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GLOSAS Y PARPADEOS
"Sublevaciones poéticas", Georges Didi-Huberman, (poemas gráficos de Jorge Polanco), Editorial luciole, 2024

PRESENTACIÓN

Por Jorge Polanco Salinas
Publicado en REVISTA ORIGAMI, 22 de mayo 2024


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¿Cómo comprender el ojo que no se desvía, el ojo que cierra lo oblicuo, las penumbras antes  de terminar el refilón, el discurso, la oración enunciativa, las voces que se alejan en la mirada  cuando se niega la vista? ¿Cómo salir de la pretensión de lucidez o ceguera, y sumergirse en  el parpadeo?

 

 

He comenzado a escribir luego de dos días de malas noticias. Mejor dicho: he comenzado a  leer con mayor atención después de quedarme mudo, mascullando, rectificando una  sensación que me inquieta. Salgo a caminar cerca de la costanera para poder suspender en  parte estos días rabiosos. Parece que todos los días fueran rabiosos. ¿El tono de las noticias?  ¿Las conversaciones apocalípticas? ¿El desquicio? Para leer a Didi-Huberman, su afecto con  la poesía, el reconocimiento de una dificultad, requiero cierto temple. 

¿Por qué las cosas, los seres, surgen mejor, aparecen mejor en el poema?, pregunta Didi Huberman, interviniendo, interrogando esta extrañeza que irrumpe en la rabiosa  cotidianidad. ¿Qué es lo que rodea, recoge el gesto, parpadea en el poema? Interrogo al  avanzar en  Sublevaciones poéticas como si caminara conmigo frente al río. ¿Cómo es posible  que todavía ocurra, en estas desolaciones de mundo, el rito del poema? 

 


Georges Didi-Huberman

 

Imagino frente a la costanera a las niñas y niños de Gaza, en estos momentos cercados de  mar. Antes de salir de casa vi a mi hija menor dibujando sobre el papel Kraft que ponemos  encima de la mesa. Y pienso en el poema, en que no he logrado escribir estos últimos días.  En cómo un lápiz crea un mapa imaginario. En los análisis que escucho por la radio  de internet sobre la política y las múltiples formas actuales de los lenguajes del fascismo, y,  más encima, para colmo, los algoritmos que por rebote me traicionan y llegan hasta  Mosciatti.

¿Cómo aparece un poema? En vacaciones en el Lago Budi, solo a tres horas de mi casa, me  detuve a ver una extensa escollera y los árboles caídos por los vientos del sur. Dibujé en  acuarela el paisaje y saqué algunas fotos con una antigua cámara; no escribí en palabras, pero  algo se alojó en mí. Luego en casa, como si nada, asomaron varios poemas que supe, en el  momento, que eran poemas. O mejor dicho, si se puede emplear esta expresión, eran una  continuidad.  

 


Jorge Polanco Salinas

Me he detenido en una mesa, en la cual soy parroquiano, a escribir estas glosas. En estas  condiciones, como un retorno, entro a la lectura de Didi-Huberman como si volviera a un  poema. ¿La poesía tiene progresión? ¿Será un salto? Pienso en la imagen de Mallarmé como  plasmación de Hegel o, al revés, cómo Hegel hubiera deseado dibujar la cartografía del  universo. Pero el poema está ahí, como los movimientos de los astros que describió en el  presidio Blanqui, sembró en jardines Rosa Luxemburgo o desordenó en sus cuadernos  Gramsci, que no eran por cierto cuadernos sino bitácoras de constelaciones. Al abrir los posters de Luciole pienso en ellos: cómo al desplegar una hoja se crea un mundo, mapas  donde Amster, Benjamin, mis hijas, las niñas y niños de Palestina, Violeta o Víctor, orbitan  en los pliegues de una hoja, dobladas por las manos que albergan a los exiliados imaginativos  de mundo. 

Benjamin habló una vez de las huellas —cuenta Adorno— que los incontables ojos de los  contempladores han dejado en algunos cuadros.

 

 

El poema como don de saberes sensibles. El poema como esa lectura anterior al lenguaje,  a la constitución del universo semántico: los gestos, la danza, el ahí —no traducible a  sistema— que Celan muestra en la data, en la fisura que abre la escritura y que encarna en las  imágenes que recorre la maleza del poema o, más acá, el trazo del dibujo o el baile que irrumpe en las resonancias de la mimesis. Guijarros, estrellas, cortezas, enumera Didi Huberman, testimoniando en lo mostrado un ritmo, una mirada, una manera de palpar. La  forma que media antes del discurso, pero también este último abierto en la poesía a otra  manera de tejer los hilos, tramar las hebras de una lengua inminente. ¿Qué abre el parpadeo,  hacia dónde nos sumerge?  

Ese ahí, no codificable, esa incierta certeza sensible no remontable por la Fenomenología  del Espíritu, que a su vez es la palabra con que Hölderlin termina un poema: el ahí, próximo al allá, reverberando en el día de fiesta una comparación imposible: como cuando, cuya  vibración desencadena las imágenes, en este extraño acontecimiento, tan mínimo, tan  cercano al silencio, que asoma en el poema. ¿Otra fenomenología, otra dicción, otra manera  de respirar? Las piedras sueltas de Octavio Paz, citado como un retazo de la memoria involuntaria de sus primeras lecturas —vuelvo a Didi-Huberman—, una piedra que a su vez es  la imagen en miniatura de una montaña —aludo a una conversación de la película  Los  delincuentes, que acabo de ver—, el poema como un guijarro que deja el río en los tiempos de  un horizonte. El poema: las piedras lanzadas de costado al agua para que emerjan una o dos  veces antes de sumergirse por completo. Las piedras blancas sobre las piedras negras, o al  revés; la inutilidad de los niños jugando a tirar guijarros, una y otra vez, a la playa o recolectando algunos para el recuerdo; una acumulación no originaria en el tiempo perdido, repetida por generaciones: ocio, juego, gestos de dicha y a veces —más de lo que quisiéramos— de duelo. La última piedra dejada sobre la tumba de los amigos. 

Todos estos saberes sensibles, intransables en la bolsa, en el actual capitalismo anarco neoliberal. Una multiplicidad de saberes en los valores de uso. Tardes enteras perdidas en la elección del ocio, riqueza de la experiencia en la noche de los proletarios. Poesía, saber,  imaginación. ¿Quién podría decir que no hemos sido, aunque sea por un momento, felices? Escribiendo, dibujando, escuchando música, bailando. 

Poesía: una noticia que no ha dejado de ser noticia, avisaba Pound. Desde los poemas más  dolorosos hasta los dionisíacos (que incluyen también el horror, por cierto), sedimentan algo  en nosotros, sitúan una extrañeza, retornan con su testimonio, “Ahí”. Mueven algo,  sublevan el lugar, nos reconocemos y alejamos, parpadean una figura; muchos tiempos y  espacios son vividos en la inquietante singularidad que atraviesa —nos atraviesa— el poema.  «Una coreografía de intensidades», advierte Didi-Huberman en otro texto dedicado a las  supervivencias. Impulsos inconscientes y necesidad formal, recorre el poema, impulsa esa  rara palabra moderna: «Arte». Eternos retornos, la poesía revuelve el tiempo histórico, lo  remonta y desencadena en los bordes de la vibración; inmersa en la resonancia con el ritmo  de preguntas y silencios.  

 

 

Las preguntas de Anne Boyer provocan más interrogaciones. Por la calidad, los  cromatismos, el ritmo de las preguntas. Desde las primeras páginas de Ser y Tiempo, el tono  de la interrogación se vuelve tema filosófico. El Dasein es el único ente que se pregunta por  el sentido del Ser. La sentencia del ser «caído en el olvido» por la carencia de interrogación  vuelca a la filosofía al círculo hermenéutico. ¿De dónde proviene la significación? La  desmesura de Heidegger en las pretensiones occidentales, lo lleva a la poesía, a cierta poesía,  distinta al pensamiento meditativo; la celebración poética halla su lugar en un espacio previo  al preguntar. ¿Cómo sería ese lugar que no tiene lugar?, dibujaba en el espacio Mallarmé. ¿Es la página el escenario de la danza que convoca la mirada del espectador en el Golpe de  dados, tal como la bailarina de Mauricio Amster en la portada de Sublevaciones poéticas? 

Heidegger persistirá en la suspensión de la pregunta, verá en la filosofía -que no es filosofía,  en el sentido de una disciplina-, un camino de pensamiento que no se reduce, sin embargo, a  un interrogatorio, clave de la lectura de Avelar en el camino que va de Platón a Pinochet.  ¿Una violencia ontológica en la pretensión categorial de la filosofía? ¿Agresión asimilable al régimen de verdad del torturador? Una violencia de la que no tenemos escapatoria, en la  medida en que desde ya operamos con categorías, conceptos y la lengua heredada; lengua  que requiere de cromatismos para ser vista, una amalgama de ritmos para que la poesía se  interrogue a sí misma y adquiera el tono —o los tonos— de la experiencia. Desplegada en imágenes, figuras, palabras, fragmentos porosos en la inclinación a preguntar desde este  ángulo sureño del mundo.  

¿Otra cosa es ya responder? 

«Todo se vuelve suspenso -dice Mallarmé-, disposición fragmentaria con alternancia y mano  a mano, concurriendo al ritmo total, el cual sería el poema callado, en los blancos»

 

 

¿Cuáles serían las preguntas para poetas?, ¿las preguntas que las diferencian de aquellas para filósofos o científicos? En uno de los puntos por donde pasa el círculo hermenéutico, la  pregunta por el ser moviliza la pesquisa del Dasein. Se instala el desplazamiento y el  movimiento de la fuerza del concepto como hesitación categorial: el Dasein es el único ente  que se pregunta por el sentido de la totalidad. Es el círculo enriquecido por el movimiento  de la pesquisa y sus categorías en la medianía de la existencia. El peligro del círculo amenaza  el proyecto hermenéutico desde el principio: el vicio. La insistencia que gira y pierde,  desecha y desgasta, sin alcanzar el sentido. Una rueda que gira por sí misma, «un santo decir  sí” -señala Zaratustra-, un juego, un niño. El círculo vicioso mueve una pregunta en el placer  del texto, en el eterno retorno, en la diafanidad de la caída.  

El círculo vicioso —advierte Klossowski— asienta su punto de vista en la disonancia: «todas  resuenan hasta que se restablezca la consonancia de ese mismo instante en el que esas  disonancias se reabren de nuevo». Inusitada, la disonancia es la palabra que articula la  modernidad para Adorno; es la ambigüedad de la música europea del siglo diecinueve que  no es dolor o deseo, sino los dos impulsos al mismo tiempo: el goce de lo terrible, la  experiencia de lo que no resuelve, embistiendo la sintaxis capitalista del curso del mundo.  Es, quizás, la singularidad del arte: todas las instancias en una, la multiplicidad de tiempos  y espacios, la escritura que no armoniza con síntesis o progresiones. Pensamiento súbito del círculo vicioso —señala Klossowski— que no se enriquece en el valor de cambio o la  transacción; la pérdida que saca la vuelta al tiempo, hace la bicicleta al capitalismo financiero  a través del desgaste de la enajenación. ¿Será esta la pregunta poética? ¿Todavía lo es? 

 

 

Una concatenación de preguntas que navega en una embarcación a través del río abierto, se  ofrece a los cuerpos, a la economía, a las formas de resistencia, a la rabia y a la creación, a la  poesía, a la nota y al comentario; este despliegue ya no es una pregunta por el ser, por la verdad, por el descubrimiento que saca los velos (aletheia), sino que los multiplica, crea  surcos en cada interrogación, diversifica afluentes. Este horizonte de preguntas tampoco  quema el velo (el shock benjaminiano), no azota o retarda el tiempo, lo hace entrar en un  ritmo; una tras otra, entre signos, las preguntas: 

—¿El poema será este lugar entre los signos de interrogación? 

El torrente crea un paisaje, lo sumerge en recovecos, no regula o dirige su caudal. ¿Habrá  una pregunta para las preguntas? 

—El listado de Luz Sciolla en Retratos Hablados es un inventario de la violencia. El listado:  una respuesta en el poema, una justicia en imágenes y letras. La poesía, espacio de  elaboración, pictogramas conjugado en versos, ida y vuelta en el sueño. Duelo y porvenir. 

De dónde viene el poema, de dónde vienen las preguntas. El torturador fabrica en la voz  una mecánica de extirpación y tatuaje; una colonia penitenciaria que exige, en el aislamiento,  el resonar de preguntas sin mundo. Detiene el flujo para hacer de la soledad el temor del  acontecimiento, el terror infantil a la noche, los niños sin madre. De dónde viene la primera  pregunta. El pictograma requiere la palabra —dice Freud—, pero no cualquier palabra. No es  el juicio o la oración enunciativa; una reverberación acompaña las primeras escenas de la  vigilia. Las imágenes arrastran un murmullo. El sueño en movimiento convoca —como Jonas  Mekas— al poema. 

En la caverna de Platón se ve pasar las sombras; antes de liberarse —¿quién lo dudaría?— Sócrates ha visto el cine de la filosofía, en la tela —un velo más— está la verdad (aletheia) que  debe correr para salir de la pantalla. Encandilado por el sol, quiere volver a traer la noticia  a la sala: existe un afuera a la sociedad del espectáculo. Los condenados a mirar las sombras lo condenan a su vez. La infraestructura de la economía política, el piso de abajo en el edificio  de la sociedad capitalista, necesita los velos de la pantalla. La caverna y sus sombras plantean  preguntas. ¿Cuáles y cómo habrán sido los sueños de los millones de seres anónimos que  pasaron por este planeta? ¿Y si el lenguaje no fuera sombra o luz, sino siluetas? ¿Y si el poema fuera una de las formas más libres de describirlas? ¿Si la verdad fuera este ritmo en  los movimientos del parpadeo? 

De dónde vienen las preguntas para poetas. Sobredeterminados, los sueños, las preguntas y  los poemas, no tienen una sola dirección; estratificados uno en otro, en una atmósfera en que  rige el movimiento de sus aguas, los poemas dejan una dación, una estela de forma, vidas  que se multiplican en una vida. En el cine lírico, el lenguaje no responde a la historia, a la  representación de la verdad fáctica; la complejiza, palpa los velos, gira sobre las imágenes  de la historia, agudiza los hechos. La fuerza expresiva de los conceptos y la capacidad de  síntesis de las imágenes conforman una compacta argamasa. A menudo el discurso quiere  captar la imagen fija de las siluetas, las figuras, el ritmo de sus desplazamientos. En el cine  de poesía, la mirada es una pregunta, no necesariamente una respuesta. Las siluetas fijas y  en movimiento siguen una continuidad. En las sombras a contraluz propias de la técnica del  grabado, como en los cuadros de Carlos Hermosilla, el pueblo entra a mirarse y a desplegar  los signos de interrogación que dibujan su nombre. 

«Los relatos vuelven con los vientos de los juncos,
acá el viento lacera el rostro, es una vergüenza, 
hablamos con pinzas, una ruptura correo las napas subterráneas, 
es la aorta que mueve las palabras, 
  . . .la sombra de tanto bosque y espino, 
por eso quisiera pasar a poesía, leí que allí 
no se muere, se fabrican cadáveres, 
y no se trata solo de cortar frases ateridas 
atrincherado en una voz vulnerable, 
murmurar las sombras que roen las cuerdas vocales, 
descubrir las trampas y decir con ellas más todavía 
hasta el cansancio de llegar a una pregunta, 
al pasto seco quemado en la boca. 
(¿Te conté que el poema es una pregunta? 
¿Nuestra historia una pregunta?)
». 

 

 

Valdivia, Marzo 2024




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