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PRESENTACIÓN DE LA ZONA MUDA, DE JORGE POLANCO.
Santiago: RIL Editores, Universidad de Valparaíso, 2004, 200 páginas.

Por Ana María Risco
Santiago, 2004


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Tengo el agradable encargo de decir unas palabras introductorias a la presentación del libro La zona muda. Una aproximación filosófica a la poesía de Enrique Lihn, de Jorge Polanco, editado por Red Internacional del Libro y la Universidad de Valparaíso, y que antecede a la conversación que sostendremos enseguida, abierta a quienes deseen intervenir, con el autor.

Entiendo que Jorge ha querido que yo esté aquí, como una manera de rememorar tal vez un camino paralelo, recorrido por ambos mientras realizábamos tesis de grado en dos aspectos de la obra de Enrique Lihn. Innumerables mensajes electrónicos fueron y vinieron entre nosotros en el lapso de un par de años, portando referencias, comentarios, materiales para el trabajo, y en ocasiones sólo palabras de aliento que hicieron más acompañada la tarea.

Hablo entonces, con el tono que puede tener una compañera de trayecto. 

Quiero decir, sin embargo, que aun en esa condición de anticipo sobre ciertos pormenores del trabajo de Jorge, he leído su versión final y editada, con asombro. Asombro por el modo en que este ensayo mantiene, de un modo sostenido durante todo su desarrollo y con gran capacidad interpretativa, la pregunta y la preocupación por un objeto tan ilimitado y difícil de fijar como es esa zona muda dentro del espacio de lo enunciado por la poesía de Enrique Lihn, amenazada, como todo discurso según su autor, “desde dentro por el silencio”. 

 

 

Creo que cualquier intento por definir aquello que sería esta zona muda, pone en riesgo la seriedad de la tarea de aproximarse a ella. Es por eso que la manera de Jorge, que interpreta un vadear desde la filosofía; que circunda aproximativamente su objeto, que vuelve sobre aquello que nunca quedará descrito a completa satisfacción y que reconoce también, desde dentro de su ejercicio, ese “silencio que amenaza a todo discurso”, me parece un primer gran acierto y como lectora lo agradezco y destaco. 

¿A que se aproxima, a través del tanteo y el movimiento orbital, este ensayo de Polanco? Si su objeto se abre como un enorme agujero negro, sus intenciones son en cambio delimitadas con claridad: este ensayo se interesa por la condición precaria de una palabra poética que renuncia al tono fundacional, pleno, ejemplar y casi teológico del que se halla investida en otras experiencias —bastante visibles por lo demás en el contexto de la poesía chilena— para mantenerse atenida a su propia fragilidad y hacer de ella una experiencia de lucidez. Lihn no se concibió mago, ni vate, ni profeta, ni iluminado. Más bien un reincidente en “esa cosa de nada y para nada, tan fatigosa como el álgebra”, que fue para él la poesía.

Esta condición precaria de la palabra de Lihn, que no está allí para fundar un mundo sino para ponerlo en duda, poniéndose al mismo tiempo en el ojo de esa duda, configura, según nos ayuda a comprender el ensayo de Jorge, un hablante que es altamente exigente en la práctica de hacer de esa ausencia radical de promesa, la desgarrada materia de sus enunciados. Porque la poesía de Lihn no se limita a traducir en verso aquella muerte de Dios prevista en la filosofía, sino que toma por cometido el largo comentario que sanciona, en verdad, la muerte de esa verdad. Su indigencia no es por ello la del poeta que, al decir de Heidegger, habita entre los dioses idos y otros por venir.

Por el contrario, con el gran Dios y también el pequeño Dios “poeta” a sus espaldas,  la poesía de Lihn se escribe, como nos lo muestra este ensayo, desde una zona desprovista de demarcaciones trascendentales o de discursos hieráticos monolíticos sobre la realidad, y se obliga, por esta misma razón, a realizar cada vez sus propias demarcaciones en el espacio y a establecer, en el tiempo, su propia —efímera y volátil— condición irrefutable. La idea de una poesía situada tan invocada por Lihn,  no podía estar, ni está al margen de una lectura de lo que Jorge traduce como palabra precaria: aquella que reconoce que su punto de partida no es otro que el que conforman sus condiciones de emergencia y enunciación.

El ensayo La zona muda nos hace ver, además, que detrás de esta poesía situada, deudora e intérprete de su circunstancia, encontramos siempre la huella de una experiencia, vivida en tránsito por un sujeto, que es y no es el que escribe, que es y no es el autor, que es y deja de ser el sujeto biográfico. Este ensayo nos acerca la idea de un autor que Jorge denomina agónico, que se perfila con nitidez en la aguda lectura que aquí se hace de Diario de Muerte, pero se formula más bien hacia la amplitud de la condición escritural de Lihn: él, que no es un autor muerto como aquellos intérpretes de su propia biografía vistos desaparecer por Barthes o Foucault, sino que espejea vivo en lo escrito, en la forma de un ser biográfico que no se reprime, pero que tampoco se refleja, sino que se abandona representándose, en la forma y con los materiales de la literatura.

Hay bellos pasajes en este libro en que Jorge perfila la idea de un sujeto biográfico que se asoma a la poesía de Lihn, a través de una poética que busca modular la experiencia, pero en la lucidez de que la palabra fracasará siempre si el intento es asirla o fijarla, en ese “yo de papel” que configura la escritura. “Me escribo con minúscula —leemos del poeta, en una de sus tantas maneras de abordar este punto— a renglón seguido, cada palabra es un obstáculo...”

Oí a un científico chileno, muerto ya como Lihn y curiosamente tan interesado como él —desde otra óptica— en la investigación de la experiencia —me refiero a Francisco Varela—, decir que la identidad que configura eso que llamamos yo, si existe, es una entidad cuyo centro jamás podremos aprisionar con un dedo, porque cada vez que suponemos haberlo encontrado e intentamos hacer presión sobre él, éste ya se ha desplazado dejando nuestro dedo perdido en una zona marginal. En la misma conciencia de este hecho, creo, Lihn no operaba la poesía como un dedo que quisiera aprisionar la identidad, sino que hacía de ella, por el contrario, el registro de la perpetua fuga de ese centro ilusorio. 

Polanco trabaja con acuciosidad este punto, recorriendo cada uno de los poemarios de Lihn y haciendo aparecer ante nosotros, las situaciones que son en cada caso el punto de arranque que la poesía sintomatiza, transfigura y desplaza, desde aquellas que están dadas por la intimidad del que escribe, a aquellas otras que se deben al contexto más amplio en que lo hace. En cada uno de esos poemarios, y en particular en aquel más extremo que es Diario de Muerte, Polanco sabe mostrarnos el amplio lugar que ocupa la zona muda. 

Porque su tema es aquel fracaso constitutivo de la palabra lihneana —curioso tipo de fracaso de un poeta que se lee, interpreta y reedita en forma creciente— este libro se detiene en aquellos poemarios en que Lihn agudiza su mirada incisiva sobre las inoperancias de la poesía en cuanto género, como son, por ejemplo, La musiquilla de las pobres esferas o Escrito en Cuba. En esas miradas vemos una vez más cómo la poesía de Lihn le mueve el piso al poeta y su oficio, sin por ello dejarlo en silencio.

Por todas estas razones y por otras, que sin duda lectores más familiarizados con la filosofía podrán agregar, este libro es una referencia para leer a Lihn y por otro lado una sorprendente plataforma de diálogo con otras lecturas de su obra. Podría decirse que cada uno de los ensayos fundamentales escritos en torno a ésta, tienen en el libro de Polanco un lugar privilegiado de recepción, a la luz, además, de un tema que parece ser tan central en ella, que ningún ensayista ha podido esquivarlo.

Para cerrar estas palabras introductorias quisiera esbozar una idea con forma de pregunta, que tal vez podrá en algún momento nutrir el diálogo que proceda. Esta pregunta tiene que ver con el modo en que persiste la poesía de Lihn; el modo en que la profecía de su fracaso no se cumple, sin embargo, como lo observa Jorge en su libro, si nos atenemos a esa tendencia de sus autor a perseverar en ella, por encima y a través del obstáculo que cada palabra formula. Aludo no a otra cosa que a aquello que el insoslayable poema Porque escribí tan bien enuncia.  

Me pregunto, por otra parte, si la indigencia de esta experiencia poética y la fragilidad de su palabra no puede leerse también reconducida al humor de Lihn —negro, por cierto— o al sarcasmo de ese personaje que mima los tonos ridículos de un discurso que cree portar la verdad, me refiero al de su alter ego Gerardo de Pompier. 

¿No hay una dimensión de esa fragilidad de la palabra de Lihn, que es también el arrojo de un salto al vacío? ¿No puede hallarse en esa actitud despojada, escéptica de sí misma y dispuesta a esbozar antes que nadie sus propios contraargumentos,  la marca de una vitalidad, y hasta podría decirse, si es que la palabra no estuviera tan perversamente connotada, de una cierta forma de poder? No sé, trato con esta pregunta de ser fiel a mi lectura de Lihn, en la que saltan a cada momento los destellos de una voz que, si es frágil y amenaza a cada segundo con volverse silencio, está por eso mismo más desnuda y más dispuesta a entenderse, en situación de riesgo, con la realidad, la vida o lo que sea, que cualquier otro discurso parapetado en la plena y pletórica afirmación.

Dejo entonces esta observación intercalada y agradezco a mi amigo Jorge el haberme invitado a cerrar así este tramo de nuestro trabajo paralelo en la ruta lihneana.


 



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