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Lenguaje y urgencia
A propósito de la poesía de Carolina Lorca

Por Jorge Polanco Salinas


Así quisiera
las palabras y los sonidos
y no lamentos y gritos
de hombres en el mundo
fulminados de miedo
Cristianziano Serricchio

La antigua línea férrea que se extendía por la región de Valparaíso unía el interior con el puerto y la capital. A su costado fueron creándose diversas ciudades con nombres graciosos o pretenciosos, como Llay Llay o Villa Alemana. Las estaciones eran siempre iguales, con la plaza al frente, el pequeño comercio y las fuentes de soda, que se convirtieron en las paradas obligatorias de los transeúntes. Algunos de estos poblados lograron ser descritos en su permanente abulia, como cuando Adolfo Couve relata el tránsito en tren de un pequeño pintor a Viña del Mar. El salto del personaje a la fama de la vida pictórica resulta ser más bien el reconocimiento de la muerte del arte. Como si no fuera necesario ya el desplazamiento técnico de la pintura, el desfase de la desidia pueblerina constata la falta de sentido y expectativas. El caso más patético es Quillota, que alguna vez se pensó como posible capital, y a pesar del orgullo de sus habitantes por la vacilación de Pedro de Valdivia, la ciudad conserva todavía el rostro de un latifundio.

Hoy, el moderno tren llega a la mitad de lo que era antes, pero los poblados cada vez más enormes siguen siendo llamados “ciudades dormitorios”. Digna de un capítulo de Alhué de Gonzalez Vera, Quilpué es una de esas estancias que sirven sólo para dormir. Una doble somnolencia: el trabajo está en otro lugar, y la ciudad como la estación de tren, recibe a los pasajeros cuando llegan a dormir o perder la vida. El mundo pareciera vivirse en otra parte, las decisiones políticas descansan en ciudades donde se exuda el agotamiento. Además, como si no bastara lo que venimos contando, en Quilpué existe una localidad al costado contrario de la plaza, cruzando la estación, denominada “Retiro”. Siempre me llamó la atención la evidencia del nombre de este lugar, ubicado como trastienda de la plaza, tradicional espacio de lo público. Es la zona, por lo demás, donde vive la poeta Carolina Lorca, y el nombre de la extinta editorial que ella creó durante cierto tiempo, constituyendo una coincidencia simbólica de la actitud irónica de esta poeta aislada de los focos de atención. Actitud que la asemeja a otros poetas de Valparaíso que parecieran no haber querido tomar el tren.

La explicación de esta manera de situarse no proviene de una distancia de los acontecimientos sociales. Los libros de Lorca dan cuenta de una mirada política y filosófica, que es el zócalo de su poética. Lo que sucede es que la poeta continúa los parámetros de las concepciones heideggerianas que ponen entredicho la confianza plena en el mundo moderno de la técnica, solventado en el pensamiento calculador, que todo lo vuelve cuantificable y medible. Es conocido el consejo heideggeriano de la vuelta a la provincia. Advertencia que sin duda contiene un sesgo conservador al ponerlo en relación con la seducción de la ciudad. Pero si lo consideramos como un consejo práctico frente al carácter arrasador de la técnica, su sentido sólo ha tenido eco hoy con la explotación desproporcionada de la naturaleza y la proliferación del nihilismo, que conforma la sede del acomodo y la apoliticidad.  Es decir, el retrato de Chile posdictadura. En las lecturas de su amado Hölderlin, Lorca encontró una orientación poética que reflexiona la modernidad, intentando un equilibrio entre el mundo técnico y la vuelta a lo sagrado. En su poesía, la escucha  de la naturaleza todavía es posible –y necesaria-, patentizando lo que han logrado poner en discusión las corrientes ambientalistas, afirmadas filosóficamente en Heidegger y, si se leyera más en Chile, en Luis Oyarzún. El retiro de Lorca no es la disposición a la somnolencia, sino la búsqueda de un equilibrio que contrapese la exacerbación del escenario moderno.

Cuando se nombra la naturaleza, habitualmente se piensa socarronamente en un lirismo de corte romántico español, patético y naif como el que nos enseñaron en el colegio. Sin embargo, la poesía de Lorca dista de todo aquello, es más bien áspera y pensante, tal como fue el primer romanticismo alemán que ha influido más de lo que se piensa (Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe afirmaron en los años setenta que vivimos una época en el romanticismo). En dos de sus libros publicados, Trilogía de los presentimientos y A. R. Fassbinder, Carolina Lorca desarrolla una poesía conceptual y rigurosa que proviene de la lectura de Hölderlin, influencia primera de su trabajo. Es necesario recalcar que esta poeta es traductora tanto de Hölderlin como Heidegger. El aspecto interesante de este solar consiste en que no se refugia en los parámetros de los autores alemanes, sino que sitúa el marco referencial en Chile. El testimonio más evidente lo conforma Trilogía de los presentimientos que se divide en tres libros: Presentimiento del mundo, Presentimiento del poeta y Presentimiento de Chile. Los tres senderos corresponden a los delineados por Heidegger en su curso sobre Hölderlin de los años 34 y 35 en Friburgo, adoptado por Lorca como esquema para plantear su poética.

El primer poema que abre Presentimiento de Chile, declara: “Como los Griegos, lo que más temo es la soberbia,/ Como los Griegos, lo que más creo es la palabra / en que ha de ser fundada / la patria”. Tal como se lee en Hölderlin y la esencia de la poesía de Heidegger, donde el filósofo sostiene el carácter primordial de la palabra y la poesía en cuanto fundación de la Historia; Lorca afirma igualmente la importancia radical de la palabra en la fundación de Chile (más adelante nos referiremos nuevamente a la influencia de Hölderlin). Si se observa a contraluz, el vocablo “fundación” emerge en la actualidad después de los acontecimientos políticos de la dictadura, desprendiéndose -como consecuencia de su negativo- la constatación del derrumbe histórico. Esta aseveración contiene un doble filo: la confianza en la capacidad de la poesía y, al mismo tiempo, el descontento ante el presente. El poema “Epopeya” precisa esta idea de escombros, muestra –irónicamente con el título- lo que sucede con la memoria de los vencidos (y algún día también de los vencedores), llamados  durante largo tiempo “Detenidos desaparecidos”: “Una vez más  Esta se levanta / Con el alzamiento de sus cadáveres / Estos años en la fosa marina / Toda la tierra, cerros y cuestas / Una sola / Fosa común”.

Para Carolina Lorca, la apuesta del poeta se arraiga conflictivamente en una patria. Lo cual quiere decir el regreso al proyecto de un Chile que sea en el futuro lugar de arraigo efectivo para quienes lo habitan. Aquí se vislumbra de nuevo Hölderlin. El poeta alemán planteaba un retorno a los orígenes (Grecia), pero llevado el péndulo del sentido hacia adelante, a un futuro reconstruido. Estaríamos viviendo actualmente un tiempo de indigencia, una época de clausura de lo sagrado que trae consigo el signo de la medianoche de Occidente, donde la carencia de sentido sólo deja ver cielos oscuros. Y ello se plasma obligatoriamente en la lengua, la materia prima con la cual el poeta trabaja y en la que se fundaría la patria, de acuerdo a Hölderlin.

No sé si en la actualidad esta concepción de Hölderlin, leída detenidamente por Heidegger, pueda sostenerse, especialmente al considerar el lugar iluminado que detentaría el poeta y las derivaciones que pueda traer consigo el término “patria”. Sin embargo, abre un camino que escasamente es reflexionado en Chile -salvo por contados escritores-, que es el llamado de atención acerca del lenguaje y la relación que se establece con la comunidad. Para no darnos tantas vueltas, estoy pensando en lo que sucede con la enseñanza del ejercicio filosófico en nuestro país, que al reflexionar elabora citas sobre citas (argumento esgrimido por Patricio Marchant cuando sostiene que es necesario cerrar y reconstruir las escuelas de filosofía), evitando la exigencia del pensar emanado desde los problemas suscitados en Chile. Como si la realidad estuviera siempre en Europa o Estados Unidos. El pensamiento es una premura, y los escritores más interesantes de la poesía chilena dan cuenta de esta necesidad; vale decir, lenguaje y urgencia.

Una cosa es ser hábil en las palabras. Otra es intentar decir con fidelidad. De aquí se desprenden dos concepciones del poeta que George Steiner distingue lúcidamente, repasando las acepciones en alemán. También en esta diferencia podemos comprender la parquedad, la aridez y el filo cortante de la poesía de Lorca; no intenta embellecer ni simbolizar sin más, despliega una escritura pensante y áspera que rehúsa del lenguaje excesivamente metafórico con el fin de situar la palabra en su momento grisáceo actual. Esta es la dificultad a la entrada de sus textos, la distancia que provoca al lector. Quizás la excepción pueda ser el libro inédito Haiku al estilo occidental, que por la misma convocación de su propuesta difiere de los demás poemarios. En la interpretación de este presente, su escritura acusa recibo de la vertiente establecida por Nicanor Parra en la poesía chilena, sobre todo por el quiebre con ciertas formas retóricas recargadas y altisonantes. De Juan Luis Martínez y el mismo Parra, Lorca recoge el legado de la importancia del libro objeto y la poesía visual, aunque –como dijimos anteriormente- la influencia fundamental de su trabajo proviene del pensamiento poético de Hölderlin vinculado siempre con Chile.

Esta preocupación de Lorca se avizora en el mismo objetivo de su extinta editorial. “El retiro” intentó proyectarse en un principio como un espacio para publicar textos poéticos relacionados con el país. Ese fue el motivo de reedición del poema La bandera de Chile de Elvira Hernández, uno de los poemas importantes del período de la dictadura que, lamentablemente, se había vuelto difícil de ubicar. En el texto “Los guiones que guían la patria” de Trilogía de los presentimientos, Lorca trabaja el símbolo de la bandera, exponiendo un juego con los guiones y los quiebres de palabras que simulan el flameo del ícono. La relación entre este poema y el de Elvira Hernández es ineludible.

El diagnóstico de la situación actual del país es señalado en su poema “Retrato”: “Desde el fondo hasta la punta / se partió en dos la lengua / para poder decir, / para no mentir al hablar y callar / cuando fuese necesario. / Entre todos fue el único medio / para asentir cuando pidieron / lo imposible / mientras la otra mitad / en estado ruinoso, rotunda / se niega.” Si se piensa este poema en el contexto de la escisión preservada después del golpe militar, quizás se pueda comprender mejor la partición en dos de la lengua. Cuando unos “pidieron lo imposible”; mientras “la otra mitad –en estado ruinoso- rotunda se niega. En la búsqueda de reunión de lo escindido, Lorca apunta hacia “lo” poeta, como lugar de reunión de las astillas del lenguaje esparcidas en este Chile postdictadura. A  R. W. Fassbinder, el libro más interesante de sus trabajos al lograr una soltura en la contención que conjuga bien con la diagramación visual, señala al final el problema del lugar poético y sus consecuencias: “dentro del programa de trabajo de creación de Carolina Lorca, la meditación enfocada en la figura del poeta contemporáneo expone la problemática existencial que se plantea en el más radical aislamiento a que es sometido “lo” poeta, artículo neutro que sintetiza los géneros, no sólo los tradicionales femenino y masculino sino de la creación artística, por una sociedad que excluye a todo quien no esté dispuesto a traicionarse a sí”. La filmografía de Fassbinder da cuenta de esta dificultad.  

El primer poema visual, irreproducible en este artículo, el lector debe leerlo entrelíneas y tratar de descifrar la muerte, el silencio que pervive en la palabra que no alcanza a nombrar con propiedad. “Cada espacio en blanco”, “lleno de muerte”, cobija las oscuridades semánticas del vocablo que yace en cuestión a lo largo del libro: “Amor”. El poemario continúa la reflexión filmográfica de Fassbinder que trata sobre la Alemania posguerra, referida al supuesto milagro alemán instaurado a partir de las fracturas de las relaciones humanas. Las resonancias parecidas a nuestra bullada “transición a la democracia” no es necesario remarcarlas. Ya todos las padecemos. A esta referencia histórica se suma la concepción a largo plazo orientada en Heidegger, que advierte del régimen de vida procedente de la modernidad. Nuestra época tecnológica, que concibe la realidad como un medio para alcanzar fines y que traslada la noción de objeto a ámbitos disímiles, obstaculiza socialmente la posibilidad de establecer relaciones humanas gratuitas. La vida se concibe como un instrumento manipulable y funcional, incluyendo los vínculos familiares, de amistad y, más aún, de pareja, vistos desde el ámbito social. Su último libro, publicado por la “Editorial La bohemia” en Argentina, indaga este fenómeno a través del quiebre familiar.  El título es desde ya  revelador: Una tarde con los padres.

No creo que los poetas estén ajenos a esta valoración, y explica aún más la distancia de Lorca a lo que habitualmente se tilda como mundillo literario. Su renuencia se entiende mejor cuando se observa que mucho de lo que rodea a la poesía prolonga la devastación ejercida en Chile. Varios escritores en la actualidad intentan rellenar lo que su poesía no posee a través de prólogos, reseñas y la afamada autogestión (como desde hace algunos años se denomina sutilmente a la desesperación) debido al afán del pretendido “éxito”, como si el poeta tuviera que ser también ingeniero comercial. Pero la poesía, o al menos eso deseo creer, sigue sola su camino. Esta soledad involucra al creador que se sitúa en las antípodas de la domesticación y del mercadeo, dejando como resabio una biografía abatida y, a la vez, valiente. Así se logra percibir en el itinerario de la poesía de Carolina Lorca, atisbada en la continuidad problemática que ya estaba presente en su libro Ciegos de 1999 y que se reiterará posteriormente: “Una biografía buscando corazón abatido, corazón / amigo desolado que no encuentra, sólo rencor por / lo no correspondido”.  Aspecto que vuelve a repetirse  en su libro sobre Fassbinder, a partir de la represión y la utilización del poder al interior de las relaciones amorosas: “...me parece que el amor es el mejor, / el más insidioso, / y el más eficaz / instrumento de represión social”. En el desierto de estos versos,  el amor configura una destrucción de aquellos que aman; un instrumento de dominación donde el amante es socavado y debilitado por aquel que supuestamente debiera cuidarlo. En esta forma de sometimiento gélido “el amor es más frío que la muerte” -título de una película de Fassbinder-, puesto que el amante subsiste en una indecisión sin escapatoria, una dependencia vacilante y tortuosa. “Las personas no pueden estar solas –cita Lorca a Fassbinder-, pero tampoco vivir juntas”; de esta constatación proviene la acritud de los siguientes versos: “Queda un túnel entre los escombros / por donde se puede transitar cuando no hay nadie. / Queda una visión cansada y tenebrosa / y la obligación de recordar los detalles / que estrellaron la cabeza / contra el vacío”.

A pesar de la mirada sombría acerca del amor, es posible observar  que la poesía de Lorca es una negación que persiste en la búsqueda, una ausencia que rodea las sombras para llegar a nombrar nuevamente, tal como el ímpetu de Hölderlin por referir aquellos dioses que ya se habían ido. Si bien nuestro tiempo puede ser considerado desde la indigencia, a través de las negaciones Lorca vislumbra los destellos de lo que en la palabra y la experiencia se ha desgastado. Así lo indica en el poema “Recordación” (léase también el poema de Hölderlin con el mismo título), que constituye el diagnóstico sobre lo que hace falta en la época contemporánea; un giro que puede intuirse de sus lecturas de Hölderlin y Heidegger, al asimilar los consejos sobre el paso de la medianoche cultural a una vuelta a lo sagrado. Lo cual significa retomar el fuego del cielo olvidado en la sobriedad occidental; reconsiderando el temple autodestructivo llevado al extremo por la modernidad a partir de la negatividad y el nihilismo que también el arte contemporáneo hace suyos. Estamos hablando del camino excéntrico al que aludía Hölderlin, y que Lorca complementa poéticamente con los haiku. La citada sentencia de Heidegger acerca de la “apertura al misterio y dejar libres las cosas”, es entendida por Lorca bajo la concepción temporal del budismo que los haiku expresan. Otra vuelta de tuerca al romanticismo y al amor como fuente originaria en la conformación del supuesto suelo paterno. Habría que preguntarse si en Chile eso es posible.


Verano, 2009


 

 

 

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