Proyecto 
            Patrimonio - 2008 | index | Joaquín Mateo Trujillo | Autores | 
           
          
          
           
           
          EL CIELO CONTRA UN BESO
          Siete escenas
          Joaquín  Trujillo
          En Revista Los  poetas del cinco,
            N° 15, Julio  2008
           
           
           
        
        Personajes:        
        
          
            Domingo....... .. .. .. ..	.. .. Sacerdote
              Gastón...... .. .. ...... ..	.. .. 			Sacerdote
              Margarita		...... .. .. .. ..	.. . Hermana  de Gastón
              Tito...... .. .. .. ..	.... .. .. ... 			Hijo de  Margarita
              Gerión...... .. .. .. ..	... . . .. 			Miembro  de una secta satánica
              Medea...... .. .. .. .... ..	.. .. 			Miembro de  la secta, su musa
             
            
                
          
        
         Escena 1
          Interior de un caserón  abandonado. El pentáculo dibujado en el suelo está  borroneado. Una silla a la derecha. Gerión espera con una  gallina bajo el brazo.
         Gerión: (Canta desafinado y grotesco.)
        Porque pasa ya comienza el tiempo del cielo
          en que el fondo ascenderá hasta sus pies,
          salvándolos del abismo y el país intermedio.        
         Porque está muerta, vivirá, y, cuando aún vivía,
          ella andaba entre nosotros poseída
          de su propio cuerpo y del aliento y de mí.        
         Porque la vi pasar como un ovni en forma de cruz
          sobre mi cabeza, al día tercero,
          por eso la estoy invocando y no desciende.        
         Presiento que me sigue como una espía,
          procuro confundirla,
          doblando en cada esquina,
          pero siempre alguien me descubre.        
         Y ya no vuelve más pues se tarda demasiado la bruja.        
         Gerión: Hace más de dos horas que espero a la vagina  cruel. Será que me hace esperar a propósito, la bendita  puta, o será que quiere hacer su entrada en la casa cuando den  las tres horas de retraso y así, de paso, insulte el número  sagrado, el trinitario, el que hace reír a nuestro amo  Luzbello. Y esta gallina que robé de un criadero, se me duerme  debajo de la axila, y siento latir toda su sangre de gallina –maldita  seas-, como un trozo de carne vivo de mujer fallecida. Está  excitada con el hombre la gallina. Cree que la estoy amando -la  estúpida- pero solamente queremos mascarla sin antes matarla,  morderla viva y cuando se haya desangrado, votarla.
          (Entra Medea vestida con un inmenso traje negro.)
         Medea: (Presumida y desdeñosa.) Gerión, demonio  retrasado, ¿qué haces con una gallina bajo el brazo?
         Gerión: (A Medea.) Quedamos de juntarnos para ofrecer  sacrificio.
         Medea: (Se desvanece sobre una silla.) Pero yo estoy muerta….  Ay… Unos chiquillos malcriados me confundieron con una maldita  gótica y me agarraron a piedrazos, cuando venía hacia  acá. Idiotas, somos una iglesia, no un despreciable grupo  urbano. Y no quiero saber nada de sangre hasta la próxima  sesión.
         Gerión: (Descontento.) Pero, quedamos en que hoy habría  diversión.
          (Silencio.)
         Medea: (Furiosa.) Además de tontito mantienes siempre  la esperanza. La religión no es para divertirse, es para  cometer sacrilegio, para adorarlo a él, al precioso Falo de  Carnero.
         Gerión: (Señalando la gallina.) Y entonces, ¿qué  haré con esta gallina?
         Medea: Cómela con tu familia.
         Gerión: Pero el alimento es bendición de Dios.
         Medea: (Suspira.) Ay, corazón, eres tan… inocente.
         Gerión: Me fue difícil conseguirla. Tuve que robarla.
         Medea: (Con mordacidad) Pobre de ti, pues todo lo que tienes,  siempre antes lo has pagado.
         Gerión: …De un criadero avícola. Me salieron  persiguiendo unos guardias. Me lanzaron un par de perros.
         Medea: ¿Y por qué no te trajiste uno de esos perros  para el sacrificio?
         Gerión: No me atreví. Me habría mordido.
         Medea: Si no sabes cómo disfrutar de una mordedura, no podrás  adorarlo verdaderamente.
         Gerión: Esos perros… me habrían desangrado a  mordiscos. No habría llegado vivo.
         Medea: Eso es lo que tú crees. Después de haberte  dejado destrozar, te habrías bebido tu propia sangre derramada  y habrías llegado volando.
         Gerión: ¿Cómo un vampiro?
         Medea: Ecco, signore.
         Gerión: Pero ningún vampiro me ha mordido.
         Medea: Pero sí a esos perros. Todos los perros están  mordidos. Todos ellos, por eso, son vampiros… ¿Por qué  tú crees que ladran?
         Gerión: Pero… perro que ladra no muerde.
         Medea: Ay, eres, definitivamente, idiota.
         Gerión: (Irritado.) Siempre te burlas de mí.
         Medea: El objeto de mis burlas es el objeto de mi bendición.
         Gerión: No eres más que una mujer. ¡Vagina cruel!
         Medea: Y tú, ¿qué no ves? Apenas eres un hombre.
         Gerión: Me voy con mis amigos.
         Medea: ¿Dónde están todos ellos?
         Gerión: Se largaron a comprar copete. Pensaron que ya no  llegabas.
         Medea: Necesitan de mí para todo.
         Gerión: Por que eres la sacerdotisa.
         Medea: (Enternecida.) Es necesario que tarde para que así  me estén odiando cuando por fin aparezca. ¿Cómo  realizar el ritual en completa armonía? Quieren buenas  relaciones humanas… ¡Idiota! Sería una maldita misa.
         Gerión: Tardar un poco para enojarnos está bien, pero  tardar tanto…. Ahora ya no habrá ritual… Es lamentable, yo  había ya invertido el crucifico.
          (Se ilumina el sector de la pared donde está el crucifico  invertido, hasta ahora no advertido como parte de la decoración.)
         Medea: ¡Puerco absurdo!
         Gerión: (Ríe.) Sí. Sí, Cristo.
         Medea: No me refiero a él, sino a ti. (Acalorada se dirige  hasta el crucifico y lo regresa a su posición supuestamente  “normal”.) ¿Qué sentido tendrá  invertirlo durante el ritual, si lo ha estado desde hace rato?  Poniendo estoy la cruz en orden ¡Horror! Esto es tarea de los  curas, no mía.
         Gerión: Pero ¿cómo?, si los curas ya no creen en  la cruz. No les quita el sueño para nada. Después de  que robamos este crucifijo de esa iglesia en calle Marco Polo, no  hubo ningún reclamo. Nada. Ni siquiera un cuadrito pequeñito  al pie de la página policial de algún diario. Los  revisé todos.
         Medea: Dices eso porque los noticiarios no hicieron de aquel  sacrilegio una noticia. A ellos tampoco les importa la cruz. Malditos  sean.
         Gerión: Sólo les importa promover el matrimonio  homosexual y el aborto.
         Medea: Como si eso fuera lo suficientemente satánico.
         Gerión: Son como niños haciendo travesuras.
         Medea: Pero no son niños, querido Gerión. Eso es lo  peor de todo.
 
          Oír gritar a un niño cuando muere,
          tiene algo de oír a un cerdo ser matado.        
         De todas las sangres humanas es la más propicia
          porque todavía no está contaminada de tantos alimentos.
          Es una sangre del Cielo.        
         Una sangre misteriosa
          ha salido de sí misma poderosa.        
         Por eso, quizá, el maestro Gilles de Rais,
          mano derecha de Santa Juana de Arco,
          cometió tantos infanticidios en el altar
          de un demonio sediento tardo-medieval.        
         Por esto y por algo más,
          quizás nos convenga un niño,
          un niño pobre, abandonado, drogadicto
          cuya ausencia a ningún adulto cause problemas.        
         Gerión: ¿De qué edad lo quieres a ese chico?
         Medea: De unos once años.
         Gerión: Pero un niño de la calle no causará mal  a nadie. Sus padres nos lo agradecerán. Tal vez, hasta hagamos  un bien a la sociedad.
         Medea: Causará mal a Dios. Eso es lo que importa.
         Gerión: Sí, pues ante Dios todos somos iguales.
         Medea: Exactamente, Gerión, pues te diré: tampoco  quiero problemas legales.
         Gerión: ¿Y quién irá en busca de ese  lechoncito?
         Medea: Tú, ¿quién más, amorcito?
         Gerión: (Angustiado.) ¿Yo? ¿Arriesgar la  vida en una caleta?
         Medea: Iluso, tu vida no vale más que ese riesgo.
         Gerión: Todos esos niños andan fuertemente armados.  Además, la sangre la tienen apelmazada por el tolueno.
         Medea: Sobre eso tienes razón: Una sangre tan espesa no se  derramará conforme al rito.
         Gerión: Creo que conviene más un niño rico.
         Medea: Ya te dije que no quiero problemas con la justicia.
         Gerión: ¿Y entonces? Por si te animas, todavía  tengo conmigo la gallina. (Le muestra la gallina.)
         Medea: Si fuera un mamífero, al menos, no sería tan  afrentoso para Luzbello.
          (Silencio.)
         Gerión: ¿Y que tal un sacerdote?
         Medea: ¿Lo dices por lo de “mamífero”?
         Gerión: Sacrificarle un sacerdote.
         Medea: No es un poco grande para nosotros, para nuestros medios. Eso  es para sectas norteamericanas.
         Gerión: A Dios le pesará más que ninguna otra  cosa y, al mismo tiempo, haríamos un bien a la sociedad.
         Medea: ¿Crees acaso que por tratarse de un maldito cura no  investigarán?
         Gerión: Me han dicho que hay muchos jueces masones.
         Medea: Sin embargo, la masonería pierde cada día todo  su poder. El arzobispo moverá sus hilos.
         Gerión: ¿Y si probáramos con un cura santo?
         Medea: ¿Qué diferencia habría entre uno santo y  uno degenerado para el arzobispado?
         Gerión: Me han dicho que a los curas santos nadie los conoce.  Están siempre escondidos. Nadie se percatará de la  desaparición de uno de ellos por la escasa figuración  periodística que tienen. Tal como los niños pobres,  para sus padres, ¿no lo ves?
         Medea: Por una vez en tu vida has pensado bien. 
         Gerión: Aprendo de tu ejemplo.
         Medea: No seas patético. (Se acaricia las manos.) Un  cura… Sangre por Dios instrumentalizada. Un arma con la que dejará  de contar el Cielo el día del tiempo final. Además  habría que hacer un video.
         Gerión: ¿Para exhibírselo a la Gran Secta de  Estocolmo?
         Medea: (Se pone de pie y camina resueltamente.) No, no, para  ellos no tendría ninguna gracia. En Europa nos llevan la  delantera en estos asuntos desde tiempos de la Revolución  Francesa.
         Gerión: Medea, preciosa prostituta, ¿cómo  hallaremos al objeto de sacrificio?
         Medea: Entrando en cualquier iglesia vacía.
         Gerión: Sí, pero si queremos ofrendar al más  santo entre todos los santos, ¿cómo lo reconoceremos?
         Medea: “Por sus actos los reconoceréis”.
         Gerión: Entiendo, será fácil.
         Medea: Aunque será el más invisible de todos.
         Gerión: Oh, lo sé, lo sé.
         Medea: Como una brisa que pasa a un kilómetro de distancia.
         Gerión: Oh, lo sé., lo sé.
         Medea: Tan inofensivo como un taxi que recorre la ciudad deshabitada.
         Gerión: Oh, lo sé, lo sé.
         Medea: Nuestro Amo nos lo indicará, si es que está en  su voluntad que lo ofrendemos.
         Gerión: Y por obra de Luzbello lo invisible cobrará  apariencia de carne en la carne.
         Medea: Así será.
         Gerión: Ay, Medea eres tan sabia y sabes tan bien reconocer la  sabiduría en los demás.
         Medea: Lo sé, lo sé.
         Gerión: Son tus estudios de filosofía los que te hacen  tan inteligente.
         Medea: Lo sé, lo sé.
         Gerión: La lectura de esos intelectuales del oscurantismo te  hace superior a todos nosotros: gente que adora al demonio por  monería.
         Medea: Lo sé, lo sé.
         Gerión: Tú, en cambio, lo haces por una convicción  profunda.
         Medea: Lo sé, lo sé.
         Gerión: Cuestión ausente en las mujeres inteligentes.
         Medea: (Furiosa.) ¿Cómo puede la estupidez  hablar sobre la inteligencia? Por lo tanto: ¡Cállate! Te  enseñaré un poco de lo que sabe esta mujer: El demonio  nos ofrece la libertad que la existencia de Dios nos quita. Eso lo  aprendí de Jean Paul Sartre, famoso francés y  novelista. Por el demonio descubrimos que Dios es una clase de hombre  bastante inferior al superhombre. Eso lo aprendí de Nietzsche.  Y como en realidad solamente la materia existe, las ánimas en  pena son otra especie de materia perpetuamente encerrada, tal como  nosotros. Esto lo aprendí de Madame Helena Blavatsky, mi gran  maestra. La Iglesia Católica es la Gran Ramera inmunda que se  emborracha con la sangre de los santos. Eso lo aprendí de  Lutero. ¿Y el Papa? El Papa es una carta del Tarot y un  consultor privado de la mafia siciliana. Esa es mi tesis de  licenciatura.
         Gerión: Maravilloso, Medea, maravillosas ideas.
         Medea: Tengo muchas otras pero no te las diré por temor a que  las malinterpretes.
         Gerión: (Entristecido.) ¿Y qué harás  cuando tengas que amamantar a tu hijo?
         Medea: Contrataré a una nodriza, como lo hacen todas las  feministas.
         Gerión: Pero eso te hará una buena madre. ¿Cómo  lo conciliarás con tu sacerdocio en nuestra iglesia?
         Medea: Tarde o temprano abandonaré a ese crío para que  sea amamantado por una loba.
         Gerión: Pero en Chile no hay lobos silvestres. Hay lobos en  cautiverio.
         Medea: Entonces, lo abandonaré en una jaula del zoológico.
         Gerión: ¿Y si te captura la policía de  investigaciones?
         Medea: Alegaré demencia senil.
         Gerión: Pero estás demasiado joven para eso.
         Medea: (Ríe.) ¡Ja! Por lo mismo: me preocuparé  de quedar preñada cuando ya sea infértil.
         Gerión: Tendrás que pedir un milagro a la virgen de Lo  Vásquez.
         Medea: Así es. Pero lo pediré a Satanás.
         Gerión: Genial. Excelente manera de comprobar su lealtad.
          (Se escucha el rumor de una radio portátil acercándose. Toca “Schrei Nach  Liebe” de Die Ärzte.)
         Medea: ¿Qué significa ese ruido?
         Gerión: Es música.
         Medea: ¿Quiénes son ahora?
         Gerión: (Concentra el oído.) Espera… 
          (El volumen de la música sube.)
         Medea: Si la juventud rebelde se identificara con las artes  plásticas, la Vida sería menos ruidosa.
         Gerión: Medea, son los punketas. Vienen a quitarnos el  caserón.
         Medea: (Alargando todas las extremidades de su cuerpo.) Hasta  cuándo habrá que decirles que nosotros somos  una  iglesia, no un grupo urbano enemigo. Y que éste es nuestro  templo de adoración. 
         Gerión: Ellos creen que somos una variante del Deaf Metal.
         Medea: Malditos ignorantes. Confunden la música con la  religión.
         Gerión: ¿Qué hacemos, Medea? No estamos con  refuerzos. Somos nosotros dos.
         (La música está cada vez más cerca.)
         Medea: ¿Andarán volados estos hüevones?
         Gerión: Seguramente. Tengo susto. Yo antes andaba con ellos.
         Medea: Entonces, pues te conocen, hazlos tú entrar en razón.
         Gerión: (Muy nervioso.) ¿Razón? Sería  como pedirles una gamba.
         Medea: No nos queda más opción que hacer uso de nuestra  fama.
         Gerión: ¿De qué manera?
         Medea: Con la gallina. Dámela.
         Gerión: (Alejándose.) Pero ya está  tullida.
         Medea: No importa.
          (La música se  hace cada vez más sonora. Medea y Gerión toman la  gallina por la cabeza y las patas, respectivamente.)
         Gerión: (Desconcertado.) Ahora quieres matarla.
         Medea: Somos nosotros o ella. ¡Tira!
          (Medea y Gerión tiran de la gallina que grita. Medea simula  un ritual.)
         Gerión: Pobrecita. Ya le había puesto un nombre.
         Medea: (A gritos, para hacerse escuchar por los punks que no han  entrado en escena.) ¡Ah, Satanás, señor y  dios mío, esta sangre es derramada en tu servicio! ¡Y  Con ella cubro mis manos y mi rostro! (Extrae un lápiz  labial color carmesí de su cartera y pinta las manos y el  rostro suyo y el de Gerión.) Oh, todopoderoso, oculta y  significante. Liberador y gobernante del mundo. Adoramos el mundo,  adoramos tu gobierno.
          (El volumen de la música baja. Luego, silencio tenso.)
         Una voz masculina: ¿Quiénes están allá  dentro?
         Medea: (Respondiendo.) Los servidores del astro negro.
         Una voz femenina: (Está borracha.) ¿Son los de  la zurda?
         Medea: (Sin responder.) ¡Participen del oficio rojo y  negro!
          (Medea y Gerión se vuelven en dirección del lugar  desde el cual provienen las voces.)
         Gerión: (Al oído de Medea.) Nos espían  por la ventana.
         Medea: ¡Tú luz es una sombra y es toda la noche infinita  del universo! ¡Cabrón! ¡Te invoco con mis tetas! (Queda su busto desnudo de espaldas al público. Levanta el  cuerpo moribundo de la gallina.)
         La voz femenina: Vámonos, a esta mina sí que se le  corrió…
          (Silencio.)
         Gerión: (Alegre.) Se fueron, se fueron. Estamos  salvados.
         Medea: (Riendo.) Por supuesto. El cristianismo es la religión  del temor.
         (Apagón. Música en el audio: el aria “Agitata  infido vatu” del oratorio Juditha Triumphans, de Vivaldi.)  
        
         Escena 2:
        Continúa la  misma música en el audio. Cuando vuelve la luz aparece la  antesala de una casa parroquial. Hay un teléfono viejo sobre  una mesita que está a la izquierda y un cuadro de la virgen y  el niño cuelga de la pared. Suena el teléfono  conjuntamente con la música.
          (Entra el padre  Domingo. Va en dirección del teléfono. Cuando lo  contesta, se detiene, de golpe, la música.)
         Domingo: Aló… ¿Con quién tengo el gusto…? (Silencio.) Ah… Usted es la hermana del hermano Gastón. (Ríe.) Bueno, ahora entiendo, claramente… Sí…  Yo soy nuevo… Sí… Llegué hace menos de una semana… (Silencio.) Con su hermano… sí… se lo llamo… (Deja el teléfono descolgado. Sale.)
          (Entra el padre Gastón seguido del padre Domingo.)
         Gastón: Disculpe, padre Domingo, que tenga que haber usted  contestado el teléfono. Cuando la Hildita estaba aquí,  conmigo, ella hacía de contestadora.
          (Ambos celebran el supuesto chiste.)
         Gastón: (Se lleva a la oreja el auricular del teléfono.) Gastón al habla… (Silencio.)
          (El padre Domingo hace un gesto rápido al padre Gastón,  después del cual se retira.)
         Gastón: (Adopta una actitud dura.) Margarita… Creí  que era… sí… ella me llama más seguido… (Silencio.) ¿Cuál es el problema? (Silencio.) Eso ya lo sabía, pero ¿no fuiste al tribunal? Y se  comprometió a pasar la plata para Manuel… Sí… (Silencio.) ¿Y entonces? Qué jodido el hombre,  por Dios... ¿y desde cuando no pagaste el arriendo? (Silencio.) Ay… yo ando muy escaso de fondos. Sí…  Además la plata que juntamos por limosnas -te dije la vez  pasada-, esa plata es para la gente necesitada que pertenece a la  Iglesia… y te recuerdo que tú te cambiaste… (Silencio.  Después, en tono de reprimenda.) Y tú me dijiste  que ya no necesitabas ayuda… Y esa plata no es para pagarle  arriendos a la familia del párroco, es para la gente que viene  a pedir almuerzo al comedor parroquial… Sí… tú ya  sabes eso, sí, lo sé… lo sé, lo sé… (Silencio largo.) Pero con llorar no se saca nada, Margarita…  Te hago un préstamo, sí… (Silencio.) Ven a  buscarla (Silencio.) Sí, sí, puede ser al tiro. (Enojado, deja caer el fono.)
          (Aparece el padre Domingo.)
         Domingo: (Entrando.) Padre Gastón.
         Gastón: Dígame.
         Domingo: No pude dejar de escuchar algo de la conversación que  usted tuvo con su hermana por teléfono.
         Gastón: Oh… No sabía que usted…
         Domingo: De ningún modo. Me preguntaba si usted permitiría  que yo le diera una ayudita a su hermana. Tengo hartos ahorros del  tiempo del seminario, y, a veces ni siquiera sé en qué  gastarlos, por eso me complacería…
         Gastón: (Interrumpiéndolo.) Padre Domingo, usted  está muy joven… Si empieza a ceder a los pucheros tan  rápido, terminará más pobre que un franciscano…  Y usted, por algo no quiso hacerse franciscano sino que se hizo cura  diocesano.
         Domingo: (Ríe cínicamente.) Ay, por supuesto…  entiendo…
         Gastón: Dicen que cuando uno se casa con una mujer, se casa  también con toda la familia. A Cristo le pasa algo parecido.  Cuando alguien en la familia se hace sacerdote, toda la familia se  casa con la Iglesia, para bien o para mal.
         Domingo: Todo depende de cómo ande la familia.
         Gastón: Efectivamente… Y créame que mi familia en  cosa seria. Si por ellos fuera, se vendrían todos a vivir a  esta casa. Usted sabe, para así dejar de hacerse cargo de una  serie de gastos que aquí corren a cuenta de la Iglesia.
         Domingo: Entiendo.
         Gastón: (Se sienta pausado.) Y nosotros, como  sacerdotes, debemos defender a la Iglesia de nuestras voraces  familias.
         Domingo: Si alguna vez hubo mártires, ¿cómo  nosotros no podríamos hacer algo tan mínimo por “Ella”?  Tiene usted razón.
         Gastón: Razón que me da la experiencia.
         Domingo: Pero, sin embargo, padre Gastón… Me parece y es mi  sentimiento y, en este caso, mi deber ofrecer mi apoyo financiero a  su hermana. Se oía una persona muy amable.
         Gastón: (Haciendo un gran gesto con las manos.) Sí,  claro, pero no deja de ser amable por ser una pedigüeña.  Una cosa no impide la otra, usted sabe… Santo Tomás.
         Domingo: Bueno… creo que tratándose de su propia familia,  nadie mejor que usted para juzgarla.
         Gastón: Así es… por muy extraño que parezca.
         Domingo: (Volviendo a la carga.) Sin embargo, padre Gastón,  la voz de su hermana, la voz suya me indicó que se trata de  una buena persona.
         Gastón: Nadie lo niega, pero yo no sólo conozco la voz  de ella, hermano Domingo.
          (El motor de un auto. Silencio. Tocan el timbre repetidas veces.)
         Gastón: También conozco la manera que tiene de tocar el  timbre. (Deja la silla. Va en dirección del lugar donde  está la puerta.)
         Margarita: (Su voz en off.) Gastoncito… Vine enseguida. (Entra en escena. Arrastra una gran maleta.)
         Gastón: (A Domingo.) Padre Domingo,  le presento a mi hermana Margarita.
          (Domingo y Margarita se saludan de mano.)
         Margarita: Un gusto de conocerlo.
         Domingo: El gusto es mío.
          (Silencio.)
         Gastón: Bueno, Margarita… Voy por tu encargo. (Se dispone  a salir.)
         Margarita: (Buscando la mirada de Gastón.) Gastoncito,  antes… tengo que decirte algo… hacerte una consulta.
         Gastón: (Receloso.) ¿Espiritual?
         Margarita: No precisamente…
         Domingo: (Veloz.) Permiso… Salgo. (Sale.)
         Gastón: ¿Cuál es la consulta?
         Margarita: (Nerviosa.) Bueno… Como verás, ando  trayendo una maleta.
         Gastón: (Como si no hubiere deparado en la maleta.) ¡Ah! Sí, claro, ¿dónde vas?
         Margarita: A ver, ¿cómo decirlo…? (Busca un lugar  donde sentarse.)
         Gastón: (Le extiende la silla.) Ernesto volvió a  la casa… ¿Estás huyendo de él?
         Margarita: (Hipócritamente festiva.) No, no, olvida esa  posibilidad.
         Gastón: Es siempre una posibilidad. Él es tu esposo,  después de todo.
         Margarita: Sí, “después de todo”, tú lo has  dicho. Él está ahora enamorado. El matrimonio es para  el hombre que apenas ha podido enamorarse de su esposa, no para él.
         Gastón: No trates de disculparlo, Margarita, pero tampoco  trates de no perdonarlo.
         Margarita: A mí ya me da igual. Yo sí creo en el  matrimonio, por eso me quedaré castrada., esperando que  regrese para así poder perdonarlo. Pero no sufro por no ser  querida.
          (Silencio.)
         Gastón: Y, ¿entonces?, ¿para dónde te vas  con esa maleta? No querrás el dinero para realizar un viaje.
         Margarita: En realidad, siendo sincera… ya realicé el viaje.
         Gastón: (Furioso.) ¿Y ahora te has quedado  pobre? Me parece muy irresponsable de tu parte haberte gastado lo que  no tienes en un viaje.
         Margarita: Vengo de viaje a tu casa, Gastoncito…
         Gastón: (Comprendiendo el mensaje.) La gente no suele  viajar al interior de la misma ciudad, de su propia ciudad. ¿Te  has vuelto loca?
         Margarita: Si me lo permites… y no te hago demasiada molestia, me  gustaría quedarme contigo unos días. Ya me desalojaron.
         Gastón: ¡Jesucristo! ¡Será posible!
         Margarita: Escuché que la Hildita ya no está trabajando  aquí en la casa parroquial…
         Gastón: ¿Cómo te has enterado de eso?
         Margarita: Te escuché decirlo
         Gastón: La pobrecita sufrió un ataque de trombosis hace  un par de semanas. Me dice el médico, que ella no podrá  trabajar más. Estamos almorzando en casas de feligreses  mientras tanto –cuestión bien desagradable-, y una señora  muy prolija nos hace el aseo de la casa.
         Margarita: Bueno, yo podría servirles las tres comidas, hacer  el aseo… contestar el teléfono… en resumen, reemplazar a  la Hildita.
          (Silencio.)
         Gastón: (Duro. Se pasea.) ¿Tú me sugieres  que ocupe a mi propia hermana de empleada doméstica?
         Margarita: A no ser que prefieras recibirme como una visita.
         Gastón: No estoy de acuerdo ni con que seas mi empleada, ni mi  visita. Mi impresión es que tienes que hacerte cargo de tu  vida, y me resulta bastante violento que hayas llegado con las  maletas a invadir una propiedad que ni siquiera le pertenece a tu  hermano, sino que pertenece a la Iglesia, y yo en ella soy un  invitado más.
         Margarita: (Irónica.) Pero ¿crees que a la  arquidiócesis le importará si recibes o no visitas?
         Gastón: No es un problema de ser o no sorprendido por los  superiores.
         Margarita: Entonces, es un problema tuyo.
         Gastón: Es un problema de la conciencia. ¿Acaso no  entiendes?
         Margarita: No, no entiendo.
         Gastón: ¿Tanto te lavaron el cerebro esas personas?
         Margarita: ¿A qué personas te refieres?
         Gastón: A esos que te bautizaron de nuevo, como si se pudiera  volver al claustro materno y salir otra vez.
         Margarita: Te refieres a mis hermanos.
         Gastón: Sí, sí, me refiero a esos “hermanos”  que, al parecer, no te reciben como este otro “hermano”. (Señala  su propio pecho.)
         Margarita: Ellos siempre me reciben.
         Gastón: ¿Sí? Y, ¿por qué ahora no  acudes a ellos?
          (Silencio.)
         Margarita: …Por que ellos no me conocen tanto. Soy orgullosa.  Piensan que soy mejor de lo que, en realidad, soy.
         Gastón: Veo que conocen, mejor que los médicos, el  corazón humano.
         Margarita: Qué importa cómo sean. En definitiva son  todos seres humanos…
         Gastón: Y si son todos igualmente imperfectos, ¿por qué  prefieres esa religión a la que te dieron nuestros padres?
         Margarita: (Dubitativa.) Porque yo he sido la que la ha  elegido. Por primera vez elegí… ni cuando me casé  creí estarlo haciendo.
         Gastón: (Furibundo. La mira directamente a los ojos.) Y  Tito, ¿lo ha elegido también?
         Margarita: Sí, él también. Es muy inteligente…  Sabe mucho sobre Dios.
         Gastón: Por Dios. Tito tiene apenas once años. Qué  tanto puede saber. Él no ha visto ninguna otra cosa que esa  mentira.
         Margarita: Él sabe más que yo.
         Gastón: Porque tú no sabes nada.
         Margarita: Quizás, pero estoy segura de que él lo ha  elegido.
         Gastón: (Meneando la cabeza.) Tú has elegido por  él.
         Margarita: No, no… Él es muy agudo… lo ha comprendido todo  mejor que yo… ha elegido más que yo.
         Gastón: Eso crees porque en él te has visto reflejada.  Los niños son espejos de las ideas de sus padres… Las  repiten únicamente… Y luego los padres caen rendidos ante  ellos, pues ven todo lo mejor de sí mismos en un mero reflejo  de sí mismos.
         Margarita: Es que tú no crees en los niños. Piensas que  son algo así como adultos todavía defectuosos.
         Gastón: Los niños son los seres moldeables por  excelencia… y tú eres infantil pero inmodificable. Eso es lo  que pienso.
         Margarita: Yo no puedo estar de acuerdo.
         Gastón: Sin embargo, quieres quedarte en esta casa.
         Margarita: Sólo por algunos días. Buscaré un  lugar.
         Gastón: Entonces, si tanto confías en tu hijo,  permítele conocer la religión de la casa que lo  acogerá, la religión que tú le has negado.
         Margarita: Te vuelvo a repetir que yo no se la he negado… pero  estoy dispuesta a aceptar tu reto…
         Gastón: Entonces, lo prepararemos para la primera comunión.
         Margarita: (Horrorizada.) ¡Jamás!
         Gastón: Ya está en edad de hacerla.
         Margarita: Sobre mi cadáver.
         Gastón: Que elija realmente.
         Margarita: No puedes obligarlo a comulgar porque ocupe un lugar en  esta casa. Es una visita.
         Gastón: Podría obligarlo a comulgar porque ocupará  un lugar en una casa parroquial, pero no lo haré…  Simplemente le ofreceré realizar la catequesis.
         Margarita: Si así lo quieres, no hay problema. Yo sé  que podrá resistirla.
         Gastón: Muy bien… Tendrá que integrarse al grupo de  catecismo.
         Margarita: Por supuesto.
         Gastón: Bien… (Mutis.) ¿Quieres ahora  confesarte?
         Margarita: (Indignada.) ¡No!
         Gastón: …Está bien…
         Margarita: ¿Qué no te das cuenta que ya no soy  católica?
         Gastón: Sí, eso es lo que tú crees. (Toma la  maleta de Margarita.) Vamos a ponerte en tu cuarto.
          (Ambos salen. La escena se queda vacía. Suena el teléfono  latamente. Margarita vuelve a entrar en escena.)
         Margarita: (Contesta en teléfono.) ¿Sí?  ¡Titito! ¿Estás en el colegio? Te fue bien…  ¡Sí? Le dices a la tía de la liebre que te traiga  para acá… La iglesia… Tú sabes cómo se  llega… Le indicas… Chao, un besito. (Corta.)
          (Canta.)
         Ay, el hijo es una corona de espinas
          y, a veces, es una corona de flores y otras de espinas,
          y siempre la cabeza refulge y la sangre
          es una fogata que ilumina solo por dentro.        
         Pienso en el hijo como en un vestido
          que todo lo que toca vuelve mancha,
          pero que lo toca, después de todo.
        Este es un hijo que no requiere educación
          porque lleva dentro de sí
          un espíritu demasiado antiguo.
          Este es un hijo que jamás ha llorado,
          talvez porque soy yo la que lloro por él. 
          Este es un hijo siempre en silencio
          que pareciera estar gritando,
          pero al final, cuando logra decir una palabra,
          acompañada viene ella de una sonrisa.        
         Este es un hijo inusual y es el único que tengo,
          es mi única fortuna y es el único de los hombres
          que no me abandona, que permanece conmigo
          como una extraña deidad
          devota de una perra vagabunda.        
         (Sale.)
         (Entra Domingo acompañado de Gastón.)
         Gastón: …Si a usted no le parece mal.
         Domingo: No, para nada.
         Gastón: Ella me deja sin opción. Ella me ha venido a  visitar con todo su ropero dentro de la maleta. Y se anunció  con un motivo bien distinto.
         Domingo: Pero al fin y al cabo, ella es su hermana… Por más  que le pese.
         Gastón: No me pesa pues no significa nada. Accedo a la presión  de ella movido por una especie de reto… una apuesta cuyo fin sólo  puede ser benéfico para ambos, cualquiera resulte triunfador
         Domingo: ¿Cómo es eso?
         Gastón: Es mi sobrino Tito. Margarita, mi hermana, es decir,  su madre, completamente desprovista de razón –estoy seguro-  lo introdujo en una secta yanqui.
         Domingo: (Exhibiendo toda su compresión.) Ay…  entiendo.
         Gastón: Esa gente norteamericana que busca adeptos entre las  personas destrozadas por fracasos matrimoniales, problemas  económicos, o de bajo cociente intelectual. …usted sabe… Y  se mueven entre las clases populares porque se pueden aprovechar de  la ignorancia y la esperanza de esa gente.
         Domingo: Son decenas de sectas, es una verdadera invasión.
         Gastón: Lo bautizaron a la fuerza. Lo sacaron de la iglesia de  sus abuelos, mis padres, ¿sabes? El chiquillo en vez de  estarse preparando para realizar su primera comunión, se  transforma en un agente peregrino de la CIA., sin tener, por  supuesto, ni idea de ello.
         Domingo: Qué horror.
         Gastón: Sí, sí, qué horror… Usted que  es más joven que yo sería bueno que congeniara con  Tito. Lo pone al día en el catecismo… después hace la  primera comunión junto al grupo que ahora se está  preparando y todo solucionado.
         Domingo: ¿Le parece que sea tan fácil? ¿Qué  dirá su hermana, doña Margarita?
         Gastón: ¿Por qué tanta cortesía cuando se  quiere conducir a los ciegos fuera del curso del abismo? Ella ha  hecho un trato conmigo, y después…
         Domingo: Ella es su madre, madre del niño.
         Gastón: Se ajustará a lo que su hijo decida. No tendría  el valor de condenarlo.
         Domingo: Será imposible… Ella procurará persuadir al  niño para que todo cuanto yo le diga no llegue a convencerlo.
         Gastón: Sí, sí, lo hará, claro que lo  hará, pero allí estará usted para ganarle la  partida.
         Domingo: No estoy seguro. Talvez sería menos violento, para el  niño, que usted hiciera de enemigo de su madre.
         Gastón: Todo lo contrario. Él lo tomaría como un  asunto personal entre ella y yo. Usted debe convertirse en un amigo  para que así logre borrar la presión de la familia  sobre él. Yo represento la familia, usted la amistad pues no  comparten sangre.
         Domingo: Es una buena idea en teoría y seguramente en la  práctica, pero sigo pensando que estos asuntos conviene más  solucionarlos entre los adultos. Es fatal para los niños  convertirse en jueces de los afectos que representan las personas más  próximas a ellos.
         Gastón: ¡Ah! Esa es pura palabrería pediátrica.  En el siglo XIII los niños de Francia emprendieron una cruzada  porque, según ellos, los adultos eran en extremo pecadores  como para llevar una a buen término. No tuvieron muchos  problemas en juzgar a sus padres, ¿no cree?
         Domingo: (Dubitativo.) No estoy muy seguro. Quiero pensarlo un  poco.
         Gastón: (Dándole una palmada en la espalda.) Piénselo, piénselo, pero decida lo correcto. (Sale.)
         Domingo: 
          ¿Cómo será ese niño?
            Dios mío, cómo será.
          Un destello que se mueve por la casa,
          un lugar moldeable de la casa,
          un estremecimiento cuando una voz de mujer
          es la voz de un hombre pronto a nacer.
          ¿Cómo será ese niño? Dios mío.        
         (Suena el timbre. Domingo se estremece. Se dirige lentamente hacia  la puerta. Una vez frente a ella, pregunta:)
         Domingo: ¿Quién llama? ¿Quién es?
         Tito: (Su voz.) Soy yo.
         Domingo: ¿Quién es “yo”? (Abre la puerta.)
          (Entra Tito vistiendo el uniforme escolar.)
        Tito: (Con una voz  extremadamente dulce.) …Un niño. 
        
         Escena 3
         Un parque en alguna parte de la ciudad. Gerión vestido de  cotona blanca se encarga de una máquina de algodones dulces.
         Gerión: (Grita.) ¡Al rico algodón! ¡Al  rico algodón! (Aparte.) Medea es una perra. (Grita  autómata.) ¡Al rico algodón para los  regalones! (Aparte.) Cabros de mierda, les chuparía la  sangre… (Grita.) Al rico algodón… (Aparte.) Todo anda mal, todo, todo, por culpa de esa puta de mierda (Grita.) Para los niñitos y las niñitas bonitas… (Aparte.) El diablo se enojó, el diablo está furioso por culpa de  ella… yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpa, Satanás  señor mío, yo no tengo culpa, la culpa es de Medea. (Grita. Mientras expone en la vitrina de la máquina los  algodones dulces.) ¡Al rico algodón dulce! (Aparte.) El diablo me anda persiguiendo, me quiere matar, me quiere hacer  fiambre, el diablo anda con la muerte, lo ando viendo todo el día  con esa peste, con la muerte. El diablo no es justo conmigo, no lo  es, porque yo no tengo la culpa, la culpa es de Medea, esa perra de  mierda de la Medea González. (Grita.) Para los  regalones, el rico algodón… (Aparte.) Cabros  maricones, ya no quieren comer, ahora son todos anoréxicos  estos putitos calientes… Diablo no me busques, búscate a la  Medea, ella tiene toda la culpa. No seas malo conmigo.
          (Aparece Medea vestida de blue jeans, blusa y cartera.)
         Medea: (A Gerión, tomándolo por sorpresa.) ¿Qué  estabas pensando, pichoncito?
         Gerión: (Baboso.) Medea… ¿En qué andas?
         Medea: Ando de encuestadora, aprovecho la aglutinación de  idiotas. ¿Cómo va el negocio?
         Gerión: Como las reverendas… Medea.
         Medea: ¿Qué pasa? Andas con una mala estrella sobre la  cabeza.
         Gerión: No… Es que Luzbello está furioso con  nosotros.
         Medea: (Ríe.) Ay, ¿cómo lo sabes?
         Gerión: Me han ocurrido, últimamente, cosas muy  extrañas.
         Medea: ¿Qué tan extrañas, tontito?
         Gerión: Me besó un travesti, unos niños de mi  villa que estaban jugando a la pelota, me dieron un pelotazo en la  cara… vi un ovni, escuché llorar a la llorona ayer en la  noche, me dieron limosna…
         Medea: (Interrumpiéndolo.) Eso se explica porque no  sabes vestirte con estilo. Te creyeron un forastero.
         Gerión: (Continúa.) Me asaltaron unos hermanos  míos dentro de mi propia casa.
         Medea: Eso se debe a la decadencia de la institución de la  familia.
         Gerión: (Continúa.) Me mearon unos curados.
         Medea: Eso te pasa por no ver por dónde caminas.
         Gerión: Vi a una jubilada siendo violada por unos perros que  andaban en leva.
         Medea: Eso no tiene nada de raro. Siempre se violan a los jubilados.
         Gerión: …Me vomitó una paloma roja…
         Medea: (Queda boquiabierta. Luego respira.) Ay, ay, ay…
         Gerión: …Después me quemé con agua caliente…  en la ducha.
         Medea: (Descontrolándose.) …La paloma roja lo explica  todo.
         Gerión: …Un paco me aforró en la movilización.
         Medea: Es la advertencia solemne más grande, es como una  lengua de fuego pentecostal para los canutos.
         Gerión: Luego perdí una mano en un balancín,  pero un médico famoso y filántropo me la restituyó  gratuitamente.
         Medea: El Diablo está pidiendo un gran sacrificio. Una  sucesión de actos, un ritual calmado que finalice con la  muerte de un instrumento de Dios.
         Gerión: ¿El cura que la otra vez dijimos?, ¿cuando  ocupaste la gallina y tus tetas para espantar a esos vagabundos?
         Medea: Ahora está pidiendo este gran sacrificio porque le  negamos la gallina.
         Gerión: Yo sabía que era tu culpa, lo sabía. (Grita) ¡Es tu culpa, Medea!
         Medea: (Haciéndolo callar.) Cállate lunático.  ¿No ves que pueden oírnos estás familias de  clase media que el día domingo salen a pasear arrastrando a  sus hijos estúpidos? Los matrimonios vienen a mirarse  mutuamente, como en una exposición de prostitutas en Holanda;  después se piden los teléfonos, se dan cita y hacen un  cuarteto sexual, y dejan a los niños con las abuelas porque no  tiene para pagar una nana o un motel, y no quieren que los niños  oigan el jadeo, pero, en realidad, nada llegan a consolidar debido a  la abulia de las esposas.
         Gerión: Es tu culpa. El diablo no lo tiene claro. Dícelo  a Luzbello. ¡No quiero que él las emprenda conmigo!
         Medea: Él no sabe quién es quién en el mundo de  la caca, la sangre y el semen. ¿Tú distingues a cada  gota de agua en el océano de mierda? ¡No! Él  ordena al azar. Estamos a su servicio y todo cuanto desea es una  orden, y su deseo no tiene porqué ser justo pues eso se le  exige a Dios, y es por eso que Dios no existe, porque todos lo  juzgan, y es también por eso que el diablo sí existe:  porque nadie podría juzgarlo sin convertirse en alguien tan  estúpido como tú.
         Gerión: (Nervioso.) Cállate, Medea, estas  atrayendo clientela.
         Medea: Ya lo sabes: déjate de pedirle peras al olmo.        
         Transición del foco dramático. Entran Margarita y  Tito, pasean y conversan. Tito lleva una apariencia menos femenina que en su primera aparición.)
         Margarita: Tito, ¿y qué más te ha dicho el padre  Domingo?
         Tito: Piensa que soy un idiota. Me habla de la virgen y nunca de  Dios.
         Margarita: Supongo que no le hiciste ni el menor caso.
         Tito: Así es, pero no me hizo caso.
         Margarita: ¿Acerca de qué?
         Tito: Acerca de que la virgen es un ídolo pagano.
         Medea: (A Gerión.) Mira, un niño con intereses  del tercer tipo.
         Gerión: (Grita.)  ¡Al rico algodón!
         Medea: ¡Cállate!
         Gerión: ¡Al rico algodón!
         Margarita: (A Tito.) ¿Y qué respondió?
         Tito: Cambió el tema. Siempre cambia el tema. Es un cura,  defiende su trabajo.
         Margarita: (Maravillada.) Ay, hijito. Eres tan inteligente.
         Gerión: (Aparte.) Pero cede frente a las mismas  tentaciones que los demás niños. (Grita.) ¡Al  rico algodón!
         Medea: Hablan sobre un cura. Parece que lo envía el demonio  Luzbello. Atráelo, Gerión.
         Tito: Y ese cura no puede ganarme… Ay, mamá, cómprame  un algodoncito.
         Margarita: Ay, no, es pura azúcar quemada, pura mugre.
         Medea: (A Gerión.) Logras lo que quieres idiotamente…
         Gerión: ¡Al rico…!
         Tito: Mamá, cómprame.
         Margarita: No tengo plata, Tito, por Dios.
         Tito: ¡Cómprame, cómprame!
         Margarita: Estoy en la bancarrota, Tito.
         Tito: Cómprame uno, nunca te pediré algo más.
         Margarita: Siempre dices lo mismo.
         Gerión: ¡Algodón! ¡Algodoncito!
         Tito: (Desesperado.) Cómprame, quiero, quierooo…
         Margarita: ¡Tito! ¿Quién te hace gritar así?
         Tito: Yo, yo, yo…
         Margarita: Pobre cura, ese santo tratando de convencerte. Eres  intratable. (Se aproxima a Gerión.) ¿Cuánto  cuesta el algodón?
         Gerión: Doscientos pesos, nada más.
         Margarita: (A regañadientes.) Déme uno,  solamente uno.
         Gerión: (Entrega solemnemente el algodón a Tito.) Recíbelo.
         Tito: (Lo recibe con cuidado y posa sus labios sobre el algodón.) Gracias.
         Medea: (Aparte.) Será la única hostia con la que  comulgarás en tu vida, niño homosexual. (A  Margarita.) Señora, señora… ¿Cuál  es su nombre?
         Margarita: Margarita.
         Medea: Estaría dispuesta a contestar una breve encuesta.
         Gerión: (A Medea.) ¿Por qué no me  encuestas a mí?
         Margarita: No lo sé… ¿Será muy extensa?
         Medea: Le dije que es una encuesta breve. No se asuste.
         Margarita: Veamos…
         Tito: (Comiendo el algodón.) Yo también quiero  contestarla.
         Medea: (A Tito.) El objeto de estudio son madres entre treinta  y cincuenta años, ¿ok, pequeñito?
         Margarita: (A Medea) Debo presumir que se nota, entonces, que  no supero los cincuenta. (Ríe.)
         Medea: Por supuesto, de otra manera no le hubiese importunado.  Comienzo la encuesta: Dígame, ¿vive usted en casa  propia, arrendada o de allegada?
         Margarita: De allegada.
         Medea: ¿Dónde? ¿En la casa de un policía,  un prostíbulo, un convento, una fuente de soda, una casa  parroquial, un hospital psiquiátrico, una carnicería…?
         Margarita: (La interrumpe.) Una casa parroquial.
         Medea: ¿Cómo fue que llegó allí?, ¿por  su madre, por su padre, por su abuelo, por su abuela, por su  bisabuelo, por su bisabuela, por su consuegra, por su nuera, por su  yerno, por su nieto, por su chozno, por su tatarabuelo, por su  hermano…?
         Margarita: Por mi hermano…
         Medea: Dado que es una casa parroquial, su hermano allí oficia  de: ¿jardinero, barrendero, tutor, secretario del sacerdote,  cocinero, cocinero de cocina internacional, teólogo anglicano,  teólogo luterano, teólogo católico, teólogo  musulmán, sacristán, archidiácono, vicario de la  pastoral juvenil, espía del vaticano, mayordomo, instructor de  ski, catecúmeno exorcizado, monje carmelita visitante,  sacerdote…?
         Margarita: Sacerdote… Es una encuesta muy específica, ¿no  cree?
         Medea: No lo sé. Me pagan veinte pesos por cada una. (Continúa.) ¿Cuántos sacerdotes, además  de su hermano, conoce?, ¿uno, dos, tres, cuatro, seis,  veinticinco…?
         Margarita: Cuatro…
         Medea: Según su opinión personal… estos sacerdotes:  ¿Son todos pederastas, ninguno es casto, la mitad es pederasta  y la otra mitad no es casto, ninguno es liberal, tres son  conservadores y uno es demócrata cristiano, ninguno es santo,  los santos no existen, tan sólo uno es santo pero es una  excepción…?
         Margarita: Eso, eso, “tan sólo uno es santo pero es una  excepción.”
         Tito: (A Margarita.) ¿Quién es el santo?
         Margarita: El padre Domingo.
         Medea: ¿Se llama Domingo?
         Margarita: Sí.
         Medea: ¿Cree que Dios siente alguna estima por ese Domingo?  Respuestas: Sí, no, talvez, no lo sabe, no responde, bosteza…
         Margarita: Sí, sí, sí, definitivamente ha sido  muy bueno conmigo. A diferencia de mi hermano, él es todo un  caballero.
         Medea: ¿Cuál descripción física obedece  de mejor manera a este hombre? Alto, bajo, mediano, gordo, delgado,  macizo, pelirrubio, pelirrojo, pelinegro…
         Margarita: Eso no puedo decirlo. Por respeto a su voto sacerdotal, no  lo miro físicamente.
         Medea: Muy bien. Ahora necesito sus datos personales. Su nombre,  estado civil, domicilio, teléfono y recorridos de micros que  llevan a su domicilio.
         Margarita: Mi nombre es Margarita Pizarro, estoy casada pero en este  momento un poco separada…
         Medea: Muy bien.
         Margarita: El teléfono de la casa parroquial es el 678 43 32,  la dirección es “Las Higueras”, número 345, y la  mejor manera de llegar es tomar en la Alameda la micro número  677.
         Medea: (Anota la información.) Muy bien, agradezco  mucho su gentileza.
         Margarita: De qué…
        
         Escena 4:
         Salita en la casa parroquial. Domingo y Tito sentados uno frente  al otro.
         Domingo: Repasemos ahora los diez mandamientos… A ver, dímelos.
         Tito: “Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas.  No te harás imagen del señor tu Dios, ni de ninguna  cosa viviente que habite los cielos o ande sumergida en los océanos,  ni de ninguna virgen, ni de ningún santo, ni de ningún  papa…”
         Domingo: Tito, discúlpame, pero eso no dice el mandamiento.
         Tito: No lo dice de este modo, pero se deduce.
         Domingo: No se deduce… Se refiere a los ídolos paganos que  adoraban los filisteos, no a las esculturas barrocas de Bernini. 
         Tito: Se refiere a toda imagen construida para la veneración.
         Domingo: ¿No te parece bonito el arte religioso? ¿Los  murales del Greco, de Tiepolo, la capilla Sextina…?
         Tito: ¡No! Todo eso es demoníaco, es idolatría.
         Domingo: Tito, escúchame, te explicaré ya que pareces  demasiado convencido de una tesis religiosa que fue muy debatida en  el concilio de Nicea, pero que hoy nadie se toma en serio a excepción  de los cuáqueros de Pennsylvania. Eso se llama “iconoglasia”,  y es una herejía que consiste en destruir las imágenes  del culto católico.
         Tito: No me interesa destruir ninguna imagen del culto católico.  Me interesa que usted sepa que son de yeso.
         Domingo: No todas son de yeso. Muchas son de fino mármol, o  hasta de metales preciosos…
         Tito: Peor todavía… Habiendo tantos pobres que piden monedas  en la calle…
         Domingo: Pero, ¿tú crees que el tatita Dios no merece  una bonita escultura en su honor?
         Tito: Al Señor de los ejércitos le da igual si le  muestran oro o le muestran plomo, pero sí le importa que los  hombres no se hagan imágenes del Cielo.
          (Silencio.)
         Domingo: Bueno… mientras no nos pongamos de acuerdo, sigamos con  otro mandamiento.
         Tito: “No matarás, no robarás, no mentirás”.  ¿Usted está de acuerdo con estos mandamientos?
         Domingo: (Humillado pero firme.) Sí… continúa.
         Tito: “No codiciarás los bienes ajenos, no cometerás  adulterio…”
         Domingo: Sigue…
         Tito: “No codiciarás la mujer de tu prójimo”
         Domingo: ¿Qué te parece este mandamiento?
         Tito: Es un mandamiento.
         Domingo: Pero, ¿no crees que dicho así, este  mandamiento suena un poco machista?
         Tito: ¿Qué significa “machista”?
         Domingo: Es decir, que este mandamiento mira el problema desde el  punto de vista masculino… ¿te parece bien?
         Tito: Sí…
         Domingo: Pero… ¿Cómo decirlo? (Prosigue.) ¿No  encuentras que las mujeres también no deberían codiciar  al hombre casado?
         Tito: Sí.
         Domingo: ¿Y no te parece raro que el mandamiento no lo  especifique?
         Tito: No…
         Domingo: Entonces, es necesario interpretar los mandamientos.
         Tito: No, los mandamientos están claros.
         Domingo: (Triunfante.) Pero, acabas de decir, que aunque el  mandamiento no lo diga, se entiende que está dirigido también  para las mujeres.
         Tito: Sí.
         Domingo: ¿Y entonces?
         Tito: Y entonces, ¿qué?
         Domingo: Hay cosas de Dios que la Biblia no dice textualmente y que  la inteligencia del hombre descubre en el texto sagrado.
         Tito: Sí… ¿y qué importancia tiene eso?
         Domingo: …Tú me dijiste el otro día que creías  que Jesucristo se había ido al Cielo en una nave espacial  después de la resurrección.
         Tito: Sí… Así fue revelado por el ángel  Parsifal Star al profeta Don B. Westman.
         Domingo: ¿Eso no te parece un poco bizarro?
         Tito: ¿Qué significa “bizarro”?
         Domingo: ¿No te resulta un poco raro, un poco ridículo,  un poco norteamericano?
         Tito: Es raro, por eso es creíble.
         Domingo: Es absurdo.
         Tito: Creo porque es absurdo, porque es una revelación… ¿Por  qué si Dios detuvo el sol para que los israelitas ganaran una  pelea, esto otro no pudiera haber ocurrido?
         Domingo: Dios accedía a esas peticiones tan extrañas  por lo siguiente: En ese entonces todavía Dios no había  venido a la tierra a dar la vida por los hombres, a morir y a ser  asesinado por quienes salvaría de la muerte. ¿Entiendes?
          (Silencio. A partir de de ahora, comienza a mutar la apariencia de  Tito hacia una más femenina.)
         Domingo: ¿Y qué opinas de la masturbación?
         Tito: Me han dicho que es como hacer el amor con sí mismo.
         Domingo: ¿Y eso qué te parece?
         Tito: Es engañarse mucho.
         Domingo: Muy bien… ¿Y qué opinas de los santos?
         Tito: Eran gente muy buena, pero nada más.
         Domingo: Pero, ¿y los milagros que ellos realizaron?, ¿no  te parecen pruebas de su santidad?
         Tito: ¿Milagros cómo cuáles?
         Domingo: ¿Como el perro que recorrió muchos kilómetros  para llevar la comunión a San Roque -enfermo, arrepentido y  abandonado-, sin jamás comerse el pan que portaba en las  fauces?, ¿o como San Francisco que sufrió los estigmas  de Nuestro Señor?, ¿o San Antonio de Padua que volvió  de la tumba para atestiguar en un juicio y así evitar que se  culpara a un inocente?
         Tito: ¿Para qué sirvieron todos esos espectáculos?
         Domingo: No fueron espectáculos, fueron manifestaciones de la  divinidad.
         Tito: Manifestaciones del demonio, querrá decir usted.
         Domingo: ¿Para qué el demonio haría cosas tan  bellas?
         Tito: (Aparece su cabellera.) Para seducir a los hombres.  Cuando se pide un milagro, se pide la interrupción del mayor  milagro de todos.
         Domingo: ¿Cuál es el milagro mayor de todos?
         Tito: Que las cosas pasen con normalidad.
         Domingo: ¿Cómo, entonces, sería posible que el  diablo modificara la creación de Dios?
         Tito: Porque el diablo ha creado el mundo y lo puede cambiar a su  antojo.
         Domingo: ¿Y qué ha creado Dios, si el diablo ha creado  el mundo?
         Tito: Dios ha creado las almas de los hombres que están  enterradas en los cuerpos de los hombres y que se liberan con la  muerte.
         Domingo: (Ríe.) ¿Y por qué el mundo es  tan hermoso?
         Tito: (Aparecen, tras su camisa, los senos.) Es hermoso, sí,  pero para los que están encerrados en él.
         Domingo: Efectivamente, el Cielo es el mejor lugar. Eso no está  en duda, pero eso no quiere decir que este mundo sea radicalmente  distinto al Cielo.
         Tito: El planeta del Cielo está muy lejos de aquí. Ese  planeta viene hacia nosotros a buscarnos, y viene muy pronto. No es  un planeta que puedan ver los telescopios, no es un planeta que gire  en torno de una estrella, es un planeta fuera del universo.
         Domingo: ¿Y cómo es que recorre el universo para venir  a rescatarnos?
         Tito: A medida que se acerca, el universo se contrae.
         Domingo: ¿Hasta que, en un momento, el planeta Tierra y el  universo se conviertan en una misma cosa?
         Tito: Sí.
         Domingo: (Ríe nervioso.) Y en tanto, ¿qué  va pasando con las estrellas, meteoritos y todo eso? ¿Dónde  se van?
         Tito: (Como poseído.) Por los agujeros negros. El  universo se va contrayendo a través de los agujeros negros.  Cuando sólo quede la tierra en el universo y un gran agujero  negro, el planeta del cielo arribará.
         Domingo: ¿Eso dice tu religión?
         Tito: Sí, y es palabra de Dios revelada a los nuevos profetas.
         Domingo: ¿Y qué harás cuando la ciencia descubra  que los agujeros negros, en realidad, nunca existieron?
         Tito: ¿Qué hicieron los católicos cuando la  tierra se volvió redonda?
         Domingo: Se dieron cuenta que la geología no era fundamental  para la religión.
         Tito: Nosotros haremos lo mismo, pero no será necesario pues  antes vendrá el planeta del cielo al planeta Tierra. Nuestro  comandante Jesucristo retornará con los arcángeles, y  el universo exterior al universo –allí donde está el  planeta del Cielo- habrá finalmente triunfado.
         Domingo: ¿Y qué será de ti?
         Tito: Yo estaré entre las concentraciones que esperan el  Juicio de Dios.
         Domingo: ¿Y qué será de mí?
         Tito: También estará allí.
         Domingo: ¿Estaremos juntos?
         Tito: Posiblemente. No habrá cuerpo… que nos separe.
         Domingo: Ni extensión del espacio…. Ni edad.
         Tito: Ni habrá besos, ni abrazos, ni sexo…
         Domingo: Pues nadie tendrá que acceder al otro.
         Tito: Nadie, nadie. Dios los contendrá a todos…
         Domingo: Como si millones de almas habitaran un mismo cuerpo, y ese  cuerpo hiciera el amor consigo mismo. (Se acerca y lo besa en la  boca. Luego se retira lentamente.)
         Tito: Ay, eso, en verdad, no lo sé. 
        
         Escena 5
        Banquillo al interior  de la iglesia, sobre el cual están sentados Margarita y Tito.  La estatua barroca de la Virgen y el Niño, al fondo.
         Margarita: (Suspira.) Aquí, Tito, dentro de la iglesia…  aquí se puede conversar sin que nos oigan.
         Tito: (Inspeccionando su alrededor con la mirada.) Pero aquí  dentro de la iglesia, todo lo que se dice tiene eco.
         Margarita: Sí, pero es un eco que no modula. (Mutis.) ¿Qué te dijo el cura Domingo?
         Tito: Muchas cosas, pero yo también dije.
         Margarita: Dijiste lo del fin del mundo.
         Tito: No… Se me olvidó.
         Margarita: ¿Lo olvidaste? Pero si es lo más importante.
         Tito: No, no es lo más importante.
         Margarita: Es la promesa de Dios a los hombres: que todo pronto  finaliza.
         Tito: Por ahora a él no le interesa eso.
         Margarita: ¿Qué le interesa entonces?
         Tito: Que yo acepte comer el cuerpo de Dios.
          (Silencio.)
         Margarita: ¿Y ha logrado convencerte?
         Tito: No, ni siquiera con…
         Margarita: ¿Ni siquiera con qué?
         Tito: Ni siquiera con un beso.
          (A las espaldas de Margarita y Tito, pasan inspeccionando Medea y  Gerión. Se aparcan frente a la imagen de la Virgen y el Niño.)
         Medea: pronto, Gerión… Aquí está la ramera  virgen y el puto niño.
         Gerión: (Observa la imagen.) Parece que no miran a  nadie.
         Medea: Con esa vestimenta del siglo XVII… no tienen qué  mirar ni qué pensar.
         Gerión: ¿Le cortamos al niño o a la virgen, la  cabeza?
         Medea: Al niño, por supuesto. ¿Qué crees que  somos? El diablo actúa mejor sobre los niños.
         (Bifocalización de la acción escénica.)
         Margarita: ¿Un beso? ¿Un beso cómo?
         Tito: Un beso nomás.
         Medea: Primero hay que besar al niño, después se le  decapita.
         Gerión: ¿Quién lo besará?
         Medea: Tú, idiota, ¿Quién más? Yo no  podría hacerlo. El beso de una mujer a un niño nunca  parece un sacrilegio.
         Margarita: Ah, gracias a Dios… Sobre la cabeza como un padre  amoroso.
         Gerión: (A Medea.) Pero Dios besa también a sus  hijos.
         Medea: Sí, pero cuando Dios besa, es cuando la gente fallece.
         Tito: No, no sobre la cabeza.
         Margarita: Sobre la frente… Es una persona cariñosa y  paternal.
         Tito: No, sobre la frente no…
          (Gerión sube hasta alcanzar con su rostro, el rostro del  niño.)
         Medea: Bien… Luzbello, ¿estás con nosotros?
         Gerión: Medea, ¿dónde lo beso?
         Margarita: Sobre la mejilla talvez… Quizás se despedía  de ti… ¿Hacia dónde se iba?
         Tito: No iba… Se quedaba, se quedó todo el resto del día.  Ayer no salía de aquí.
         Medea: Sobre la boca, Gerión… sobre la boca… un beso en la  boca.
         Gerión: (Poniéndose de puntillas.) No alcanzo su  boca con mi boca.
         Margarita: ¿Un beso dónde?, ¿en el reverso de la  mano, en un brazo, en la planta del pie, en el tobillo… en una  pierna…?
         Tito: No, no, no…
         Gerión: En la boca… pero no soy lo suficientemente alto.
         Medea: Eres tan pequeño que no llegarás nunca al cielo  para adulterarlo. No sirves para nada. Da un salto…
         Margarita: Un beso, un beso, pero dónde, pero dónde…
         Medea: (A Gerion.) En la boca, en la boca, en la boca.  ¡Muérdesela!
         Gerión: (Dando saltos frenéticos.) En la boca,  en la boca, en la boca.
         Margarita: ¿En dónde más?
         Tito: ¡En la boca!
         Margarita: En la oreja, en el cuello, en el trasero…
         Tito: ¡En la boca, mamá!
         Gerión: (Besa al Niño Dios. Y Cae al suelo.) Ya  está.
         Medea: Primer paso del sacrilegio…
         Margarita: (Tiritando.) ¿La boca? (Desesperada.) Ay, el cielo contra un beso.
         Medea: (Juntando las manos.) El cielo furioso, el cielo  huracanado, arrebolado contra un beso. Por fin Dios está  vejado por un hombre.
         Margarita: Pero, ¿Estás seguro de lo que dices, Titito?  Ese es un buen hombre.
         Tito: Quizás…
         Margarita: ¿Estás seguro, niñito? ¿Lo  estás?, ¿no habrá sido un sueño?
         Medea: Es como un sueño hecho realidad, y ahora es preciso  dejar una huella.
         Margarita: Es imposible. Déjame revisarte, déjame. (Comienza a desnudar a Tito.) Habrá dejado alguna  huella sobre tu cuerpo.
         Tito: No hay nada, no hay nada. Sólo yo siento la huella sobre  la boca.
         Margarita: ¿Qué sientes? ¿Una mordedura?
         Tito: Todavía tengo asco de mi boca.
         Margarita: (Le revisa la boca.) ¿Por qué?  ¿Cuánto te la besó?
         Tito: Apenas la rozó.
         Margarita: ¿Y cómo supiste qué te hacía?
         Tito: Porque sentí su aliento y vi cercano su rostro.
         Gerión: Una huella ¿cómo?…
         Medea: Para que no solamente Dios sepa que lo ultrajaron. Cortémosle  la cabeza.
         Gerión: Eso me gusta mucho más.
         Medea: ¿Trajiste la sierra?
         Gerión: (Extrae la sierra.) Con esta me castigaban  cuando niño.
         Medea: (Asustada.) ¡Dios mío! Tus padres eran  animales o subnormales.
         Gerión: …Pero la ocupaban de látigo, que conste. (Se  apresta a aserruchar el cuello del Niño.)
         Medea: (Comenzando el ritual.) Madrigales de la tierra  intermedia, comienzan los cantos mudos de los demonios al interior de  los cuerpos materiales… ¡Pasión! Amareto, toneles de  rimel, aborto silencioso, vejación en plena vía  pública, cabeza de lombriz, mano de pez, grito de ballena  asesinada por Japón, rapto y asesinato de recién  nacido, tráfico de órganos, prostitución de un  oso panda, antropofagia pederasta, misa en la playa, fogata muerta,  cerveza caliente, ojo de monja, Mozart desorejado y orejas suyas en  mis manos, vello púbico de sirena triturada por un barco  factoría, legión de almas de niños muertos antes  de nacer, obispo guillotinado, lumpenproletariat, secta en  ayuno, Daniel comido por los leones, David despedazado por Goliat,  Caín muerto por Abel y posterior suicidio de Abel, orgía  en tiempo de cuaresma, resurrección del diablo después  del Apocalipsis, jugar rugby con sí mismo, genocidio casual de  los habitantes de un planeta, comida descompuesta, decapitación  de todos los infantes de Israel y, entre ellos, la cabeza del Mesías.
         Gerión: (Le entrega la cabeza del Niño,  arrodillándose.) En vuestras manos, gentil Medea.
         Medea: (Levanta la cabeza.) Y ahora conversaré a solas  con esta cabeza. Le debe muchas explicaciones a la maldita humanidad.
          (Gerión y Medea salen.)
         Tito: ¿De dónde venía todo ese ruido, mamá?
         Margarita: No lo sé. Parece que un carismático estaba  rezando.
         Tito:  ¿Rezándole al ídolo falso?
         Margarita: Sí, sí…
          (Silencio.)
         Tito: (Descubre que han cortado la cabeza del Niño.) ¡Ah! ¡Mamá!
         Margarita: (Absorta observa al público.) ¿Qué  quieres ahora? ¿Qué buena nueva me darás?
         Tito: (Comienza sollozar.) Mamá…
         Margarita: Necesitaba pedirle un préstamo a ese cura…. Y  ahora… ¿cómo lo haré para no sentirme indigna?
         Tito: Mamá… El Niño Jesús.
         Margarita: Tú eres como el niño Jesús, por eso  te besan.
         Tito: Mamá… El Niño Jesús.
         Margarita: Nuestro Señor… El hijo de Dios, el Hijo del  Hombre. Cristo… Ni siquiera te protegió de esa persona… y  yo quería pedirle un préstamo por algunos días  nada más.
         Tito: Mamá, quieres que me proteja, pero nosotros no lo  protegimos a él.
         Margarita: Él se cuida sólo. Porque Dios se cuida  solito gracias a Dios. De otro modo, qué sería de  nosotros con otro problema además.
         Tito: Pero el niño está descabezado.
         Margarita: Sí, precisamente. Te descabezaron con un beso.
         Tito: El niño abandonó su cuerpo.
         Margarita: Tú debiste abandonarlo cuando te besó para  así no sentir nada…. Y yo pensaba en pedirle un pequeño  préstamo, solamente por algunos días. Quería  viajar a Quilpue. No se puede dejar a los niños al cuidado de  los sacerdotes.
         Tito: (Llora desconsolado.) Mamita… Mira al niñito-Dios. (Le voltea, a la fuerza,  la cabeza.)
         Margarita: (Ve al Niño descabezado.) ¡Virgen  Santísima! ¡Sacrilegio!
         Tito: Mamá, avisemos al tío Gastón, avisémosle  al cura.
         Margarita: (Desesperada.) ¡No, no, silencio! Dios mismo  le cortó la cabeza a Jesús para demostrarle al mundo el  daño que te han hecho a ti, porque tú eres el rostro de  Cristo.
         Tito: Mamá, mamita linda, Dios no destruye las imágenes  de Dios.
         Margarita: Sí, sí lo hace, porque Él quiere  ocultarse. No desea ser visto, impide a los hombres que lo vean y  cuando osan verlo, destruye la imagen, y cuando alguien toca a un  niño, todo el Cielo se pone en posición de batalla  celestial.
          (Entra Gastón.)
         Gastón: (Furioso.) ¿Qué le estás  diciendo ahora? Mujer desvergonzada.
         Margarita: Nada, nada, Gastoncito.
         Gastón: El niño está horrorizado porque alguien  ha mutilado la imagen del Niño Dios.
         Margarita: Sí, pero no hemos sido nosotros.
         Gastón: Por supuesto que no han sido ustedes.
         Margarita: ¿Quién ha sido entonces?
         Gastón: Seguramente, uno de esos estudiantes de arte que andan  realizando intervenciones por la ciudad, en la mismísima  propiedad privada, pues ahora han decidido –como los fascistas- que  la mejor forma de arte es destruir las obras de otros artistas.
         Margarita: Ay, pensé que nos culparías a nosotros.
         Gastón: Cómo culparlos, si esto pasa todos los días.  Y todos los días volvemos a reparar la cabeza. (Saca una  cabeza del bolsillo.) Compré un cargamento de cabezas de  bebe en una distribuidora en calle Patronato. (Reemplaza la cabeza  del Niño.) Todo arreglado. Parte del oficio sacerdotal es  lidiar con estos vándalos.
         Margarita: Son unos monstruos.
         Gastón: No lo creas tan así, hermana mía. Al  menos tienen la deferencia de recordar que existen las iglesias. Y la  Iglesia necesita ser destruida para poder sobrevivir en el mundo de  hoy. (Se dispone a salir.)
         Tito: Padre Gastón…
         Gastón: ¿Qué quieres, niño?
         Tito: Mamá… (Pausadamente.) Comulgaré.
         Margarita: (Atónita.) ¡Ah! No… ¿has  enloquecido? Debe ser la impresión de ver al Cristo  decapitado, de ver a Cristo encarnizado.
         Gastón: Ya era hora. Como se ve, Dios obra otra vez de manera  misteriosa. (Sale.)
        
         Escena 6:
         Un confesionario al interior de la iglesia. El padre Domingo está  en horario de Confesiones.
         Domingo: (Consulta la hora en su reloj de pulsera.) Vaya,  parece que hoy ya no viene nadie.
         Hoy ya no viene nadie.
          Otra vez el sol va a caerse del cielo,
          y otra vez no viene nadie.        
         Ningún vivo quiere confesar que vive,
          ningún niño quiere confesar que ríe,
          ningún amante quiere confesar que ama.
          Nadie, nadie, nadie confiesa nada.        
         El día se acaba como un presagio cumplido.
          El tiempo se da por finalizado cuando acaba el día.
          La noche ya viene hacia mí: martirio silencioso y secreto
          de Santa Teresa de Ávila. Pero también se acaba,
          y se renace diariamente y no hay salida dentro del mundo
          y se ama todo y se quiere todo pero se pide,
          se pide un año más para lograr resistirlo,
          y no se resiste y se vuelve al reto
          como una mujer que no da a luz sino ranas,
          y porque no las besa, las mata y de su cuerpo
          de madre no sale jamás un príncipe azul.        
         Otra vez aquí, el oído abierto perdona todo
          pero ningún pecado viene a lavarse de sí
          tan sólo diciéndose en susurro para morir.        
         (Medea y Gerión aparecen a la izquierda del confesionario.)
         Medea: (A Gerión.) Bien… La segunda parte del rito  está por cumplirse, pero la hostia consagrada es necesaria. Ve  y pídesela.
         Gerión: ¿Y por qué no se las pides tú?
         Medea: Porque por muy santo que sea este cura -según la mujer  del niño que nos lo dijo-, todo cura es un misógino.
         Gerión: Me da miedo… Parece que está rezando.
         Medea: (Echa un vistazo.) No… Está pensando,  simplemente.
         Gerión: Pero estos santos...
         Medea: Sí, sí, estos santos piensan rezando, pero qué  sabes de eso, tú, un idiota que ni siquiera piensa.
         Gerión: Temo por mi vida. ¿Y si la hostia me traga con  su místico poder?
         Medea: Idiota. La hostia se traga, no es ella la que traga. El temor  es una trampa de Dios, y temer es una ofrenda para Él. Ve,  nada más.
          (Gerión se acerca al confesionario. Toma asiento frente a  la rejilla.)
         Domingo: (Sintiendo la presencia de Gerión. Se despierta de  golpe.) Ave María Purísima. (Silencio. Repite.) Ave María Purísima…
        Gerión: (Rápido.) Padre, déme una hostia…
         Domingo: ¿Hostia? 
         Gerión: Sí…
         Domingo: ¿Consagrada?
         Gerión: Sí…
         Domingo: ¿Para qué la quiere usted?
         Gerión: (Dudoso.) …Para tragármela.
          (Medea se toma la cabeza con las manos.)
         Domingo: (Receloso.) Hijo mío, ¿te refieres a  que quieres comulgar?
         Gerión: (Desconfiado.) ¿Comulgar?
         Domingo: ¿Sí?
         Gerión: No…
         Domingo: ¿No?
         Gerión: Es decir: Sí, sí.
         Domingo: ¿Y por qué no vienes a la misa de las siete de  la tarde? Ahí comulga toda la comunidad.
         Gerión: No puedo… no podré venir.
         Domingo: ¿Por qué?, ¿tienes acaso algo mejor que  hacer?
         Gerión: No…
         Domingo: ¿No?
         Gerión: Es que a esa hora… yo… yo… estaré  enfermo.
         Domingo: ¿Enfermo de qué?
         Gerión: (Busca una seña de Medea.) De… de…
          (Medea se indica el pecho.)
         Gerión: …Del corazón.
         Domingo: ¿Del corazón? No entiendo.
         Gerión: Usted sabe… “La cabeza no entiende las razones del  corazón”.
         Domingo: Hijo, ¿Estás bien de la cabeza?
         Gerión: Mejor que del corazón...
         Domingo: Yo no puedo darte la comunión. Ahora estoy tomando  confesiones. Podrás comulgar durante la misa, si es que estás  en estado de gracia, con todos tus pecados confesos. ¿Tienes  algo que confesar?
         Gerión: Nada, nada…
         Domingo: ¿Nada?
         Gerión: Nada…
         Domingo: ¿Ni una pequeña falta…?
         Gerión: Nada, nada.
         Domingo: ¿Y ahora?, ¿no me estás ocultando algo?
         Gerión: ¿Algo?
         Domingo: Sí, algo, algo.
         Gerión: ¿Algo como qué?
         Domingo: Como un mal pensamiento, por ejemplo.
         Gerión: ¿Usted me lo está leyendo?
         Domingo: No, simplemente lo estoy pensando.
         Gerión: ¿Usted está pensando mi pensamiento?
         Domingo: Tal vez… (Lentamente.) Estoy pensando tu  pensamiento…
         Gerión: (Preso del pánico.) ¡Medea! ¡Está  rezando mi pensamiento! Me hace rezar sin yo quererlo… ¡Huyamos  de este lugar!
         Medea: Cierra la boca… y ocúltate conmigo. Eres un desastre,  y no sirves para nada.
         Domingo: Ahora no vienen más que locos al confesionario… La  religión es cosa de locos.
          (Medea y Gerión se ocultan. Aparece Tito por la derecha.)
        Gerión: Se acerca un niño.
         Medea: Es el niño de su madre, nuestra guía.
         Gerión: Veamos qué dice.
         Medea: Seguramente viene por golosinas.
          (Tito toma asiento en el confesionario donde hace un momento había  estado Gerión.)
         Domingo: (Se convulsiona. Siente la presencia de Tito tras la  rejilla.) Ave María… purísima.
         Tito: Vengo a buscar la comunión.
         Domingo: Pero si hoy mismo harás tu primera comunión.
         Tito: No podré hacerla porque mi mamá está  llorando. Ella no quiere, y, entonces, pensé que sería  mejor que la haga a escondidas de ella.
         Domingo: Eso no es bueno.
         Tito: Pero los primeros cristianos lo hacían.
         Domingo: Lo hacían… sí… pero ellos eran perseguidos  y tú no.
         Tito: Yo también soy perseguido.
         Domingo: (Descolocado.) ¿Perseguido?, ¿por  quién?
         Tito: No sé… quizás por mí mismo.
         Domingo: ¿Tú mismo?, ¿cómo es eso?
         Tito: Me refiero… a todas las cosas que antes creía y de las  que ahora reniego.
         Domingo: Pero todo eso ya es cosa del pasado. Y tú eres un  niño. Es otra vida dentro de tu misma vida. Y tú eres  un niño.
         Tito: Sí, eso dicen… Yo temo que lo antiguo sea cierto.
         Domingo: Eres un niño y estás hablando como un una  momia resucitada.
         Tito: Es que yo quería resucitar en vida… y me di cuenta  después… que no es posible.
         Domingo: Si es posible. (Extrae la hostia del escapulario y la  levanta.) El cuerpo de Cristo.
         (Medea y Gerión se alertan.)
         Domingo: (Continuando.) Pero antes… confesión.
          (Silencio.)
         Tito: ¿Confesión?
         Domingo: Confesión.
         Tito: ¿Confesar qué?
         Domingo: El mal.
         Tito: Pero yo… ya no recuerdo nada más que una sola cosa.
         Domingo: ¿Qué cosa? Dila.
         Tito: …Usted la sabe.
         Domingo: Yo ahora no sé nada. Mis oídos deben oír,  sin que yo oiga, para que Dios pueda perdonar.
         Medea: (A Gerión.) ¡Oh! ¿No ves? Te lo  dije. Dios lo ocupa y sin él Dios no es nada para el hombre.
         Tito: Pero usted ya lo sabe.
         Domingo: Lo que yo sepa debe decirlo tu boca.
         Tito: Pero usted sabe que yo recibí… de usted…
         Domingo: Mis oídos nos escuchan lo que sabe mi mente.
         Tito: Dígalo usted por mí, por favor, pues me da  vergüenza.
         Domingo: ¿Es vergüenza del amor?
         Tito: ¿Amor?
         Domingo: ¿Si…?
         Tito: Amor no.
         Domingo: (Furioso le entrega la hostia.) El cuerpo de Cristo.
          (Tito lo recibe. Se voltea y comienza a salir lentamente.)
         Gerión: (Desesperado.) Lo lleva en la boca, lo lleva en  la boca.
         Medea: Ve rápidamente y pídele un pedazo.
         Gerión: (Abordando a Tito.) Niño, niño,  escúchame, por favor.
          (Tito observa en  silencio a Gerión.)
         Gerión: ¿Por qué me miras así?, ¿por  qué no me respondes?
         (Tito se queda en silencio.)
         Gerión: Me dejas hablando sólo… (Se lanza a sus  pies.) ¡Convídame un pedazo! ¡Por favor! Un  pedacito, pequeñito, nada más… Ten piedad de mí.
          (Tito se mantiene impertérrito.)
         Gerión: Se me negó, se me negó ese cuerpo,  dámelo tú… dámelo, te lo imploro, cabrito.
         Tito: (Se saca de la boca un pedacito de hostia.) Toma… el  cuerpo de Cristo.
         Gerión: (Lo recibe en las palmas de ambas manos.) Gracias, gracias…
         Tito: (Se va en dirección de donde vino. Da media vuelta y  observa a Gerión, quien continúa postrado en el suelo.) Pobrecito.
          (Cuando Tito prosigue su marcha, Medea sale al encuentro de  Gerión, mientras que en el camino de Tito se interpone su madre. Se bifocaliza la escena.)
         Medea: (Eufórica.) Gerión, lo tienes, lo tienes,  maldito puto.
         Margarita: (Melancólica.) Tito, ¿qué  haces aquí?
         Gerión: (Levanta el pedacito de hostia.) Lo tengo, es  nuestro, es nuestro.
         Tito: (A Margarita.) Nada.
         Medea: Es la hora, es la hora, el segundo ritual.
         Margarita: No creo… dime la verdad. ¿A qué has  venido?
         Gerión: Pero se disuelve. La saliva del niño disuelve  el cuerpo de Cristo.
         Tito: Mamá, daba una vuelta. Nada más.
         Medea: (Observa con detención el pedacito de hostia.) Ay, se disuelve. Es verdad.
         Margarita: (Lo toma de la mano.) Vámonos de aquí.
         Gerión: ¿Tienes la solución?
         Tito: ¿Dónde?, ¿dónde me llevas?
         Medea: La tengo, la tengo. (Extrae de su cartera un frasco repleto  de inmundicias.)
         Margarita: Vamos a la iglesia. (Arrastra a Tito.)
         Gerión: Sí, sí, sí… ¿Están  todos los ingredientes?
         Tito: Pero ya estamos en la iglesia.
         Medea: Sangre de ratas, orina, semen, fluidos vaginales, mierda y  sangre menstrual: todos los manjares del diablo.
        Margarita: Estamos en el  vientre del diablo.
         Gerión: (Ríe.) El diablo aquietará su ira.
         Tito: (Se detiene.) Quiero quedarme aquí.
         Medea: (Desenrosca la tapa del frasco.) Ay, esta es la máxima  la putrefacción del mundo.
         Margarita: ¿Por qué quieres quedarte?
         Gerión: (Pizcándose la nariz.) Va a quedar  maloliente toda la iglesia.
         Tito: (Frenético.) Porque sí, porque sí,  porque sí…
         Medea: Ahora viene la vejación del cuerpo. Luzbello está  presente.
         Margarita: Ya entiendo. Ese cura a quien yo creía un santo,  ese demonio te atrae hacia este lugar.
         Gerión: (Ingresa el pedacito de hostia en el frasco.) Junto a la putrefacción.
         Tito: ¡Maldita! Tú no entiendes nada, nada, nada.
         Medea: (Pizcándose la nariz.) Los demonios ya se están  reuniendo.
         Margarita: (Histérica.) ¿De dónde viene  ese olor asqueroso?
         Gerión: (A Medea.) ¿Y ahora, Medea?
         Tito: (Olfateando el aire.) Yo no siento nada.
         Medea: Ahora es la hora de beberse la turbación.
         Margarita: Si no hueles nada es porque te volviste loco. ¡Ven!  ¡Salgamos de aquí!
         Gerión: (Comienza a beberse el contenido de frasco.) Ay… (Preso de arcadas.) Ay…
         Tito: No huelo nada, nada.
         Medea: (Se hace con el frasco.) Dame un poco. (Se bebe el  resto del contenido. Cae presa de convulsiones.) Luzbello,  Luzbello detente.
         Margarita: (Hablando apenas por el asco.) ¿No te da  asco?
         Gerión: No.
         Margarita: La iglesia está asquerosa. Parece una tumba  abierta.
         Gerión: No lo sé.
         Margarita: ¿Cómo no lo sientes? Vamos, por favor.
         Gerión: Ve tú. Yo me quedaré a la liturgia.
         Margarita: (Pizcándose la nariz y procurando de vez en  cuando taparse la boca.) Hijo mío, ¿qué no  hueles?, ¿has perdido el olfato?
         Gerión: No… no…
         Margarita: (Toma a Tito de la mano.) Bien, puedes comulgar en  este lugar asqueroso, pero vamos a cambiarte de ropa. Además,  es mejor que lo hagas al frente y no a espaldas de tu propia madre.
          (Margarita  y Tito salen de la mano. Medea y Gerión terminan de  convulsionarse, y caen sobre el piso. Entra, entonces, el padre  Gastón. Se instala en el mismo lugar del confesionario donde  ya estuvieron Gerión y Tito.)
         Gastón: Hermano Domingo, despiértese.
         Domingo: (Que se había dormido sentado, toma posición.) Ave María purísima…
         Gastón: Sin pecado…
         Domingo: (Alertándose.) Padre Gastón… Quiere  confesarse conmigo.
         Gastón: Sí.
         Domingo: No, no… Primero escúcheme usted. Hay cosas  demasiado graves.
         Gastón: Sí, las hay… Hable entonces de una vez.
          (Durante la confesión  nada de lo que se dice es escuchado. Sólo se oye el aria “Non  so si sea la speme” del primer acto de Xerxes, de Haendel.  Los rostros de ambos sacerdotes revelan un estado de horror y  contrición suma. También, durante la audición  del aria, en el extremo izquierdo de la escena, Medea atavía a  Gerión de un sayo negro, en tanto que, en el extremo opuesto,  Margarita viste de novia a su hijo Tito. Le pinta los labios. Una vez  ha finalizado el aria, y ambos sacerdotes se retiran del  confesionario, el padre Gastón dice:)
         Gastón: Hermano, usted es un espíritu bueno que vive  preso en una mente torcida, pero demasiado enferma. Prefiero que hoy  diga misa por última vez y luego se ponga a disposición  de la arquidiócesis. Al parecer los niños no vendrán  a la ceremonia de primera comunión.
         Domingo: ¿Por la protesta?
         Gastón: Sí… Evite siquiera mirar a un niño.  Por favor. Usted sabe que hoy yo ando bien de salud.
          (Ambos salen, mientras se oscurece lentamente la escena.)
        
         Escena 7:
        Interior de la  iglesia. Frente al altar mayor. Entra ceremoniosamente Domingo.  Después entran Tito y Margarita, quienes toman asiento delante  del altar. Comienza la liturgia. 
         Domingo: (Viste la túnica sacerdotal.)
         ¿Dónde están los niños? Cómo  saberlo.
          Y es que hay una emergencia que solucionar.
          Esperará otra vez el cuerpo del salvador
          el momento que permita la vida de los hombres
          para que él pueda rescatarlos de todos los problemas
          que hoy alejan a los niños de la iglesia.
          A los pequeños problemas de la historia de la iglesia.
          Los problemas que siempre están aguardando,
          porque para su venida el tiempo fue necesario.        
         ¿Dónde están los niños? Van por las  calles liberados,
          libres de una cárcel demasiado próxima para ser,
          en realidad, la gran salida, la gran salida gran.        
         La campana tocó hoy como desde hace muchos siglos,
          aquellos en que la iglesia era vista como un fuego antiguo,
          conservado por antepasados que en el tiempo se extraviaban,
          para durante la liturgia recordar sus nombres mediante la palabra,
          un fuego conservado a costa de cualquier escasez de combustible.
          Un fuego que debía estar entre los hombres porque, de otra  manera,
          la oración de la naturaleza no sería permanente
          y a la manera de corte de líneas telefónicas,  perderíamos el rastro
          del Cielo y en él de los santos y de Nuestro Señor.
          Y ahora tocaron las campanas, una sirena de ambulancia
          que por sonar a la misma hora de cada día no es por  emergencia.
          Pero es una emergencia mayor, mayor, mayor, tan grande
          que solamente el Cielo puede ser un hospital.        
         Un día caminaba por Nueva York. Causalmente fue atraído
          por una puerta junto a una calle, y tras ella descubrí algo  terrible:
          unos inmigrantes africanos se inclinaban frente a un ídolo,
          y es que estaban practicando su culto privado, su emergencia diaria.
          Y descubrí el destino de la religión de Cristo. Ese  destino de volverse
          una liturgia que se dice en secreto por algunos oídos no  porque esté prohibida
          sino porque nadie ya escucha sobre la faz de la tierra,
          cuando alguien grita la verdad a los cuatro vientos,
          y entonces, quise estar en mi país, donde todavía hay  iglesias
          que suenan al menos en la forma de campanas, y no se las acusa
          por ruidos molestos a la comunidad.        
        (Comienza  las operaciones de la eucaristía. En medio de ese silencio,  Margarita y Tito se hablan.)
         Margarita: Me sentí liberada cuando dejé de creer en  todo esto, y tú, ahora, un niño, que como todo niño  tiende a despreciar las ceremonias, tú regresas a esto talvez  en nombre de mi conciencia.
         Tito: Sí.
         Margarita: …Sin embargo, yo sé… Hay razones más  profundas en tu decisión, razones que no son del todo  correctas.
         Tito: No sabes.
         Margarita: Entonces, ¿por qué te acercas a este  degenerado maldito? ¿Por qué no huyes de su presencia?  Eres el único niño al interior de esta iglesia.
         Tito: Mamá, por favor.
         Margarita: Yo sé. Tú estás absolutamente  confundido. Buscas la aprobación del sacerdote. ¿Qué  hay en el sacerdote que lo hace atractivo al mal y al bien? No puedo  entenderlo.
         Tito: Sí, no puedes entenderlo, por eso te pido que te calles.
         Margarita: Maldita la hora en que acepté dinero de ese hombre  cuando ya sabía lo que te hizo. Fue como haberte…  prostituido. (Llora.)
         Tito: El mal beso no puede pagarse. El beso que me dio y el dinero  que te facilitó son cosas aparte.
         Margarita: ¿Cómo puedes hablar de ese modo?, ¿con  esa seguridad? Es la seguridad de quien se miente despiadadamente.  Tú, un niño de once años.
         Tito: Los niños de once años ya no tenemos once años  a los once años.
         Margarita: Y seguramente por eso, debo parecerte una niña, una  tonta.
         Tito: Sí
          (Silencio.)
         Margarita: Perdóname, hijo mío. Todo es un desastre  cuando la forma de huir también lo es.
          (Silencio.)
         Margarita: Antes no eras así. Quedaste cerrado como una piedra  y tan débil que solamente quieres estar seguro. ¿Por  qué yo entiendo todo tan tarde, entiendo sólo cuando es  posible llorar y ya no evitar?
         Tito: Porque eres una madre.
          (Domingo levanta la hostia.)
         Margarita: Es la hora de comulgar. Ya lo hiciste a escondidas. Ahora  hazlo en mi presencia. Así podré sentir que no estoy  tan ciega.
          (Tito se adelanta. Arrastra el vestido de novia. Cuando recibe la  hostia en la boca, aparecen Medea y Gerión.)
         Medea: (Voz en cuello.) ¡Ahora que ya no queda nada ni  para nosotros ni para ellos, y toda esta mentira es tan solo una  mentira para nosotros, una representación para nosotros, una  batalla entre amigos donde los enemigos no aparecen, ahora es cuando  el demonio se hace visiblemente poderoso, es cuando por fin la  cristiandad puede darse por vencida porque, en verdad, ha sido  vencida, y es también, el momento del tercer momento, el  momento de hacer por hacer y morir y desaparecer para siempre!
         Domingo: (A Tito.) ¿Quién es ella, hijo mío,  hermano mío?
         Tito: (Abrazándolo.) No sé, no sé…  Creo que está loca.
         Margarita: ¡Dios mío! Es la mujer de las encuestas.
         Gerión: (Empuñando un cuchillo.) ¿Desde  cuando en las misas no hay un verdadero sacrificio?
         Medea: Desde cuando no corre sangre verdadera. Porque ese vino que te  tomas no es sangre, es vino, vino, vino.
         Margarita: Así es, no es más que vino.
         Medea: Y ese pan que te comes, no es carne de Cristo crucificado, es  pan, nada más que pan, no es cuerpo, no es nada. ¡Nada!
         Margarita: Así es, no es más que pan.
         Gerión: (Avanza hacia Domingo.) Y es por esto que todo  lo que impide que te comas este niño y crees que te hace  santo…
         Medea: (Continúa las palabras de Gerión.) …No  es más que una mentira. No tienes más que tu deseo, y  si hubieras accedido a él cuando aún era tiempo, no  tendrías que ahora impedirte lo peor: ¡Idiota!
         Domingo: Ustedes vienen en busca de un santo, pero han encontrado a  uno de ustedes.
         Medea: Pero… de todos modos, Dios se sirve de ti, como también  se sirve del demonio, porque ese Dios es un demonio que destruye todo  cuanto se aparta de él.
         Margarita: (Tomando a Tito de la mano.) Salgamos de aquí.  Este un asunto entre gente perversa.
         Tito: (A Margarita.) No quiero, ¡déjame!
          (Gerión se lanza, dando un grito, sobre Domingo. No  alcanza a enterrarle el cuchillo, como habría querido.  Comienza entonces un forcejeo cuyo fin es hacerse con la posesión  de aquél.)
         Medea: (A Domingo.) Déjate morir para que seas bueno. (Ríe. Levanta los brazos.) ¡Satanás, ángel  de luz, con este sacrificio vamos a pagar nuestro coraje!
          (Continúa el forcejeo.)
         Margarita: ¡Dios mío! Hay que llamar a la policía.
         Medea: (Se lanza sobre Margarita.) Quédese ahí  donde está, pobre mujer, no sea estúpida. ¿Quiere  ser sacrificada también?
         Margarita: Ay, ay, no, no…
         Medea: No se mueva.
          (El forcejeo continúa un instante. Gerión doblega a  Domingo.)
         Gerión: Ahora tengo al instrumento de Dios.
         Margarita: (Aparte.) Sí, sí, mata a este  degenerado.
         Tito: (Desesperado.) ¡No te dejes matar, Domingo mío!
         Domingo: (Logra zafarse a Gerión.) Sí, sí,  sí, Tito.
         Medea: (Desesperada al ver que Gerión está siendo  vencido.) Gerión, no te des por vencido… pero no lo  mates en tu defensa, por favor, porque… porque… te lo estarás  ofrendando a ti mismo y no a Luzbello.
          (La lucha se vuelve más encarnizada.)
         Tito: ¡Sálvate!
         Gerión: (Desesperado. Un grito de horror.) ¡Medea!
         (Domingo mata a Gerión. Silencio. Domingo se aleja del  cuerpo. Medea se aproxima.)
         Medea: (Se acerca. Registra el cuerpo de Gerión.) Gerión. Amor mío… Levántate… Esto no puede  ocurrir. (A Domingo.) ¡Asesino!
          (Entra Gastón alicaído.)
         Gastón: ¿Qué es todo este griterío? (Presencia a Gerión muerto.) ¡Jesucristo!
         Medea: (Señalando a Domingo.) ¡Él lo mató!
         Domingo: (A Medea.) ¡Mujer estúpida! ¿Qué  no te das cuenta? Tu demonio nos ha vencido a todos. Creías  que venías por un santo. Pero este imbécil al que  dominabas era el menos malo de todos.
         Gastón: ¿Qué dice, Domingo?
         Medea: (Encolerizada a Domingo.) Tú no me vas a dar un  sermón, cura de mierda.
         Gastón: (Que se ha quedado absorto. Respira y se dispone a  salir.) Llamaré a la policía.
         Medea: (Toma el cuchillo.) Pero esto no se acaba. Te vas a  morir igual. Te voy a rajar todo el cuerpo.
         Margarita: (Aparte.) Sí, mata a este pederasta, mátalo.
         Domingo: (Retrocediendo frente al avance de Medea.) Te estarás  vengando. Me estarás ofrendando a ti misma.
         Medea: ¡Qué me importa, infeliz! Voy a hacer justicia…
          (Cuando Medea levanta la mano para enterrar el cuchillo, la mano  de Margarita no detiene por detrás, en el aire.)
         Margarita: (A Medea.) Es preferible no hacerlo. Este hombre  vejó el cuerpo de mi hijo, pero… pero… es preferible no  hacerlo. No sé.
         Domingo: Sí, escuche a doña Margarita, es siempre  preferible el perdón.
         Margarita: (A Domingo.) ¿El perdón? ¿Quién  lo está perdonando, imbécil? Digo que es preferible,  simplemente, no hacerlo.
          (Medea baja el cuchillo, abandonada por las fuerzas.)
         Domingo: (Se pone de rodillas frente a Medea y Margarita.) Pero yo… sin embargo, yo… les pido perdón… (Grita.) ¡Perdón!
         Tito: (Abraza a Margarita por la cintura.) Perdónalo,  mamá, perdónalo.
         Margarita: No quiero perdonarlo, simplemente no soy capaz de  vengarme.
        (Suenan, acercándose  poco a poco, las sirenas de la policía.)
        Medea: (Exhausta.) Yo tampoco.
         (Apagón.)