Primera vez que me veo frente a  la ocasión de presentar un libro. Escribo estas líneas después de haber  terminado este breve texto y pienso que he dejado fuera casi todo. Pero  es a partir de este casi por lo que puedo empezar a decir algo. Mi  conocimiento y relación con Jorge fue en un principio indirecta. Él era una  figura algo difusa para mí, cuando en nuestras reuniones de diversos grupos de  estudio y lectura psicoanalíticos, sobre todo winnicotiano —sostenidos hace  más de 5 años a esta altura— , aparecía como el amigo poeta al que Luca, Paula  y Carlos evocaban en variadas ocasiones. El poeta de Valdivia, pero también el  poeta de la quinta región, de Quilpué, de Valparaíso. Se podría decir, un poeta  de la periferia, considerando las lógicas tan centralistas de este país. Con el  tiempo, al escuchar Poesía y Capitalismo, lo fui conociendo un poco más y  encontré en ese espacio virtual, un lugar en donde se podía sostener un  pensamiento crítico de nuestra realidad, distanciado de la vorágine incansable  de la política (o politiquería) de actualidad que se vende en los medios de  comunicación de masas, tan recurrentes durante estas semanas. Un espacio en  donde Jorge y sus compañeros de Podcast, desde la poesía y la filosofía, hacen  un trabajo de pensamiento colectivo que tiene, en mi opinión, un horizonte de  esperanza que contrasta con las visiones apocalípticas imperantes en nuestros  días —esperanza que no descuida la realidad de la catástrofe. 
        
        El año pasado tuve la ocasión de  conocerlo personalmente en una junta en casa de Carlos, al borde del río Maipo.  Fue una noche bien compartida y regada. Recuerdo con cariño haber conversado  con Jorge sobre el Quijote y la figura de Sancho Panza, que, desde el  psicoanálisis, se ha pensado como una figura que refleja ese acompañante que  frente a la locura que provoca la violencia —pensemos en Cervantes y la  Batalla de Lepanto—, es capaz, a través de su presencia y compromiso, lograr  una “cura posible” o anudamiento, posibilitar de algún modo, que los escombros  que ha dejado la catástrofe puedan convertirse en experiencia (podemos pensar  en el Miedo al Derrumbe de Winnicott, es decir, la posibilidad de volver a  vivir aquellas vivencias traumáticas que no han podido experienciarse, en el  sentido de que no han tenido una inscripción psíquica). En el caso del Quijote  y de Cervantes, la narración de una Gran Historia. Pienso que la poesía de  Jorge —y quiero ser enfático en que, en primer lugar, no soy crítico literario,  y en segundo lugar, que me he interiorizado hace poco en esta, por lo que no  hablo desde un lugar de experto ni especialista— transita por las preguntas en  torno a las violencias (históricas y también cotidianas, en ese sentido, una  violencia que da paso a un trauma desde una perspectiva psicoanalítica) y el  silencio (y la posibilidad de la palabra). Jorge escribe: cada palabra  ahogada / deja un agujero en la noche (…) Enmudecer es una forma de  morir / practicar la inviolable decisión de la incertidumbre. Esa misma  violencia que desde cierta perspectiva psicoanalítica se plantea como un  quiebre en el lazo social, es decir, en la interferencia en la posibilidad de  vincularnos los unos a los otros bajo un pacto social y cultural compartido. Un  quiebre que tiene como uno de sus destinos la locura y también el aislamiento.      
      
 Jorge constantemente pone sobre  la mesa esta cuestión por medio de su poesía tanto gráfica como escrita, lo que  da cuenta de la diversidad de herramientas con las que cuenta en su trabajo. La  violencia de la actualidad y de la historia que llevamos a cuestas ha tenido  consecuencias más profundas de lo que alcanzamos a percibir, una viga en el  ojo, podríamos decir siguiendo a Jorge. El silencio de la ciudad es efecto  y no causa de lógicas individualizantes propia de un sistema capitalista que  encuentra en su desregulación su máxima expresión. “Estuvimos tan cerca del  silencio y tan lejos de la vida”. Ante este silencio posterior a la  fractura, del horror del campo de concentración y de la desaparición forzada,  hay un esfuerzo en buscar palabras que se ajusten a la catástrofe, a ese  espacio que ha quedado por momentos vaciados de la posibilidad de significación.  Un esfuerzo por simbolizar eso que pensamos inexpresable. Jorge escribe “Años  sin encontrar una pertenencia en la cual reconocernos”. Pienso que parte de  la experiencia vital de nuestra época, tan particular como pueda llegar a ser,  tiene que ver con que ese sentido de pertenencia en las cosas, los lugares, las  personas y colectivos, se ha ido desvaneciendo en el aire. Ese  reconocimiento subjetivo, fundante para cualquier intento de vivir, es frágil,  frágil como la poesía chilena, podríamos decir.       
      
 Finalizando, me gustaría señalar  una idea más que me parece interesante en esta ocasión. Giorgio Agamben, en su  hermoso texto Creación y Salvación, expone las dos dimensiones distintas  e inseparables de la Obra divina (y humana): la Creación y la Salvación,  encarnadas por los ángeles y profetas, respectivamente. En palabras del autor:  “quien actúa y produce también debe salvar y redimir su creación. No basta con  hacer, es necesario saber salvar lo que se hace”. Esta doble dimensión del  actuar divino y ciertamente humano, en la modernidad, se materializó en una  disociación tal, que sería el trabajo del filósofo y crítico redimir (o salvar)  lo creado, mientras que la poesía y la técnica heredaron el lugar de la  creación misma. Agamben se pregunta “¿Qué significa aquí salvar? puesto que  no hay nada, en la creación, que en última instancia no este destinado a  perderse”. En ese sentido, todo acto de creación está condenado al olvido,  siendo el papel de la redención o salvación darnos algo de tiempo que dilate su  desaparición inexorable. Me parece que el esfuerzo del que da cuenta esta  antología y el trabajo de Jorge en un sentido más amplio, tienen que ver con  ambos momentos de los que habla el filósofo italiano. El acto de creación en la  poesía que transforma algo de la realidad invivible y vivible al mismo tiempo,  de diversas formas y con diferentes recursos, y el acto de redención en los  trabajos de pensamiento colectivo, de archivo, de crítica y del gesto siempre  presente de rescatar del olvido y desconocimiento, aquellas obras “menores” que  buscan con un empuje propio, la posibilidad de tener un lugar. Propiciar un  lugar tal que lo creado pueda circular y ser compartido, en constelaciones que  sirvan como un juego, jamás totalizante y siempre vivo. Una cacería que los  poetas continúan por las noches.       
      
 Por último, me gustaría agradecer  a Jorge, por su poesía y por sostener con su trabajo, con todas las  dificultades que eso implica, particularmente en un país como este, un espacio  de resistencia y pensamiento, una señal de ruta en este desierto —desierto en  el que aún es posible cultivar—, a través de imágenes, palabras y silencios. 
      
Fundación  Lumbre
        Limache, octubre 2025.