz
en la forma de polilla traslúcida y nocturna.
Se la cogió en el capullo que, entre ambas manos,
impide reunirlas en oración porque sigue
viva y en esa cárcel que la transporta.
Se la dejó oscura pero inmóvil,
porque tanto la bestia humana como el dios humano comparten
ese rincón, cuando cóncavas las manos a la ciega
la salvan de morir ciega de tanta ansiada luz.
Quién requiere vivir sin cargar un insecto.
Quién requiere esa noche juntar, orando las manos,
tendrá que aplastarla entre las palmas
o liberar en la muerte su vida de la vida débil.

 

IV. IMPEDIMENTO

 

Se ha ido aquel encuentro,
y ahora no queda ya más
que la memoria.

Se ha ido la memoria del encuentro,
recuerdo de aquella única vez,
y ahora no queda más
que la paciencia.

Se ha ido por fin la paciencia,
¿y ahora? ese ahora ya está aquí
con su inicial impedimento.

 

V. SECRETA PETICION A LA CIGUEÑA DE UN NONATO

Habremos de ser libres
cuando volvamos a volar
sobre la tierra, el cielo y el mar
colocados en lo profundo.

Firme, pero atado al suelo,
se es al fin y al cabo animal,
se queda el uso pendiente
de la facultad aérea y la celeste
cuando –cual el tordo-
por pacer, se elige bajar.

-Escúchame, cigüeña que me llevas
a las concavidades de la cuna y la familia:
Róbame y quedándote conmigo
llévame siempre a través de cielo.
Más vale no nacer por sobre la Tierra.


 

 

 

 

5.
LA MANSIÓN VACÍA


 

“…Hace tiempo que todo me decía,
El día claro, la mansión vacía.”

                              Anna Ajmátova, Réquiem.

 

I. REITERACIÓN FANTASMAL POR INFINITUD DE ESPEJOS

 

Cada presente es reiteración de otro pasado
siempre comenzando en la extensión del tiempo.
Vemos la cara de un solo mundo que transcurre,
los que estamos de este lado del paisaje,
y los muertos otros no duermen instante alguno,
ese instante prevaleciente durante nuestro turno
sino que nos ven morir presurosos.
Y ellos envejecen tan ignorantes como dioses.

Por eso, si el día retira su luz de los jardines,
y por ello el silencio recobra, conjuntamente
con la noche del planeta, su recodo,
entonces la casa grande se enciende de crujidos
porque todo lo pasado vive en ella todavía
y todos los pasados cruzan sus pasillos,
portan cirios y lámparas azules
y las sillas como sillas rodantes pasean,
y se derraman postres invisibles de los platos,
y allí acontece
una multitud de respiraciones,
cena en una banda rítmica de comensales.

Donde tantos estuvimos antes o más tarde
el mundo se interna en otros mundos,
y oscurece cien veces durante una noche.

 

II. RETORNO AL TIEMPO

 

Fue hace un tiempo atrás, era agosto,
el día se calló repentino,
y por ello, sólo hasta hoy,
aquel día logró atardecer.

A veces el pasado se confunde
con un sueño largo, en el presente,
interrumpido por causa de su recuerdo.

Ese rostro que de arcángel poderoso
adquirió la humanidad de un leproso,
y esa luz permanente, ese relámpago
que recién hoy se apaga y retumba,
hizo de los sueños de ese tiempo
los sueños dentro de un sueño feliz.

Ahora se recuerda pero el frío es vital,
y hay certeza de estar bien despierto,
pero ahora los días se suceden.

También se podría creer en alguna cosa,
pero la iglesia justo ahora está cerrada.

 

III.

 

Allí, por entonces, solo el recuerdo
y el recuerdo del presente, una voz
tras el paisaje llorando por los cristales.

Era el recurso del recuerdo.

Alumbrados los cristales interiores
ocultan externo el mundo nocturno y finito
tras el espejo donde palideció la familia.

La familia, como un mausoleo de carnes blancas,
a la mesa resucitó sin haberlo sabido
tras la oración perezosa de la hija menor.

La hija menor, cuando los senos florecientes
la arrastraron a mudarse las prendas
tras la estación de servicio, recuerda.

Y el recuerdo es una señal de alerta
como alarmas que despiertan la ciudad,
y por todos los fantasmas que lo recorren
corren márgenes invisibles, presentes y definitivos.

 

IV.

 

Después vinieron los toros.
Dioses menos expresivos, ciertamente.

Llevaron una aureola de polvo.

Primero, saltaba el camino,
después vinieron los toros.

Primero, huyen del curso
porque todo movimiento es un río.

Y entre las sonrisas asustadas,
transcurrían mil demonios
compelidos por los hombres.

Y sin haberlos nunca visto subir a la montaña;
después vinieron y bajaron los toros.

 

V.

 

Desde mi reflejo me miran mis muertos
como tras vitrinas de tumbas semiabiertas.
Un sol caído por la tarde lo vuelve nítido
a ese mundo de al frente tras los ventanales.

Enturbian esta inmediación los vitrales de la iglesia
con su postiza elección evangélica.
En un plazo de vida corpórea que no ve la gloria,
presencian la eternidad de reojo.

No requiere el mundo visible de una grieta
que divida al cenit y al retrato
del abuelo comprimido en una lámina,
una grieta continuando por paredes y subsuelos
hasta perforar el centro de la Tierra.

Pasan astralmente algunos dioses y otros muertos
al tiempo que nos imputan extensas alas-deltas,
pero porque no despegamos y andamos en vuelo
es que estamos lisiados por el desconocimiento
de las aéreas victorias de la muerte.

 

VI.

 

Que no venga el buitre a mi puerta
en la forma de un desconocido muerto
-muerto que reside en la vida aparente de mi propia vida-
y requiera de un Cristo para expulsarlo.

Que no venga volando y al descender
se provea de extremidades humanas,
toque silenciosamente la puerta en un plan que finaliza
y entre el huracán calmado de su visita.

Saldría volando pero hay muchos lugares
que no ostentas murallas en el cielo.

Y quedarme receloso de la casa
donde habito desligado de su berma,
no podría salir ni volver temeroso
de un bosque donde las catedrales vegetaron.

Que no venga ningún ave fenomenal.
La gárgola es siempre una inusual señal.

Es mejor que todo permanezca
cercado por la luz y su mentira.

 

VII.

 

Cerradas las cortinas en tejido fulgoroso,
una ventana con ellas comparte el exterior
de esta casa, enormemente protectora y triste

Afuera se mueven demasiadas cosas,
tanto más se oculta como pasadizo secreto,
se oculta demasiada mierda en lo que es eterno.
Tanta, tanta cosa se mueve afuera que nuestro jardín
tiene por techo todo el lugar del universo.
Salir hacia un lugar tan extenso es morir
sepultado por la finitud contradictoria del insecto.
Las plantas y los hombres se movilizan
a veces en plazos distintos para el hombre.

Cerradas las cortinas la noche se recrea
sin estrellas por encima que recuerden el abismo.

Sin la casa nunca estaremos seguros
que la noche logre contener esta noche:
Esta noche, nuestra propia noche
en que el abismo no penetra.

 

VIII.

No sabe la mujer que su templo es una tumba,
una pirámide construida durante la vida para la muerte,
no sabe que podría ser un lugar
donde nacer y morir fueran posibles sin el parto.

Cuando entra en la tierra va tan sólo
sin un muerto doble en sus entrañas.

No sabe que la madre que muere
es el sarcófago de su propicia luz.

Sepultada bajo un campo de flores,
la luna se vuelve roca de antiguo mar.

 

IX.

 

Excede a la sombra y a la luz esta cruz
sin jamás girar como una svástica,
sin llevarse portada en estandartes
en la inmediatez de una era genocida.
Distinta, por fin, a la corpulenta cicatriz
asfixiada en el relicario de una monja.

Eso es Orestes pero sin hermanas,
y sin vengar al padre, y sin matar a la madre,
Crucificado est.

Ayuna pues, teme el castigo del hambre
en un Cielo tan repleto de fuego
que no puede distinguir la Mansión
            y vaga perdida entre ángeles luminosos.

La mansión vacía.
Cimentada sobre un campo amarillo,
superficie de un sol extinguiéndose a prisa.

La mansión vacía, perdida y dormida
como una luna sepultada,
descubierta cuando la excavadora
estropeó esa inmensa losa fúnebre.

Así también las oraciones de la casa nueva,
esas oraciones que no soñarían entonarse
en la forma de las Trois Leçons de ténèbres,
impiden que el agujero negro se trague al Mundo.

Y al Cielo, y al Infierno y al Mundi

Se yergue detenidamente
-El piano que la grúa eleva también-
pero un salón de ecos todavía vivientes no obtiene.
Se queda tendido
-cual un Ulises que Retorna in Patria
cuando el mundo principiaba,
y era el fuego y era el agua.

 

X. LA MEDIACIÓN DEL GATO

 

En un espejo dibujaron una tabla
y entorno suyo quedaron y amurallados
por un fuego azul de mil cirios.

El día por fuera parecía brasa.
Un iceberg en el salón penetraba desde el suelo.

Se tomaron por los rostros en una ascética orgía,
y entonces se conectaron los paisajes.

Y el demonio poseyó las fibras de la casa
meciéndola hasta hacerla llorar y hablar.
Y puesto que la criatura viva sabe de símbolos,
la Casa cantó el Réquiem de Fauré.

Cruzaban en una modorra de gigantes,
ángeles armados por coágulos de sangre.
Al fin, las voces lograron descender
a las palabras dichas por un gato presente:
-Síganme lentamente.

El gato perseguido por rasurados animales,
traspasó un campo de flores nutrido de flores,
y alcanzando la capilla,
se escabullo en la ratonera..

 

XI.

 

Ninguna musa, ningún demonio inaprensible,
otra constelación lejana y sometida
por la distancia neumática y vacía.

Por las naves del templo corría una brisa
desde una tumba abierta talvez una ventana.
Nadie ve por esas ventanas
porque el edificio de espejos
delata su indiferencia de sí,
pero desde su laberinto encumbrado
nuestro paso es vigilado y lo calcula
cierto habitante del espejo.

 

XII

 

Qué hacer si lo que se ama
tras una ventana reclama,
cercano, muy cercano de sí.

Mirarse está
en la prelatura de los besos.
Verse dormido y certero,
previsible ante la cruz.

Ciertamente el instante
en que se alejó la advertencia
pertenece a la inocencia,
pero lícitamente la palabra
y la respuesta a su abrazo forzoso,
vive en todas las plegarias
y se interna fugazmente
en su cotidiano pasadizo.

 

XIII.

 

El castrato despega tal un ángel
en torno de todo lo que ciego
ignora el peldaño sexual de la luz.

Las manos son tijeras en el aire.
No basta acariciar para fingir
una invisible apertura en el espacio.
Y en la abertura,
al fondo, al fondo están las grutas
y más al fondo las aguas retenidas,
y abajo, más profundo, vienen las nubes
y bajo ellas, al fondo más abajo
nevada yace la tierra.
Y en su valle, al fondo,
el agua brota de la noria,
y en la noria, sumergida,
al fondo de ese abismo restringido:
La luna reflejada o la luna misma.

 

XIV.

 

El viento es largo,
y es como una serpiente
que nos atraviesa por fuera.

El viento circula y nos persigue,
quizá a causa de ello no se interrumpe.

A veces, viene un viento contrario,
una especie de armada retirada,
o un monstruo también invisible
que en su voracidad nos defiende.

El viento levanta los tejados,
pero los cimientos sostienen la casa.

 

XV.

 

La estética del dogma no admite matar
al dios que hiriéndose, mata su propia tumba,
esa en donde habitaría hasta cierto momento
de la vida suya, anterior al parto de hombre.

Bestialmente caería el templo del dios
al amanecer de una muerte secreta,
una muerte al fondo de todos los besos
como un tubérculo que succiona la tierra.

Adiós, instante de la lepra enceguecida,
perpetuamente aconteciendo en su locura
tan abierta, tan piadosa de su patrono
y desbocada en la erupción del adiós.

Quién otro quedará en su recuerdo final,
letal cuando sea vencido en otra lucha,
y se quede aguardando un regreso feliz
durante esa aparición de madrugada.

 

XVI.

 

Voló, voló, voló, volaba
a la velocidad en que el día y la noche
recorren los países de la Tierra.

Como un reino donde nunca el sol se pone,
voló, voló, volaba entre el cielo y el suelo,
de todas las auroras posibles acompañado.

El incendio diario de la noche,
allí sobre la profundidad del cielo,
persiguió, pues volando seguía.

Siguió, seguía lejano de las tardes
que como inusuales límites permiten la noche
cuando la mañana avanza en otro mundo.

Y así, voló, siguió, perpetuamente
y angélicamente el dios de la luz,
abalanzándose contra todos los ojos.

Porque en los ojos vivió, vive y muerde
y muere también por el letargo de los dioses,
pero es allí donde no vuela, no va preso del impulso.

 

XVII.

 

Pero, según Manuel Kant,
el tiempo es nuestra condición de saberlo.

Si solo por una vez el pasado se presentara,
por un segundo al menos sabría lo que fue,
lo que hizo verdaderamente la apariencia de un murmullo
o cualquier irrepetible movimiento del sol.
Y sería allí feliz. Y la casa vive finalmente
como una mansión sofocada de sí.


 

 

 

 

6.
VISIONES MEDIEVALES


I. LAMENTO POR LOS INFORTUNIOS DE LA CRUZADA

 

Los santos lugares ya no pueden volver atrás,
y siguen estando lejanos los Santos lugares.
Nuestro Felipe Augusto volvió semi-idiota,
y a Coeur de Lyon le ultrajaron los barones (léase: SOFOFA).
¿Y Barbarroja? -¿qué decir de un demente?
Se ahogó desnudo y acompañado por un joven
en la sodomía de un río turco.

Grandes señores, caballeros cuya altura en la juventud,
en contorsión y galope, en duelo,
aparentaban el traslado de un esbelto álamo,
un árbol montado, armado, sonriente y feroz.
No menos altivos escuderos, amos de algún reino
oculto en los países arbolados de Guyena.
Uno u otro, si no ha desaparecido,
al roce de un sable musulmán o un beso venenoso,
deambula entre nosotros (los quedados, los peores)
oculto en un mendigo, quizá un loco forastero
del que no podrá salir jamás
ni siquiera para gemirnos su propia muerte.

No se verá otra escuadra de adornos,
tardarán en reunirse tantas generaciones
de semidioses postrados ante un dios lisiado.
Acabará por volverse Europa provincia de Mahoma,
y se sucederán cien ciudades moras sobre Paris
antes que pueda retomar una sola excursión,
algún noble oculto -cual Moisés en un territorio ajeno–
la sola esperanza de la procesión.

                              ¿Quién nos salvará?
Si el Mesías ya pasó sin pena ni gloria,
si el mundo es una guarida de Mahoma,
Ay, ¿quién nos salvará?

 

II. MUERTE DE UN NOBLE CAPITÁN

 

Y en cuanto Madame Montluc lo supuso,
bajó bordeando el cerro hasta el pantano,
y allí, con rastrillo y pala en mano,
se dio sepultura estando viva, Madame Montluc.

Como sabía escribir, nos legó la siguiente carta:

Chevalier, amado mío, voy tras ti presurosa
a encontrarte en las cavidades ocultas del aire.
Espérame allí, no mires a nadie,
no sepas de ningún ángel blanco,
pues los muertos son hermosos,
los muertos son gráciles,
los ángeles porque son jóvenes
son bellos como las mujeres
y fuertes como los varones.

Es el hombre un animal
que puede, si quiere, matarse.

 

III. LAS NOCHES DE LA EDAD MEDIA

 

Eran toda negras las noches de la Edad Media,
y los días, oscuros y sanguíneos como la cruz,
pero las noches eran negras, y las cruces eternas.
Con el anochecer el abismo se abría,
y no había lámparas en que el incendio
recluidamente se apaciguara y la ciudad
fuese ciudad aún durante la noche,
sin quedarse dormida por mero amor.
Y los niños dejaban de ver el rostro de sus madres,
y solamente había voces y oración,
y si una antorcha cruzaba las calles
un fragmento del día de la ventana movía
las sombras contra la pared.

Desde los cielos, y desde más allá,
desde la luna, la noche en la Tierra,
la Tierra, esa otra estrella de la luna,
era una estrella negra pero seguía allí.

El arzobispo se despertó por la noche,
en una ciudad de la Europa medieval.
Salió a las calles, y atravesó, siguiéndolas,
la ciudad, llegando a un campo desolado.
Y cuando estuvo en el campo,
en una oscuridad sin luna y sin sol,
descendió de los cielos un relámpago
y el sacerdote pudo ver dónde se hallaba,
descendió hasta que en el fondo del cáliz,
la electricidad mudamente se apaciguó.

Y siguieron sabiamente negras,
las noches de la Edad Media.

 

IV. TRENCAVEL

 

Raymond Roger Trencavel,
montado a las puertas de Beziers,
contando veinticuatro años,
al encuentro sale de los cruzados.
Quinientos mil hombres acampan
junto a la herética ciudad
como si una improvisada ciudad
amaneciera en torno de Beziers.
El Papa los ha enviado y ellos han bajado
desde las oscuras dependencias del norte,
en busca de recompensas:
tierras, aire meridional.
Raymond Roger Trencavel,
en uso oportuno de sus facultades mentales,
sale a entregarse a una bestia
todavía dormida y enseguida,
la bestia cruzada que se despierta,
y entra en la ciudad, y mata a los niños
pues la Iglesia enciende la iglesia
de Santa Magdalena,
porque Raymonde Roger Trencavel,
a sus veinticuatro años de edad,
no sabía conservar el aplomo
sin parecer dispuesto a la batalla.

 

V. HAMBRIENTA CONCIENCIA DE LADY MACBETH

 

Tú que te dices la más rica, la más poderosa,
bella y terrible de las esposas,
te vas devorando poquito a poco.
Tú que piensas que únicamente
el poder humano corona al rey,
vas a ver la sangre que viertes,
y vas a verte desaparecer, pues
la mano tuya que toca tu rostro
ante el espejo espectral de ti,
aquella mano es tu conciencia
y toda conciencia es agujero negro,
es un plazo que tarda el tiempo en redimir.

Tú que esperas el ocaso de tu esposo rey
como en el film de Polansky Mac Beth,
tendrás que ver, sonámbula o abierta,
a la mano tuya devorando tu cuerpo
hasta dejar de ocultar todo el paisaje
que ocultaste al espejo, hasta morir,
como un caballero de Magritte, morir de a pedazos,
hasta desaparecer cuando en el aire
la mano, empuñándose, desaparezca.

Tú, Lady Mac Beth, que viva sigues e invisible
como un vivo incapaz de vivir o morir,
seguirás recluida en la ausencia en el espejo,
seguirás tentando una conciencia nueva,
nacida seiscientos años después de ti,
y ni una sombra antepondrás en la tarde queda.

Y ahora que ya no quedan reyes libres sobre la tierra,
Oh Reina en silencio, presa del vacío y olvidada,
usurpadora del trono, del espejo,
ya se puso el bosque en movimiento,
y en silencio la conciencia muerde tus pechos
como una bestia santa que devora a un dios,
y por la sombra, la luz ya no finge en tu cuerpo.

 

VI. CONSULTA A LA MEDIO PITONISA

 

Óyeme, Pitonisa del pronóstico inverso:
Ayer salí por allí desarmado
tomando la dirección adecuada del castillo.
Ayer pude haber sido acribillado
en la dirección adecuada del castillo,
sin embargo, arribé sano y salvo,
pues tome la dirección adecuada del castillo.

Sin más rodeos haré la pregunta:
¿Pude ser muerto por ese Monsieur Guillot
en la dirección adecuada del castillo?

La pitonisa recorrió las inmediaciones
del camino adecuado del castillo, ayer,
y en trance conmigo dijimos a mi esposa:
Comtesse Marie von Le Fort, vuestro esposo
tomó la dirección usual del castillo.

 

 

 

 

Interludio 4º:
DEDICACIONES
A SIMPLES MORTALES

 


REQUIEM POR ELISABETH SCHWARZKOPF

 

Me ha dicho un amigo, por carta electrónica,
que Elisabeth Schwarzkopf se acabó.
Ciertamente se acabó su cuerpo,
por el que una vez Schubert siguió vivo,
más vivo que aún vivo
como un mudo de nacimiento fallecido
hablando a través de una médium.
Y el timbre de su voz
para sí se había vuelto rústico y ajeno.
Se acabó, es verdad, pero su contacto estaba herido
porque ahora a sí misma se oía en una grabación,
no tan complacida como la Patti
por su imagen en la lluvia, impresionada.
No logró convertirse en violín.

Por ese entonces, su esposo dirigía su cuerpo,
le afinaba su voz como un violín de carne cuyo rostro besaba,
cuando recordaban ambos que eran más uno
que el dios lisiado y su instrumento de nacer.
Y es que hubo dos muertes en esa voz,
Una, la de la voz Schwarzkofp –lentamente- y la otra,
la de aquella que decía palabras cotidianas:
-Aló, Frau Schwarzkopf al habla.
-Iré a caminar por la vereda.
Sin cantarlas para así vivir consigo, y callar,
sin notas de silencio en el silencio de su casa.

 

L’AMICO POUND

 

Pound suena a instantáneo redoble.

Pound, no he visto en alguien
una concentración más poderosa de la loca.

Pound, de acercarme mucho para verte
temo no librarme nunca más de ti.

Pound, esta jaula que recorres,
como la negra pantera del Zoo di Roma,
es hoy mi propia alcoba.

Pound, yo acostumbro a recitarte mudo. Y lucho.
Oh, finalmente libre de la otra jaula del manicomio
y a Venecia viene ritornando l’amico Pound.

 

FRANCIS POULENC

 

El bello Francis Poulenc,
recostado sobre la tierra agitada de Europa,
repasa la partitura.
Concibe, entonces,
una cancioncilla obscena.
Y cuanto raso atrincherado
subsiste, porque casi sucumbe al influjo,
recuerda:
Anda entre nosotros una dama nuestra.

Así es como cada soldado francés,
corre. corre contra Alemania y atesora
en su cuerpo lo que esperando en la tregua, clama,
y es la guerra perniciosa y santa,
pues le revela al soldadillo de azúcar
bajo la lluvia lacrimosa europea:

Tanto necesita el alma del cuerpo
como la musa de Francis Poulenc.

 

CINCERELLA IN PAX

 

Ora et labora, Cenicienta,
en la casa donde tu padre asiló su propio cadáver
y a la causa manifiesta, la madrastra,
y el depósito de hijas compartidas
con otro difunto, otra casa,
una mutación violenta de la tuya.

Ora et labora, Cenicienta,
fregando la herencia del retratado
-padre del padre del abuelo tercero-
por mucho que yendo y viniendo la señora
-en el peinado de la hermanastra-
opaque su sombrío reflejo cuando lo pisa.

Ora et labora, Cenicienta.
Dios y no el hada se aparecerá,
porque el hada no es sino
un demonio piadoso condicionado
por la hora zero en contubernio.

Ahora y en la hora,
Ora et labora en la cenicienta
muralla de la chimenea, Cenicienta,
porque todo estando trapeado,
no está perdido, no está sin ti.
El grifo que viene, ya viene,
y no dará una fiesta para que de ella
salgas presurosa víctima un pacto.

 

 

 

7.
ALICAHUE
O EL CAMPO ABOLIDO

 


“Me habló por la boca de la herida.”
                              Guillén de Castro, Las mocedades del Cid.

 

I.

 

Todo cuanto aquí renace estuvo vivo alguna vez,
porque todo en la muerte recupera la vida.
Así, cuando un trozo de suelo estalla en flor,
cuando la erección ofensiva de un cactus
alcanza esa altura en que sangra en flor su tiza,
cuando el cielo se une a la tierra por una enredadera,
su profundidad pronostica un propio triunfo,
aquí, en donde nos creemos a simple altura.

Porque los abismos de la tierra son hondos
la superficie es un pináculo peligroso.
Porque a la sepultada roca la enfría la noche,
rosarios y collares el agua recrea en la vegetación.

Así es de silenciosa la percusión del cisma
-que va articulando los cerrojos-
así es, y sólo queda temer a dar un paso.

 

II.

 

Y entre nosotros un ángel pasaba.
Tanto silencio salía de allí.
Cuando volvimos al cerco junto al galpón,
fue su presencia otra vez solicitada.

Pero no es cosa de guardar silencio,
convenirlo como por el recuerdo
del muerto reciente, el amigo muerto,
no, su paso es celeste y el mandato
que lo mueve del hombre no procede,
siquiera hay de él conciencia inmediata,
ni contemplación de su trance, menos
una oración haciéndolo posible.

Un ángel pasaba entre nosotros.
Siempre convicto de nuestra jauría
-entre los matorrales de la hacienda-
veloz y exponiéndose en tiempo extenso.

Otra prueba podría esgrimirse dando
lugar a la existencia de un Gran Dios,
pero muchos ángeles dejarían
de visitarnos tan a menudo.

 

III.

                 “Está tan cercano lo sublime a lo ridículo.”
Georges Bernanos, Diario de un cura rural.        

 

La virgencita en la gruta camino de la cruz,
es la estación para quien no sube a pique a la cruz.
Está dispuesta la tela sucia,
la imitación del maestro Tiepolo
en el hueco de una roca encerada, ennegrecida
de esperma cristalizada, antiquísima e indígena.

Oh, figurita cautiva de la roca, agradecida,
cuya disposición enterrada en la roca
bajo cerros de polvo trenzado y afirmado
por la raíz superficial del litre.

Oh, fotografías, santitos en la grutita
cuyo recipiente boquiabierto sostiene
la pronta evaporación de la lluvia.

Oh, virgencita con alambres en los puños.
Oh, Madre de Dios con cuerpo, con vestido
todo de yeso y pinceladas doradas
que simulan un finísimo bordado.

Oh, monedas negras en los tarros
y en el fondo del agua retenida.
Oh, pozo casual de un milagro falso,
recipiente de fragmentos de la baldosa celeste,
también las nubes del cielo.
Oh, procesión frustrada por el sol o la lluvia
y de cuyos desertores se nutre el comercio.
Oh, gruta elevada pero bajo tierra.
Oh, lugar ridículo del universo.

 

 

IV.

La serpiente de Tiepolo es falsa.

Ya comprendo por qué ese pie sobre la cabeza de la serpiente.
Junto a mí la vi pasar y junto al río a la serpiente. Era verano.
Un alboroto de mujeres –como pájaros- salió gritando.
Un escuadrón bañista de niños y niños saltarines
removió, en la búsqueda,
tantas piedras que la arena se cubrió de insectos,
y la serpiente jamás apareció.

Y yo la vi, y era una diosa.
Tan sólo la virgen de Tiepolo podría haberse erguido sobre ella,
así, así, como en un equilibrio cuyo centro era la cabeza
mas con todo, la serpiente que yo vi
-sin duda un demonio más pequeño y sin importancia-
de los ángeles y el cosmos y Paraclito no sabía nada
y era tan siguiente y era tan feliz.

 

V. LA GARZA ES SALVADA
POR SU BLANCO REFLEJO EN EL AGUA

 

Era un tranque, era una garza cuca
y un hombre armado de espaldas al cielo.
Un susurro como de hojas casi habló
queriendo talvez anunciar la caricia terrible,
pero guardó un silencio en respiro contenido.
Y a continuación, otra bandada recordó, a lo lejos,
la profundidad de todo el espacio pero sin llorar.
Y mientras blancamente el blanco se movía
como un pato del tiro al blanco de pronto renacido,
la humanidad apuntó a la bestia alada.
Y sin embargo, el reflejo de esa blanca vida
por el agua suspendido vivió más que esa vida,
y por esto el cosmos requerido de un ojo atento al blanco
no se enrojeció como supernova porque el reflejo
pudo más que toda realidad carnal y la bala
cruzó el aire hasta internarse en el agua pesada.
Y allí murió misteriosamente pues no regresa aún cual un cometa.
Y en cuanto al blanco reflejo,
precisamente cuando las ondas
comenzaban a fragmentarlo, voló, y huía
en la forma alada que aprovecha
al espacio profundo como las aves como garza.

 

VI.

 

Forajidos al país de la imagen,
al país donde participan lícitamente
el parto a destajo y el sacrificio
solapado, liberador e insolente.

Por la invertida raíz marchita del roble
cuyas sombras aún consiguen ser densas,
ha sido restaurado el huerto,
pero el sol, al mediodía,
las erguirá, oscureciéndolas,
hasta dejar desamparada
toda la humedad de la tierra,
toda su hoja, su insectario viejo,
todo bajo el nivel del tobillo
próximo a insurrección, quizás.

Gracias a Dios no hay Dios
demasiado visible entre las sombras,
aquellas nos cubren del sol que persigue vernos
o bien
secarnos bajo la verdad luminosa.

El huerto anunció el hogar
y entre las ramas hubo morada intermedia.
Las sombras discurren sobre y entre ellas,
las sombras a causa de una luz invisible,
pero tenue,
más allá, detrás del almidonado de hojas,
pasando diaria, violentamente.

 

 

 

VII.

 

Y los corredores enlazados
por el adobe enmarcado en un esqueleto
robusto de alerce,
fueron el espacio del cruce de saludos.

Corría el año de 1760 o el de 1883
y seguía el adobe contra la tierra,
y posteriormente –a medida que la materia todo
lo integraba-, parecía una extensión de esa tierra,
una cueva de barro y de paja,
habitada por unas señoras
cuyas presencias eran las de otro sol
-porque cada cielo le restringe-,
o decorada por retratos de los difuntos
y los próximos al estado gracioso.

Corría este o aquel año de sequía
en que el nivel del suelo casi alcanzó
las tejas de la casa patronal,
y se empolvaron los pasillos donde nunca
la tierra de Alicahue, en su agua retirada,
hizo que se hallaran los ricos y los pobres
-casi pobres lo ricos y por ello los pobres más ricos-
tan seguido y, sin embargo, tan esquivos.
 

 

VIII. LOS PEQUEÑOS COLISEOS SUMERGIDOS

 

Son los coliseos pequeños bajo el río seco.

La punta del pie explora un agua que era tibia en la boca,
luego se hunde atrapada por el musgo hasta el fondo de la noria,
y allí se queda preservando al cuerpo seco, sin sumergirse, sobre el río.
Entonces, una vez de pie sobre el fondo,
es hondo ese lugar, desde arriba es  voluble.
Las pies temerosos registran la proximidad,
mientras la brisa, queriendo alzar el torso blanco y dejándolo quieto,
todo en su recorrido exterior enfría.

Son pequeños los coliseos bajo el río seco.

Quien conoce el prodigio de hundirse en registro
del nivel donde antes los pies estuvieron peregrinamente,
conoce, aunque corregido por un filtro verdoso en el agua,
los lugares cavernosos de la corriente.
Cuando es vertiente, la luz hace falta al agua invisible,
y, cuando es laguna, la luz en el agua se pone verde.

Y sin embargo, cuando el año es seco,
y en las cumbres la nieve sólo se filtra y no alcanza la quebrada
el río, la vertiente y sus lagunas como ollas fermentadas en lavadero,
nos descubren a los coliseos bajo una corriente solo recordable,
nos descubren a los coliseos bajo un sol mortífero,
y allí están los colores, las texturas ¿verdaderas?
¿la proporción correcta de ese mundo antes verde, negro y profundo?
Allí están, a la insistencia del mosquito azul, las ruinas de los pequeños
coliseos bajo un río seco.

 

IX.

 

Yo no soy de por aquí.
Mi tiempo estuvo en otro tiempo.
Señor o vasallo,
prefiero haber habitado el castillo.

Se los derrumbó para edificarlos en el aire
donde a su interior desaparecería
toda distinción, toda pompa, toda herida,
pero, aunque se encumbran naves al espacio
los castillos requieren tierra firme,
esa tan injusta, toda oscura y triste,
la tierra firme.

El cielo y el mar de nada sirven
a los castillos con sus torres en el aire,
porque en  lugar pedestre van cimentados.

El cielo y el mar les son ajeno territorio.

 

X.

 

De seguir estando en ella,
el pez del agua no hace gala.
¿Quién podrá no estar divinizado
por participar en esta rara cosa?

Resolvamos el trayecto de la casa,
entrando sigilosamente en la casa.
Volvamos al paseo junto al guayacán,
allí donde se ha estrechado en suciedad
el borde junto al río.

Son tantas las maneras de perdernos
en las carencias que suceden a la niñez.
No es que esta casa haya descendido en porte,
ni que nosotros hayamos alcanzado altura mayor,
es que ha seguido a la maravilla
-al usual estado del animal-
una sórdida universidad, un libro que late
y con ello el ocaso de.

Sin embargo, siguen estando allí,
los detalles en que el mundo era enorme,
siguen estando sus formas cuneiformes
-escritura desconocida al escriba envejecido-,
sigue estando Dios escondido
en las hormigas en sucesión,
en el bosque de tréboles sosteniendo,
suave, la infantil barbilla.
Siguen los peces en el agua
creyendo habitar en el vacío,
seguimos corruptos por la circunstancia
que conduce irremediablemente al cielo,
seguimos junto al borde amplio,
junto al río cuando era mar caudaloso,
sigue la casa erigida en su antigua virginidad,
sigue la piedra roseta en la cabeza
pronta a descubrirse y regresarnos al dios que va
recorriendo el interior del aire.

 

X.

 

La historia de un recuerdo que oculta el paisaje,
y al borde, un caserón, del campo extendido,
un campo cuya carencia de día queda manifiesta
cuando atardeciendo las luces se vuelven la luz,
y una llama va por la oscuridad,
descubriendo en su entorno habitaciones
como al interior de una solución blanda y traslúcida,
porque aún la tierra no ensucia el aire
en la invasión del cielo por el polvo.

Y la historia de una zona del suelo
donde la lluvia estalla silenciosa,
antes de la ascensión del lodo
y la memoria acaba por llorar,
en tal alegría que las lágrimas
participan de todas las aguas.

Y la historia de un pozo que hablaba
con la noche mediante el reflejo
del universo desnudado por el cielo,
por el cielo oscurecido hasta hacerse transparente.

Y es la historia de un cementerio inmenso
durmiendo bajo el campo enlodado,
y es la historia de las casas que se levantaban
para defender un mausoleo en mitad del potrero
y en mitad de las flores, y los caballos alrededor.

 

                            
XII.

 

Dicen que vendrá el agua a esconderlo todo.
Dicen que mi casa sumergida
lucirá toda de azul
como todo cuanto sea visitado por el buzo.
Dicen que los montes serán las islas,
y laderas de montañas, las playas
de un ojo de mar impuesto
desde oficinas estatales timoneadas
por fantasmas extraños a la tierra.

Dicen todos, viviremos en las nieves
cuando laguna de represa brille.
Dicen que cual en país hundido,
subirán alpinistas a la costa.

Como un diluvio por nadie sentenciado
en toda la irrealidad del cielo.
Como una tumba de agua
que oculta su sepulcro.
Como un atardecer irresoluto
bajo la superficie navegable.

Dicen, sin reinos submarinos del mar
quedará el antiguo reino de Alicahue.
Donald Trump sobre las aguas se paseará
como si bajo ellas
nada hubiera pasado.

 

 

 

 

8. ANAMORFOSIS

 


I. ANAMORFOSIS

 

Pero siempre y nuevamente llovió
sobre las regiones de nuestra infancia.
No recuerda quien vive como un árbol,
pues muere sin saberlo,
y el cielo es tan solo el color
del viento que viene y mece.
En ese abismo se abrirá un abismo
como la noche huye hacia el sol
cuando retorna la mañana en esta mañana.
También recuerda la capilla invertida
que es bella y terrestre la catedral
invertida contra el cielo celeste.
Y en el espejo habitado de un río
vibrando sin aparecerse como aparición
se rompe y ya se va ruidosamente.

La realidad se rasga de forma distinta
al de una imagen de la lluvia que se triza.
Toda esa luz desaparece con el día
porque hay sangre invisible de pájaros
y porque auxilios que el ruido silencia.

Su propio recuerdo le es raro,
no cree haber muerto aquella vez
en que voces subterráneas repetían
junto al suyo, el nombre de un dios.

Se comienza a recordar cuando se muere,
se anda inmenso en el intervalo,
pero hacia el exterior de los días felices.

Aves de paso dijeron mensajes en su recorrido.
Tarde vio dibujarse la última palabra.
Por entonces, las calles se abovedaron
como túneles que unieran iglesias
en como carros de un tren sin salida.

Y la esfera del sol se ennegreció
como el cosmos visto desde afuera.
Y supo ya: toda palabra a él proferida,
y su reflejo en todas direcciones del mundo
a él devuelto por espejos o infinitamente de viaje,
no eran más que recuerdos del día provenientes
donde la perspectiva alargó su sombra
hasta cortarla, finalizando el bosquejo.

 

II.

 

A pesar del relámpago,
los grillos dicen un mensaje descifrable.
Su reiteración es vaticinio.
Y es que el profeta no adelanta de otro modo,
la próxima muerte del mundo, la que no admite
un vivo recuerdo de los muertos.

Si no deformara el tiempo
lo que yéndose en él, se aleja,
podría tal vez el microcosmos,
regresar al ahora
todo instante disuelto.
Las huellas dactilares del lobo
aún frescas sobre el clavecín,
volverían a hundir las teclas sin dedos
como bajo los golpes de lluvia siniestra.

Moriría al decirse una palabra
y, en seguida, retorna
dicha por ecos de bocas de carne.

Y la alabanza del insectario vivo
develaría sinfonía de procedencia prehistórica.
Y para verse en un espejo
bastaría descubrir, mientras se hojeaba
un tomo de la colección
Grandes genios de la pintura,
a la mujer de Amedeo Modigliani.

 

III.

 

Anamorfosis se llama a la materia
que refleja el ánimo de la materia.
Desformarse frente a su Creador
para poder crearse por su imagen a sí misma.
Pero los cielos raptaran las cosas,
tal y como viajan en el tiempo,
los recuerdos de Dios.

 

IV. VEN TOUTATIS

 

Ya sé que te vieron pasar
por el fondo, más acá de los astros,
Toutatis, Toutatis,
y ya sé también
que la psiquis de la hormiga
calculó tu curso
hasta precavernos de tu muerte
en la de nosotros,
Totutatis, Toutatis.
El cielo contigo o sin ti
vendrá contra la tierra,
Toutatis, Toutatis,
en esta Temporum Fine Comoedia,
soñada por el apóstol más joven,
ya viejo, en Pathmos.

No tendrá que invadirnos
el agua del mar,
ni sofocarnos la ruina del sol,
pues solo hará falta
Toutatis, Toutatis,
y lo que del hombre quedaba
habrá por fin acabado.

 

 

 

 

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ANAMORFOSIS.
Poesía 2001 - 2006.
Joaquín Trujillo.