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LA POESIA DE CECILIA CASANOVA
Prólogo a “El silencio de las estrellas”

Por José Miguel Varas


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Una poesía engañosamente simple, que se expresa en un lenguaje de clásica tersura, de verso breve que es realmente breve –y no, como suele suceder con algunos poetas de este tiempo, de versos largos quebrados en trozos arbitrarios- y que parece dar, en su concentración extrema, las claves de una realidad o de una experiencia humana compleja y densa. He aquí la impresión que produce en el lector (en este lector), la obra de Cecilia Casanova.

He aquí una poetisa, para usar el término castellano que designa a una mujer que escribe poesía (lo de “la poeta” me resulta una artificiosa y solapada manifestación de machismo), que escogió este camino a los quince años y lo ha seguido sin desviaciones a lo largo de su vida.

Por tradición familiar y la influencia directa de su padre, el pintor Manuel Casanova Vicuña, e indirecta de su abuelo Álvaro Casanova Zenteno, pudo haber escogido la pintura como su genuina expresión artística. Desde niña tuvo familiaridad con la tela, la paleta, los colores y los pinceles y comenzó a pintar a la edad en que se aprende a andar en bicicleta. A lo largo de su vida, ha pintado a menudo según su primera vocación, que nunca ha abandonado, aunque la haya dejado en segundo lugar.

En su hogar también pesaban con fuerza los estímulos musicales. El de su madre, Blanca Hatch Vidaurre, pianista de merito, aunque solo brindara su talento en el ámbito de su casa y, entre otros, el de su tío Juan Casanova, director de la Orquesta Sinfónica de Chile en numerosas temporadas de ópera del Teatro Municipal de Santiago. Cecilia frecuento desde la adolescencia el mágico caserón de San Antonio y Agustinas y, junto a la consueta titular, María de la Quintana ejecutó en muchas funciones operáticas la tarea de alta responsabilidad de la iluminación, encendiendo y apagando focos, bajando la intensidad de algunos y subiendo la de otros, según las demandas del guión. Estudio canto con la legendaria Adelina Padovani, quien reconoció en ella estupendas condiciones vocales y oído musical y le auguró una carrera en el arte lirico.

Pero no. La poesía se impuso y la conquistó para siempre. Desde su primer libro, Como lo más solo (1949), la crítica se inclinó ante su talento, su “audacia sorprendente” (Alone), la originalidad de su temática y su lenguaje. Casi medio siglo más tarde, en este libro, reconocemos la presencia de esas mismas cualidades, aunque es indudable que su obra ha evolucionado y que sus poemas, en apariencia simples, han adquirido una complejidad que es producto de múltiples experiencias vividas y de la maduración de su arte. A veces le bastan a Cecilia Casanova cuatro versos telegráficos para transmitir, en tono sarcástico, la perspectiva de una existencia compleja:

A tu lado fui faquir
Caníbal
Sor
Malvada

O bien, para transmitir de modo elíptico el clima de cierta época, en la que los eucaliptos alineados evocan “un pelotón de fusileros”. A menudo sus poemas sugieren sucesos y sentimientos, posibles desarrollo novelescos, como si nos asomáramos un instante a otras vidas y descubriéramos, entreviéramos a través de un brevísimo dialogo, un gesto, una mirada, la densidad de una historia.

En “Mujer en blanco”, la poetisa nos proporciona más elementos, es tal vez el relato de la visita de un fantasma o acaso la evocación de un sueño. Al final sobrecoge, con fuerza alucinante, una sensación de misterio. Y el recuerdo de otra inolvidable mujer de blanco literaria, “La dama del perrito” de Chejov.

Se nos habla de la muerte en estos poemas, pero nunca en tono elegiaco. Es como si la autora la mirara con cierto desdén, a menudo con humor:

Porque él era un cuchillo
Y ella una cuchara
La mató por la espalda
Mientras dormía

En “Temor” la muerte está presente a través de la percepción de la fugacidad de la vida y del otoño que se dejo caer, y el temor se nos transmite como el sentimiento que producen ciertos climas, como el contagio de momentos sombríos de la naturaleza hasta y la bufanda que teje una hija adquiere una simbología extraña y funesta.

En otros poemas, ya se dijo, hay humor y sarcasmo:

Cuando el poeta muere
Llegan los cuervos
A graznar sus versos

En “Vuélveme dura”, cuyo tono evoca el de algunas coplas o canciones del flamenco, se expresa la pasión de la mujer herida o despechada. Ella pide al cielo que no la haga perdonar ni a la hora de la muerte.

Es verdad que en toda la poesía de Cecilia Casanova hay, con toda soltura y libertad de lenguaje, que incluye a veces elementos propios del habla nacional, cierto estilo despojado, cierta elegancia en la sintaxis, que parece provenir de una raíz castiza, de la más pura tradición de la poesía española. (Alones creía oír, en sus primeros versos, la voz de la Xirgu recitando a García Lorca).

Diferente de todos los poetas y poetisas de este tiempo, severa en su rigor, Cecilia Casanova nos trae un mensaje de verdadera poesía.



 

 

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Prólogo a “El silencio de las estrellas”
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