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De la Garza y del Ciprés en Punta Arenas

Jaime Quezada

(Fotografías de Christian Formoso Bavich)


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Caminando muy de mañana de un sábado reciente por una calle de Punta Arenas, bajo un cielo azul celeste y de arreboles australes, me sorprendió el paso sorpresivo y apresurado de una Garza blanca (Ardea alba egretta) por el asfalto de la calzada, media perdida y como en busca de algún cercano o lejano humedal. Lo urbano del lugar, rodeado de señaléticas de tránsito, ripioso pavimento, cruces de esquinas y hasta del disco fierro de una alcantarilla, la hace de repente detenerse muy cuello erguido en su zigzag de orientación. Parece asustarse de su propia sombra, estilizada más que ella misma y ser garza en tierra y no en pajonal.

¿De dónde habrá venido esta bella Garza, de tan blanco, blanco plumaje, reluciente amarillo pico y patas ágiles y negras? ¿De qué humedal Tres Puentes o de qué ribera río Minas o de qué costa turbal del Estrecho?, me pregunto con curiosidad ornitológica y ambientalista, mientras voy dibujándola a mano alzada en el aire glacial y patagónico.

 

 

Solitaria y silenciosa, esta Garza blanca, grande, mayor, real, puede pasar inmóvil durante largos periodos de tiempo en su humedal o ciénaga o borde de laguna a la espera de un pececillo, de un cangrejo, de una ranita de charco. No tiene canto ni voz, a no ser un graznido ronco y bajo, onomatopéyico cáu-ca-kuu-aa, cuando emprende el sorpresivo vuelo. Ese vuelo lento y perfecto, con el cuello encogido y las patas extendidas hacia atrás como flotando aguas arriba de su humedal. Viene de los nortes, su colonia no es muy numerosa en estas australidades, aunque los ornitólogos le dan territorio hasta Tierra del Fuego. Ocasionalmente vuela en bandadas y en compañía de Garzas chicas (Ardea thula), garcetas y otras aves zancudas que cubren de nube blanca el cielo de un amanecer, dejando de lado aquella vernácula frase o refrán de “pájaros de una misma pluma vuelan juntos”. Y, al parecer, no siempre.

(La Bandada se llamaba también una Antología de novisísimos y precoces poetas magallánicos, entre los cuales estaba el Presidente chileno de hoy. Conservo aún un admirativo ejemplar desde el día primero –años no muchos- que la presenté en una fervorosa sala cultural de Punta Arenas, junto al escritor Óscar Barrientos Bradasic, mentor de tan resuelta generación o poética bandada. Recuerdo la iluminada cita de nuestra Mistral que dije entonces: “Andan disfrazados de locos en los cafés y en  las tertulias, pero son los cuerdos de mañana y los doctores de la ley de pasado mañana”. Había nevado el día anterior. Y no vi garzas; sí cipreses en su singularísima y caprichosa forma y solemnidad de universo verde).

 

 

Pero la Garza de esta mañana de sábado, o desplazada de su territorio original por el progreso urbano amenazante, o en busca de un  nuevo hábitat que asegure su paisaje, su ecosistema y su avifauna acuática, camina sin sobresalto y sin vuelo nada menos que hacia un nido vergonzoso contra el tronco de un ciprés. No ya en la copa macrocarpa ocupada del ciprés, ella –Garza- que acostumbra anidar en la cima de los árboles, pues, de un tiempo acá, resplandeciente si se quiere, la cima del ciprés se ha vuelto más cima en su arte-mito-prodigio, y más que nada, en su alegoría o romería ciudadana.

Y ahí la dejé, Garza en tierra, amparada por el ancho sombrero verde de esta milenaria cupresásea que, según un verso-soneto de Gabriela Mistral, no ha desflorado su follaje nunca.

jQ.
Región de Magallanes y Antártica Chilena,
mayo, y 2022.

 

 

 

 



 

 

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