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José Miguel Varas, un maestro de la narración.

Por Ramón Díaz Eterovic

21 de agosto de 2006



Ignoro los detalles de las deliberaciones del jurado que concedió el Premio Nacional de Literatura a José Miguel Varas, pero sin duda, entre los muchos candidatos con grandes méritos que postulaban al galardón, el jurado supo pegarle el palo al gato y reconocer a un escritor que tiene una obra tan extensa como valiosa, y que en los distintos géneros que ha abordado, entrega a sus lectores el placer de leer historias plenas de humanidad, vitales y atractivas.

Leo y sigo la obra de Varas desde alguna lejana tarde magallánica en la que llegó a mis manos un ejemplar de Lugares Comunes y su novela Chacón. Desconocía entonces que Varas había vivido en Punta Arenas, ejerciendo su destacado oficio de periodista en una radio local, pero sus historias quedaron bien grabadas en mi memoria, y su nombre asociado al de los escritores que uno se propone seguir leyendo. Después vino el golpe militar del año 1973, y José Miguel Varas pasó a ser una de las voces que desde la distancia radial entregaban un rayo de esperanza para muchos de los que sufrían atropellos en nuestro país. De sus nuevas obras literarias poco se sabía, pero persistía el recuerdo de sus primeros cuentos y, años más tarde, con su regreso a Chile, supimos que volvía con varios textos bajo el brazo. Novelas como El correo de Bagdad, sus relatos de Las Pantuflas de Stalin, sus notables cuentos de Exclusivo, sus enjundiosos acercamientos a la vida de Neruda en Nerudario y Neruda clandestino. Leer esos y otros libros fue un grato reencuentro con un autor que, sin aspavientos, con la sobriedad que lo caracteriza, hacía un aporte esencial a la narrativa chilena, como a poco andar, quedó demostrado, con la publicación de sus Cuentos Completos, un verdadero homenaje al arte de narrar.

Lo que se debe decir acerca de la narrativa de Varas ha sido de sobra destacado por la crítica durante los últimos años. Su mirada aguda y cálida para recrear un universo de personajes y situaciones que nos hablan de la vida cotidiana, su notable humor, el rigor para crear texto en los que cada palabra tiene su lugar exacto para describir a un personaje o recrear un diálogo. Su humanidad para hacer de lo más mínimo una pieza literaria significativa, a la manera de los grandes cuentistas, como O'Henry o Chejov. La obra de Varas está unidad a la mejor tradición de nuestra literatura social, que se potencia a través de su mirada profunda y sensible, hasta alcanzar una estatura propia, renovada y lúcida, presente hasta en sus textos más urgentes, como los que escribiera durante más de un año para el desaparecido diario La Época.

Seguramente se escribirán muchas y más completas páginas sobre la obra de José Miguel Varas, pero por ahora celebremos que se ha premiado con entera justicia a un maestro de la narración que desde hace mucho tiempo tenía ganado un lugar destacado en nuestra literatura. Un motivo de merecida alegría para Varas y para todos quienes somos sus agradecidos lectores.

 
 

 

 

 

 

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21 de agosto de 2006.